Cultura Impopular

El blog de Espop Ediciones

jueves 27 de noviembre de 2014

El tipo que lo entendió todo

Philip K. Dick.

El año pasado por estas fechas, Rafa Rodríguez, de la revista cultural Verlanga, me escribió para proponerme participar en un artículo en el que se les solicitaba a diversos editores que recomendasen un libro publicado por otra editorial que no fuera la suya. Mi elección fue Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos, una biografía de Philip K. Dick escrita por Emmanuel Carrère y publicada en nuestro país por Minotauro en 2002. El motivo principal, tal como explicaba en el artículo, fue que «me despertó el gusto por un tipo de biografía menos tradicional; uno que no se centrara exclusivamente en la obra y milagros del artista de turno, sino que prestara particular atención a su relación con la cultura y la sociedad de su momento, así como a nuestra propia relación, la de los lectores, con la cultura y la sociedad de nuestro tiempo a través de la obra del individuo en cuestión. La mera existencia de este libro ejerció sobre mí una influencia decisiva a la hora de animarme a montar Es Pop, ya que uno de los motivos para ello fue precisamente dar a conocer más biografías y ensayos similares que, más allá del interés particular de la persona o el tema al que estén dedicados, contribuyan a arrojar cierta luz sobre cómo nos afecta a nivel personal y como sociedad la cultura popular y los modos en los que establecemos una relación con aquellos que la crean».

Hace unos meses di por casualidad con una excelente entrevista con Carrère aparecida el año pasado en la revista The Paris Review, en la que hablaba precisamente sobre su biografía de Dick y los motivos que le llevaron a escribirla. Traduzco a continuación un par de fragmentos de la misma. Si os parece interesante, no dejéis de hincarle el diente al libro. Merece la pena.

CARRÈRE: [Escribir la novela] Hors d’atteinte? me dejó tan agotado que me pasé el siguiente par de años completamente bloqueado. Me ganaba la vida escribiendo guiones. Llegado cierto punto, mi agente, François Samuelson, me dijo: «¿Sabes? El último recurso contra el bloqueo del escritor es la biografía». Así que me puse a pensar en ello y de inmediato me vino Dick a la cabeza. También sucedió otra cosa, y fue que en la primavera de 1990 fui a Rumanía justo tras la caída de Ceaucescu para hacer un reportaje. Y Rumanía tras la caída de Ceaucescu era uno de los lugares más aterradores en los que he estado jamás. Era The Twilight Zone. Todo parecía peligroso y traicionero. Recuerdo que una noche en Bucarest el gobierno que sucedió a Ceaucescu llevó a la ciudad a veinte mil mineros para que apalearan a la multitud con palancas. Una violencia inimaginable. Me había hecho colega de un periodista estadounidense que recibió una paliza de muerte. Estábamos bebiendo en el bar cuando nos dimos cuenta de que ambos éramos fans de Dick y que, sumidos en el aterrador caos de Rumanía, continuamente estábamos pensando en sus novelas, como si fueran la única clave posible para poder llegar a entender aquel mundo incomprensible. De modo que regresé convencido de que lo que tenía que hacer era escribir una biografía de Dick. […] Al final, escribir la biografía fue una solución excelente. Fue como construir un avión a partir de un montón de piezas. Disfruté mucho con aquel juego de mecano. Y me gustaba imaginarme a Dick mirando por encima de mi hombro. En muchos aspectos, Dick era un tío insufrible, pero durante los dos años que dediqué a escribir la historia de su vida, nunca dejé de sentir afecto, incluso ternura, hacia él. Hacíamos buena pareja.

TPR: ¿Qué fue lo que te atrajo de Dick?

