Instrumentos de mistificación y engaño
Si hace unas semanas comentábamos por aquí no tanto la vigencia literaria de Anna Karénina (que esa se da por descontado) como la naturaleza atemporal de algunas de sus observaciones de índole política y social, hoy quiero reproducir un par de fragmentos escritos por otro ruso ilustre que me han llamado la atención precisamente por lo mismo. Los extractos pertenecen a Mis peripecias en España, un librito de memorias escrito por Lev Trotski y traducido al castellano por Andrés Nin, recuperado en una reciente y coqueta reedición por Reino de Cordelia, y demuestran una vez más que, en gran medida, todo cambia para seguir igual y que de aquellos polvos estos lodos.
El primer fragmento recoge la conversación de Trotski con un joven gaditano que se declara, ante todo, escéptico, y que resume su visión de la España de 1916 de la siguiente manera:
«España se ha quedado atrás en todo. Estamos en completa decadencia. Hemos dominado el mundo. Ahora somos un Estado de tercer orden. No hay industria. Ignorancia horrible. Nuestros estudiantes no aprenden. Nadie hace nada. Si los ayuntamientos gastan algún dinero, lo emplean en plazas de toros; pero no en puertos y escuelas. En Andalucía hay un 90 por 100 de analfabetos. Tenemos un proverbio que dice: «Pasar más hambre que un maestro de escuela». […] Lo peor de todo es que no tenemos fe en nuestra propia salvación. No creemos en idea alguna. Nosotros, los españoles, somos escépticos. Todos los partidos, uno a uno, nos han engañado. Dinero. No hay ideas: todo se hace por el dinero. Toda nuestra política está basada en esto. ¿Las elecciones? A base de pesetas. ¿La prensa? En nuestro país nadie cree en la prensa. Hay buenos periodistas, que saben: pero los honrados, los que creen, esos no cuentan para nada. Todo el mundo se halla convencido de que la prensa, como la política, está basada en esto (movimiento de dedos como para contar dinero). El trabajo científico se lleva a cabo de cualquier manera. Los estudiantes declaran huelgas todos los años, por fútiles motivos, con el objeto de acelerar la temporada de vacaciones. La reivindicación más importante es la relacionada con el cambio de las obras de texto. La lucha en torno a esta cuestión caracteriza mucho el estado de nuestras universidades. Un catedrático neófito prepara inmediatamente «sus» libros de texto; es decir, de diez muy malos, prepara un undécimo completamente inservible, cuya adquisición es obligatoria para los estudiantes. Ninguno de los profesores se preocupa de que su obra sea de utilidad a todo el país. Trátase, simplemente, de un impuesto sobre la ciencia y el saber. ¿Quién es nuestro héroe nacional? Juan Belmonte, un torero».
La charla del gaditano, unida a unas cuantas lecturas de volúmenes de historia consultados en la biblioteca para matar el tiempo mientras espera a ser expulsado del país, conduce a Trotski a la siguiente reflexión: «En suma, el embuste y la maldad de los gobernantes presentan rasgos bastante uniformes. Aunque solamente considerásemos el papel de Inglaterra en la guerra de sucesión o el de la Monarquía española —y de la burguesía liberal también— en la lucha contra Napoleón, diríase que teníamos ejemplos clásicos que deberían enseñar a los pueblos a no dejarse guiar por una credulidad ingenua. A pesar de que estos latrocinios, engaños, violaciones y traiciones están gastados de puro usados y han sido puestos al descubierto, se repiten, sin embargo, cada vez en mayores proporciones. Los pueblos sacan muy pocas enseñanzas de la Historia, por el simple hecho de que la ignoran. Llega a ellos —si, en general, llega— en forma de leyendas escolares, que desfiguran los hechos, fiestas religiosas y nacionales y embustes de la prensa oficial. Los hechos históricos que deberían ilustrar a los pueblos se convierten en instrumento de mistificación y engaño. Mientras tanto, la Historia se va haciendo empíricamente. Al contrario de lo que ocurre con la técnica, en este terreno no existe una fuerte acumulación de experiencias. […] Estos quince años de historia política de España —1809-1823— están llenos de enseñanzas. Mas los pueblos, y especialmente España, aprenden muy lentamente y necesitan que el pasado se repita de tiempo en tiempo. En cualquier caso, todo el pasado palidece ante el presente».