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domingo 25 de diciembre de 2011

Cuando Werner encontró a Cormac

Haciendo limpieza de fin de año acabo de darme cuenta de que tenía en borrador desde el mes de abril esta curiosa conversación entre Werner Herzog y Cormac McCarthy para el programa radiofónico Science Friday, al que acudieron acompañados por el físico Lawrence M. Krauss. La tesis de este último es que tanto la ciencia como el arte realizan la misma pregunta fundamental: ¿quiénes somos y cuál es nuestro sitio en el universo? Y para ahondar en tal cuestión nada mejor que escucharse entero el podcast que recoge la charla entre estos dos titanes de la cultura contemporánea. A continuación transcribo y traduzco algunos de los puntos álgidos.

Cormac McCarthy.

Lawrence Krauss: Para mí es evidente que tanto la ciencia como el arte plantean las mismas preguntas. Lo mejor que hace la ciencia es obligarnos a replantearnos nuestro lugar en el cosmos. De dónde venimos, quiénes somos, adónde vamos. Y esas son las mismas preguntas que aborda el arte, la literatura, la música. Cada vez que lees un libro maravilloso o ves una película estupenda, sales con una perspectiva distinta sobre ti mismo. Y demasiado a menudo me parece que olvidamos ese aspecto cultural de la ciencia.

Cormac McCarthy: A mí siempre me ha interesado la ciencia, particularmente la física. Mi hermano y yo solíamos acudir a las presentaciones que se realizaban en el Instituto para las Ciencias de Santa Fe. Me parece que es algo que ayuda, poder hablar de cosas factuales, en las que hay un acuerdo. Resulta difícil llegar a algún acuerdo en las artes. Cada vez que hay que dar un premio, por ejemplo, es realmente complicado llegar a un consenso sobre quién debería recibirlo. En literatura y en las artes visuales resulta francamente difícil. Pero si hablamos de una teoría física, mira tú, o es cierta o no lo es. Organizas un experimento, le dices a los demás lo que estás buscando y si lo encuentran está ahí y si no, no. Eso me gusta.

Lawrence Krauss: Me resulta fascinante oírte decir eso, porque supongo que, como seres humanos, nos encanta imaginar no sólo el mundo tal como es, sino el mundo como podría ser, la esperanza de mundos mejores. Y eso está muy bien, es importante, pero esa moneda tiene dos caras. Una es que tenemos que aceptar que el mundo en el que vivimos es lo que es, y si la gente reconociese que el mundo es como es, tanto si nos gusta como si no, creo que el modo en el que se comportan las personas cambiaría notablemente. Pero al mismo tiempo, creo que debemos reconocer también que en ocasiones el universo real es más fascinante de lo que podemos imaginar, y puede servir de acicate a nuestra imaginación, no sólo como científicos sino, sospecho, como artistas. Es otro buen motivo para mantenerse al día con algunas de las cosas fantásticas que están sucediendo en el mundo.

Werner Herzog (izquierda) durante el rodaje de La cueva de los sueños olvidados.

Werner Herzog: En mi caso, por ejemplo, una película como Fitzcarraldo, para la cual tuvimos que trasladar un enorme barco a través de una montaña en la jungla amazónica, tuvo su origen en Bretaña, en la costa noroccidental de Francia, donde uno encuentra dólmenes y menhires neolíticos, enormes construcciones de piedra erigidas por millares en hileras paralelas. Y estaba allí sentado intentando pensar cómo lo habría hecho yo si hubiera sido una persona del neolítico, sin maquinaria moderna, y se me acabó ocurriendo un método que en esencia fue el que utilicé para mover el barco por la montaña. Me había enfadado mucho porque un pseudocientífico había postulado que aquellas piedras eran tan pesadas que sólo antiguos astronautas de otros planetas podrían haberlas levantado, y pensé: «Menuda idiotez». Me irritó tanto que tuve que ponerme a idear un método. Y eso es lo que en última instancia me llevó a trasladar un barco por la selva.

Locutor: Cormac, cuando hablas con científicos, ¿hacen que te sientas pesimista u optimista?