CARRÈRE: Para mí, es el Dostoievski del siglo XX, el tipo que lo entendió todo. Francamente, me impresiona su vigencia póstuma, no sólo todas las películas basadas en sus libros, sino todas las películas que no lo están, como Matrix, El show de Truman y Origen, que tratan del modo en el que la realidad desaparece detrás de su representación. Solía irritarme que toda esa gente no reconociera su deuda con Dick, pero en última instancia me parece estupendo. Lo que hace veinte años llamábamos el mundo de Philip K. Dick ahora es simplemente el mundo. Ya no necesitamos seguir citándole. Ha ganado.

TPR: ¿Dedicaste mucho tiempo a la documentación?

CARRÈRE: Para ser sincero, no. Me releí todos sus libros en orden. Leí una excelente biografía previa, escrita por Lawrence Sutin. Basándome en ella, preparé una lista de acontecimientos: cuándo se casó, cuándo se mudó, etcétera. Después tiré la biografía a la basura, para evitar la tentación de volver a ella. Después cotejé los acontecimientos de su vida con sus novelas, convencido de que sus historias, que parecen surgir de una imaginación desbocada, eran en realidad una forma de autobiografía. Y la cosa encajó bastante bien. Llegué hasta el extremo de utilizar un conversación entre dos robots en una de sus novelas como un diálogo entre Dick y una de sus esposas. El resultado es una especie de viaje por su cerebro. Al lector anglosajón, acostumbrado a las biografías con muchos datos, debe de resultarle muy extraño, pero es un libro por el que siento mucho cariño. Puede que su defecto sea un exceso de información que lo haga agotador para el lector. Creo que uno debe ser exigente con sus lectores, pero al mismo tiempo debes cuidar de ellos.

TPR: Lo cierto es que tienes un modo muy coloquial y natural de escribir. ¿Editas mucho?

CARRÈRE: Un montón. Lo que busco siempre es un equilibrio entre un tono natural, íntimo, coloquial, como bien has dicho, y el máximo de tensión posible, de modo que pueda mantener atrapado al lector. Las frases han de tener corriente eléctrica. Tiene que haber tirantez y a la vez flexibilidad, velocidad y pausa, como en las artes marciales. Has de simplificar las frases todo lo posible, al tiempo que haces que asuman una temática cada vez más compleja. Me gusta eso que dice Hemingway: como todo el mundo, me sé unas cuantas palabras complicadas, pero me esfuerzo al máximo por no utilizarlas.

EntrevistasLibros , Sin comentarios

sábado 31 de diciembre de 2011

6 + 4 = 11

Una vez más no se me ha ocurrido mejor manera de despedir el año que reunir en una sola entrada mis libros favoritos de estos últimos doce meses. La idea era escribir diez críticas más o menos elaboradas con las que compensar a mi burda manera la clamorosa ausencia de la mayoría de estos títulos en los previsibles resúmenes anuales de los suplementos y revistas del ramo. Como apropiado colofón a un año lleno de proyectos truncados o demorados por falta de tiempo, ganas o capacidad para llevarlos a buen puerto, resulta que al final sólo he sido capaz de completar seis reseñas y cuatro apuntes esquemáticos con los que resumir literariamente este 2011 que hoy acaba. Evidentemente no he incluido en la lista ni Reina del crimen ni Fargo Rock City ni ningún otro título editado por nosotros porque aparte de que resultaría presuntuoso asumo que ya los tenéis. Si no es así, todo lo dicho a continuación queda en suspenso hasta que hayáis pasado por caja, que como bien sabéis no está el horno para bollos. Gracias un año más por vuestro apoyo, vuestros comentarios y en general por seguir ahí. ¡Feliz 2012!

