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sábado 4 de abril de 2009

Bajo la piel


Con la excusa del inminente estreno de Terminator Salvation, los chicos de Wired se han montado un pequeño especial bastante simpático celebrando la vigencia del personaje creado por James Cameron hace 25 años. Me ha gustado particularmente el modo en el que dos individuos de diferentes generaciones, el propio Cameron y Josh Friedman, productor y guionista de la serie de televisión Terminator: The Sarah Connor Chronicles, explican sus razones para abordar el mismo proyecto desde planteamientos metafóricos relacionados entre sí, pero a la postre distintos.
Me interesa bastante el modo en el que la ficción moderna crea nuevos mitos y los motivos por los cuales unos arraigan en el inconsciente colectivo mejor que otros. Además de eso, creo que toda obra de ficción tiene básicamente dos niveles, como el propio Terminator. Está la epidermis, que es lo que se ve a simple vista, y luego está lo que se oculta por debajo: el exoesqueleto metálico en el caso del Terminator y el peso simbólico en el caso de las películas, tebeos y novelas. Un peso simbólico que está ahí para darles su razón de ser al margen de que se haya plantado consciente o inconscientemente. Sospecho que gran parte del éxito de filmes como Terminator reside precisamente en su capacidad para conectar con el público a través de una metáfora premeditada y perfectamente estudiada, pero oculta tras la narración de tal modo que los espectadores puedan reconocer su verdad de una manera inconsciente, no obstructiva. Por eso siempre me resulta interesante leer o escuchar declaraciones de artistas que afrontan sus procesos creativos asimilando que existen varios niveles de lectura e intentando aprovecharlos al máximo, y por eso también he traducido un par de párrafos de cada una de sus respectivas entrevistas. Seguid los links si os apetecee leer el resto.

James Cameron entrevistado por Steve Daly
Recuerdo haber sido consciente por primera vez de lo que es la geopolítica durante la crisis de los misiles cubanos. Cuando tenía siete u ocho años, encontré un panfleto de refugios atómicos sobre la mesa del salón en casa de mis padres, en Ontario, y recuerdo haber pensado: «¿De qué va esto?». Tuve la sensación repentina de que mi protegida infancia no era más que una fachada. Algo oscuro y aterrador acechaba más allá. Desde entonces me siento fascinado por la propensión humana a bailar justo al borde del apocalipsis. Así que cuando escribí el primer tratamiento de Terminator, allá por 1982, lo que hice fue explotar aquellas sensaciones de mi infancia. También surgió de todas las películas y literatura de ciencia ficción con las que crecí, en su mayor parte advertencias sobre la ciencia, la tecnología, el ejército y el gobierno. Uno no podía escapar ni de aquellos temas ni del temor a un holocausto nuclear.

La belleza de las películas es que no tienen por qué ser lógicas. Sólo han de resultar plausibles. Si en pantalla acontece algo visceral y cinematográfico que enganche al público, les dará igual que parezca poco probable. Yo no creo que lo que pasa en Terminator pueda suceder en el mundo real, no creo que vayamos a ver una guerra genocida entre los hombres y las máquinas de aquí a un par de generaciones. Las historias funcionan más a un nivel simbólico y por eso la gente conecta con ellas. Hablan de nosotros mismos y de la lucha contra nuestra tendencia hacia la deshumanización. Cuando un policía no muestra compasión, cuando un psiquiatra no tiene empatía, han pasado a ser máquinas en forma humana. La tecnología está cambiando todo el tejido de la interacción social. Estamos absorbiendo nuestras máquinas de manera simbiótica, evolucionando hacia una unidad entre nosotros y nuestros aparatos, y eso va a continuar indefinidamente. Leer el resto.

Josh Friedman entrevistado por Alan Rogers
Cuando empecé a trabajar en Terminator: The Sarah Connor Chronicles, el estudio me dio una idea general: querían una serie centrada en John y Sarah Connor y ambientada en un momento en el tiempo posterior a Terminator 2. Mientras le daba vueltas al concepto, intentando encontrar un modo de abordarlo, me di cuenta de que lo que da sentido a Terminator son las relaciones. Necesitábamos una relación central que anclara la serie. La primera Terminator, en realidad, iba del romance entre Kyle y Sarah. La segunda película es la relación paternofilial entre John y el Terminator. De modo que se me ocurrió que mi serie, en el fondo, sería un drama familiar en torno a una madre cuyo hijo está entrando en la edad adulta. Pero si queríamos centrarlo en Sarah y John, necesitábamos también a una chica, porque eso es lo que normalmente suele acabar con las relaciones edípicas. Y decidí que la chica en cuestión debía ser un Terminator.

Antes de que pudiera sentarme a escribir el piloto, me diagnosticaron un cáncer de riñón. Tuvieron que operarme para extraerme el tumor, lo que significó no poder escribirlo para aquella temporada. Pasé un par de meses sin poder hacer nada, consumido por el dolor. Sufrí una crisis. Fui a una psiquiatra y le dije: «¿Pero qué estoy haciendo? ¿Escribir una puta serie sobre un robot cabrón? ¿A quién le importa eso?». Pero cuando ella me hubo calmado, empecé a reflexionar y me di cuenta de que en realidad la serie hablaba de mi vida; de la mortalidad. La primera voz en off que escribí para la serie decir: «Voy a morir. Voy a morir y tú también vas morir. La muerte no deja escapar a nadie». Y eso son los Terminators, son la muerte que viene a buscarnos. Para mí, la serie habla de lo que haces con tu vida frente a la presencia de la muerte. O sea, vamos a ver, es una serie de género. Es Terminator, tiene un rollo pulp y habrá incluso quien piense que su momento ya ha pasado. Pero cualquiera puede encontrarse a sí mismo en esta serie. Yo lo hice. Leer el resto.

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