Si alguien me hubiera preguntado cuando decidí lanzar una editorial qué tipo de acontecimientos predecía para el futuro, el hecho de ver estrenadas en un mismo año dos películas basadas en sendas obras de no ficción publicadas en España por Es Pop habría sido la última cosa que podría haber imaginado. Pero eso precisamente es lo que va a ocurrir este 2019, con la llegada de las adaptaciones fílmicas de Los trapos sucios y Señores del caos. ¿Qué está pasando aquí? ¿Hemos sido absorbidos por el mainstream? El caso de The Dirt, que estrenará Netflix el próximo 22 de marzo, es quizá más comprensible, en tanto que culminación de un proceso de reivindicación emocional del lado más sleazy de los años ochenta que dio comienzo, en gran parte, con la publicación del libro. Como bien recordaba Chuck Klosterman en su introducción para nuestra edición más reciente del mismo, «Los trapos sucios no sólo cambió el legado de Mötley Crüe, sino que probablemente es el libro que más impacto ha tenido en el modo en el que ahora recordamos el metal de los ochenta. Escribí Fargo Rock City entre 1998 y 1999 y me resulta difícil describirle a la gente lo impopular que era el hair metal a finales de aquella década. […] Pero entonces salió Los trapos sucios y todo cambió. De repente, la gente se empezó a emocionar de verdad recordando aquel periodo musical. Mötley Crüe fue el grupo metalero más importante de los ochenta y creo que, en determinados aspectos, vuelve a serlo ahora».
Fotograma de Lords of Chaos.
Bastante más sorprendente resulta la adaptación a la gran pantalla de un título como Señores del caos, mucho más periodístico, discursivo y complicado de destilar en una narración al uso. Si existe tal adaptación es gracias al empeño y la constancia de su director, Jonas Åkerlund, célebre realizador de vídeos musicales para todo tipo de artistas (desde Madonna hasta Metallica) y, no menos pertinente en este caso, primer batería del influyente grupo sueco Bathory. Åkerlund llevaba casi dos décadas fantaseando con la posibilidad de contar la historia de Mayhem: «Simplemente no podía dejar de pensar en ella y, con el paso de los años, me fui dando cuenta de que no era ni mucho menos el único, que había gente de todo el mundo fascinada con esta historia, obsesionada por ella y que sentía un vínculo sentimental con ella. Incluso chavales que en aquel momento ni siquiera habían nacido. Y eso fue más o menos lo que me llevó a decidirme en serio a rodarla». Dos libros, dos películas… y dos enfoques completamente distintos a juzgar por sus tráileres.
The Dirt / Los trapos sucios
Dirigida por Jeff Tremaine (Jackass: The Movie). Protagonizada por Iwan Rheon (Mick), Douglas Booth (Nikki), Machine Gun Kelly (Tommy) y Daniel Webber (Vince).
En mi cabeza siempre quedará la duda de lo que podría haber hecho con una historia como ésta Larry Charles, director de Borat y numerosos episodios de Larry David. Charles estuvo durante años asociado al proyecto y, según declaraciones propias, llegó a reescribir una versión del guión para asegurarse de que el espíritu del libro se mantenía intacto. A pesar de no ser ni mucho menos fan de la banda, Charles consideraba Los trapos sucios un libro «verdaderamente épico y fascinante. Y lo que tiene de bueno es que pinta un retrato realmente inmisericorde. [Los Mötley] dejaron a su paso muertos, heridos, tullidos, hicieron toda clase de locuras. Yo quería mostrar todo eso tal cual y creo que a la hora de la verdad hubo cierta reticencia». Ya sólo con ver el tráiler y la manera en que adopta en apenas dos minutos el típico arco de los biopics más tradicionales, resulta fácil adivinar por dónde debieron de ir las diferencias creativas que en última instancia condujeron a la salida de Charles del proyecto. Nunca sabremos si el filme resultante habría sido mejor o peor, pero lo que sí parece probable es que al menos habría ofrecido algo distinto.
Lords of Chaos / Señores del caos
Dirigida por Jonas Åkerlund (Polar). Protagonizada por Rory Culkin (Euronymous), Emory Cohen (Varg), Jack Kilmer (Dead) y Anthony De La Torre (Hellhammer).