Los amigos de Eddie Coyle
George V. Higgins
Libros del Asteroide
Se publicó en 1970 y Noguer la editó entre nosotros tres años más tarde con el desagradable título de El chivato, coincidiendo con el estreno de la extraordinaria adaptación fílmica de Peter Yates, protagonizada por Robert Mitchum, Richard Jordan y Peter Boyle. Desde entonces había permanecido imperdonablemente ausente de nuestro mercado y tiene, sin lugar a dudas, mi voto para reedición del año. Es un relato breve, conciso, puro magro; un claro punto y aparte en la tradición de la novela negra más naturalista que abrió el camino a una nueva tendencia centrada no en el delito de turno sino en la descripción de todo un estamento social que abarca a policías y criminales por igual, no tanto como fuerzas enfrentadas, ni siquiera como las dos caras de la misma moneda, sino como miembros de una gran familia que operan en paralelo y al mismo nivel. Construida en torno a un reparto coral de profesionales del mundillo criminal de Boston (más que profesionales habría que decir «curritos», para no dar una falsa imagen de glamour, de la que carecen por completo), Los amigos de Eddie Coyle compone un retrato de ambiente vívido, creíble y humano, narrado mediante un estilo que se diría tallado en mármol: preciso, cortante. Decía Donald Westlake que toda ficción comienza por el tipo de lenguaje que se pretende utilizar, y el de Higgins, basado principalmente en los diálogos y la acción, es básicamente el de sus personajes. No se aprecia una distancia ni una separación entre lo que va aconteciendo y la manera de narrarlo; la inmersión del lector en el ambiente es completa. Existe una edición americana con un excelente prólogo en el que Elmore Leonard describe el impacto que le produjo en su día la lectura de la novela y cómo le llevó a dar un giro completo, tanto estilístico como temático, a su carrera. Aunque el de Dennis Lehane que antecede la edición de Libros del Asteroide es menos interesante, supongo que ambos dan buena muestra de lo alargada que sigue siendo la sombra de Higgins y la de esta novela en particular.
Más sobre Los amigos de Eddie Coyle en esta reseña de Adrián Sánchez.

Dr. Glas
Hjalmar Söderberg
Alfabia
Otra recuperación, en este caso la de una extraordinaria (y no menos concisa) novela sueca que, al amparo de su brevedad y aparente laconismo, golpea con la potencia y la precisión de un púgil en estado de gracia. La traducción, del malogrado Gabriel Ferrater, es la misma utilizada por Seix Barral en su olvidada edición de 1968 y está realizada a partir del inglés en vez del original, algo que en principio suele producirme rechazo, si bien hay que reconocer que, salvo por un par de anacrónicas excepciones, fluye con gran frescura. Si el tópico a la hora de referirse a Dr. Glas es que resulta una novela sumamente moderna, también hay que decir que, desde luego, está plenamente fundado. En mi caso, desconociéndolo prácticamente todo acerca de Söderberg, salvo que había fallecido en los años cuarenta, me pasé más de medio libro convencido de que no podía tratarse sino de una de sus últimas obras. ¡Cual no fue mi sorpresa al averiguar que había sido escrita en 1905! Sin embargo, su vigencia y capacidad de sorpresa no descansan únicamente en los elementos que más suelen llamar la atención de los reseñistas: el carácter contemporizador del narrador, sus puntos de vista críticamente pragmáticos acerca de temas como el aborto, la eutanasia y el crimen, su soterrada repulsa de las convenciones… elementos que, en fin, no sé si realmente hacen moderno a Söderberg o más bien ponen de manifiesto lo antiguos que seguimos siendo nosotros. El caso es que también hace gala de unos mecanismos sumamente contemporáneos en el modo de narrar; tan contemporáneos, de hecho, que lo primero que me vino a la cabeza nada más comenzar a leer fue el Wilson de Daniel Clowes. No, en serio. Al igual que la celebrada novela gráfica del de Chicago, Dr. Glas nos presenta una narración fragmentada y episódica, creada en este caso a partir de anotaciones dispersas en un diario, mediante las que el protagonista y narrador, el doctor Tyko Gabriel Glas, treintañero virgen, sin amigos e inadaptado, aprovecha para ventilar sus neuras y manías con cierta distancia no exenta de humor y patetismo. Lo bueno de poder leerse la novela en una o dos sentadas es que, rápidamente, de entre los fragmentos, algunos de ellos verdaderas perlas en sí mismos, comienza a surgir un retrato perfectamente cincelado tanto de Glas como de su entorno, así como un hilo conductor tierno y triste, centrado en las penas amorosas de una joven paciente casada con un clérigo rijoso, que poco a poco va apoderándose de la obra hasta conducirla a su demoledor desenlace. (Demoledor, dicho sea de paso, siempre y cuando se salte uno el inoportuno y delator prólogo). Una novela que induce a múltiples relecturas.
Más sobre Dr. Glas en esta reseña de Robert Saladrigas.

