El magazine digital Design Observer acaba de publicar una estupenda entrevista con Laurence King (fundador y director de Laurence King Publishing, editorial británica especializada en libros de arte y diseño), realizada por Mark Lamster. Aunque resulta difícil escoger un momento álgido entre toda la conversación, me quedo con estas dos respuestas, que destilan una visión de la industria del libro que comparto en gran medida. De todos modos, si tenéis un momento, pasaos por Design Observer y echadle un vistazo a la entrevista completa, ya que merece la pena de principio a fin, y anécdotas como la del origen de la editorial (¡tras once años de insolvencia!) hay que leerlas para creerlas.
Laurence King. Foto: Design Observer.
ML: ¿Cómo están abordando la edición electrónica y qué parte del negocio cree que ocupará en el futuro? ¿Qué cambios prevé en el mercado y la economía de los libros de diseño?
LK: El mercado para libros digitales ilustrados siempre iba a progresar más lentamente que el de libros sólo de texto, pero aun así se está desarrollando más lentamente de lo que yo había anticipado. A pesar de ello, estoy seguro de que al final el mercado para libros ilustrados en los que prima el contenido (libros para estudiantes, de referencia y manuales) acabará siendo principalmente digital. Al final, los gastos de publicar libros digitales ilustrados será mucho más reducido que el de los libros impresos, de modo que los editores intentarán tentar al mercado para que se pase al producto digital, no sólo con precios más reducidos sino, más importante, explotando las posibilidades digitales. […] En cualquier caso, sin duda continuará habiendo un mercado para los libros ilustrados impresos, si bien creo que estarán considerados un pequeño lujo. Los libros necesitarán explotar el hecho de ser objetos reales; necesitarán estar mejor diseñados, realizados con una producción más inventiva que aproveche la ventaja de su presencia física. Una proporción más elevada del mercado de los libros impresos quedará dominada por los libros-regalo. Mi verdadera preocupación es el impacto de Amazon y de la revolución digital sobre las librerías. Los editores de libros ilustrados, y en particular los de libros de arte, necesitan que las librerías sobrevivan, particularmente las especializadas, aquellas a las que acuden los compradores cultivados que entienden de arte, arquitectura y diseño. Creo que dichas tiendas deben ser tratadas con gran mimo por los editores, ya que demasiado a menudo sirven como escaparate para Amazon. Son más importantes para nosotros de lo que sus ventas directas podrían indicar. Sería estupendo que pudieran utilizar su reputación, sus conocimientos y su experiencia para ser competitivas con Amazon en la red. Pero me da miedo que llegue un día en el que los editores de libros de arte tendremos que mantener con pérdidas locales-muestrario en los que exhibir nuestros libros, sólo porque fuimos excesivamente duros con los libreros especializados. Al mismo tiempo, los libreros necesitan reinventarse a no tardar, lo cual evidentemente no es fácil.
Algunos de los libros editados por Laurence King mencionados en la entrevista.
ML: Uno sabe que algunos libros van a ser éxitos seguros (su próximo libro sobre Saul Bass cae en esa categoría), pero por lo general resulta tremendamente difícil para los editores predecir qué libros van a funcionar y cuáles no. ¿Cuál es su secreto? ¿Hay libros que publica sólo porque cree que merecen existir al margen de lo que puedan vender? ¿Hay algún título de su catálogo del que no esperase gran cosa comercialmente hablando pero que acabase siendo un bestseller, o lo que podríamos considerar uno en nuestro pequeño rincón del mercado?
LK: Editar consiste en tomar riesgos, de modo que ahora ya no busco material que crea que nos va a dar dinero y cuyas ventas intente predecir. Más bien me pregunto si cada libro tiene algo emocionante o especial o útil que pueda capturar la imaginación de su público potencial. No intento predecir ventas, sino centrar nuestros esfuerzos en intentar potenciar en el libro aquello que tenía de especial la idea que lo inspiró. Si captura la imaginación del público, acabará reeditándose varias veces y nos dará dinero. Si no, bueno, al menos era una idea emocionante, y espero que haya otros libros que funcionen lo suficientemente bien como para seguir adelante con la empresa. Ocasionalmente publicamos libros sólo porque consideramos que deberían existir. Por ejemplo, Swiss Graphic Design, de Richard Hollis. En su día no pensé que Bibliographic (un volumen sobre los 100 mejores libros de diseño) fuera a vender particularmente bien, pero lo publicamos porque me encantaron las muestras que me enseñó el autor Jason Godfrey cuando nos ofreció el libro. Esperaba que a otras personas dentro del mundillo del diseño pudieran gustarles tanto como a mí. Ciertamente nos vimos gratamente sorprendidos por las ventas de ese libro, que ahora sigue funcionando en una edición en rústica. Pero la emoción en el juego de editar no consiste en publicar libros que sean simplemente comerciales, u otros que nos parezcan poco comerciales pero meritorios de algún modo. Generalmente surge de encontrar libros que tengan un mérito y que además vendan bien, que es lo más difícil de conseguir. Pero las buenas ventas (a largo plazo) son una de las cosas que definen un buen libro. Si nadie quisiera leer las obras de Mark Twain cien años después de su muerte, no seguiríamos diciendo que fue un genio, sino más bien una curiosidad histórica.
William Golding fotografiado por Paul Shutzer en 1964.
El próximo 19 de septiembre se cumplirá el centenario del nacimiento del escritor británico William Golding (fallecido en 1993), motivo por el cual la editorial Faber & Faber lanzará al mercado una nueva edición de su obra más famosa, El señor de las moscas, con un nuevo prólogo escrito por Stephen King. La semana pasada, el periódico británico The Telegraph publicó una versión editada de dicho prólogo a modo de adelanto. Aquí van un par de fragmentos traducidos al castellano:
Dos ediciones de El señor de las moscas en Faber. A la derecha, la nueva con prólogo de King.
