George Pelecanos: Revolución en las calles
Este último fin de semana me lo pasé enfrascado en la lectura de The Way Home, la nueva novela de George Pelecanos, publicada a primeros de mayo en Estados Unidos por Little Brown, su sello habitual. Las dos semanas que estuve esperando a que llegara el paquete me las pasé bajando día tras día repetidas veces al buzón, haciendo sonar nerviosamente las llaves entre las manos presa de una irrefrenable impaciencia, incluso cuando sabía perfectamente que era físicamente imposible que el libro hubiera atravesado aún el Atlántico. Ése es el tipo de sensaciones que me suscita George Pelecanos, un autor que en apenas unos años ha pasado a convertirse en una de mis adicciones favoritas y al que considero con diferencia uno de los mejores escritores norteamericanos de su generación. De hecho, no se me ocurre ningún otro que lleve una racha con un nivel de calidad tan consistente como el que ha conseguido Pelecanos con sus últimas cinco novelas, a un increíble ritmo de prácticamente una por año, al mismo tiempo que ejercía de guionista y productor ejecutivo de la serie The Wire, para la que escribió algunos de sus capítulos más memorables.
George Pelecanos nació en Washington D.C. en 1957. Sus raíces griegas y obreras quedan perfectamente reflejadas en unas novelas que, no obstante, distan mucho de caer en el ombliguismo racial o en la idealizada melancolía del emigrante; simplemente marcan unas pautas. De comportamiento, de dignidad, de ambiente. Sus personajes pertenecen habitualmente a la clase trabajadora, viven en barrios humildes y suelen caer en dos categorías: los que encuentran su camino en el trabajo o los que lo encuentran en el crimen. Uno de los principales talentos de Pelecanos reside precisamente en no hacer distinciones entre unos y otros, aplicándoles a ambos el mismo poder de observación, descripción y comprensión de las pulsiones humanas. Otra de sus constantes, y uno de los motivos por los que sus libros te agarran de las gónadas y consiguen sumergirte en su mundo desde prácticamente la primera página, es el modo absolutamente brillante y genuino en el que sus personajes se van definiendo a través de su entorno y sus acciones. Veamos a modo de ejemplo un fragmento de la extraordinaria The Turnaround:
«Había llamado al local Cafetería Pappas e Hijos. Cuando había abierto, en 1964, los chicos sólo tenían ocho y seis años, pero pensaba que uno de ellos podría querer seguir con el negocio cuando él se jubilara. Como cualquier padre que no fuera un malaka, quería que sus hijos tuvieran una vida mejor que la suya. Quería que fueran a la universidad. Pero qué demonios, uno nunca sabe cómo van a salir las cosas. Podía ser que uno de ellos estuviera capacitado para los estudios, podía ser que el otro no. O quizá los dos fueran a la universidad para luego decidir seguir con el negocio juntos. Fuese como fuese, había decidido cubrir la apuesta y les había añadido al cartel. Eso permitía que los clientes supieran qué clase de hombre era él. Decía: he aquí un tipo entregado a su familia. John Pappas piensa en el futuro de sus chicos. […] Llegaba al local a las cinco de la mañana, dos horas antes de la hora de apertura, lo que significaba levantarse todos los días a las cuatro y cuarto. Tenía que recibir al del hielo y a los repartidores y tenía que preparar el café y encargarse de otros preparativos. Podría haber pedido que le hicieran las entregas más tarde y así dormir una hora más, pero aquel momento de la jornada le gustaba más que cualquier otro. De hecho, siempre se despertaba con los ojos completamente abiertos y despejados, sin necesidad de un despertador. Bajar las escaleras con cuidado para no despertar a su esposa ni a sus hijos, conducir su Electra doscientos veinticinco por la Calle 16, con las luces puestas, la mano con un cigarrillo colgando de la ventanilla, nada de tráfico en el camino. Y luego el rato más tranquilo, a solas con la radio en la cafetería, escuchando a los afables locutores de la WWDC, hombres de su edad que tenían el mismo tipo de experiencias vitales que él, no como esos charlatanes de las emisoras de rock and roll o los mavres de la WOL o la WOOK. Beberse el primero de muchos cafés, siempre en un vaso para llevar, charlar con los repartidores que se iban sucediendo uno tras otro en un goteo constante, percibiendo cierta afinidad entre todos ellos, los que habían acabado por cogerle cariño a aquel momento entre la noche y el alba».
