Me ha encantado esta entrevista que le ha hecho Fernando Olalquiaga a mi buen amigo, socio ocasional y compañero de mesa habitual Rafael Díaz, cofundador de Valdemar, para el magazine cultural Jot Down, cuya existencia, debo confesar, desconocía, aunque me ha bastado ojear un poco por encima sus contenidos para convertirme en fan de inmediato. ¿Sly Stone, Philip Kerr, Miguel Brieva, Muñoz Puelles, Deadwood, John Steinbeck y Faemino y Cansado bajo un mismo techo? ¡Venga ese rss! Echadle un vistazo que, de verdad, merece la pena. Y si os interesan los entresijos del mundillo literario no dejéis de leer la entrevista con Rafael, que tiene mucha miga y cuenta varias verdades como puños. Como esta sin ir más lejos:
En la literatura resulta casi más complicado hacer reír o provocar miedo que cualquier otra emoción. ¿Por qué entonces el género humorístico y el de terror están tan infravalorados por los defensores de la literatura “seria”?
Los que ejercen de defensores de la literatura “seria” son un auténtico coñazo. Asocian el género con el entretenimiento, el entretenimiento con la falta de profundidad y lo que no tiene profundidad es mera evasión. Resulta tedioso comprobar que abunda todavía esta concepción tan clasista de la cultura en general y de la literatura en particular, como si existiera una especie de club de alta cultura reservado sólo a unos pocos privilegiados donde la palabra entretenimiento es un exabrupto intolerable. ¿Acaso no son entretenidos Nietzsche, Schopenhauer, Thomas Mann o Shakespeare? ¿No es todo texto escrito para ser leído como una evasión? ¿Con qué rasero se mide la profundidad? ¿Existe algo así como un detector de profundidades? La lectura no es un ejercicio de flagelación; disfruta tanto el que lee a Marcial Lafuente Estafanía, si es que realmente lo disfruta, como el que lo hace con los discursos de Epicteto. Así que dejemos de hablar en términos de entretenimiento o evasión para juzgar la calidad de una obra. Fíjate, recuerdo haber leído en la contracubierta de La piel fría que era una novela de crítica social o algo parecido; se eludió cualquier mención al terror cuando es una magnífica novela de tema lovecraftiano. En España se evitan estas cosas: no se escribe novela policiaca, sino crónica urbana. Cuando un escritor se acerca a algo que huela a género los eufemismos brotan como setas. Predomina esa opinión tan tendenciosa de la que hemos hablado antes que asimila el género con el mal escritor o la literatura de evasión. En cuanto al humor, ¿qué se puede pensar de un país que omite, posterga u olvida a Mihura, Arniches, Jardiel Poncela o Ramón Gómez de la Serna? Si hubieran sido franceses los tendríamos hasta en la sopa.
Llegué a ella por la recomendación que realizó su colega Christa Faust en el artículo sobre nueva novela negra publicado en el anterior número de esta revista. La señalaba como a una de sus escritoras favoritas, a pesar de las profundas diferencias que existen entre sus estilos, explícito y renovador el de Faust, de raigambre clásica el de Abbott. Querencia por los grandes del género que le ha supuesto un rápido reconocimiento entre autores, lectores y jurados de premios. Meteórica carrera la suya, apuntando alto gracias a una sencillez formal y un conocimiento de los resortes que permitían destacar a una buena narración de misterio, policías y mafiosos, en tiempos de los grandes. Esta mujer ha leído con atención a Chandler y, sobre todo, a Jim Thompson, de quien parece rememorar diálogos y situaciones de alta tensión. Los ha leído, pero ha logrado captar la esencia de sus narraciones y presentárnosla refrescada y con su toque personal. Sigan las andanzas de Gloria Denton, sombra de la reina del crimen, por hipódromos, locales de apuestas y casinos ilegales, a ritmo de jazz y ajustes de cuentas, y disfruten de un libro con sabor a pulp clásico. Reseña de Alfred Crespo en Ruta 66 (nº 282, mayo de 2011)
