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jueves 25 de diciembre de 2014

Stephen King: la carne y las verduras

Entre las cosas curiosas que me voy encontrando por ahí y que guardo con intención de ir recuperando poco a poco en el blog, estaba desde hace meses esperando el turno esta conversación con Stephen King organizada por la Casa Museo de Mark Twain, en Connecticut, grabada en julio de 2013. Dejo a continuación un par de fragmentos transcritos y traducidos. Si queréis ver la grabación completa de la charla, podéis hacerlo aquí. El audio es bastante penoso durante los primeros veinte minutos, pero luego mejora.

* * *

Mi madre nos leyó Tom Sawyer cuando yo tenía seis años y mi hermano Dave probablemente ocho. Nos enganchó por completo y nos reíamos como locos, pero lo que más me marcó y me hizo pensar fue: le encargan una tarea como castigo, se supone que debe encalar esa valla, pero se lo monta de tal manera que consigue que otras personas le paguen por hacer su labor. Así que empecé a preguntarme: «¿Funcionaría eso en la vida real?». Y entonces se me ocurrió: me gustaría ser escritor, porque el trabajo consiste precisamente en eso.

Tendemos a perpetuar una especie de distinción artificial entre ficción popular y literatura. No me interesa esa distinción, me parece infantil. Es como el niño que dice: «No me quiero comer la cena, porque… mira, las patatas están tocando la carne y la carne está mezclada con las zanahorias y las verduras. Si no está cada cosa en su sitio, no voy a comer». Es una gilipollez, igual que lo son las distinciones entre ficción popular y literatura. […] Lo que me gustan son las historias, y si una historia me transporta, estoy feliz con ella. Nunca pienso en términos de género, ni si la gente la va a leer o si harán una película. Para mí los libros suelen empezar con una imagen. No sé de dónde viene la imagen, sólo que está ahí. Por ejemplo, durante probablemente tres años tuve la imagen de un niño en silla de ruedas jugando con una cometa en la playa. Volvía a ella una y otra vez hasta que, un día, vi un parque de atracciones a lo lejos, en la playa, y empecé a intuir la historia. Cuando acabé, había escrito Joyland, una novela sobre una feria y un chaval que sufre un desengaño amoroso a los 21 años.

Tenía 27 años cuando publiqué mi primera novela. Era un recién llegado y escribía historias que la gente asociaba con la ficción pulp y con lo que la generación de mis padres habría llamado «basura». «¿Qué haces leyendo esa basura?». Básicamente me tildaron de plumífero y de oportunista. Bien, mi prioridad era alimentar a mi familia, así que no me importaba lo que dijeran. Lo que pasó fue que, como empecé muy joven, gran parte de aquellos críticos pasaron a mejor vida, dejando sitio para un montón de chicos a los que acojoné vivos cuando eran niños, así que ahora me tienen en alta estima. Básicamente, lo que ha pasado es que he vivido lo suficiente [como para que la crítica haya empezado a apreciarme]. Creo que si vives el tiempo suficiente y te dedicas a hacer tu trabajo, te esfuerzas y sigues adelante haciéndolo lo mejor posible, antes o después la gente acabará aceptándote.

Ilustración de Gottfried Helnwein para la portada de un número de 1986 de Time.

Creo en el sentimiento, creo en la emoción y creo en la sensibilidad. Quiero alcanzar a los lectores emocionalmente, suscitarles una reacción visceral, porque considero la escritura, la ficción, como algo vivo. Algo real. Uno de los desafíos es ser capaz de alcanzar esa zona en la que verdaderamente estás hablando de sentimiento, sentimiento humano y sincero; el peligro es ir más allá de ese punto y caer en el sentimentalismo, que es otra cosa, no tan real. El escritor que mejor dominaba eso fue Charles Dickens, porque era capaz de sacar emociones reales de sus lectores. Una de las cosas que siempre me ha cabreado mucho es que hay ciertos críticos literarios que miran por encima del hombro a Dickens, porque tienen la idea de que provocar emociones en el lector es poca cosa. No es poca cosa, es algo de suma importancia.

Me interesan los niños porque no han empezado a estrechar el foco de sus percepciones. Observaba a mis tres hijos, que se pasaban el día metidos en casa y continuamente se traían a sus amigos, y me fascinaba su manera de pensar, de imaginar cosas. Todo el rato están absorbiendo y aprendiendo. Pero, ¿sabes? Los niños se comportan igual que los locos. Recuerdo una cosa que me sirvió de inspiración para It: iba paseando por mi pueblo cuando vi a un niño pequeño en calzoncillos sentado sobre un montón de tierra. Llevaba un palo en la mano y daba golpes contra el suelo a la vez que decía: «Ya te pillaré». Pam. «Ya te pillaré». Pam. «¡Ya te pillaré!». Y pensé: si fuera un adulto, se lo llevarían de inmediato a una institución mental y pasaría la noche en observación, pero en los niños es un comportamiento aceptable, porque sabemos que aún no han aprendido a estrechar su foco de atención. Y ése es el motivo de que me interesen [como personajes]. Tuve que escribir varias novelas con niños, como El misterio de Salem’s Lot, El resplandor, Ojos de fuego y Cujo, para darme cuenta de lo que estaba haciendo: estaba escribiendo sobre niños para adultos, en vez de sobre niños para niños. Resulta asombrosa la cantidad de libros sobre niños que hay para niños y los pocos que hay sobre niños para adultos. William Golding contaba una anécdota maravillosa: tenía una idea para una novela sobre chicos en una isla, y una noche, mientras estaban sentados delante de la chimenea, le dijo a su mujer: «¿Qué te parece esta idea que tengo de escribir una novela sobre niños, pero que no se comporten como los niños de los libros, sino como son en realidad, es decir, unos salvajes?». Ella le dijo: «William, me parece una idea maravillosa». Así que se sentó a escribir El señor de las moscas.

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