Crecí en una pequeña comunidad rural al norte de Nueva Inglaterra, donde la mayoría de las carreteras eran de tierra, había más vacas que personas y la escuela era una única habitación calentada por una estufa de leña. Los chicos que se portaban mal no se quedaban castigados en el aula tras las clases: debían salir a cortar maderos para la estufa o rociar con cal los retretes.
Por supuesto no había biblioteca, pero en la desierta casa parroquial a un cuarto de milla de la casa en la que crecimos mi hermano David y yo, había una habitación llena con pilas de libros mohosos, muchos de ellos del grosor de guías telefónicas. Un gran porcentaje de ellos eran libros de aventuras para chicos. David y yo éramos lectores voraces, un hábito que habíamos heredado de nuestra madre, y nos abalanzamos sobre aquel botín como un par de muertos de hambre sobre un plato de pollo.
Con el tiempo —más o menos para cuando John Kennedy fue elegido presidente, creo— acabamos por sentir que algo fallaba. Las historias eran emocionantes, pero algo no terminaba de encajar. En parte puede que fuese porque la mayor parte de ellas estaban ambientadas en los años veinte y treinta, décadas antes de que mi hermano y yo hubiéramos nacido, pero ese no era el motivo principal. Simplemente aquellos libros tenían algo erróneo. Los niños no eran niños.
No había biblioteca, pero a primeros de los sesenta la biblioteca vino a nosotros. Una vez al mes, una pesada furgoneta verde aparcaba frente a nuestra diminuta escuela. Un rótulo de grandes letras doradas anunciaba en uno de sus costados: Libromóvil del Estado de Maine. La conductora-bibliotecaria era una señora fornida a la que le gustaban los niños casi tanto como los libros, y siempre estaba dispuesta a hacer recomendaciones. Un día, después de haberme pasado 20 minutos sacando novelas de las estanterías en la sección reservada para los Jóvenes Lectores y volviéndolos a dejar, me preguntó qué tipo de libro estaba buscando.
Fotograma de la adaptación de Peter Brooks (1963).
Pensé en ello, después hice una pregunta —quizás por accidente, quizás como resultado de una intervención divina— que abrió la puerta del resto de mi vida: «¿Tiene alguna historia que cuente cómo son los niños en realidad?».
Ella se lo pensó un momento, después fue a la sección del Libromóvil señalada Ficción para Adultos y extrajo un delgado volumen en tapa dura. «Prueba esto, Stevie», me dijo. «Y si alguien te pregunta, diles que lo encontraste tú solo. O si no podría meterme en líos».
Imaginad mi sorpresa (conmoción sería una descripción más adecuada) cuando, medio siglo después de aquella visita al Libromóvil aparcado en el polvoriento patio de la escuela metodista, descargué una versión en audio de El señor de las moscas y oí a William Golding articular, en la encantadoramente informal introducción a su brillante lectura, exactamente aquello que me había turbado entonces: «Un día estaba sentado a un lado de la chimenea y mi esposa estaba sentada al otro, cuando de repente le dije: «¿No sería buena idea escribir una historia sobre unos muchachos en una isla, mostrando cómo se comportarían realmente; como muchachos, y no como los pequeños santos que suelen ser habitualmente en los libros para niños?». Y ella dijo: «¡Qué buena idea! ¡Escríbela tú!». De modo que eso hice».
Golding unió su punto de vista nada sentimentalizado de la infancia a una historia de aventuras y suspense creciente. Para el muchacho de 12 años que era yo, la idea de vagar libremente por una isla tropical deshabitada, sin supervisión paterna alguna, resultaba en un principio liberadora, casi celestial. Para cuando desaparece el joven con la marca de nacimiento en el rostro (el primero que plantea la posibilidad de que haya una bestia en la isla), mi sensación de liberación había empezado a quedar teñida de desasosiego. Y para cuando llegué al momento en el que el enfermo —y quizás visionario— Simon se enfrenta a la cabeza de cerdo cercenada y cubierta de moscas clavada sobre un palo, ya estaba aterrorizado.
Era, hasta donde me llega la memoria, mi primer libro con manos; manos fuertes que surgían de las páginas para atenazarme la garganta. El primer libro que me dijo: “Esto no es sólo entretenimiento; es vida o muerte”.
El señor de las moscas no se parecía en nada a los libros para chicos de la casa parroquial; de hecho, hizo que todos quedaran obsoletos. En ellos, los Hardy Boys podían ser atados por los villanos, pero uno sabía perfectamente que acabarían por liberarse. Dave Dawson podía verse atacado por un Messerschmitt alemán, pero uno sabía perfectamente que conseguiría escapar.
Sin embargo, cuando sólo me quedaban 70 páginas para terminar El señor de las moscas, comprendí no sólo que algunos de los muchachos podrían morir, sino que varios de ellos iban a hacerlo. Era inevitable. Sólo esperaba que Ralph, con el cual me identificaba de un modo tan apasionado que empecé a experimentar sudores fríos mientras iba pasando las páginas, no fuese uno de ellos. No hacía falta que ningún profesor me explicara que Ralph encarnaba los valores de la civilización y que la asunción de Jack del salvajismo y el sacrificio representaban la facilidad con la cual dichos valores podían ser barridos; resultaba evidente incluso para un niño. Especialmente para un niño que había presenciado (y participado en) muchos actos de agresión escolar.