Desconozco cuál es la situación para la novela criminal contemporánea, pero sí he visto, en librerías generalistas, palés de inmundicia en pasta dura, folletines oportunistas, desvirtuados y de serie zeta, copando las secciones populares desde hace ya demasiados años. Por ello resulta refrescante toparse con una obra humilde pero respetuosa, de narración tan pulcra y armada desde el amor como esta Reina del crimen, un noir blanco al que se le verá el cartón retro si se le quiere ver, pero que, pese a su opción “de época” y a su voluntad de dulce homenaje a los hombres que son y han sido en el hardboiled, no deja de funcionar como auténtica, pura y fibrosa literatura de evasión. La historia es la de una señora culebra, superviviente de la era dorada del hampa, que nos es replicada en la voz de una trepa a la que acaba de tomar como protegida. La propuesta de Megan Abbott triunfa en ese desplazamiento de tópicos tan sencillo que es hacer mujer a su protagonista, y así el traspié más a mano habrá de ser una figura masculina sin que ello implique renuncia al estereotipo de la fatale, eje de la trama que en lugar de horma de zapato será aquí modelo de conducta, ama, señora y madre platónica de la joven castora protagonista, quien al tiempo que aprende el oficio nos irá narrando el manual según sus intuiciones y debilidades, solapando con su talento para la violencia y el tejemaneje la leyenda de su tutora, mientras ésta va abocándose a un ocaso que no es más que relevo y celebración de un matriarcado en sesión continua. Reina del crimen es una historia de gallinas perdiendo pie y tocando fondo, tocando fondo y perdiendo pie, estupendamente gestionada, dinamizada y coloreada, lírica a su pesar porque lírica fue siempre la novela negra (más cuanto más se despojó de sí misma) y capaz de transitar lugares comunes del género sin prebendas de postmodernidad, retornándoles al paso la intensidad y el trapío que el curtido de la costumbre nos venía escatimando. Reseña de Rubén Lardín en Vice Magazine (Volumen 5, número 4)
«Pequeñas editoriales: nacer en tiempos de crisis» es el título de un artículo escrito por Ángeles Castillo para el número de este mes de la revista Delibros (el 253), en el que compartimos experiencias varios nuevos editores como, entre otros, Rubén Hernández (Errata Naturae), Francisco Javier Jiménez (Fórcola) o Donatella Ianuzzi (Gallo Nero). Es decir, aventureros al frente de sellos independientes lanzados en este último par de años. Dejo aquí la parte del artículo dedicada a Es Pop Ediciones con mi agradecimiento a Ángeles por habernos incluido en tan distinguido grupo.
El «hombre-editorial»
Como carta de presentación, a Es Pop le vale una cita de Nietzsche: «El individuo ha luchado siempre para no ser absorbido por la tribu. Si lo intentas a menudo estarás solo, y a veces, asustado. Pero ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo». Detrás, está Óscar Palmer, un veterano traductor que ha ilustrado su biografía en rojo y negro: «Después de más de una década traduciendo para otras editoriales, y tras haberme vinculado en varias ocasiones a proyectos más modestos, tipo revistas y fanzines, decidí que había llegado la hora de empezar a traducir para mí mismo, no sólo para tener una mayor libertad de elección en los títulos sino además para poder sacar los libros con una estética y formatos más afines a mis gustos».
Palmer encontró un camino poco transitado: «Me pareció que había un hueco bastante evidente tanto en el mercado de las biografías como en el de la narrativa de género contemporánea de calidad, que son las dos ramas que tocamos. Y el deseo por dar a conocer a autores como Christa Faust, Neil Cross o Megan Abbott se impuso a la prudencia». La fe le llevó a la acción. De hecho, define a la suya como «edición de guerrilla». O en más palabras: «Es Pop Ediciones es un proyecto bastante atípico en el sentido de que la editorial realmente es una extensión directa en todos los aspectos de la persona que está detrás, ya que no me encargo sólo de escoger y editar los libros, sino que también los traduzco y los diseño personalmente. La del hombre orquesta no es una estrategia viable a largo plazo, pero por ahora la idea es hacer lo máximo con los mínimos recursos».