No sé qué pensaréis vosotros, pero a mí me parece un pasaje perfecto para hacerme una imagen mental muy clara de quién y cómo es John Pappas y, lo más importante, convierte unas acciones más bien mundanas en algo fascinante de observar, una sensación que no hace más que incrementarse a medida que el autor va desgranando con progresivo detalle el mundo y el comportamiento de sus personajes. Un mundo que, en cualquier caso, siempre está contenido dentro de una misma ciudad: Washington. «Cuando empecé», explica el autor, «tenía la impresión de que Washington D.C. no había sido bien representada en la literatura. Y al decir esto me refiero al lado real, vivo y trabajador de la ciudad. El cliché es que Washington es una ciudad de tránsito para gente que entra y sale cada cuatro años dependiendo del nuevo gobierno. Pero la realidad es que hay gente que lleva viviendo en Washington durante generaciones y sus vidas merecen la pena ser exploradas, creo yo. Al principio no tenía ningún plan específico, pero tal y como han ido las cosas, prácticamente he cubierto el siglo en Washington y los cambios sociales que han ido aconteciendo de los años treinta en adelante».
Los primeros libros de George Pelecanos, A Firing Offense (1992), Nick’s Trip (1993), Shoe Dog (1994) y Down by the River Where the Dead Men Go (1995) entran de lleno en la tradición del genero negro o criminal. Shoedog es una novela cerrada, centrada en el arquetipo del «duro» solitario (perfectamente ejemplificado por Sterling Hayden en La jungla de asfalto y Atraco perfecto) que accede a participar en un golpe organizado por otros a pesar de que tiene la sensación de que las cosas van a acabar muy mal… como de hecho suele ser el caso. El protagonista de las otras tres es Nick Stefanos, un detective privado de mala vida e hígado castigado, especialista en desapariciones y camarero ocasional en un antro para policías, cuyo punto de vista cínico y desencantado entronca con el manifestado por los clásicos personajes de Chandler o Hammet. Sin embargo, a diferencia de estos, Nick ni siquiera es un «auténtico» profesional, siendo la desidia y la falta de rumbo fijo dos de sus principales características, que se van acentuando dramáticamente con cada nueva entrega de la serie.
En 1996, Pelecanos escribió la que hasta la fecha es su novela más deliberadamente clásica y posiblemente el mejor punto de entrada a su obra para los aficionados al genero negro de
toda la vida: The Big Blowdown. En ella, Joey Recevo y Pete Karras, dos amigos de uno de los barrios más pobres de Washington, regresan a casa tras haber combatido en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial para encontrarse con que el trabajo más apropiado para sus nuevos talentos adquiridos en el ejército es al servicio de un jefe criminal de su antigua barriada. Joey prospera rápidamente y no tiene el menor problema para adaptarse al nuevo orden jerárquico. Pete, sin embargo, no es tan moldeable y acaba pagando las consecuencias en forma de brutal paliza a modo de despido. Esto, sin embargo, sólo es el principio. Las circunstancias harán que Pete y Joey vuelvan a encontrarse, esta vez en bandos opuestos y atrapados en una trama que les arrastrará de manera inexorable a, tal y como anuncia el título, un explosivo y arrasador desenlace digno de un autor que profesa pública admiración por películas como Doce del patíbulo y Grupo salvaje, dos referencias ajenas al género pero perfectamente adecuadas para entender el modo de operar de Pelecanos. El puntilloso retrato de un ambiente y una época, los cincuenta, a menudo mitificada pero tratada aquí con diáfano naturalismo, junto al arrollador ritmo de su narración, le valió a nuestro autor algunas de sus mejores reseñas y el espaldarazo definitivo de crítica, público y colegas como Lethem, Gifford, Ellison, King o Leonard. Además, The Big Blowdown inauguró una serie de novelas interconectadas entre sí bautizadas posteriormente como «El Cuarteto de D.C.», en referencia al célebre Cuarteto de Los Ángeles de James Ellroy. Completan el cuarteto King Suckerman (1997), The Sweet Forever (1998) y Shame the Devil (2000).
