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domingo 15 de febrero de 2009

La música del azar

Anoche estuve en la fiesta de presentación de Ibérico Jazz, una de las referencias más recientes del sello discográfico Vampisoul. La ocasión resultó particularmente entrañable gracias a la presencia, en calidad de homenajeado, de Don Antoliano Toldos, compositor, productor y editor de los doce temas reunidos en el álbum, publicados originalmente entre 1967 y 1972 como cuatro sencillos y un E.P.

Contraportada y portada de Ibérico Jazz, por Pocateja.

Según cuenta en la carpeta del disco Miguel Ángel Sutil, director de la revista Enlacefunk, «Don Antoliano Toldos nació el 6 de febrero del año 27 en Puebla de Almuradiel, provincia de Toledo. Con veinte años recién cumplidos se traslada a Madrid para realizar el servicio militar. Hasta entonces su experiencia musical se reducía a participar en la banda de su pueblo, llamada «La Flor de la Mancha», donde ingresó con once años alentado por su familia, que había descubierto sus dotes musicales en la trompeta. Muy joven empezaría a escribir composiciones para las orquestas que tocaban en espectáculos de circo, como por ejemplo para el espectáculo de Los Coopers, por recordar alguna que recorrió toda España. […] Compaginando el servicio militar con la práctica de la trompeta y sus estudios de solfeo en el conservatorio donde conocería a profesores como el maestro Norte, cursaría tres años de música. Su primera oportunidad profesional le llega en la banda de ingenieros y más tarde, tras una reñida oposición, en la banda de la Guardia Civil».

En 1960, animado por su hermano mayor, Don Antoliano decidió fundar su propio sello discográfico, Discos Calandria, desde el que se dedicó a lanzar todo tipo de sencillos de música bailable (boleros, rumbas, cha-cha-chas) destinados sobre todo al mercado de las gramolas. En 1967, recibió un encargo por parte de TVE para componer piezas que sirvieran como sintonías para las cartas de ajuste. Tal y como él mismo recordaba ayer con humor: «Me pidieron algo que no fuera melódico y se me ocurrió esto». Libre por primera vez de las restricciones propias del mercado del momento, Antoliano pudo dar rienda suelta a su lado más creativo, experimentando con sonidos como el bebop, el cool e incluso el funk en una serie de grabaciones que ponen de manifiesto no sólo su calidad como compositor sino sobre todo el alto nivel de los músicos de las salas de fiestas madrileñas de la época, principales intérpretes de sus temas bajo nombres tan variados como Quinteto Diamont, Conjunto Segali, Toldos y su grupo, Conjunto Estif y Quinteto Montelirio. En palabras, nuevamente, de Sutil: «Fruto de esas improvisadas sesiones de grabación, se publicaría una magnífica y sorprendente colección de singles en Discos Calandria centrados en la producción de jazz. Las grabaciones se realizaban en los estudios de Iberofón o R.C.A. en sesiones de un solo día y en la mayoría de las ocasiones, en una sola toma dando rienda suelta a los músicos del momento para improvisar sobre las ideas que buscaban. Antoliano recuerda: «Yo llegaba con la idea básica de lo que quería grabar y a los músicos les decía lo que estaba buscando, entonces ellos se ponían a improvisar y como eran muy buenos músicos de jazz salía a la primera». […] Se trataba de sesiones «con los mejores músicos del jazz del momento, de algunos no recuerdo el nombre, los conocía solo de ese momento. Yo los contrataba yendo por las salas de fiestas». El resultado, un irrepetible momento de creatividad e improvisación, lleno de calidad y altas dosis de inquietud para el jazz que se estaba haciendo en nuestro país».

Don Antoliano Toldos, rodeado de familiares y amigos, durante la presentación.

La aventura duró cinco años y produjo doce perlitas musicales que son las que ahora ha reunido Vampisoul en este Ibérico Jazz, editado tanto en CD como en vinilo con una bonita portada de Pocateja, el estudio de diseño gráfico del nunca suficientemente ponderado Víctor Aparicio. Pero más allá del interés que pueda tener el disco como propuesta musical (mucho si te interesa el jazz, poco en caso contrario), si por algo quería compartir con vosotros la historia de Don Antoliano era por el modo en el que pone de relieve lo azaroso de toda apuesta creativa y lo caprichoso que puede llegar a ser el destino a la hora de recuperar o desestimar la obra de cualquiera. Durante décadas, los singles de jazz grabados por Calandria han permanecido prácticamente en el anonimato salvo para un contadísimo grupo de coleccionistas. Probablemente así habría seguido siendo de no haberse dado la casualidad de que el hijo de Don Antoliano, Alfredo Toldos, acabó siendo compañero de trabajo del anteriormente citado Miguel A. Sutil. Tras conocer la afición de éste por la música negra, Alfredo le comentó que su padre había grabado «algunos discos de jazz en los sesenta» y le invitó a que los oyera. A Sutil le bastó una escucha para darse cuenta de que había ido a dar con una pequeña gema escondida que merecía ser recuperada cuanto antes. Ahora, con el disco ya en la calle y cosechando excelentes críticas tanto por parte de los medios especializados nacionales como de los internacionales, cuesta creer que Don Antoliano haya tenido que esperar más de cuarenta años para recibir un mínimo reconocimiento por su trabajo. Supongo que debe de ser una sensación maravillosa el que un buen día aparezca alguien dispuesto a reivindicar algo que hiciste hace tanto tiempo que bien podría haber sido en otra vida y al hombre se le veía ayer realmente emocionado, pero a mí lo que me angustia siempre de estas cosas, una vez superada la excitación del descubrimiento, es que cada vez que alguien recupera un disco prácticamente desconocido, cada vez que leo a un escritor del que nunca había oído hablar, no puedo evitar pensar: ¿cuántos otros me estaré perdiendo?

En la fiesta de presentación también tocó el trío albaceteño Groove 3.

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