El salario del miedo
Georges Arnaud
Editorial Contraseña
Contraseña se está convirtiendo rápidamente, junto a Sajalín, en mi nueva editorial favorita. Gran parte del motivo salta a la vista: su impecable diseño de cubiertas, que se sirve con acierto de una maqueta clasicista pero elegante mediante la que potenciar el trabajo de una acertada selección de ilustradores contemporáneos. La otra razón es, evidentemente, su selección de autores, una apropiada mezcolanza de clásicos y semiclásicos venidos de todos los rincones del globo, desde la norteamericana Edith Wharton al japonés Ogai Mori, pasando por otros como el checo Vladislav Vančura, el ucraniano Vsévolod Garshin o éste que aquí nos ocupa: el francés Georges Arnaud, autor de la que probablemente sea la novela más cruda y desesperanzada que se haya publicado este año. A nadie que haya visto la estupenda adaptación cinematográfica realizada por Henri-Georges Clouzot en 1953 le extrañará saber que el libro de Arnaud es completamente inmisericorde a la hora de describir la podredumbre moral y la desazón existencial de sus protagonistas, una recua de expatriados europeos varados en un pueblucho sudamericano situado junto a una explotación petrolera estadounidense. Pero por muy preparado que esté uno, cuesta no sorprenderse ante la desnuda brutalidad del relato, ante la descarnada amoralidad de sus personajes, ante la meridiana desolación de su entorno. Veo mucho de Céline tanto en la figura como en la prosa de Arnaud, y El salario del miedo es también, en gran medida, un viaje al fin de la noche, sólo que la propia naturaleza de la trama, el hecho de que toda la novela gire en torno a un trabajo poco menos que suicida (transportar dos camiones cargados de nitroglicerina con la que apagar un incendio en un pozo), aceptado únicamente porque promete la posibilidad de dejar atrás una existencia miasmática, hace que todo sea mucho más urgente y feroz, acelerado, al grano. Decía Vázquez Montalbán a propósito de El salario del miedo que «es una obra maestra, como lo es El tercer hombre, de Graham Greene, y traigo a colación esta obra del escritor inglés porque, como la de Arnaud, plantea la cuestión de qué es mayor y menor en Literatura». Ya sabéis que aquí en Cultura Impopular dicha cuestión nos la pela soberanamente; la literatura es buena o mala, nunca mayor o menor. Pero valga el comentario de Montalbán como constatación para aquellos que todavía viven preocupados por el tamaño (metafórico) de sus libros: lo de Arnaud es puro caviar. Teñido de hiel, pero caviar al fin y al cabo.