Para mí, El señor de las moscas siempre ha representado para qué están las novelas; qué las hace indispensables. ¿Deberíamos esperar vernos entretenidos mientras leemos una historia? Por supuesto. Un acto de la imaginación que no entretiene es ciertamente un acto más bien pobre. Pero debería haber algo más. Una novela bien escrita borra los límites entre el escritor y el lector, para que puedan unirse. Cuando eso sucede, la novela pasa a ser parte de tu vida; el menú principal, no el postre. Una buena novela interrumpe la vida del lector, le hace llegar tarde a las citas, saltarse las comidas, olvidarse de pasear al perro. En las mejores novelas, la imaginación del escritor pasa a ser la realidad del lector. Resplandece, incandescente y furiosa. Llevo desarrollando estas ideas durante la mayor parte de mi vida como escritor, y no han faltado quienes me han criticado por ello. La más potente de estas críticas afirma que si la novela se sustenta únicamente en la emoción y la imaginación, no hay lugar para el análisis, y la discusión de la obra pasa a ser irrelevante.
William Golding fotografiado por Paul Shutzer en 1964.
Estoy de acuerdo en que «Me ha encantado» es la peor manera de comenzar un análisis serio de una novela, pero estoy dispuesto a defender que sigue siendo el corazón palpitante de la ficción. «Me ha encantado» es lo que todo lector desea poder decir cuando cierra un libro, ¿o no? ¿Y no es exactamente ese el tipo de experiencia que la mayoría de escritores quieren ofrecer?
Una reacción visceral y emocional ante una novela tampoco tiene por qué excluir un análisis. Yo me acabé la primera mitad de El señor de las moscas en una tarde, con los ojos como platos, el corazón palpitante, incapaz de pensar, sólo de respirar profundamente. Pero llevo reflexionando acerca del libro desde entonces, más de cincuenta años. Mi regla básica como escritor y lector —formulada en gran medida gracias a El señor de las moscas— es: primero siéntelo, piensa en ello más tarde. Analiza todo lo que quieras, pero primero sumérgete en la experiencia.
A lo que sigo regresando una y otra vez es a Golding diciendo: «¿No sería buena idea escribir una historia sobre unos muchachos mostrando cómo se comportarían realmente?». Fue una buena idea. Una muy buena idea que produjo una muy buena novela, todavía hoy igual de emocionante, relevante y provocadora que cuando Golding la publicó en 1954. Stephen King
«En 1997, 26 fardos ajustadamente envueltos en papel de estraza fueron descubiertos en una zona de almacenamiento del Departamento de Dibujos y Grabados del Instituto de las Artes de Chicago. Su presencia era un misterio, su contenido un enigma. A medida que los conservadores y celadores se esforzaban por ir abriendo cuidadosamente los paquetes, se sintieron sorprendidos e intrigados al descubrir que contenían unos carteles monumentales creados hace 50 años por TASS, la agencia de noticias de la Unión Soviética. Impresionantemente grandes —entre metro y medio y tres de alto— y llamativos por sus vibrantes colores y las texturas propias del estarcido —algunos necesitaron de hasta 60 y 70 plantillas y divisiones de color distintas para su confección— estos posters fueron enviados originalmente al extranjero para que sirvieran como «embajadores» culturales internacionales y para agrupar a las naciones tanto aliadas como neutrales en torno a los esfuerzos de la Unión Soviética, aliada de Estados Unidos y de Gran Bretaña en la lucha contra la Alemania nazi. En «Ventanas a la Guerra», los carteles serán presentados como objetos históricos únicos y a la vez como obras de arte que demuestran cómo los artistas preeminentes de su tiempo usaron técnicas y estéticas poco convencionales para contribuir a la lucha contra los nazis, marcando un importante capítulo en la historia del diseño y la propaganda».
La metamorfosis de los boches, por Kukriniksi.
El precedente es el texto de presentación de la muestra Windows on the War, que se inaugurará el próximo 31 de julio en el Art Institute de Chicago. La exposición constará de 250 carteles creados por artistas prácticamente desconocidos en Occidente, como Mijaíl Mijáilovich Soloviev, Nikolai Fedórovich Denisovskii, Vladimir Vasilievich Lebedev o el absolutamente brillante colectivo Kukriniksi (mis favoritos con diferencia). Por supuesto, su catálogo de 380 páginas tiene toda la pinta de ser una compra obligada, pero lo realmente interesante de estas «Ventanas a la guerra», al menos para todos aquellos que vivimos lejos de Chicago y que no vamos a poder disfrutarla en persona, es la iniciativa emprendida por el Art Institute para ir dando a conocer la exposición con varias semanas de antelación y ponernos los dientes largos. A través de un tumblr creado ex profeso para la ocasión (http://tass-posters.tumblr.com/), podemos ir viendo a diario a una resolución más que decente buenas muestras de estos extraordinarios carteles, que conjugan la propaganda con la caricatura, el arte vanguardista del periodo de entreguerras e incluso, en ocasiones, ciertos elementos narrativos propios de la historieta. Otro buen ejemplo de cómo algunos museos e instituciones culturales empiezan a aprovechar las herramientas que Internet ha puesto a su disposición para promover y popularizar sus fondos. ¡Pasen y vean!
Se acerca la hora, por Mijaíl Mijáilovich Tcheremnij.
Izquierda: Feliz Año Nuevo, por Pavel Petrovich Sokolov-Skalia.
Derecha: ¿Qué me traerá el mañana?, por Vladimir Vasilievich Lebedev.
Encuentro sobre Berlín, por Kukriniksi.
Hubo un grito en Orel que resonó en Roma, por Kukriniksi.
