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El blog de Espop Ediciones

lunes 16 de julio de 2012

El mundo sumergido de Martin y Jim

James Graham Ballard

Los habituales de esta casa ya conocen nuestra predilección por la obra de J. G. Ballard. Precisamente este año se cumple el cincuenta aniversario de la publicación de su segunda novela, El mundo sumergido (citada a menudo como la primera, teniendo en cuenta que el propio Ballard había repudiado su anterior y primer trabajo, la bisoña El viento de la nada). Para celebrarlo, la editorial Liveright Books ha publicado una edición conmemorativa con prólogo de Martin Amis, recuperado (o refrito) el pasado viernes por The Guardian. Podéis leerlo en su web. Como de costumbre, dejo aquí un par de párrafos a modo de aperitivo.

Martin Amis

¿Es la clarividencia una virtud literaria? ¿Y debería ser la obra de J. G. Ballard particularmente valorada (tal como mantienen algunos críticos) por la «increíble» exactitud de sus predicciones? La respuesta a ambas preguntas, sugiero yo, es un alegre no. […] En cualquier caso, hay ciertos escritores cuyo poder visionario opera al margen de la corroboración de simples resultados; escritores que parecen capaces de sentir y usar el «murmullo del mundo» del «inmediato después». La primera cita es de Don DeLillo, que es uno de ellos; la segunda cita es de James Graham Ballard (1930-2009), que es otro.

Ballard predijo el cambio climático provocado por el hombre, no en El mundo sumergido (1962) sino en La sequía (1964). En La sequía (titulada originalmente El mundo en llamas), los residuos industriales han espesado el manto de los océanos y han destruído el ciclo de las precipitaciones, transformando el planeta en un desierto de polvo y fuego. En El mundo sumergido, la catástrofe ecológica tiene unas causas muy distintas. La temperatura media en el Ecuador es de 82 grados y sigue ascendiendo, los casquetes polares y el permagel se han fundido, Europa es «un sistema de lagunas gigantescas», el medio oeste americano es «un enorme golfo que se abre en la bahía de Hudson», y la población global (reducida a cinco millones) se amontona en los círculos polares ártico y antártico (donde los termómetros, por ahora, registran unos «agradables» 29 grados). ¿Y por qué ha sucedido todo esto? Inestabilidad solar, lisa y llanamente, sin ningún tipo de ayuda por parte del Homo sapiens.

Dos portadas de El mundo sumergido diseñadas por Darren Haggard.

Como hombre (y como buen ecologista), Ballard estaba naturalmente del lado de los ángeles; pero como artista se pone incondicionalmente de parte del diablo. Está enamorado de las glutinosas junglas de El mundo sumergido y los resecos desiertos de La sequía, igual que está enamorado del superhuracán o la avalancha exprés de El viento de la nada (1961) y de las multiplicidades mineralizadas de El mundo de cristal (1966). La medida de su radicalismo creativo reside en el hecho de que le da la bienvenida hasta con el último átomo de su ser a tan atroces distopías. Cuando en los años cincuenta se apartó de la CF más empedernida, Ballard rechazó el «espacio exterior» en favor de su contrario: el «espacio interior». Por consiguiente, se funde con sus futuros conjurados, internalizándolos en una especie de martirio imaginativo. La fusión entre ánimo y ambiente, el topografiado de un paisaje de la mente turbada; eso es lo que realmente importa en Ballard. Lo que le da a las novelas su firme tenaza de imprevisibilidad y fijeza.

Más Ballard según Darren Haggard.

Ballard enjaeza El mundo sumergido con los arreos de una novela convencional (héroe, heroína, figura de autoridad, villano) y lo equipa con una trama (peligro, clímax, desenlace, coda); pero todo ello parece cumplido y mecánico, como si los convencionalismos simplemente le aburriesen. Así, el telón de fondo de la novela es osadamente futurista mientras su mecánica parece antigua (con parte de la inocencia propia de las aventuras de muchachos que encontramos en la obra de John Buchan y C. S. Forester). Además, el dialogo sorprendentemente «carca» de Ballard sigue suponiendo un vacío lingüístico. Aquí, como en el resto de su obra, sus personajes, supuestamente tan adustos y espectrales, hablan como un grupo de profesores de escuela británicos sacados de los años treinta. […] Así llegamos a la conclusión de que Ballard se siente muy poco estimulado por la interacción humana… a menos que tome la forma de algo inherentemente extraño, como el atavismo de la turba o la histeria de masas. Lo que le excita es el aislamiento humano.