Cormac McCarthy: Algunos de mis amigos probablemente te dirían que es difícil volverme más pesimista. Pero… no sé. Soy pesimista acerca de muchas cosas, pero no creo que deba uno vivir agobiado por ello. El hecho de que mi punto de vista sobre el futuro sea tan lúgubre es en realidad reconfortante, porque así lo más probable es que me equivoque.

Werner Herzog: Yo creo que Cormac no se equivoca, porque resulta bastante evidente que el ser humano como especie desaparecerá en un periodo bastante breve. Cuando digo breve me refiero a dos mil o tres mil años, quizá treinta mil años, quizá trescientos mil, pero no mucho más, porque somos mucho más vulnerables que otras especies, a pesar de poseer cierto grado de inteligencia. No me pone nervioso el hecho de que relativamente pronto tendremos un planeta que no contiene seres humanos.

Lawrence M. Krauss.

Lawrence Krauss: Es curioso que digas eso porque, como científico, oscilo entre ambas posturas. Hay días en los que sí imagino un futuro tan crudo como el de La carretera, porque la humanidad como conjunto no ha demostrado demasiada inteligencia a la hora de apreciar el modo en el que su comportamiento afecta globalmente al planeta. Al mismo tiempo, estoy de acuerdo con Werner, pero no estoy tan seguro de que vayamos a desaparecer porque nos destruyamos nosotros mismos. Podríamos desaparecer por otras causas.

Werner Herzog: Yo tampoco estaba pensando en la autodestrucción. Podría pasar, por supuesto. Pero hay muchos otros sucesos imaginables que podrían aniquilarnos de manera instantánea.

Lawrence Krauss: Sin duda. Eso puede que sea inevitable. Nos gusta imaginar que somos el pináculo de la evolución, pero yo lo dudo. De hecho me parece bastante evidente que, a largo plazo, los ordenadores, si seguimos desarrollándolos como especie, acabarán por adquirir conciencia y probablemente serán muy superiores a nosotros, por lo que la biología deberá de alguna manera adaptarse a ellos. Las películas siempre muestran a los ordenadores como los malos, pero no sé por qué debería ser el caso. Si adquieren conciencia no tendrían por qué ser peores que nosotros. Mi amigo Frank Wilczek siempre se pregunta si abordarían la física del mismo modo. Así que puede que desaparezcamos como especie simplemente por pasar a ser irrelevantes. Pero estoy de acuerdo con Werner y con Cormac, creo que no deberíamos deprimirnos porque el ser humano vaya a desaparecer, deberíamos estar encantados de estar aquí ahora mismo. No veo propósito alguno en el universo, pero eso no me deprime, simplemente significa que deberíamos aprovechar al máximo nuestro breve momento bajo el sol.

Werner Herzog: Nuestro lugar en el universo es éste de aquí. Es lo que tenemos y nada más. El resto es hostil. No podemos huir de nuestro planeta. Los demás planetas del sistema solar no son atrayentes. Y la siguiente estrella está a sólo cuatro años y medio luz, pero a nuestra velocidad máxima tardaríamos 110.000 años en llegar hasta allí. Cientos y cientos de generaciones que no sabrían ni adónde se dirigen. Durante el viaje habría incesto y locura y asesinatos. Y no podemos disolvernos en partículas de luz como en Star Trek y transportarnos a donde sea. Nuestro sitio es éste, éste es nuestro lugar, así que más nos vale cuidarlo. En ocasiones, por supuesto, uno se siente a disgusto. Es como lo que me pasó a mí trabajando en la selva: tras muchas penurias llegué a la conclusión de que, sí, muy a mi pesar, amo la selva.

Werner Herzog: «Amo la selva a mi pesar».

Cormac McCarthy: Si analizas los clásicos de la literatura, están construidos en torno a la idea de la tragedia. Uno no aprende demasiado de las cosas buenas que le van sucediendo. Pero la tragedia está en el centro de la experiencia humana y es a lo que tenemos que enfrentarnos, es lo que hace que la vida sea difícil y es de lo que queremos aprender, es aquello a lo que queremos saber cómo enfrentarnos, porque es inevitable, no hay nada que podamos hacer para prevenirlo. Así que, ¿cómo te enfrentas a ello? Y toda la literatura clásica habla de cosas que le suceden a individuos que habrían preferido no experimentarlas.