Los protagonistas de estas tres, ambientadas en los años setenta, ochenta y noventa respectivamente, son Dimitri Karras, hijo de Pete Karras y camello de poca monta, y Marcus Clay, dueño de una tienda de discos; el primero es blanco, el segundo es negro, y aunque vienen de distintos mundos a los dos les une la misma pasión por la música y el baloncesto. En King Suckerman, la primera de sus aventuras conjuntas, Dimitiri y Marcus se ven envueltos en una trama de narcóticos que les viene grande y que les obligará a tomar una decisión que afectará al resto de sus vidas. El argumento es fácil de resumir; lo realmente importante de la novela es el modo en el que están tratados los personajes y sobre todo la sobrecarga sensorial con la que Pelecanos nos traslada a los setenta hasta el punto que casi podemos sentir el calor y los olores del verano en Washington e incluso oír a los chavales recitar diálogos sacados de la última película de blaxploitation o la música con los graves distorsionados que sale a través de las ventanillas abiertas de un Chevy Impala. Éste es el modo en el que Pelecanos nos presenta, en el primer párrafo del segundo capítulo, el entorno en el que se desenvuelve Marcus:
«Marcus Clay sacó el Hendrix de la balda, lo llevó de Soul a Rock y lo volvió a colocar en su lugar indicado, en la caja de la H, en el espacio que quedaba libre entre Heart y Humble Pie. Aquel chaval delgaducho, Rasheed —a Karras le gustaba llamarle Rasheed X—, insistía en seguir colocando los discos de Hendrix en la sección de Soul de la tienda. Rasheed, con su enorme afro, su gorra de lana roja, negra y verde y su ideología de «volvamos a África», mantenía alta la llama de la pureza racial. Clay entendía lo que el joven hermano quería transmitir, y lo respetaba, pero aquello era un negocio; el negocio de Clay, para ser más exactos. ¿Qué pasaba si un chaval blanco con los ojos enrojecidos y un parche de la bandera americana cosido del revés en el trasero de los vaqueros entraba buscando una copia de Axis: Bold as Love, no la encontraba y luego, demasiado colocado y demasiado tímido como para preguntarle a uno de los dependientes de color, volvía a salir por la puerta con las manos vacías? ¿Y todo por qué, por una especie de afirmación política? Marcus Clay no jugaba a eso. Y de todos modos, ¿Jimi? El tío merecía estar en Rock. […] En aquel momento se abrió la puerta principal, lo cual fue bueno para Rasheed ya que Clay había llegado al límite de lo que estaba dispuesto a aguantar. Era Cheek, el ayudante del encargado de la tienda de Clay. Cheek, grande como un oso, que llegaba media hora tarde y más colocado que un hippie. A pesar de sus gafas de sol ovaladas a lo Sly Stone, Clay vio por sus pasos titubeantes que el chaval iba completamente cocido».