Mía es la venganza
Friedrich Torber
Sajalín
Por segundo año consecutivo, Sajalín encabeza mi ranking de nuevas editoriales merced a una selección de autores que difícilmente podría estar más en consonancia con mis gustos personales. Por supuesto, también influye el hecho de que hasta ahora no les haya leído ni un solo título flojo. Debo reconocer que, a pesar de todo, me aproximé con cierta cautela a este librito del austriaco Friedrich Torber, compuesto por dos relatos que, sumados, ni siquiera llegan a las 120 páginas; máxime cuando uno de ellos resulta estar ambientado en un campo de concentración nazi. Empieza uno a estar un poco cansado de que se la quieran dar con queso amparándose en la fórmula escritor centroeuropeo más tema trascendente. ¡No es el caso! Publicado originalmente en 1943 (antes, por tanto, de que hubiera acabado la guerra y el verdadero alcance del horror de los campos de exterminio hubiese sido revelado), Mía es la venganza puede leerse en la actualidad como, alternativamente, prolegómeno o epílogo a toda la narrativa del holocausto, además de como una lúcida exploración de las raíces metafísicas del mismo. Una exploración que en un principio sorprende por su profundo calado y por una clarividencia que podría llevarle a uno a presuponer una distancia mucho mayor respecto a los hechos narrados. Pero quizá, precisamente, una obra como ésta, tan depurada y reducida a la esencia, que prescinde en gran medida de la descripción física de la violencia, que renuncia a la numerología del exterminio para concentrar su reflexión en una doble pregunta que podríamos resumir groseramente en «¿por qué nos matáis y por qué lo permitimos?», sólo podría haberse escrito entonces, antes de que el hecho mismo del holocausto quedase grabado de tal manera en la conciencia colectiva que cualquier escritor se sentiría previsiblemente abrumado e incapacitado para pretender abarcar tal espanto en poco más de sesenta páginas, despojadas en su mayor medida de todos aquellos elementos que la cultura popular ha asociado indeleblemente al holocausto en nuestro cerebro. Torber usa como título de su relato una cita bíblica extraída de Romanos 12:19 («No os venguéis vosotros mismos… pues Mía es la venganza»), la cual encapsula el dilema esencial de sus personajes: ¿es realmente lícita la venganza? ¿Va la resistencia violenta ante el verdugo en contra de los designios de Dios? Y por extensión: ¿acaso disponemos de otros tipos de venganza o retribución? ¿Puede ser la literatura, la cultura, la transmisión de lo acaecido, uno de ellos? Preguntas todas ellas para las que, quizá, el lector contemporáneo creerá tener respuestas claras y definitivas de antemano. Uno de los mayores milagros de la prosa de Torber es que su absorbente narración sea capaz de conseguir que dichos dilemas vuelvan a resonar en nuestra cabeza no sólo durante la lectura de la misma sino mucho, mucho después.
Más sobre Mía es la venganza en esta reseña de Rafael Díaz Santander.

Libertad
Jonathan Franzen
Salamandra
Resulta completamente lógico que la ineludible presencia de esta novela en prácticamente todas las listas de «lo mejor del año» plantee de inmediato la siguiente cuestión: ¿De verdad es para tanto? Particularmente si dichas listas (1) aparecen encabezadas por ñordos como Solar (¡y lo digo como fan acérrimo de McEwan, convencido de que nunca iba a escribir un libro peor que Sábado!), (2) incluyen un tocho del director del periódico para el que trabajas como segunda mejor obra de no ficción del año, y (3) parecen hechas por un robot: me pones un nóbel, un par de autores de la casa, la última novela de un veterano nacional incontestable y un par de fenómenos mediáticos. Este último, el de fenómeno, es precisamente el papel que está jugando la novela de Franzen, vendida ya, desde la misma faja que abraza su portada, como un «evento». Y sinceramente sospecho que si Libertad ha acabado colándose en prácticamente todas las listas de los suplementos culturales ha sido más por ese aura de «incontestabilidad» que por sus méritos como obra de arte. Y es una verdadera lástima. Porque tenerlos los tiene. A raudales. ¿Es mejor que Las correcciones, la anterior y celebradísima novela de Franzen? Para mi gusto sí, sin duda. Abajo he enlazado una crítica muy bien razonada que, además de esbozar perfectamente la trama del libro, afirma lo contrario y curiosamente aduce para ello los mismos motivos que esgrimiría yo para argumentar mi defensa. «No construye un lenguaje alternativo ni propone novedades a nivel de inteligibilidad», dice su autor, y desde luego tiene toda la razón. Pero es precisamente ese alejamiento de la herencia de Pynchon y DeLillo, ese abandono parcial del juego continuo y un tanto exhibicionista con el lenguaje que para mi gusto lastraba y alambicaba en exceso Las correcciones, el que hace que Libertad suponga un nuevo peldaño en la trayectoria de Franzen. Por momentos casi se diría que el norteamericano ha renunciado por completo al posmodernismo y se ha vuelto dickensiano, que está recreando la novela del XIX en un entorno contemporáneo, pero no sería del todo cierto. Libertad sigue haciendo gala de los característicos juegos formales, idiomáticos y metaliterarios de su autor, simplemente da la impresión de que esta vez no ha sentido la necesidad de ser brillante en todas y cada una de las páginas. Con ello ha conseguido no sólo que la narración fluya muchísimo mejor sino también que las perlas estilísticas ganen lustre e intensidad. Personalmente, si algo me interesa de Franzen no es tanto su ingenio y sus habilidades de malabarista de la sintaxis como su talento narrativo. Entiendo perfectamente que haya lectores a los que les parezca un autor irritante que escribe sobre personajes odiosos. A mí también me irrita. Me irritaron las primeras páginas de Las correcciones y me han irritado las de Libertad. Y sin embargo, por debajo de ambas novelas, discurre un pálpito genuino y emocional que por momentos va más allá de la simple verosimilitud. Y si uno se deja llevar por ese pálpito, si se deja conducir por la trama, poco a poco se irá dando cuenta de que realmente está sintiendo y padeciendo con y por esos mismos personajes que en un primer momento le parecieron completamente ajenos cuando no repelentes. Y eso, en cierto modo, no deja de ser extraordinario.
Más sobre Libertad en esta reseña de Hugo Fontana.