De un tiempo a esta parte he descubierto que mi época favorita para traducir es el verano. Es el único momento del año en el que todas las demás obligaciones de la editorial parecen remitir (o por lo menos exigir menos tiempo) y también los compromisos sociales se reducen al mínimo. Lo cual significa que puedes pasarte dos, tres y cuatro días (en ocasiones, generalmente en agosto… ¡hasta una semana!) dedicado en exclusiva, ininterrumpidamente, todas las horas del día, a la traducción de un libro; es entonces cuando alcanzas ese nivel de concentración en el que al final te sientes como si simplemente hubieras estado leyendo en vez de trabajando. Es agotador, pero también muy satisfactorio; y es en esos momentos, en los que notas que estás avanzando a pasos agigantados, cuando realmente cobras ánimos para empezar todos esos proyectos que te van a tener ocupado el resto del año. También es ese momento en el que te das cuenta de que tienes el blog más abandonado que un flotador en el mar muerto.
Boulevard St. Martin, París (1919).
Así pues, disculpad si en las próximas semanas sigo sin aparecer mucho por aquí. Prometo que, con todo lo que estamos preparando, a partir de septiembre tendremos contenidos nuevos de sobra. Hasta entonces, podéis seguir, si os apetece, el twitter y el tumblr de Es Pop, donde siempre es más fácil mantener un mínimo de actividad. Aquí os dejo mientras tanto unas cuantas ilustraciones de un extraordinario dibujante y pintor que acabo de descubrir (lo cual, por supuesto, no implica ni mucho menos que sea desconocido, ya que mis lagunas en pintores del primer cuarto de siglo XX siguen siendo pavorosas; no hace ni dos meses que descubrí la existencia de Félix Vallotton, con el que también lo estoy gozando cosa mala).
Biblioteca pública de Nueva York (1927).
Se trata del artista checo Tavik František Šimon, nacido el 13 de mayo de 1877 en Železnice (población conocida entonces con el nombre alemán de Eisenstadtl, debido a su pertenencia al Imperio Austrohúngaro). Aunque es innegable que se trata de un buen pintor, debo reconocer que a mí lo que más me atrae de su obra son las ilustraciones y los bocetos, particularmente los realizados en el transcurso de sus múltiples viajes a lugares en aquel entonces tan exóticos y poco transitados como Japón, Ceilán o Tánger (¡o Granada!), así como a destinos algo más habituales como París, Londres y Nueva York. Imagino que para cualquier fan del cómic resultará curioso ver lo mucho que anticipan sus estampas hindúes la pluma de Frazetta y lo fácil que resulta imaginarse a Robert Crumb flipándolo con sus panorámicas praguenses.
Los trazos «crumbianos» de Šimon.
Šimon falleció en 1942 de un ataque al corazón, dejando a sus espaldas una obra de dimensión considerable, maltratada, desgraciadamente, por el tiempo. Ninguneado durante los años del régimen comunista en Checoslovaquia, tendrían que pasar más de cincuenta años antes de que sus cuadros pudieran protagonizar una exposición retrospectiva en la Galería Nacional de Praga. Curioseando un poco por ahí he podido comprobar que no resulta fácil hacerse con una buena recopilación de su obra impresa. Afortunadamente, gracias a la labor de un grupo de fans holandeses, disponemos en Internet de una página completísima (de la cual están extraídas todas las imágenes que ilustran esta entrada) en la que podréis recrearos durante horas con el maravilloso trabajo de este estupendo artista.
Entrada del Louvre (1927).
La dirección de la página en cuestión es www.tfsimon.com y os recomiendo particularmente las galerías cuatro, seis, siete y ocho, completamente rebosantes de pinturas, ilustraciones y grabados a un tamaño más que decente. Lo dicho; reservad un par de horas para disfrutarlas como se merecen. Aquí van un par de imágenes más para abriros el apetito y endulzar la espera.
Llevo un par de semanas disfrutando de lo lindo con la nueva temporada de Luther, la serie protagonizada por Idris Elba, creada y escrita para la BBC por nuestro admirado Neil Cross, el autor de Capturado. Bueno, más que disfrutando, en realidad lo que estoy haciendo es sufrirlo de lo lindo, porque anda que no dan mal rollete estos nuevos episodios (si aquel del año pasado del asesino que desangraba a sus víctimas os pareció siniestro, esperad a ver las que monta Mister Punch, el primer villano de la nueva temporada). El caso es que el episodio que vi anoche, el tercero ya, comienza con este intercambio entre Luther y la joven Jenny Jones:
Me hizo tanta gracia que tenía que subirlo aquí (¿alguien se imagina un diálogo así en una serie dirigida al gran público, ya no hace diez años, sino siquiera cinco?). Ah, y por si alguien tiene alguna duda de lo que piensa Neil Cross sobre los tebeos, que se relea esta entrevista con él que colgué hace unos meses. Ya de paso, os dejo un par de youtubes: el espectacular teaser de la segunda temporada, un par de palabras de Neil Cross acerca de la psicología de Luther y también sobre el papel que juega Londres en la serie.
A través de No puedo creer me entero de la existencia de Luka Sulic y Stjepan Hauser, los componentes del dúo croata 2Cellos, que acaba de publicar un disco de megaenérgicas versiones en cuerda de clásicos del rock y el pop. Algo que por lo general no suele hacerme demasiada gracia (nunca me fue el rollo Apocalyptica), pero… ¿quién podría resistirse a este tremendo «Welcome to the Jungle»? No sé si Slash se habría dignado a opinar de ellos en su autobiografía, pero por mi parte, si de verdad los viera en la calle, les echaba todo lo que llevara en el bolsillo.
Anteayer apareció en El País un artículo de Diego Manrique titulado Por qué fascinan las vidas de los canallas, en el que daba un repaso al género de las autobiografías de roqueros y en el que intervengo con un par de declaraciones. La minientrevista que me hizo Diego para preparar su artículo me hizo volver a reflexionar en voz alta (algo que nunca está de más) sobre algunos aspectos del tipo de libros que editamos en Es Pop, y por eso la recupero aquí hoy en su totalidad (prometo no volver a colgar otra entrevista conmigo mismo en muuucho tiempo, que esto ya parece un egotrip continuo).