Y todo esto hay que hacerlo, no conviene perderlo de vista, en plena crisis. «Por ahora lo único que puedo decir es que si acaso nos ha vuelto más precavidos. Títulos a priori más arriesgados que nos hubiera encantado sacar este año han debido quedar en la nevera a la espera de tiempos mejores. También hemos espaciado la frecuencia de los lanzamientos. Este año teníamos pensado doblar los del pasado y al final creo que nos vamos a quedar con más o menos los mismos porque al ritmo al que se han reducido las ventas sencillamente no podríamos amortizarlos todos en un plazo razonable, así que nuestros esfuerzos van destinados a mantener menos libros más tiempo en el mercado, y no al revés, como parece ser la tónica general».
Su estrategia ha desembocado también en una alianza con esa editorial necesaria que es Valdemar —para autores inéditos en España—, de donde surge el sello Valdemar/Es Pop.
El fantasma de la crisis está ahí, amenazante. «En el día a día el pequeño siempre sufre más, aunque sólo sea por la falta de recursos para mantenerse a flote. Tener menos que perder no es necesariamente una ventaja». Sí son ventajas, y con mayúsculas, «la capacidad de reacción, más rápida cuantas menos personas intervengan en el proceso, y la libertad que da el no tener que alimentar una gran maquinaria con nuevos productos todos los meses, lo cual permite seleccionar mejor los títulos y lanzarlos más a tu conveniencia que a la del mercado». Ahora que Es Pop cumple dos años y tiene ocho títulos en el mercado, con una tirada mínima de 2.000 ejemplares (con la flamante excepción de la biografía de Slash, que salió con 3.000), el balance que hace Palmer es «agridulce». En tanto el temporal amaina, recomienda leer Capturado, de Neil Cross, uno de los suyos.
El pasado 20 de abril se inauguró en el Palau Solleric de Palma de Mallorca la exposición «Universos», una amplia retrospectiva de la obra de Fernando Vicente que abarca todas sus facetas artísticas: historietista, pintor y, por supuesto, ilustrador. La semana pasada tuve ocasión de visitarla y lo cierto es que la disfruté enormemente. Si en algún momento os podéis acercar, no lo dudéis, ya que merece mucho la pena. Me hizo particular ilusión ver en una vitrina, entre un par de docenas de cubiertas ilustradas por Fernando, un ejemplar de Reina del crimen. Habiendo salido a la venta apenas un par de semanas antes de la inauguración, no se me había ocurrido imaginar ni por un momento que la novela de Megan Abbott pudiera estar incluida en la muestra, así que imaginaos mi sorpresa y mi alegría.
La exposición puede visitarse hasta el próximo 7 de agosto. Si queréis haceros una pequeña idea de lo que podréis encontrar en ella, podéis echarle un vistazo a estas fotos que he colgado en mi flickr. Consideradlo un ligerísimo aperitivo de los más de doscientos originales reunidos en «Universos». Lo dicho: no dejéis escapar la oportunidad.
Más información y horarios en la página del Casal Solleric.
El domingo pasado, HBO estrenó en Estados Unidos el esperado y fenomenal primer episodio de la segunda temporada de Treme, la serie creada por David Simon y Eric Overmeyer que retrata los quehaceres diarios de varios y variopintos personajes en la Nueva Orleans post-Katrina. Una excusa inmejorable para reproducir un par de fragmentos de esta extensa entrevista con el siempre interesante y locuaz Simon, realizada por Bill Moyers y aparecida en el número de este mes de la revista Guernica.