Algunos críticos le achacan a Pelecanos cierta tendencia al abuso de referencias, algo que imagino puede llegar a resultar molesto sobre todo para el que no las comparta, pero a mí sinceramente nunca me han parecido gratuitas sino que creo que están perfectamente legitimadas desde el momento en el que son los propios personajes los que las viven, las respaldan y las multiplican. «La cultura pop —música y películas— juega un papel destacado en nuestras vidas diarias», argumenta él. «Veréis que se va a ir filtrando en la ficción de los escritores más jóvenes con una frecuencia cada vez mayor porque es un elemento natural de la psique de nuestra generación. En cualquier caso ha de introducirse de una manera orgánica o si no no funciona». La clave de todo esto está en ese «juega un papel destacado en nuestras vidas». Las referencias a la cultura popular en manos de Pelecanos no son un simple atrezo, no son una manera perezosa de llenar la página de nombres ni de hacerse el listillo; son, muy al contrario, una manera de retratar a unos personajes que viven la cultura popular como una parte muy importante de sus vidas y que ellos mismos están convencidos de que les define y caracteriza. El propio Pelecanos, de hecho, es en este sentido muy parecido a sus personajes (como lo somos gran parte de sus lectores, intuyo), y llega hasta el extremo de atribuir a su pasión por la música una decisión tan trascendental como la de hacerse escritor: «Mis antecedentes y mi educación en la escuela pública me indicaban que nunca sería admitido en ese grupo de escritores cuyas privilegiadas vidas leía descritas en las solapas de incontables libros («Divide su tiempo entre Martha’s Vineyard y un apartamento en el Upper West Side. Ésta es su primera recopilación de cuentos»). Cuando intenté escribir mi primer libro lo hice sin haber ido nunca a clases de escritura. Joder, ni siquiera había conocido a ningún novelista. Para mí, los autores eran «otra gente». Pero grupos como Fugazi y The Mats y Hüsker Dü me enseñaron con el ejemplo que mi falta de pedigrí no significaba nada en relación a mi potencial creativo. Eran individuos que cogieron sus guitarras y se pusieron a tocar y en el proceso crearon una especie de arte volcánico y orgánico. Yo no tenía la más mínima aptitud musical, pero pensé que podría hacer algo parecido con una pluma. Como poco, aquellos grupos me aseguraron que tenía el derecho a intentarlo».
Fascinante. Comparto del todo tu valoración de Pelecanos como uno de los mejores de su quinta. Espero con ganas la continuación.
Guau, fantástica introducción. El nombre me sonaba por The Wire pero, ignorante de mi, no conocía su faceta de novelista. La mala noticia, supongo, es que no hay ni habrá ediciones españolas. Me equivoco?
Un saludo…
Alejandro, muchas gracias. La verdad es que no tenía pensado extenderme tanto, pero hay temas con los que se me va la pinza.
Toni: sí que hay varios libros de Pelecanos editados en castellano. De hecho, una de las ideas detrás de esta entrada era recomendarlos fervientemente porque se están editando de una manera tan desordenada (en colecciones y formatos distintos) que me da la impresión que están pasando desapercibidos, y me parece una verdadera lástima. Como estoy yendo en orden cronológico y son los más recientes, hablaré de ellos en la segunda parte de la entrada.
Vaya qué ganacas de leer a Pelecanos me han entrado… De la «cosecha» de The Wire mi favorito es Richard Price (padre espiritual de la criatura, según David Simon). Dennis Lehane, en cambio, no me gusta demasiado. Ahora mis expectativas con Pelecanos están altas, pero por lo que dices me parece que lo voy a devorar. Enhorabuena por el post.
Muchas gracias, kraszny. Y, por supuesto, tienes toda la razón en lo que dices de Richard Price: Clockers es un antecedente clarísimo de The Wire (también lo es la película de Spike Lee; una de las mejores de su carrera, para mi gusto).
Ayer estaba buscando información en español sobre pelecanos y encontre este articulo. Joder, es simplemente magnifico, y además es que coincido en la opinión de las referencias, porque en pelecanos no son para nada gratuitas, de echo yo que soy un fanatico de la música y en especial de generos como el soul o subgeneros como el blaxplotation disfruto mucho con sus referencias.