De vidas ajenas
Emmanuel Carrère
Anagrama
Aunque su anterior Una novela rusa me decepcionó un poco, sigo teniéndole mucho respeto a Emmanuel Carrère. No sólo escribió esa barbaridad que es El adversario sino que también es autor de Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos, una excelente biografía de Philip K. Dick que fue uno de los motivos de que me animase a crear Es Pop (decidí que ese era precisamente el tipo de libro que me apetecía editar). Tenía, por tanto, que darle una oportunidad a este Vidas ajenas, por mucho que el texto de contraportada me predispusiese en contra. Francamente, no tenía demasiadas ganas de leer un libro sobre «dos de los acontecimientos que más temo en la vida: la muerte de un hijo para sus padres y la muerte de una mujer joven para sus hijos y su marido». Sin embargo, la extraña capacidad de Carrère para parecer simultáneamente ensimismado y, a pesar de todo, extremadamente empático con aquellos sobre los que escribe le permite esquivar con éxito lo que en manos de un autor menos habilidoso podría haber acabado siendo un insalvable campo de minas. Los sucesos narrados en Vidas ajenas son ciertamente dramáticos y, por momentos, francamente espantosos, pero Carrère es perfectamente consciente de que, aunque pueda compartir el espanto, el drama propiamente dicho no le pertenece, no es suyo. Existe, pues, cierta distancia de observador y una voluntad evidente de esquivar el melodrama, la literatura fácil. Dicha distancia, en cualquier caso, no es clínica ni aséptica, sino simplemente respetuosa a partir de un reconocimiento tácito: el de nuestra incapacidad para aprehender en su totalidad el dolor que no hemos experimentado, por mucho que lo compartamos. Habrá lectores que consideren el continuo yoísmo de Carrère enervante. En mi caso debo decir que es precisamente su negativa a esconderse, a pasar desapercibido, la que hace que lo narrado me resulte digerible y paradójicamente cercano, pues si algún punto de vista puede servirme de asidero a la hora de abordar el libro no es, afortunadamente, el de los padres que han perdido a su hija en una catástrofe natural ni el de las niñas que han perdido a su madre por culpa del cáncer, sino el suyo, el del observador del dolor ajeno (en este sentido Carrère está adoptando básicamente un punto de vista voyerístico, más cercano al de su futuro lector que al de sus protagonistas). Las primeras 60 páginas de Vidas ajenas, en las que se describen los efectos del tsunami de 2004, son en este sentido modélicas. Posteriormente el libro pierde un poco de fuelle con la introducción de Étienne, un juez cojo cuya inclusión en la historia parece en un principio un poco forzada por la voluntad de crear cierto juego de espejos, esta vez sí, demasiado premeditadamente literario para un volumen que juega esencialmente la baza de la no ficción. Afortunadamente, a la larga su presencia acaba demostrando estar plenamente justificada y brinda, además, uno de los pasajes más fascinantes e instructivos del libro: el dedicado a su lucha contra los abusos de las entidades de crédito. En última instancia, el tramo final de Vidas ajenas acaba siendo tan inevitablemente desolador, tan emotivo dentro de su contención, que termina uno con la sensación de que abordar estas dos historias de muerte con la brutal franqueza con la que lo hace aquí Carrère es, en realidad, la mejor celebración posible del hecho de vivir. Porque si algo transmite la lectura de Vidas ajenas es precisamente eso: ganas de salir ahí afuera a vivir.