Charles Mingus, un jazzman con autobiografía intensa (Menos que un perro, editada hace algunos años por Mondadori).
Se me ocurre que somos mirones de los excesos y de lo ocurrido con las estrellas sacamos (A) lecciones morales o (B) placeres vicarios. ¿Cuál es tu interpretación? ¿Deseamos que los rockeros tengan existencias más al límite que, no sé, los jazzmen o los actores o los banqueros?
Supongo que es la típica atracción que ha generado siempre la figura del forajido, pero adaptada a la cultura del gran espectáculo, ¿no? Por una parte tiene ese elemento de vivir vicariamente una existencia completamente desmadrada al margen de horarios laborales, novias formales y vagones de metro atiborrados. Desde ese punto de vista podrían considerarse puro escapismo, como Conan con guitarras. Por otra, creo que ese regodearse en el lado oscuro del rock tiene también cierto valor reconfortante para gran parte de los lectores: sabemos que nunca vamos a acceder a ese mundo y envidiamos a quien lo logra, pero… oye, si resulta que el precio a pagar son adicciones, muertes, puñaladas traperas, ataques de locura y escarnio universal, a lo mejor con verlo de lejos ya nos basta. A mí personalmente lo que me fascina, y el motivo de que edite este tipo de libros, es que se trata de historias de individuos dispuestos a vivir la vida a su manera, a través de su arte, al margen de las convenciones y las consecuencias. En ese sentido, veo muchos puntos de contacto entre, por ejemplo, las autobiografías de Charles Mingus y Mötley Crüe, y a su vez entre estas y la biografía de Philip K. Dick escrita por Emmanuel Carrère o la que editamos nosotros de Charles Schulz, por poner dos ejemplos totalmente ajenos a la música.
¿Echas algo de menos en esos libros? Quiero decir: ¿te los crees o piensas que son productos hechos mediante un patrón? El Modelo Neil Strauss, para entendernos.
Hay muchos que indudablemente sí, siguen un patrón, y no pasan de ser eso: productos realizados con un mínimo de profesionalidad, pero escaso interés literario al margen de lo mucho o lo poco que te interese el personaje. Precisamente uno de los aspectos más fatigosos de la edición es tener que leer incontables manuscritos clónicos en busca de aquel que realmente digas: «Oh, por fin algo distinto, personal, genuino; este sí que merece la pena». Nada que, por otra parte, no suceda en otros géneros, todos tienen sus fórmulas: el negro, la ciencia ficción, la novela romántica e incluso la mal llamada «novela literaria», que aunque pretenda estar por encima de los géneros ha acabado siendo un género en sí misma, precisamente a base de repetir esquemas y modelos narrativos. En cualquier caso siempre hay gente capaz de jugar con los clichés y romper patrones, y ese es el tipo de libros que nos interesa a nosotros. Yo creo que el propio Neil Strauss rompió muchos esquemas con Los trapos sucios, combinando la biografía tradicional con la historia oral a lo Legs McNeil, lo cual le aporta al libro una vitalidad, un empuje y una técnica literaria de las que carecen la gran mayoría de biografías, ya no sólo de roqueros sino de cualquier tipo.
Philip K. Dick no era roquero, pero gustosamente hubiéramos editado su biografía (si no lo hubiera hecho ya Martínez Roca. Y es estupenda, por cierto).
En EEUU parece haber un boom de este tipo de libros. En España ¿se venden mejor que otros tomos de música? ¿Tienes cifras?
No dispongo de otras cifras al margen de las de Es Pop, así que sólo puedo decir que, en lo que a nosotros respecta, es lo que mejor estamos vendiendo: más que los libros de cine, más que la narrativa. En cualquier caso, no creo que se trate tanto de un éxito generalizado de la biografía roquera como de un puñado de libros en concreto que están funcionando bastante bien y casualmente han coincidido en el tiempo. Si te pasas por una gran superficie tipo Fnac verás que en realidad son pocos los títulos que llegan a gozar de una exposición continuada en la mesa de novedades (la biografía de Elvis de Peter Guralnick, el Vida de Keith Richards, el Cosas que los nietos deberían saber de Mark Oliver Everett, Los trapos sucios, etc.) mientras que la gran mayoría siguen pasando bastante desapercibidos.
Creo que fuisteis pioneros en estos libros. ¿Vais a sacar más?
Más que nada creo que fuimos pioneros en editarlos de una manera muy determinada, en un formato y con una serie de características (tapa dura, sobrecubiertas, lomo de tela) muy poco vistas en nuestro país para libros de este tipo. La idea que queríamos transmitir era: sí, es la biografía de un grupo metalero de los ochenta, pero no por eso deja de ser un señor libro, que merece la pena ser leído y merece la pena ser editado de la mejor manera posible, porque no es, retomando la pregunta anterior, un mero producto; va más allá. Y sí, sí que tenemos pensado sacar más biografías de este tipo. No muchísimas más, porque como te decía antes, tampoco abundan los títulos que realmente mantengan el nivel, pero al menos un par más sí que caerán.
¿Has leido alguna autobiografía similar en España? Ya no digo de pop o rock…estaba pensando en la de Sabina de Menéndez Flores, pero no tiene el elemento auto-.
La única que he leído yo que esté a ese mismo nivel (lo cual, por supuesto, no quiere decir que sea la única) es Corre, rocker, de Sabino Méndez. Aún estoy por leer Barcelona ciudad de Loquillo, aunque por lo que he ojeado me da la impresión de que es algo menos cruda. Otro título que me viene a la cabeza es Escupidos de la boca de dios, el libro sobre La banda trapera del río que hizo Jaime Gonzalo, pero claro, no es autobiografía, ni siquiera sé si lo podemos considerar biografía estrictamente hablando, pero temáticamente creo que es otro que sí se acerca mucho a esto que estamos hablando.
