Cultura Impopular

El blog de Espop Ediciones

viernes 3 de julio de 2009

Fuera de este mundo

A través de Guerra Eterna he llegado a este interesante especial elaborado por el diario británico The Guardian a raíz del cuarenta aniversario de la llegada del hombre a la luna, que se cumplirá el próximo 20 de julio. Merece la pena echarle un vistazo, no sólo por la cantidad de fotos y vídeos que han reunido, sino también por textos tan absorbentes y amenos como el de Tim Radford, titulado The First Man on the Moon, capaces de recuperar y transmitir la sensación de emoción y dramatismo vivida por gran parte del mundo en aquel verano de 1969, así como de aportar varios datos que yo al menos desconocía. La cosa empieza así:

«Ya en aquel instante comprendimos que nuestro mundo había cambiado y que podíamos precisar el momento del cambio prácticamente al segundo. No tuvimos que esperar a que Neil Armstrong saliera del modulo lunar y pronunciara torpemente su portentosa afirmación sobre el pequeño paso para el hombre. Cuando escuchamos las palabras «Huston, aquí Base Tranquilidad, el Eagle ha aterrizado», no acabamos de ser del todo conscientes de lo que estaba pasando, pero luego, cuando tras una breve y extraña pausa el hombre de Huston al que únicamente conocimos como Capcom se atragantó ligeramente y titubeó, y finalmente dijo: «Os recibimos desde tierra. Tenéis a un montón de tipos a punto de ponerse azules. Por fin volvemos a respirar», ése fue el momento en el que cien millones de personas de todo el mundo volvieron a respirar también.

»Apolo tuvo una trascendencia que la primera y heroica órbita de Yuri Gagarin nunca podría haber alcanzado. Gagarin había dado la vuelta a la Tierra en 92 minutos en 1961. Había recorrido 38.625 kilómetros en una hora y media; había hecho historia; había confirmado la supremacía espacial de los soviéticos; había logrado algo que muchos pensaban que nunca podría hacerse. Pero dos cosas le separaban del equipo Apolo de ocho años más tarde. Una era que Gagarin había logrado todo aquello antes de que nadie en el mundo supiera que iba a hacerlo, o pudiera saber que iba a hacerlo. Celebramos su triunfo, pero nos perdimos la emoción. La otra es que en realidad nunca dejó la Tierra; voló más alto que nadie, pero seguía siendo prisionero de la gravedad del planeta. Nunca se alejó de la Tierra en una distancia mayor que la que separa a Manchester de Londres.

»Todo en el alunizaje del Apolo, sin embargo, fue una aventura. Era el clímax de una carrera espacial tan igualada que, hasta aquel momento en el Mar de la Tranquilidad, había parecido posible que los rusos llegaran hasta allí los primeros. Dicha carrera se había desarrollado, aunque en aquel momento no podíamos conocer los detalles, a raíz de un duelo de ingenio entre dos hombres. Uno era Wernher von Braun, el antiguo oficial de las Waffen-SS que había diseñado, construido, probado y empleado la que, en 1944, había sido el arma definitiva: la Vergeltungswaffe-2, el arma de la venganza, la V2. Fue el pionero de la tecnocracia norteamericana. Su oponente soviético era una figura tan en la sombra que incluso en la URSS sólo era conocido como el «Diseñador Jefe». En realidad, Sergei Kolorev era un hombre más extraordinario aún, que había perdido los dientes, la salud y prácticamente la vida en los gulags de Stalin, pero la mayoría de nosotros no supo nada sobre él, ni siquiera su nombre, hasta 1990.

»La decisión de financiar una carrera hacia la luna fue una maniobra dramática fruto de la política de la guerra fría, un acto de exhibicionismo definitivo: el dominio de las alturas del espacio, iniciado por el presidente Kennedy como respuesta a la jactancia de Nikita Jruschev. Pero el sprint hacia la luna también unió a un mundo implacablemente dividido. Nos dio la primera impresión de la soledad y la belleza de nuestro planeta, visto a una distancia de casi medio millón de kilómetros. Y fue el primer paso premeditado en busca de vida extraterrestre. Ahora lo hemos olvidado, pero en 1969 el temor a una infección global provocada por organismos lunares parecía lo suficientemente real como para asegurar que los tres astronautas quedaran en cuarentena biológica nada más regresar a casa. Por encima de todo, fue un momento de dramatismo humano, interpretado con una tecnología frágil y brillante frente al telón de fondo del infinito. Como otros mil millones de personas seguí el acontecimiento, a través de una radio de segunda mano con una antena improvisada en el pequeño salón de una vieja casa de guardavías en Kent mientras mi esposa, mi hijo y mi hija dormían en el piso de arriba. En aquel entonces no era periodista científico, pero había entrado en un periódico a los 16, en 1957, justo a tiempo para el Sputnik 1 y, al igual que otros millones, había seguido de cerca todos y cada uno de los pasos del drama que, aquella noche del 20 de julio de 1969, alcanzó su punto álgido».

El texto prosigue detallando los aspectos técnicos de la expedición y los numerosos problemas que se sucedieron en el transcurso de la misma, enlazando espiritualmente a Armstrong, Aldrin y Collins con los grandes exploradores de antaño, ya que «como el Capitán Cook y otros marinos del siglo XVIII antes que ellos, los astronautas tuvieron que complementar su sistema de navegación guiado por ordenador realizando cálculos con un sextante según la posición de las estrellas. En los 60, el mundo se maravillaba ante los ordenadores de última generación de la NASA, pero olvidamos lo nuevo que era aquel arte. Cualquier lavadora de hoy en día tiene más memoria, programas más elaborados y procesadores más rápidos que la suma de todos los recursos de la NASA en aquel momento».

En cualquier caso, si tengo que quedarme con una de las anécdotas técnicas relacionadas con el viaje a la luna, mi favorita es ésta: «Aquel enorme ejército de cerebros tuvo que trabajar como uno solo y al mismo tiempo pensar en todo, incluida la temperatura del espacio por la que iban a viajar Apolo y Eagle. El espacio es muy frío, pero la luz del sol es muy caliente: la diferencia entre las zonas de luz y sombra fuera de órbita es de más de 200ºC. Si un costado de la nave se calentaba demasiado mientras la otra se enfriaba demasiado, el cableado eléctrico que mantenía el sistema de guiado y las reservas de oxígeno podía colapsarse. De modo que Apolo tuvo que que ir rodando a intervalos durante todo el trayecto de ida y vuelta a la luna».

Para seguir leyendo el texto de Tim Radford, pincha aquí. Y ya que estás, aprovecha para repasar esta sencilla pero informativa guía interactiva de la carrera espacial y del viaje del Apolo 11.
Si te quedas con ganas de profundizar aún más en el tema, no te pierdas la espectacular «historia oral» (en plan El otro Hollywood) Apolo 11, The Untold Story, elaborada por la revista Popular Mechanics. Realmente impresionante y con perlitas como ésta de Neil Armstrong, quizá la más adecuada para Cultura Impopular: «En las obras de ciencia ficción —Julio Verne, H.G. Wells y otros— ningún escritor había llegado jamás a imaginar que los exploradores lunares pudieran estar en contacto con la gente de la Tierra o, más sorprendente aún, que fueran capaces de transmitirles instantáneas o imágenes en movimiento. Así que entendimos que aquel debería ser un componente importante de nuestros objetivos para la expedición». Un bonito modo de reconocer la huella dejada en el inconsciente colectivo por aquellos maestros de la literatura fantástica.

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