Locutor: Werner, tu nueva película, La cueva de los sueños olvidados, muestra el triunfo de la experiencia humana.

Werner Herzog: Sí que lo hace, porque hay que imaginar que hace 73.000 o 74.000 años se produjo una gigantesca explosión volcánica en Sumatra que casi aniquiló por completo a toda la raza humana. Se dio lo que llamamos el efecto «cuello de botella», todavía discutido entre científicos, pero al parecer el número de seres humanos quedó por debajo de los 10.000, se habla incluso de sólo 2.000. Empezaron a recuperarse y después vino, por supuesto, la edad de hielo. Hay que imaginarse hace 35.000 años casi toda Europa cubierta de hielo, los Alpes bajo 3.000 metros de hielo. Un mundo completamente distinto, habitado por rinocerontes peludos, mamuts, leones en el sur de Francia. Y de repente estas pinturas [las de Chauvet-Pont-d’arc] nos muestran que de ahí es de donde venimos. Que ahí empezó nuestro espíritu, nuestra naturaleza, nuestra alma de hombre moderno.

Cormac McCarthy: Para mí lo más interesante de las cuevas es la longevidad de esta escuela artística. Las más antiguas que conocemos son las de Chauvet y son de hace 32.000 años. Y si miramos las del periodo magdaleniense, que son de hace 11.000 años, han transcurrido 20.000 años y las pinturas son prácticamente iguales. El uso de la perspectiva, el estilo, sus constantes; para mostrar por ejemplo que la pierna de un animal no está delante sino detrás la desconectan del cuerpo. Todas estas cosas persistieron, y si miramos las pinturas de Chauvet son en realidad iguales, la misma escuela de pensamiento, la misma escuela artística, el mismo tipo de obra. Eso me resulta asombroso, que haya podido existir una escuela artística que se haya mantenido durante 20.000 años. Nunca he oído a nadie hablar sobre eso y estaría enormemente interesado en saber lo que piensan las personas que lo han estudiado. Evidentemente ahí hay una cultura. Los artefactos surgen de una cultura, tiene que haber una cultura antes. Y obviamente ahí hay una cultura muy fuerte y muy rica que se mantuvo durante miles y miles de años. De hecho, cuando llegamos al periodo de las primeras ciudades, como Çatal Höyük, lo primero que encontramos son pinturas de toros en las paredes. ¡Y no son tan buenas! El arte había entrado ya en declive (risas). La otra cosa de la que no parece hablarse mucho es que uno no entraba en la cueva y se ponía a pintar sin más. Había que aprender a hacerlo antes. De modo que evidentemente debían practicar antes, probablemente al aire libre. Porque cuando entraban en la cueva para pintar en la pared, mira tú, eran pintores bastante buenos. Nadie ha encontrado restos de una obra pintada por ineptos.

Pintura de un oso hallada en Chauvet.

Werner Herzog: Lo fascinante de las pinturas en la cueva de Chauvet es que parece como si todo un mundo hubiera sido articulado y casi inventado, los animales son realistas y a la vez parecen una invención, fruto de la fantasía. Y ahora quisiera hablar un poco de Cormac, porque lo mismo pasa en su obra, él también inventa paisajes enteros. Inventa los caballos, al describirlos de un modo que nunca habíamos oído con anterioridad. Cormac inventa todo un paisaje desconocido para nosotros, aunque ya pareciera existir en, pongamos, la obra de Faulkner y su profundo Sur, o en el modo en el que Conrad describe el Congo y la jungla y los misterios. Su literatura no carece de precedentes, tiene el mismo calibre que hemos visto en, por ejemplo, las dos últimas páginas de Moby Dick. Melville. Lo hemos visto en lo mejor de Faulkner, en lo mejor de mi escritor favorito del siglo XX, el autor de Tifón y El negro del Narciso, Joseph Conrad, cuyo lenguaje materno ni siquiera era el inglés. Y qué gran estilista. Pero durante décadas no habíamos visto literatura con un lenguaje y un estilo equiparable al tuyo. Punto.