Bill Moyers: ¿Qué tiene la escena criminal que te aporta un agujero, quizás el mejor agujero, a través del cual ver cómo funciona realmente la sociedad norteamericana? David Simon: Puedes ver las equivocaciones. Ves aquellas cosas que no llegan a los libros de educación cívica y ves lo interconectado que está todo. Lo conectados que están los resultados del sistema escolar con la cultura de las esquinas. O hasta qué punto interviene la influencia de los padres. El declive de la industria interactúa de repente con esa especie de fraude que es la escasez de la educación pública en los barrios pobres. Porque The Wire no era una historia sobre América, habla de la América que hemos abandonado, la que hemos dejado atrás. Bill Moyers: Me impresionó una cosa que dijiste, hablando sobre drogadictos que salían de desintoxicarse y tenían que apretar los dientes para volver a arreglárselas en el barrio. Y entonces se encontraban cara a cara con una gran pregunta. David Simon: “¿Qué estoy haciendo aquí?”. Ya sabes, se trata de tipos que salen de la adicción con treinta, treinta y cinco años, porque a menudo hace falta llegar hasta esa edad para conseguirlo; tipos que llegaron a la adicción acarreando toda una serie de problemas, algunos personales e interpersonales y otros sistémicos. Este tipo de personas son en realidad el excedente de Norteamérica. Nuestra economía no los necesita. No necesitamos al 10 o al 15% de nuestra población. Y ese es ciertamente el caso de aquellos con una carencia educativa, mal atendidos por el sistema escolar de los barrios pobres, que no han sido preparados para la tecnocracia de la economía moderna. Fingimos que los necesitamos. Fingimos que educamos a los críos. Fingimos que de verdad los estamos incluyendo en el ideal americano, pero no lo estamos haciendo. Y no son tontos. Ellos lo saben. Entienden que la única base económica viable en sus barrios es el negocio multimillonario de la droga.
Los chicos de la esquina en The Wire.
Bill Moyers: ¿Puede la ficción contarnos algo acerca de las desigualdades que el periodismo no pueda? David Simon: A menudo me lo he preguntado, porque fui periodista durante muchos años y me consideraba bastante bueno. Como reportero, intentaba explicar el modo en el que la guerra contra las drogas no funciona, y escribía artículos muy trabajados y muy bien documentados que luego salían al éter y desaparecían. Después me ponían al lado el texto de algún columnista que se limitaba a escribir: «Pongámonos duros con las drogas», como si no hubiera dicho nada. Incluso en mi propio periódico. Y entonces pensaba: «Tío, hacer esto con los datos es una lucha continua». Cuando cuentas una historia con personajes, los espectadores pegan botes en sus asientos, y parte de eso se debe al modo en el que experimentamos la televisión. Bill Moyers: ¿Es porque estamos atados a los hechos que no podemos llegar hasta donde podría llevarnos la imaginación? David Simon: Uno de los temas de The Wire era que las estadísticas siempre mienten. Las estadísticas pueden realizarse de modo que afirmen cualquier cosa. Muéstrame cualquiera que describa un proceso institucional en América: medias académicas, estadísticas criminales, índices de arrestos, cualquier cosa que pueda aprovechar un político, cualquier cosa que alguien pueda usar para conseguir un ascenso, y tan pronto como inventes esa categoría estadística, cincuenta personas se pondrán a trabajar en la institución de turno para intentar desarrollar un método que haga parecer que se está dando un progreso cuando en realidad no hay progreso alguno. Vamos a ver, toda nuestra estructura económica siguió a ciegas la idea de que los títulos avalados por hipotecas tenían un valor cuando en realidad no tenían ninguno. Eran tóxicos. Y sin embargo se negociaba con ellos y se promovían porque alguien podía conseguir un beneficio a corto plazo. Del mismo modo que un comisario de policía o un sargento pueden recibir un ascenso, y un mayor puede convertirse en coronel, y un secretario de escuela puede convertirse en director, si consiguen que parezca que los chicos están aprendiendo o que se están resolviendo crímenes. Cuando era reportero tuve un asiento de primera fila para darme cuenta de cómo una vez aprendieron a meterle mano a las estadísticas del crimen, estas dejaron de representar la realidad. Bill Moyers: Hay una escena en la tercera temporada de The Wire en la que el intendente Bunny Colvin, de la policía de Baltimore, uno de mis personajes favoritos, da una charla inusualmente sincera sobre la futilidad de esta guerra contra las drogas. David Simon: No creo que tengamos estómago para evaluarla realmente. Bill Moyers: ¿Qué quieres decir?