El mítico playback de Siniestro Total en «Caja de Ritmos». ¿Quién no querría leer una buena biografía de estos elementos?
De artistas españoles ¿de quién te gustaría leer una autobiografía a calzón quitado?
Me encantaría leer una biografía estilo Los trapos sucios de Siniestro Total, en la que participaran todos los componentes, aportando cada uno su historia. Sería como Rashomon con gallegos.
Ahora que lo pienso, ¿sería posible? En el fondo somos muy pudorosos… aquí no se saca rendimiento al arrepentimiento público.
No sé si es cuestión de pundonor o de que nos movemos en una industria tan pequeña que, por no ofender a individuos con los que lo mismo vas a tener que vértelas antes o después, quieras o no, uno acaba mordiéndose la lengua a no ser que se haya salido ya del mundillo, como era el caso de Sabino cuando publicó Corre, rocker. O también puede ser que todavía tengamos machacada en el cerebro la idea de que la confesión ha de ser privada. A veces me da la impresión de que todo esto de las confesiones públicas surge de una tradición más protestante, más anglosajona: los grupos de ayuda, los arrepentimientos públicos y televisados de políticos y actores, las autobiografías exhibicionistas… todo viene un poco del mismo sitio, ¿no?
Hace unos días Frank G. Rubio me entrevistó para el diario online El Pulso. Debido a cuestiones de espacio, hubo que aligerar un poco las respuestas para su publicación, pero Frank me ha cedido generosamente la entrevista íntegra para reproducirla también aquí (únicamente he suprimido una respuesta puramente coyuntural acerca de la Feria del Libro). Si ya habéis leído otras entrevistas conmigo, podéis saltaros perfectamente la primera pregunta, porque la respuesta es la misma de siempre (un día de estos tendré que inventarme un nuevo origen y hacerle un reboot a la franquicia), pero más abajo hablo por primera vez de las novedades que estamos preparando para después de verano y eso creo que sí puede tener cierto interés. ¡Gracias, Frank!
La opinión de la crítica: ¡Así no, Robert!
¿Cómo, cuándo y por qué empezó todo?
Después de más de una década traduciendo para otras editoriales y estudios de doblaje, decidí que quería probar suerte con títulos cien por cien afines a mis intereses como lector. Debo decir que como traductor siempre me he sentido bastante privilegiado. He realizado trabajos alimenticios, como todo el mundo, pero por regla general he tenido la fortuna de trabajar con editores que me han dado bastante cancha a la hora de elegir y he podido ir haciéndome un «catálogo» que creo refleja bastante bien mis gustos. Imagino que convertirme en editor era el paso lógico para personalizar aún más esa labor como traductor y para poder intervenir en otras partes del proceso que siempre me han resultado fascinantes, como por ejemplo el diseño. Al margen de todo eso, me parecía que había un hueco bastante claro en el mercado del ensayo y la biografía centrados en la cultura popular, dos géneros que o bien no se estaban editando lo suficiente o bien de manera muy dispersa. Se dio la casualidad de que los dos primeros títulos por los que pregunté en las agencias, dos libros que yo consideraba de referencia, estaban incomprensiblemente disponibles. Eran Los trapos sucios de Mötley Crüe y El otro Hollywood de Legs McNeil y Jennifer Osborne. Me pareció una oportunidad tan clara que no me quedó más remedio que lanzarme con ellos y así empezó todo.
Es Pop tiene una gama muy interesante de novela policíaca contemporánea, háblame de sus características.
Son novelas de género que se declaran y se manifiestan orgullosas de serlo. En un momento como el actual, en el que continuamente se publican verdaderas basuras disfrazadas de «bestseller de calidad», que incluso pretenden llegar envueltas de cierta coartada literaria con la que engañar a los acomplejados, nos parecía necesario dar a conocer a autores que no sólo no tienen ningún afán de «trascender el género» sino que lo abrazan y lo cultivan con entusiasmo. Que saben perfectamente que autores como Chandler, Cain, Stark o Highsmith son grandísimos estilistas, grandísimos escritores, y que una visión compleja del mundo, la ética y la moral no tiene por qué estar reñida con el entretenimiento. Hay quien dice que son novelas NEOPULP, lo cual me parece estupendo, ya que ciertamente enlazan con esa tradición de la gran novela popular de los cuarenta y los cincuenta, una idea que también hemos intentado reforzar visualmente. La colección está coeditada a medias entre Es Pop Ediciones y Valdemar, algo que además de resultarme un placer, porque son buenos amigos míos que encima han jugado un papel importante en el hecho de que acabara dedicándome a esto, me parece completamente coherente. No me cabe duda de que si Valdemar fuera una editorial del siglo XXII, recuperarían a autores como Neil Cross, Megan Abbott o Christa Faust como los clásicos que merecerían ser dentro de cien años, igual que ahora recuperan a Stoker, Lovecraft y Conan Doyle, entre muchos otros.
¿Cómo ves el panorama editorial en el contexto de la crisis?