Cormac McCarthy: Vaya, eres muy generoso. No sé. Esta mañana estaba pensando que debería releer Spotted Horses, el relato de Faulkner, porque se me ocurre que lo que tiene de absorbente ese relato es su pura exuberancia y exageración. Esos caballos locos y salvajes que han escapado del corral y corren campo a través, y uno de ellos cruza un puente y se encuentra con un carro que viene de frente y creo que Faulkner lo describe apartándose «y trepando a un árbol como una ardilla». (Risas) Bueno no parece demasiado factible, pero resulta francamente evocador.

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domingo 3 de enero de 2010

En la carretera

Viggo Mortensen y Kodi Smit-McPhee en La carretera, de John Hillcoat.

Tengo mono de Cormac McCarthy. En el último par de semanas se me han juntado tres conversaciones con tres amigos distintos acerca de tres de sus libros y, aunque debo decir que ninguno de ellos comparte mi entusiasmo por el escritor norteamericano, el mero hecho de hablar largo y tendido sobre los elementos que me fascinan de su obra consiguió que me entraran unas ganas enormes de leer algo nuevo suyo. Buscando información en Internet, encontré esta entrevista publicada por el Wall Street Journal a propósito del estreno en Estados Unidos de la adaptación de La carretera dirigida por John Hillcoat (el de la tremenda La propuesta) y protagonizada por Viggo Mortensen. En ella, McCarthy habla un poco por encima de la que será su próxima novela y, sobre todo, comenta varias cosas que me han parecido muy interesantes acerca de La carretera, de Meridiano de sangre y del propio hecho de escribir. He traducido unos cuantos fragmentos de la misma con la esperanza de acallar un poco mi impaciencia, pero no ha servido de nada. Menos mal que luego he recordado que aún tenía aquí en casa por leer The Gardener’s Son, un pequeño volumen de cien paginitas editado en 1997 por Ecco Press que recoge su guión para el telefilme homónimo de 1977, dirigido por Richard Pearce, protagonizado por Ned Beatty y Brad Dourif y galardonado en su día con dos Emmys.

La elegante portada de The Gardener’s Son, diseñada por Barbara Aronica.

Aunque nunca había tenido ocasión de ver la película, el guión me ha gustado bastante. No deja de ser una historia muy mínima y contenida, de celos, lucha de clases y venganza en un pequeño pueblo de Carolina del Sur dominado por un gigante de la industria textil, pero es puro McCarthy y los diálogos son una delicia. Creo además que su lectura resultaría sumamente educativa para aquellos que piensan que su obra es demasiado cinematográfica o que «se lee como un guión», ya que las diferencias respecto a su prosa son, como no podía ser de otra manera, notables. Cuando el autor de No es país para viejos se dedica en sus novelas a describir de manera parca y seca las acciones de sus personajes, no está cayendo en una simple enumeración de planos; no son instrucciones para los actores. Muy al contrario, dichas descripciones son un brillantísimo recurso destinado a crear un vacío psicológico que el lector se ve obligado a llenar. Uno puede intuir cómo son los personajes de McCarthy debido a lo minuciosamente que se nos describen sus actos, pero nunca podemos llegar a estar seguros de qué están pensando realmente. En el prólogo de The Gardener’s Son, Richard Pearce comenta muy acertadamente que los libros de McCarthy no siguen un camino novelístico tradicional, en el sentido de que por mucho que el narrador sea omnisciente, nunca llega a penetrar en la cabeza de los personajes, «siendo así capaz de asegurar la inescrutabilidad de sus sujetos, al mismo tiempo que los investiga en profundidad», lo cual obliga al lector a proyectar mucho de sí mismo en los personajes y a revaluar continuamente sus intenciones, la veracidad de sus sentimientos e incluso su catadura moral. Esto, que por otra parte todos nos vemos obligados a hacer a diario al tratar con los demás, no es un recurso habitual dentro de lo que por lo general solemos considerar la «gran literatura» tradicional, que más bien tiende a darnos ese acceso a las interioridades psicológicas y sentimentales de los otros que en la vida real nos está negado. Pero que Cormac McCarthy haya decidido prescindir de ese elemento no quiere decir que sea menos literario o más cinematográfico. Muy al contrario, es justamente esa barrera autoimpuesta la que en mi modesta opinión le convierte en un estilista y en un literato de primer orden. En cualquier caso, basta de disquisiciones. Al margen de que os guste más o menos la obra de McCarthy, espero que en cualquier caso os resulten de interés sus declaraciones. La entrevista viene firmada por John Jurgensen y si os quedáis con ganas de más, tenéis el resto aquí.