David Simon con otro habitual de este blog, George Pelecanos. Foto: Steve Ruark.
David Simon: Una vez más, tendríamos que hacernos a nosotros mismos un montón de preguntas incómodas. La mayoría de las personas afectadas por todo esto son de piel negra, oscura y pobres. Son los cascos antiguos abandonados de nuestras áreas urbanas. Como decíamos antes, económicamente, no los necesitamos; la economía americana no los necesita. Siempre y cuando no salgan de sus ghettos y sólo se maten entre ellos, estamos dispuestos a pagar una presencia policial para que los mantenga fuera de nuestra América. Y para que peleen por las sobras, que es lo que a todos los efectos es la guerra contra las drogas. Como básicamente nos hemos convertido en una cultura basada en el mercado, eso es lo que sabemos hacer y eso es lo que nos ha llevado hasta este triste desenlace. Y creo que vamos a seguir la misma lógica de mercado hasta llegar el amargo final. Bill Moyers: ¿Que sería cuál? David Simon: Si no los necesitas, ¿para qué te vas a molestar? ¿Por qué evaluar seriamente lo que le estás haciendo a tus ciudadanos más pobres y vulnerables? No hay ningún provecho en ello, al margen de marginalizarles y descartarles. Bill Moyers: ¿Eres cínico? David Simon: Soy muy cínico con las instituciones y su voluntad para someterse a una reforma. Cuando hablamos de personas e individuos, no soy cínico. Y creo que el motivo de que The Wire sea visible, o incluso tolerable, para los espectadores es porque muestra un gran afecto por los individuos. No es una serie misántropa en modo alguno. Tiene un gran afecto por todas esas personas, particularmente cuando se levantan para decir: «No voy a seguir mintiendo. Realmente voy a pelear por lo que percibo que es una pizca de verdad“. ¿Sabes? Con el tiempo la gente recordará The Wire y pensará: “No era una serie tan cínica como nos pareció en su momento. En realidad era más periodística que otra cosa. Estaban siendo groseramente francos. Pero era menos malintencionada de lo que nos pareció». Creo que en Baltimore la respuesta inicial al ver la serie en emisión fue: «Estos tíos están siendo injustos y mezquinos. Han salido a machacarnos». Pero en realidad era una carta de amor a la ciudad.
Lo primero que me llamó la atención de The Information: A History, A Theory, A Flood, de James Gleick, fue su monumental portada, diseñada por Peter Mendelsund, que me dejó sencillamente boquiabierto y con ganas de echarle las zarpas. Sin embargo, me daba un poco de reparo que el texto pudiera resultarme un tanto árido o excesivamente académico. Afortunadamente, la semana pasada la revista Smithsonian colgó en su web un extracto del mismo, reconvertido en artículo, que me ha convencido del todo. Tanto me ha entusiasmado, de hecho, que no he podido evitar traducir unos cuantos párrafos (el artículo original es mucho más extenso y recomiendo vivamente su lectura íntegra). Aquí los dejo por si a alguien más le pica la curiosidad, a la espera de que algún avezado editor se decida a publicar entre nosotros el libro completo (¡preferiblemente cuanto antes y respetando la portada!).
¿QUÉ DEFINE UN MEME? Por James Gleick
«Lo que yace en el corazón de todo ser vivo no es fuego, ni un aliento cálido, ni una «chispa de la vida». Es información, palabras, instrucciones», declaró Richard Dawkins en 1986. Convertido ya para entonces en uno de los principales biólogos evolutivos del mundo, acababa de capturar el espíritu de una nueva era. Las células de un organismo son nodos en una red de comunicaciones densamente entrelazadas, transmitiendo y recibiendo, codificando y descodificando. La propia evolución encarna un intercambio de información continuo entre organismo y ambiente. «Si quieres entender la vida», escribió Dawkins, «no pienses en légamos vibrantes y fluidos palpitantes, piensa en tecnología de la información». […]
El auge de la teoría de la información instigó e impulsó una nueva visión de la vida. El código genético había dejado de ser una mera metáfora y estaba siendo descifrado. Los científicos se referían con grandiosidad a la biosfera: una entidad compuesta por todas las formas vitales de la tierra, rebosante de información, evolucionando y replicándose. Y los biólogos, tras haber absorbido los métodos y el vocabulario de las ciencias de la comunicación, fueron más allá para aportar sus contribuciones a la comprensión de la propia información. […]
James Gleick.