Aunque presentada el año pasado en el circuito de festivales (pudo verse, por ejemplo, en Sundance y Sitges), será en este 2019 cuando llegue a las salas de cine comerciales y plataformas digitales esta propuesta claramente empeñada en seguir un camino opuesto al de The Dirt. Tan opuesto que probablemente irritará a ciertos fans deseosos de un enfoque más oscuro y mitificador, pero para su director ésa era precisamente la senda a evitar: «Había visto numerosos documentales y leído otros libros en los que continuamente se recalcaba la oscuridad, los incendios, el maquillaje cadavérico… Y me pareció que quizás había otra manera de contar esta historia, una que les recordase a los espectadores que estamos hablando de chavales muy jóvenes y que su historia no deja de ser bastante triste. Vamos, que me pareció que había otra perspectiva que aún no se había contado. […] Eran unos críos. Habían gozado de una buena educación, buenos padres, no eran pobres, no hubo drogas de por medio. Lo tenían todo y simplemente la cagaron a base de bien. En realidad, es una historia que ya hemos visto contadas otras veces y que sigue sucediendo a diario en todo el mundo. Una historia de críos haciendo estupideces».
Fotograma de Lords of Chaos.
Como remate a este cúmulo de casualidades que ha acabado desembocando en que dos de nuestros libros lleguen a la pantalla prácticamente al mismo tiempo, no puedo dejar de compartir el siguiente comentario de Jonas Åkerlund, extraído de una entrevista realizada por Vince Mancini para Uproxx, que he encontrado mientras preparaba esta entrada. No sólo tiene su gracia como anécdota que sirve para vincular ambas películas, sino que quizá pueda explicar también la diferencia fundamental del espíritu que las anima. La respuesta de Åkerlund es en referencia a una secuencia en la que Euronymous se burla de uno de los parches que lleva Varg Vikernes en su chaqueta: «No le he contado esto a nadie, pero en un principio lo que iba a aparecer en el plano era un parche del Dr. Feelgood de Mötley Crüe, pero uno de mis productores dijo: «Tendrás que solicitar una autorización. Se trata de un primer plano, necesitas una autorización». Y Nikki Sixx se negó. Literalmente nos dijo que «Ni hablar». Le enviamos la escena para que la viera e intenté explicarle: «Vamos, tío, no pretendemos burlarnos de vosotros. Se trata de demostrar que estos chavales eran unos sobrados y que no les gustaba prácticamente nada, particularmente el glam rock americano». Pero se negó a aceptarlo. A Nikki Sixx le preocupaba ver dañada su marca. Así que nos dijo que no. Por eso, en sustitución, pusimos un parche de Scorpions, lo cual, en realidad, no es históricamente correcto, porque los Scorpions en aquel momento no estaban considerados cutres. Si te iba el metal, los Scorpions molaban. Me sentí un poco mal. Realmente tendría que haber sido un parche de Mötley Crüe o de alguna otra banda estadounidense del momento. Ése habría sido el verdadero contraste. El black metal noruego y el glam rock de Sunset Strip. No podrían estar más lejos el uno del otro». Salvo en tu estantería —añadiría yo—, donde puedes tenerlos perfectamente juntitos.
Uno de los aspectos más estimulantes de no contar con un diseño de colección cerrado y de trabajar con todo tipo de ilustradores es que nunca sabes muy bien por dónde te va a llevar la colaboración. A veces existe un concepto claro desde el principio y únicamente es cuestión de encontrar la manera adecuada de plasmarlo; otras, en vez de concepto lo que existe es la voluntad de trabajar con un artista en concreto y es de ese encuentro de donde sale la imagen. En el caso de Señores del caos, debo reconocer que no contaba ni con una cosa ni con la otra. Al contrario de lo sucedido con libros anteriores, cuyo proceso de traducción ya me había ido dando pistas de por dónde tirar visualmente, terminé Señores del caos sin ninguna idea concreta más allá de que quería alejarme de la estereotipada imagen del blackmetalero maquillado. Una de las cosas que busco intencionadamente con las portadas de Es Pop Ensayo es intentar encontrar siempre un término medio entre lo reconocible y lo inesperado; creo sinceramente que son libros pensados para ser disfrutados también por lectores que en un principio no tienen por qué ser fans de los temas tratados y quiero que el aspecto visual del libro transmita esa misma idea, que suscite una curiosidad.