Cormac McCarthy. Foto: Derek Shapton.

WSJ: La primera vez que fue a visitar el decorado, ¿qué le pareció en comparación con cómo había visto La carretera en su cabeza?

CM: Supongo que mi idea de lo que estaba sucediendo en La carretera no incluía a un equipo de entre 60 y 80 personas y un montón de cámaras. Hace unos treinta años hice una película con el director Dick Pearce en Carolina del Norte y pensé: «Es un trabajo infernal. ¿Quién querría hacer algo así?». Yo, en vez de eso, me levanto, me tomo un café y me doy una vuelta y leo un rato, me siento, tecleo unas cuantas palabras y miro por la ventana.

WSJ: La carretera es una historia de amor entre un padre y un hijo, pero ellos nunca llegan a decirse «Te quiero».

CM: No. No me pareció que eso fuera a aportarle nada al libro. Pero muchos de los diálogos son transcripciones literales de conversaciones que he tenido con mi hijo John. A eso me refiero cuando digo que él es el coautor de la novela. Muchas de las cosas que dice el chico en el libro son frases dichas por John. Un día me preguntó: «Papá, ¿qué harías si me muriera?». Y le dije: «Yo también me querría morir». Y él dijo: «¿Para poder estar conmigo». «Sí, para poder estar contigo». Sencillamente una conversación entre hombres.

WSJ: Todos los hermosos caballos también fue adaptada al cine en una película protagonizada por Matt Damon y Penélope Cruz. ¿Quedó usted satisfecho con el resultado?

CM: Podría haber sido mejor. Todavía hoy podría remontarse y quedaría una película bastante decente. La intención del director era trasladar todo el libro a la pantalla y, en fin, eso es imposible. Lo que has de hacer es elegir qué historia quieres contar y trasladar a la pantalla únicamente eso. De modo que al final se encontró con que había hecho una película de cuatro horas y que para poder estrenarla tenía que quitarle dos.

WSJ: ¿Es el problema de la duración aplicable también a los libros? Un libro de 1.000 páginas, ¿es excesivo?

CM: Para los lectores modernos sí. Al parecer, hoy en día la gente sólo tiene paciencia para los libros de misterio. Si son de misterio, cuanto más largos sean, mejor, y la gente leerá lo que sea. Pero los libros indulgentes de 800 páginas que se escribían hace un siglo no van a seguir escribiéndose y la gente debe ir haciéndose a la idea. Si crees que vas a escribir algo como Los hermanos Karamazov o Moby-Dick, adelante. Nadie lo va a leer. Me da igual lo bueno que sea o lo listos que sean los lectores. Sus intenciones, sus cerebros, son diferentes.

Otro fotograma de La Carretera.

WSJ: ¿Cómo han afectado nociones como la vejez y la muerte a su trabajo? ¿Ha pasado a ser más urgente?

CM: Tu futuro es cada vez más corto y eres consciente de ello. De unos años a esta parte, no me apetece hacer ninguna otra cosa que no sea trabajar y estar con mi hijo John. Oigo a gente que se plantea tomarse unas vacaciones y pienso, ¿para qué? No tengo ningún deseo de viajar. Mi día perfecto consiste en estar sentado en un cuarto con unas hojas en blanco. Es como estar en el cielo. Es oro puro, y cualquier otra cosa es una pérdida de tiempo.

WSJ: ¿Y cómo afecta esa escasez de tiempo a su trabajo? ¿Ha hecho que quiera escribir más piezas breves o recapitularlo todo con una gran obra que resuma toda su carrera?

CM: No tengo ningún interés en escribir historias cortas. Es difícil que cualquier cosa que no ocupe años de tu vida y te deje al borde del suicidio pueda merecer la pena.