Jacques Monod, el biólogo parisino que compartió un premio Nobel en 1965 por averiguar el papel jugado por las moléculas de ARN mensajero en la transmisión de información genética, propuso una analogía: igual que la biosfera se alza por encima del mundo de la materia inerte, hay otro «reino abstracto» que se alza sobre la biosfera. ¿Los habitantes de dicho reino? Las ideas.
“Las ideas han conservado algunas de las propiedades de los organismos», escribió. “Al igual que ellos, tienden a perpetuar su estructura y a reproducirse; también pueden fusionarse, recombinarse, segregar sus contenidos; de hecho, también pueden evolucionar, y la selección debe de jugar un papel importante en dicha evolución».
Las ideas tienen “poder para extenderse”, indicó —“infecciosidad, podríamos decir”— y algunas más que otras. Un ejemplo de idea infecciosa podría ser una ideología religiosa que cobra influencia sobre un grupo numeroso de personas. El neurofisiólogo norteamericano Roger Sperry había adelantado una noción similar varios años antes, argumentando que las ideas son “exactamente tan reales” como las neuronas que ocupan. Las ideas tienen poder, dijo:
Las ideas provocan ideas y ayudan a la evolución de nuevas ideas. Interactúan las unas con las otras así como con otras fuerzas mentales dentro del mismo cerebro, en cerebros vecinos y, gracias a las comunicaciones globales, también en otros cerebros lejanos y ajenos. Y también interactúan con el entorno exterior para producir, en conjunto, un avance explosivo en la evolución que va mucho más allá de cualquier otra cosa que hayamos podido ver en la escena evolutiva.
Monod añadió: “No me arriesgaré a aventurar una teoría de la selección de las ideas». Tampoco hizo falta. Otros estaban dispuestos a ello.
Dawkins también dio el salto de la evolución de los genes a la evolución de las ideas. Para él, el papel protagonista es el del replicador, y lo que menos importa es que los replicadores estén hechos de ácido nucleico o no. Su regla es: «Toda la vida evoluciona según la supervivencia diferencial de las entidades replicadoras». Allí donde haya vida, tiene que haber replicadores. Quizá en otros mundos los replicadores puedan surgir de una química basada en el silicio… o en ningún tipo de química.
¿Qué significaría para un replicador existir al margen de la química? «Creo que una nueva especie de replicador ha emergido recientemente en nuestro mismo planeta», proclamó Dawkins en las últimas páginas de su primer libro, El gen egoísta, en 1976. “Nos está mirando a la cara. Aunque aún está en su infancia, dejándose llevar torpemente por su caldo primordial, ya está alcanzando el cambio evolutivo a un ritmo que deja a los viejos genes jadeando muy atrás». Ese «caldo» es la cultura humana; el vector de transmisión es el lenguaje, y el lugar de cultivo es el cerebro.
Richard Dawkins.
Dawkins propuso un nombre para este replicador incorpóreo. Lo llamó el meme, y acabaría siendo su invención más memorable, mucho más influyente que sus genes egoístas o que sus posteriores proselitismos en contra de la religión. “Los memes se propagan a través del banco de memes saltando de cerebro en cerebro mediante un proceso que, a grandes rasgos, puede llamarse imitación», escribió. Compiten unos con otros para hacerse con el control de unos recusos limitados, tiempo cerebral o ancho de banda. Sobre todo, compiten por nuestra atención. Por ejemplo: ideas, canciones, frases hechas, imágenes. […]
Los memes emergen de los cerebros y salen al exterior, estableciendo cabezas de playa sobre papel, celuloide, silicio y allá donde pueda viajar la información. No deben de ser considerados partículas elementales, sino organismos. El número tres no es un meme; tampoco lo es el color azul, ni ningun pensamiento sencillo, igual que un único nucleótido no puede ser un gen. Los memes son unidades complejas, distintivas y memorables. Unidades con el poder de perdurar.