Sábado por la noche y domingo por la mañana
Alan Sillitoe
Impedimenta
Primera obra de uno de los autores clave de la literatura británica de la segunda mitad del siglo XX, firmante también de otra novela decisiva: La soledad del corredor de fondo. Crónica social a través de lo personal, narra con suma agudeza y envidiable economía de medios la existencia monótona y más bien vacía de Arthur, un joven de 22 años con empleo en una fábrica y dos únicos objetivos en la vida: salir todos los sábados y a ser posible acabar siempre la velada en compañía femenina. Es de 1958, pero sigue resonando con la misma relevancia que entonces. Y nunca volverás a contemplar una botella de ginebra junto a la bañera de la misma manera.

Mata a tus ídolos
Luc Sante
Libros del K.O.
Una de las noticias más estimulantes de este último año para nosotros ha sido el lanzamiento de esta nueva editorial que nace con el objetivo de «recuperar el libro como formato periodístico». De entre sus tres primeros títulos éste probablemente sea el menos sorprendente (o al menos parece, a priori, una opción menos arriesgada que, por ejemplo, El monstruo, memorias de un interrogador) pero también resulta ser el más jugoso. Como todas las recopilaciones de artículos, el disfrute de cada uno de los textos depende hasta cierto punto del interés que pueda sentir el lector por el tema a tratar, pero como en este caso prima con diferencia lo cultural y contracultural (Hergé, Terry Southern, Walker Evans, Dylan, Mapplethorpe, etc.) el lector habitual de Es Pop debería encontrar puntos de referencia de sobra como para exprimir debidamente la certera prosa de Sante. Adelanto en PDF.

Cuentos completos de terror, locura y muerte
Guy de Maupassant
Valdemar
Impresionante compendio de casi mil páginas en el que Mauro Armiño ha reunido todos los cuentos de «terror, locura y muerte» de uno de los grandes e indiscutibles maestros de la narrativa breve. Cualquier recopilación que incluya «El Horla» ya merece sobradamente la pena. Ésta reúne, además, otro centenar de relatos angustiosos, turbios, crueles, pero también ácidos y divertidos. Para tener al lado de la cama.

Mucha muerte
Max Aub
Cuadernos del Vigía
Elegante y vistosísima reedición (¡en bitono!) de los Crímenes ejemplares de Max Aub, complementados por nuevas piezas de corte similar rescatadas del olvido y recuperadas por primera vez en libro. La prosa de Aub es una delicia, su ingenio inagotable y su sentido del humor deliciosamente macabro. La maqueta se integra a las mil maravillas con el texto, poniendo de relieve su naturaleza eminentemente juguetona en uno de los libros mejor diseñados del año. Imprescindible.

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Este es mi papel, por fin lo encontré: no hay nada escrito. No hay nada escrito.
«Emparedado». Extremoduro
Popsy