Esta «otredad» de Ballard, su vidriosa mirada mesmérica, ha sido siempre atribuida a los dos años que pasó en un campo de prisioneros japonés en Shanghai (1943-45). Dicha experiencia, creo yo, debería tenerse en cuenta de manera combinada, o sinergética, con los dos años que pasó diseccionando cadáveres como estudiante de medicina en Cambridge (1949-51). Una vez más la dicotomía: como hombre, socializaba con entusiasmo (y sentido del humor), pero como artista es fieramente solitario (y carente de sentido del humor). El resultado, en cualquier caso, es un genio para lo perverso y lo obsesivo, plasmado en una prosa caracterizada por sonidos vocálicos hipnóticamente variados (cuya dicción se ve enriquecida por una amplia variedad de vocabularios técnicos). En última instancia, la fuerza tensil de El mundo ahogado no es fruto de su acción, sino de su poesía.

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miércoles 20 de abril de 2011

45 minutos de entretenimiento

Tengo la perspectiva de ser un lector de relatos cortos desde que tenía 8 ó 9 años. En aquel entonces había revistas por todas partes. Había tantas revistas publicando ficción breve que nadie podía abarcarlas todas. Eran como una gran boca abierta que exigía que la alimentaran. Ya sólo los pulps, los pulps de 15 y 20 centavos, publicaban unos 400 relatos al mes, y eso sin contar lo que llamábamos las revistas «elegantes»: Cosmopolitan, American Mercury… Todas esas revistas publicaban ficción breve. Y luego el pozo empezó a secarse. Hoy en día te bastan literalmente los dedos de ambas manos para contar el número de revistas, que no pertenezcan a pequeñas editoriales, que publican relatos cortos. Y yo siempre he querido escribir para un gran público. Me parece una ambición honorable, igual de honorable que decir: «Tengo una obra que sólo va a ser apreciada por una pequeña franja de público». Y hay pequeñas revistas que publican en ese sentido, pero muchos de los individuos que leen esas revistas sólo las leen para ver qué tipo de relatos publican para poder enviarles los suyos. El relato corto ha dejado de ser algo generalizado. No ves a gente en el avión con las revistas abiertas por la séptima entrega de lo nuevo de Norman Mailer. Por supuesto, Mailer ya falleció, pero ya sabes a lo que me refiero. Y tanto darle vueltas al e-book y al ordenador en parte sólo sirve para enturbiar las aguas y oscurecer el hecho de que la gente sencillamente ha dejado de leer relatos cortos. Y cuando has perdido la costumbre de hacerlo, pierdes la maña, pierdes esa habilidad para sentarte 45 minutos a entretenerte un rato con una historia como esta. […] Cuando veo los libros de algunos de los autores de suspense que son populares hoy en día, pienso para mí mismo: «Básicamente son libros para gente que en realidad no quiere leer». Pasan sin dejar huella, como una especie de comida rápida que va de la boca a los intestinos sin detenerse a nutrir ninguna parte del cuerpo. No quiero dar nombres, pero ya sabemos todos de quiénes estoy hablando.

Extraído de esta entrevista de James Parker a Stephen King, aparecida en el número de abril de The Atlantic, que también incluye un nuevo y tremendísimo relato breve de este último, Herman Wouk Is Still Alive, disponible aquí.

Los viejos paradigmas no han terminado de desaparecer y los nuevos paradigmas resultan todavía algo confusos. Y tenemos la cuestión tecnológica, no sabemos todavía lo que significa tener un cerebro digitalizado. La gente parece no poder concentrarse, por ejemplo, no puede detenerse un momento para leer un libro. Hay un número considerable de gente diciendo que ya no puede hacerlo. No el tipo literario, claro, sino la gente que decía leer unos doce libros al año o así. Esta gente se ha acostumbrado a picotear de uno y otro lado… Creo que la incapacidad para comprometerse con una experiencia lectora es una pérdida gigantesca. Me horrorizaría que mis hijos no fueran capaces de leer de esa forma. Pienso que las novelas tienen un lugar a la hora de buscar comprender el mundo, y esa es la razón por la que uno termina leyendo no ya a sus contemporáneos sino a la generación anterior, para de esa manera enriquecer nuestro mundo. Creo que eso es lo que hacen las novelas, enriquecer nuestro mundo. Como sabes, mis dos referentes principales son Bellow y Nabokov. La obra de Nabokov es enorme, mucho más que la de Bellow, y contiene por lo tanto excesos bastante más obvios. Sin embargo, Nabokov no se interesó ni por un segundo en la modernidad, en el mundo moderno, mientras que Bellow sí estaba interesado en él, su obra está mucho más relacionada con el mundo moderno, tiene esta especie de autoconciencia acerca de la cultura de masas. Pero en todo caso, no creo que eso sea lo importante en ninguno de los dos, lo importante es el disfrute artístico.

Extraído de esta entrevista de Diego Salazar a Martin Amis aparecida en Letras Libres.

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