Tampoco un objeto es un meme. El hula hoop no es un meme; está hecho de plástico, no de bits. Cuando esta especie de juguete se extendió en 1958 por todo el mundo en una loca epidemia, fue el producto, la manifestación física, de un meme o memes: el anhelo de tener un hula hoop; los meneos, balanceos y habilidades necesarias para usarlo. El hula hoop en sí mismo es un vehículo para el meme. También, de igual modo, lo son todos aquellos que lo usan; un vehículo sorprendentemente efectivo en el sentido perfectamente explicado por el filósofo Daniel Dennett: “Un carro con ruedas de radios no sólo traslada grano o cualquier otra carga de un lugar a otro; traslada la brillante idea de un carro con ruedas de radios de mente en mente». […]
El hula hoop no fue un meme. La fiebre de usarlo sí.
Durante la mayor parte de nuestra historia biológica los memes existieron efimeramente, su principal modo de transmisión era el llamado «boca a boca». Últimamente, sin embargo, han conseguido adherirse a sustancias sólidas: tabletas de barro, paredes de cuevas, hojas de papel. Adquieren longevidad a través de nuestras plumas y nuestras imprentas, cintas magnéticas y discos ópticos. Se diseminan a través de antenas y redes digitales. Los memes pueden ser relatos, recetas, habilidades, leyendas o modas. Y nosotros los copiamos, de individuo en individuo. El otro punto de vista, desde la perspectiva centrada en el meme de Dawkins, es que se copian a sí mismos.
“Creo que, dadas las condiciones adecuadas, los replicadores se juntan automáticamente para crear sistemas, o máquinas, que les dan movilidad y trabajan para favorecer su replicación continua», escribió. Con esto no pretende sugerir que los memes sean actores conscientes; sólo que son entidades con intereses que pueden verse impulsados por la selección natural. Sus intereses no son los nuestros. «Un meme», dice Dennett, «es una carga de información con genio”. Cuando hablamos de luchar por un principio o morir por una idea, podríamos estar siendo más literales de lo que creemos.
Como los genes, los memes tienen efectos en el mundo al margen de sí mismos. En algunos casos (el meme de encender el fuego, el de usar ropa, el de la resurrección de Jesús) los efectos pueden ser realmente poderosos. A la vez que diseminan su influencia por el mundo, los memes influyen en las condiciones que afectan a sus opciones de sobrevivir. Los memes que comprenden el código Morse obtuvieron un efecto enérgico y positivo. Algunos memes reportan evidentes beneficios para sus anfitriones humanos (“Mira antes de saltar”, conocimiento del RCP, lavarse las manos antes de cocinar), pero el éxito memético y el éxito genético no son la misma cosa. Los memes pueden replicarse con impresionante virulencia a la vez que dejan un reguero de daños colaterales: patentes de medicinas y cirugía psíquica, astrología y satanismo, mitos racistas, supersticiones. En cierto modo, estos son los más interesantes: los memes que prosperan en detrimento de sus anfitriones, como por ejemplo la idea de que los terroristas suicidas encontrarán su recompensa en el cielo.
Un gorila aprendiendo a dar collejas por mimética.