Bueno aprovecho para daros la enhorabuena por este blog, y por vuestra editorial, no he leido nada pero mi proxima compra pàra leer este verano va a ser ‘capturado’.
Ah una ultima cosa en referencia a pelecanos y ‘the wire’ serie de la que soy abosluto fan, los has clavado con la foto del capitulo correspondiente al final de la segunda temporada. ¡memorable capitulo! y que final con el i feel allright de steve earle, no me canso de ver esa escena final.
http://www.youtube.com/watch?v=6SO40ansNU8
Un saludo
Rubén
Gracias, Rubén, me alegro de que te haya gustado. Yo creo que ese montaje al ritmo de Steve Earle es mi final favorito de todas las temporadas.
Saludos.
Voy directamente a la librería a buscar Sin Retorno. Para mí, decir que fue guionista de la segunda temporada de The Wire ya son suficientes garantías.
Un abrazo y gracias por la recomendación.
Gracias por el reportaje sobre el gran George Pelecanos. Sin retorno es sencillamente excelente.
Por cierto, aprovechando que este es el blog de una editorial, ¿no podríais haceros con los derechos de las primeras novelas de Pelecanos? La mayoría de las que mencionáis no están traducidas al español.
Saludos.
Llevamos dos años intentando comprar los derechos de alguna, pero la agencia no nos los quiere vender, argumentando que Ediciones B tiene prioridad, a pesar de que haya más de media docena de novelas inéditas y B no saque más de una cada año y medio, en el mejor de los casos. Supongo que deben de pagar adelantos más elevados que los nuestros y la agencia todavía debe de tener esperanzas de colocarle alguna de las antiguas. A mí me encantaría traducir The Big Blowdown, por ejemplo. Seguiremos insistiendo.
Un saludo y gracias por los vínculos.
Bueno, pues ánimo. Desde luego que el cariño, la dedicación y la profesionalidad con que editáis vosotros no lo ponen otras editoriales. Y hablo con conocimiento de causa, porque tuve el placer de comprar A la cara y es una maravilla de edición que luce en mi pequeña biblioteca.
Esta Sin retorno no está mal editada por Ediciones B, pero la traducción no es que sea mala, es que es una auténtica cochambre.
Saludos y ánimo.
Hola, Óscar:
Adquirí «Sin retorno» siguiendo tus consejos y no me cautivó desde el comienzo ni me fascinó después. Al contrario, me ha dejado cierta gran desazón.
O mi gusto se ha vuelto demasiado exigente o soy incapaz de reconocer el oro incluso delante de mis narices sin tener que morderlo, reaccionando simplemente a su brillo.
Incluso en uno de los puntos que debería ser su fuerte (la gastronomía, concretamente el restaurante como un mundo aparte), Pelecanos patina varias veces.
¿Cómo puede subsistir un negocio de comidas en el que apenas caben 20 personas si hay que pagar cuatro empleados fijos? Incluso suponiendo que las plazas se le llenen varias veces (no abre de noche), ¿cómo es posible que el dueño tenga que madrugar a diario para recibir los suministros? Con dos o tres veces a la semana bastaría. Y sé de lo que hablo. Hay varios patinazos más.
Por otro lado, la traducción me ha causado varios dolores dentales. Se le nota demasiado la tanga demasiadas veces, opino.
Ejemplos varios: «Pero jamás se había sentido igual que parecía sentirse su padre» (p130), «A Marcus no le importaba que se lo llamara.» (sic) (p132), «Johnny y Arlene estaban donde la parrilla» (p158) (¿por qué no simplemente «en»?), «un par de ellas (casas) que se habían construido de nuevas desde los cimientos».
Tal vez no es un problema de traducción.
Por lo demás, curiosamente, me gustó el amable final. Lo único que me ha redimido de esta lectura.
Saludos desde Alemania
Hola, Jorge. Siento que no haya sido de tu agrado. Las traducciones de Pelecanos en Ediciones B tienen bastante mala fama, por lo general. Saludos y gracias por el comentario.