Hombre, lo veo tan mal como cualquier otro panorama. Con cinco millones de parados en el país y sin que esto tenga pinta de haber tocado fondo aún… qué te voy a decir. Llorar porque se venden menos libros, que es verdad, que se están vendiendo menos, sería casi obsceno. Pero para mí el problema fundamental es que ni siquiera cuando la economía estaba sana podía uno decir que el panorama fuese muy halagüeño. Tenemos uno de los países en los que menos se lee de Europa y las tiradas no hacen más que acortarse. Los lectores se quejan de que los libros son caros, y tienen toda la razón cuando dicen que en Amazon pueden comprarlos como poco por la mitad, pero es que producir los libros en España, con las tiradas mínimas que nos vemos obligados a hacer, sale muy caro, también para el editor. En ese sentido creo que las pequeñas editoriales, que no suelen depender tanto de los grandes éxitos de la temporada, teníamos ya cierto callo que puede que nos haya preparado algo mejor para este momento que estamos atravesando. Quiero decir, que para nosotros la estrategia para sobrevivir ahora mismo no ha cambiado apenas a la de hace un par de años cuando las cosas iban supuestamente bien: consiste básicamente en cuidar mucho el catálogo, cuidar mucho la presentación y ofrecer a cambio de un producto que muchos consideran sobrepreciado algo que realmente compense el desembolso en todos los aspectos: que la lectura sea satisfactoria, que el libro sea bonito y que te apetezca no sólo disfrutarlo sino conservarlo, sobarlo, verlo en la estantería, regalarlo y quedar bien. Y ser conscientes de que, en el mejor de los casos, nos estamos dirigiendo a unos pocos miles de lectores, no a esos centenares de miles que son los que parecen que están en peligro de perder las grandes editoriales, pero que a nosotros, sencillamente, ya nos parecían inalcanzables desde el primer día.
La opinión de la crítica: ¡Así sí que sí!.
¿Cómo te trata la crítica?
La más especializada, la literaria, directamente no nos trata. Parece que vivimos en mundos paralelos. Bueno, miento, cuando sacamos la biografía de Charles Schulz, el creador de Carlitos y Snoopy, tuvimos una cobertura fantástica, salió en todos los suplementos y la respuesta fue en general muy positiva, cosa que de verdad agradezco. Pero parece que es lo único en lo que hemos coincidido mínimamente hasta ahora. Volvemos a lo que decíamos antes de las coartadas culturales y de los complejos que seguimos arrastrando en este país con todo lo que huela a popular o a entretenimiento. Mientras que en Francia a Megan Abbott, por poner un ejemplo reciente, la reseñan abundantemente y la entrevistan en medios como Le Monde, aquí ni dios mostró el más mínimo interés en hablar con ella cuando salió Reina del crimen. Y mira que ofrecimos la posibilidad. Afortunadamente, con lo que sí hemos contado hasta ahora, y de una manera muy entusiasta además, ha sido con el apoyo de blogueros y de la prensa alternativa. Tiene narices que todos o casi todos nuestros títulos de narrativa hayan salido reseñados, y muy bien reseñados, en revistas como Vice, Ruta 66 o Popular 1 mientras que para los suplementos literarios sencillamente no existimos. De todos modos imagino que la situación mejorará tan pronto como nos dé por publicar a autores checos, sefardíes y galeses (risas). Con todos mis respetos para los autores checos, sefardíes y galeses, ¿eh?
¿Qué preparas para el futuro?
Ahora mismo estamos preparando dos colecciones nuevas para después del verano. La primera, Es Pop Narrativa, que hemos subtitulado de manera un tanto pedantorra «Biblioteca de nuevos clásicos», estará dedicada principalmente a recuperar obras del siglo XX maltratadas en su momento por la crítica, el público y hasta la justicia; títulos tachados en su día de obscenos e insolentes, cuando no de subliteratura, que a pesar de todo han acabado convirtiéndose en clásicos (o si no, deberían serlo). No puedo confirmarte todavía ningún título ya que aún estamos cerrando los primeros. Sí te puedo adelantar, eso sí, los dos primeros de la otra colección que vamos a lanzar, que se llama Pulpo Negro y que viene a ser un poco el reverso tenebroso de lo que estamos editando en Valdemar/Es Pop; es decir, que aquí pasamos de la narrativa un tanto retro o de inspiración clásica a la novela negra más brutal y desesperanzada, muy crítica, muy social, muy de ahora. Si Valdemar/Es Pop es NEOPULP, Pulpo Negro vendría a ser NEONATURALISMO, Zola para el siglo XXI. Y la colección la van a lanzar el norteamericano Peter Blauner con Luna de casino, una novela que destapa los paralelismos entre los métodos de la mafia de Atlantic City y los de las grandes corporaciones que operan en la misma ciudad, y el sudafricano Roger Smith con Demonios de polvo, un retrato demoledor de la Sudáfrica contemporánea que es como El poder del perro pero con zulúes. ¡Imagínate!
Esta semana llega a las tiendas, justo a tiempo para la Feria del libro de Madrid, un librito que he traducido para otra editorial amiga, Rey Lear. Se trata del ensayo de Oscar Wilde The Soul of Man Under Socialism, rebautizado en esta ocasión como La importancia de ser socialista para que haga juego con otros dos títulos del mismo autor (La importancia de no hacer nada y La importancia de discutirlo todo) aparecidos anteriormente en la misma colección. Los tres, por cierto, con portada de Miguel Ángel Martín. Como suele ser habitual en Wilde, al final lo del socialismo no deja de ser otra excusa para hablar largo y tendido sobre las dos cuestiones que realmente le preocupan: el individuo y el arte. Y desde ese punto de vista tiene observaciones muy interesantes, en ocasiones muy socarronas y, por lo general, muy relevantes todavía hoy. Una de mis favoritas es esta que os pego a continuación.