Ese término medio entre lo reconocible y lo inesperado fue precisamente el que comenzó a explotar en julio Negro Metal, un proyecto del sello Monocromo que invitaba a diversos ilustradores a crear logotipos de estética blackmetalera para grupos de toda la vida de la España más cañí. (Los resultados, sorprendentes, estimulantes y en ocasiones hilarantes, pueden verse en el blog de Negro Metal y también adquirirse en edición impresa). Uno de los primeros en participar fue el historietista e ilustrador Miguel Porto, al que llevaba siguiendo varios años desde que descubriera su Flickr. Habituado, sin embargo, a ver sus trabajos más enmarcados dentro de lo que podríamos considerar un estilo francobelga bastante canónico, ni se me habría pasado por la cabeza como posible candidato a portadista de Señores del caos de no haber sido por su logo de Salomé (que podéis ver aquí arriba), que me animó a ponerme en contacto con él. La idea en principio era proponerle como mínimo la realización de un rótulo manual para el libro, pero Miguel rápidamente agarró el toro por los cuernos y me escribió diciendo: «Entiendo que mi estilo es de hecho y a menudo francobelga y, créeme, a mí tampoco me convence especialmente algo así para un libro como éste, al menos no lo veo a priori, pero parafraseando a Groucho: ese es mi estilo gráfico, si no te gusta tengo otro». Así pues, rápidamente iniciamos un intercambio de correspondencia e imágenes que nos inspiraban mutuamente para hacernos una buena idea de qué era lo que teníamos ambos en la cabeza. Por abreviar la historia, bastará con citar algunos de los referentes principales, como las ilustraciones de Daniel Danger, los carteles de Dan McCarthy, las máscaras de Jozef Mrva y el uso del espacio de Chris Ware, particularmente en trabajos como su póster para la película La familia Savages. Armado con estos y otros referentes, Miguel me envío nada menos que cinco versiones de «un bocetillo para trabajar sobre él o directamente para desechar, pero necesitaba poner algunas de las cosas que me rondaban por la cabeza en pixeles». Aquí podéis ver dos de ellos.
Mi respuesta para Miguel fue: «Tiene muchos de los elementos de los que hemos estado hablando estos días, pero al verlos ahora plasmados me doy cuenta de que, quizá, cuanto más tiremos hacia lo figurativo, más nos vamos a alejar del diseño general de la colección. Creo que cuanto más nos acerquemos a lo simbólico, más apropiado será el resultado. ¿Has visto por ejemplo los carteles para Black Sabbath que acaba de hacer Shepard Fairey?». Miguel contraatacó con toda una batería de nuevas propuestas, acompañadas del siguiente texto: «Ya verás que son varias, algunas más parecidas, otras diferentes sin alejarme mucho de lo que a mí me parece que buscas… ahora me dirás tú cómo ha funcionado mi telepatía. Como la otra vez son ideas, bocetos guarrillos que evidentemente distan mucho de un acabado final. El demonio me gusta así, casi art brut, pero no me importaría probar con volúmenes puntillistas, que creo que le podrían quedar guay».
En esta nueva tanda vi cosas que me gustaron mucho y que me empezaron a dar una idea más clara de hacia dónde podríamos ir a continuación: «Cuanto más lo pienso, más me parece que deberíamos tirar por lo más sencillo e icónico. En este aspecto la imagen del demonio es modélica, me gusta mucho. Visualmente me parece cojonuda. Mis dudas respecto a usarla van más bien por el rollo temático: me planteo si de verdad es una representación justa del libro o si centrar la portada únicamente en el aspecto satánico del mismo, con una imagen además tan eminentemente cristiana, no va un poco en contra de esa idea de paganismo vikingo que tanto asociamos con el black metal. Quiero decir, que puestos a reducirlo temáticamente a una sola imagen, no sé si ésta es la acertada. Le he estado dando vueltas a alguna manera de integrar la cara del demonio como eje central de la portada junto a algún otro elemento, como la iglesia incendiada (me encanta también el dibujo de la iglesia, así tan sencillo pero tan comprensible, tan icónico), pero claro, a la que empiezas a sumarle otros elementos puede que pierda la fuerza que tiene ahora mismo. En cualquier caso, a lo mejor sería una vía a explorar. Podría incluso reservarse la parte inferior de la portada para ilustrar mínimamente un horizonte yermo en mitad del cual arde la iglesia mientras el demonio domina el resto de la imagen, flotando por encima de todo. Otra opción podría ser la de tirar por un demonio menos cristiano o incluso ilustrarlo como si fuera una máscara. Aquí en Mallorca, por ejemplo, tenemos una tradición de correfuegos demoníacos bastante instaurada que me recuerda mucho a esto. Son demonios, pero no son el diablo, tienen un punto mucho más pagano y los disfraces pueden llegar a dar mal rollo de verdad. Te pego unas fotos para que veas. [Podéis ver las imágenes que le envié a Miguel aquí y aquí]. Se me ocurre con todo esto que a lo mejor podría hacerse la portada tal como has planteado la del diablo, con esas proporciones y de frente, pero que en vez del diablo fuese un tío con una máscara de este tipo. O a lo mejor ni siquiera con una máscara. Quizá directamente con una calavera animal y una cornamenta, en plan guerrero berserker».