WSJ: Novelas como Meridiano de sangre tuvieron un largo e intensivo proceso de documentación histórica. ¿Qué tipo de documentación buscó para escribir La carretera?

CM: No sé. Me limité a hablar con la gente acerca de cómo serían las cosas en caso de varias situaciones catastróficas. Pero no me documenté demasiado. Suelo hablar por teléfono con mi hermano Dennis, y bastante a menudo nos ponemos a teorizar acerca de todo tipo de espantosas maneras en las que podría acabar el mundo, y siempre acabamos riendo a carcajadas. Cualquiera que nos oyera diría: «¿Por qué no te limitas a meterte en la bañera y a cortarte las venas?». Hablamos de que si sobreviviera un pequeño porcentaje de población, ¿qué harían? Probablemente se dividirían en pequeñas tribus, y cuando todo lo demás se acaba lo único que queda es comerse los unos a los otros. Sabemos que históricamente es cierto.

WSJ Su escritura es una forma de poesía. Pero gran parte de lo que lee y estudia es técnico y está basado en la realidad. ¿Existe alguna línea divisoria entre el arte y la ciencia, y dónde empiezan a confundirse?

CM: No hay duda de que en las matemáticas y la ciencia hay una estética. Fue una de las razones por las que Paul Dirac tuvo problemas. Fue uno de los grandes físicos del siglo XX. Pero creía sinceramente, al igual que otros físicos, que de tener que elegir entre algo lógico y algo hermoso, la opción más estética tenía más visos de ser la correcta. Cuando Richard Feynman presentó su versión actualizada de la electrodinámica cuántica, a Dirac no le pareció que fuera cierta porque era fea. Era desordenada. No tenía la claridad y la elegancia que él asociaba con las grandes matemáticas o las teorías físicas. Pero estaba equivocado. No existe una única fórmula.

Cormac McCarthy. Foto: Eric Ogden.

WSJ: ¿Considera usted que intenta tratar las mismas grandes cuestiones en todas sus obras, sólo que de diferente manera?

CM: El trabajo creativo se ve a menudo impulsado por el dolor. Puede pasar que si no tienes algo metido continuamente en la cabeza volviéndote loco, no tengas nada. No es un buen sistema. Si fuera Dios, lo habría organizado de otra manera. Las cosas sobre las que he escrito han dejado de tener interés para mí, aunque ciertamente lo tenían antes de que escribiera sobre ellas. Hay algo en el acto de escribir que aplana las ideas. Las agota. Siempre le digo a la gente que no he leído ninguno de mis libros, y es cierto. Se creen que les tomo el pelo. […] No sé qué parte de nuestra cultura va a sobrevivir, ni si sobreviviremos. Fíjese en las obras de teatro griegas, son muy buenas. Y sólo hay un puñado. ¿Cómo de buenas serían si hubiera 2.500? Pero ese es el futuro que nos espera. Millones de ejemplos de cualquier cosa que se le ocurra. El mero hecho de que exista un número tan abrumador de obras bastará para devaluarlas. Me da igual si hablamos de arte, literatura, poesía, teatro o lo que sea. Quiero decir, que si tuviéramos miles de obras de teatro griegas, ¿serían igual de buenas? No lo creo.

WSJ: ¿Qué puede contarme sobre la nueva novela que está escribiendo, en términos de historia o ambientación?

CM: No se me da muy bien hablar sobre estas cosas. Está ambientada principalmente en Nueva Orleans en torno a 1980. Es la historia de un hermano y una hermana. Cuando comienza la novela, ella ya se ha suicidado, y el libro va de cómo se enfrenta él a este hecho. Ella es una chica interesante.

WSJ: Algunos críticos se han centrado en lo raro que es que profundice usted en los personajes femeninos.

CM: Este libro es largo y habla sobre todo de una mujer joven. Hay varias secuencias interesantes repartidas a lo largo del libro que tratan del pasado. El libro empieza siete años después de que ella se haya suicidado. Llevaba cincuenta años pensando en escribir sobre una mujer. Nunca seré lo suficientemente competente como para conseguirlo, pero en algún momento había que intentarlo.

McCarthy con los hermanos Coen. Foto: Eric Ogden.

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