«Al público le desagrada la novedad porque le tiene miedo. Representa para él una forma de Individualismo, una aseveración por parte del artista de que es él mismo quien elige su tema, y lo trata según su antojo. Y al público no le falta razón en su actitud. El Arte es Individualismo, y el Individualismo es una fuerza perturbadora y desintegradora. En ello reside su inmenso valor. Pues lo que busca perturbar es la monotonía del tipo, la esclavitud de la costumbre, la tiranía del hábito y la reducción del hombre al nivel de una máquina. En el Arte, el público acepta lo que ya ha sido porque no puede alterarlo, no porque lo aprecie. Engulle los clásicos de una sentada y nunca los saborea. Los tolera como inevitables y, al no poder mutilarlos, opina vacuamente sobre ellos. Curiosamente —o no tan curiosamente, dependiendo del punto de vista de cada uno—, esta aceptación de los clásicos causa un gran prejuicio. […] Lo cierto es que el público hace uso de los clásicos de un país como herramienta para comprobar los progresos del Arte. Degrada a los clásicos a la categoría de autoridades. Los usa como cachiporras para impedir la libre expresión de la Belleza en nuevas formas. Siempre le está preguntando al escritor por qué no escribe como otro, o al pintor por qué no pinta como otro, completamente ignorante del hecho de que si cualquiera de los dos hiciera algo similar dejarían de ser artistas. Los nuevos modos de Belleza le resultan completamente de mal gusto, y cada vez que aparece uno se muestra tan airado y desconcertado que siempre usa dos expresiones estúpidas: una, que la obra de arte es groseramente ininteligible; la otra, que la obra de arte es groseramente inmoral. A mí me parece que lo que quiere decir el público con estas expresiones es lo siguiente. Cuando dice que una obra es groseramente ininteligible, quiere decir que el artista ha dicho o creado algo nuevo; cuando describe una obra como groseramente inmoral, quiere decir que el artista ha dicho o creado algo bello que además es cierto».
Los lectores veteranos de Cultura Impopular quizá recordarán esta entrada, una de las primeras del blog, en la que hablaba sobre el proceso de diseño de El otro Hollywood, el libro sobre la historia de la industria del cine porno escrito por Legs McNeil y Jennifer Osborne con Peter Pavia. En aquel entonces explicaba cómo nos habíamos debatido entre usar una portada eminentemente fotográfica, más fiel en apariencia al contenido de libro, o una ilustrada a partir de viejas imágenes del Hollywood clásico «con el objetivo de, en cierto modo, subvertirlas con la intención de subrayar esa dicotomía, tan bien tratada en el libro, entre la industria cinematográfica “legítima” y la del porno, que no sólo no están tan separadas como en un principio podría parecer sino que en muchos casos se solapan». Como ya sabéis, finalmente optamos por la portada fotográfica y así quedó la cosa. De modo que quizá os sorprenda saber que hoy 20 de mayo El otro Hollywood llega nuevamente a las tiendas con una portada distinta a la original. Bueno, en realidad no tan distinta, ya que no se trata sino de una versión algo más depurada de aquella alternativa que ya manejamos en un principio, la ilustrada con carteles de cine antiguos. ¿Por qué el cambio? Por una parte, a qué negarlo, porque en su día me quedé con las ganas de utilizarla y no quería desperdiciar esta segunda oportunidad. Por otra, más importante, porque creo sinceramente que, viendo el rumbo que ha tomado visualmente la colección Es Pop Ensayo, en aquel momento nos equivocamos al elegir la portada. Si os fijáis, las cubiertas de los otros tres libros que hemos publicado hasta ahora en la colección son eminentemente conceptuales: el logo de Jack Daniel’s en Los trapos sucios; la camiseta de Carlitos en Schulz, Carlitos y Snoopy; incluso la de Slash muestra una imagen deliberadamente icónica y muy tratada del melenudo guitarrista para transmitir una idea de lo que es o lo que representa Slash antes que la realidad física de cómo es él en persona. Por todo ello, y teniendo en cuenta que mi intención para los próximos títulos es seguir por esa línea de ilustración y sugerencia antes que de imagen literal, creo que esta otra portada de El otro Hollywood encaja ahora mismo mejor en el diseño general de la colección que la anterior. Y por eso a partir de hoy podréis verla en las tiendas tal que así:
Siguiendo con El otro Hollywood, precisamente ayer recibía un mail con un excelente artículo escrito por Antonio Marcos para el número de primavera 2011 de la revista Archivamos, de la Asociación de Archiveros de Castilla y León, titulado «Legs McNeil: el archivo oral como relato», cuya lectura os recomiendo (está disponible en Issuu). Entre las cosas que dice, está esta frase que me parece una de las mejores y más sucintas descripciones que he leído hasta ahora de todo lo que es El otro Hollywood: «Un libro modélico que junto a su tema principal desarrolla tramas propias de la mejor novela negra, debates políticos en torno a los derechos civiles y pautas de funcionamiento que nos dicen más del capitalismo que muchos tratados de economía aplicada». ¡Si la hubiera recibido antes la hubiera puesto en la contraportada!
Para terminar, una aclaración: aunque haya titulado esta entrada «El otro Hollywood Redux», lo único que ha cambiado del libro es la cubierta, no se trata de una nueva edición ampliada, revisada o con extras, así que si ya lo tenéis, tranquilos, que no os estáis perdiendo nada nuevo. A los que les guste más la portada anterior, decirles que todavía quedan algunos ejemplares rondando por ahí. ¡No los dejéis escapar! Para los que, por el contrario, tengáis ya el libro pero os guste más la nueva portada, hemos impreso unas cuantas de más por si acaso; escribidme al correo del blog y ya miraremos de encontrar una manera de hacérosla llegar.
Cultura Impopular es el blog de Es Pop Ediciones, una editorial independiente especializada en temas relacionados con la cultura pop. Nuestra intención es convencerte de que compres los libros que editamos, pero intentaremos que no se note demasiado hablando también de otras cosas. Si quieres saber más sobre Es Pop, visita nuestra página web.
Cultura Impopular está escrito por Óscar Palmer. Puedes contactar con él por correo electrónico.