Una vez añadido este nuevo referente a la mezcla, Miguel me envió rápidamente nuevas propuestas; tres centradas en la calavera del macho cabrío y una cuarta en la que le daba una nueva vuelta de tuerca a nuestro segundo concepto favorito de la anterior tanda, el de la portada profusamente ornamentada «a lo Biblia satánica», sustituyendo el pentáculo inicial por la imagen de la iglesia en llamas. Nos quedó clarísimo que estos dos conceptos, el de la cabra y el de la iglesia, eran los que mejor funcionaban, tanto en conjunto como por separado, por lo que Miguel se dedicó a profundizar en ambas opciones. Como veis, la imagen de la iglesia en mitad de las montañas remite directamente a los primeros bocetos descartados, los de la chica caminando por la nieve, lo cual demuestra que en este tipo de procesos ninguno de los pasos es en vano, siempre hay elementos que se pueden ir rescatando y reconfigurando.
Contábamos al fin con dos opciones que nos gustaban mucho. Ahora ya sólo quedaba la cuestión de decidirse por una. En un principio tanto Miguel como yo nos inclinábamos más por la de la iglesia en mitad de las montañas. Nos parecía la solución más elegante y además enlazaba con una estética más «bucólica» del black metal ejemplificada por portadas como la del Filosofem de Burzum, el Under The Sign of Hell de Gorgoroth o todas las de Horn. En última instancia, acabamos decidiendo que quizá se apartaba en exceso de lo esperable para un libro de estas características. Como decía al principio, el equilibrio entre lo reconocible y lo inesperado no siempre es fácil de encontrar. La portada negra con el cráneo de cabra y la iglesia llameante por debajo era lo suficientemente estética como para resultar sorprendente y llamativa, pero a su vez sigue conservando de una manera más evidente otras connotaciones más cercanas a una imagen más generalista del black metal.
En cualquier caso, el trabajo previo de Miguel me parecía tan potente que me daba pena que las opciones descartadas no llegaran a verse, por lo que se nos ocurrió la idea de utilizarlas de alguna otra manera, bien para los interiores del libro, bien para una serie de láminas que pudiera editarse de manera conjunta con el libro. Como ambos éramos grandes admiradores de Vidas de Papel, decidimos plantearles la idea y tuvimos la buena fortuna de que se animaran a producir una carpeta de tres serigrafías que ha quedado espectacular, como todas las suyas (podéis ver el resultado aquí). Esto implicaba que Miguel debía realizar tres ilustraciones distintas a partir de los bocetos, en vez de únicamente la portada (lo cual nos permitió contar con la imagen de la iglesia ardiendo entre las montañas como portadilla interior del libro y plantar el dibujo del demonio en el lomo, dos elementos que han mejorado de manera sustancial el aspecto tanto interior como exterior del libro). Por si eso fuera poco, en última instancia decidió que además quería que las serigrafías tuvieran también un estilo propio que las distinguiese ligeramente de las ilustraciones utilizadas en el libro, por lo que procedió a crear versiones «puntillistas» de las tres. Como veis, el compromiso de Miguel con este proyecto ha sido considerable, algo que quiero agradecerle una vez más desde aquí, ya que no me cabe la más mínima duda de que el libro no habría sido lo que es sin sus aportaciones.
¡Volviendo a la portada! Una vez elegida la versión definitiva, sólo quedaba buscar un tratamiento tipográfico adecuado. La rotulación manual de Miguel es tan sumamente potente y llamativa que decidí reducir al mínimo la presencia de las fuentes mecánicas, de ahí que escogiera una tipografía sin serifa y de cuerpo alargado y que prescindiera del largo subtítulo del libro («El sangriento auge del metal satánico»). Me pareció que con ponerlo en el lomo bastaría y que cuanto menos barullo se acumulara en la parte inferior de la cubierta, mejor. Por cierto, ¿había dicho «versión definitiva»? ¡Va a ser que no! En última instancia, estuvimos dudando entre si la calavera funcionaba mejor con llamas o sin ellas. Finalmente se quedó sin ellas, nuevamente para despojar la ilustración de cualquier elemento innecesario o que pudiera despistar mínimamente.
Visto con la distancia, debo confesar que no sé cuál de las dos versiones me gusta más. Las dos me parece que funcionan. Quizá nos quedamos con la más «limpia», pero puede que al prescindir de esas llamas que brotaban de la calavera sacrificáramos algo de expresividad a cambio. No lo sé. Sinceramente, cuando llegas a ese momento del proceso en el que ya le estás dando mil vueltas hasta a los detalles más nimios es cuando te das cuenta de que debes obligarte a tomar una decisión definitiva aunque sólo sea para poder terminar y pasar a otra cosa. El lomo no tuvo más complicación que rescatar la tipografía utilizada para los títulos de las páginas interiores (Sulfur, se llama) y encajar el demonio ilustrado por Miguel. El resultado final lo tenéis arriba.
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