Los memes podían viajar sin palabras antes incluso de que naciera el lenguaje. La simple imitación basta para replicar el conocimiento: cómo afilar una punta de lanza o encender un fuego. Entre los animales, se sabe que los chimpancés y los gorilas adquieren comportamientos por imitación. Algunas especies de pájaros aprenden sus canciones, o al menos variantes de las mismas, tras oírselas a otros pájaros (o, de un tiempo a esta parte, a ornitólogos con reproductores de audio). Los pájaros desarrollan repertorios y dialectos; en resumen, muestran una cultura aviar que precede a la cultura humana en eones. A pesar de estos casos especiales, durante la mayor parte de la historia humana, los memes y el lenguaje han ido de la mano. (Los clichés son memes). El lenguaje hace las funciones del primer catalizador de la cultura. Sustituye a la simple imitación, extendiendo el conocimiento mediante abstracción y codificación. […]
Una fuente de resistencia —o al menos de incomodidad— fue el paso a segundo término de nosotros los humanos. Afirmar que una persona sólo es un medio para que un gen cree más genes ya era bastante malo. Ahora los humanos debían ser considerados además vehículos para la propagación de memes. A nadie le gusta ser considerado una marioneta. Dennett resumió el problema de la siguiente manera: “No sé a ustedes, pero a mí en principio no me atrae la idea de que mi cerebro sea una especie de montón de abono en el que las larvas de las ideas de otras personas se renuevan, antes de enviar copias de sí mismas en una diáspora de información… ¿Quién está al al cargo según esta visión, nosotros o nuestros memes?”.
Él mismo respondió su pregunta recordándonos que, nos guste o no, raras veces estamos «al cargo» de nuestras mentes. Podría haber citado a Freud, pero en vez de eso citó a Mozart (o eso creía él): «En la noche, cuando no puedo dormir, las ideas se agolpan en mi cerebro. ¿De dónde vienen y cómo llegan hasta mí? Ni lo sé ni tengo nada que ver con ello”. Más tarde a Dennett se le informó de que esta conocida cita no era en realidad de Mozart. Había cobrado vida propia; era un meme bastante exitoso. […]
Aunque puede que Mozart no tuviera este aspecto, muchos tenemos esta imagen en mente cuando pensamos en él. Las imágenes también son memes.
A medida que el arco del flujo de la información tiende hacia una conectividad aún mayor, los memes evolucionan más rápido y se extienden más lejos. Su presencia se siente, aunque no se vea, en comportamientos borreguiles, pánicos bancarios, cascadas de información y burbujas financieras. Algunos falsos memes se extienden con ayuda insincera, como la aparentemente imbatible noción de que Barack Obama no nació en Hawaii. Y en el ciberespacio, cada nueva red social se convierte en una nueva incubadora de memes. […]
En la competición por el espacio de nuestros cerebros y de la cultura, los auténticos combatientes son los mensajes. “El mundo humano está hecho de historias, no de gente”, escribe el novelista David Mitchell, “las personas que las historias usan para contarse a sí mismas no pueden ser culpadas”.
Fred Dretske, filósofo, escribió en 1981: “En el principio estuvo la información. La palabra llegó luego». Después añadió esta explicación: “La transición se logró mediante el desarrollo de organismos capacitados para explotar selectivamente esta información con objeto de sobrevivir y perpetuar su clase». Ahora podríamos añadir, gracias a Dawkins, que la transición se logró mediante la información en sí misma, sobreviviendo y perpetuando su clase y explotando selectivamente organismos.
La mayor parte de la biosfera no puede ver la infosfera; es invisible, un universo paralelo que vibra con habitantes fantasmales. Pero no son fantasmas para nosotros. Ahora ya no. Sólo nosotros, los humanos, entre todas las criaturas orgánicas de la tierra, vivimos en ambos mundos a la vez. Es como si, tras haber coexistido durante largo tiempo con lo invisible, hubiéramos empezado a desarrollar la necesaria percepción extrasensorial. Somos conscientes de las muchas especies de información. Nombramos los tipos sardónicamente, como para asegurarnos a nosotros mismos que los entendemos: «mitos urbanos», «medias verdades». Los mantenemos vivos en servidores bien refrigerados. Pero no podemos ser sus dueños. Cuando una melodía permanece en nuestros oídos, o una manía cambia el mundo de la moda, o un falso rumor domina la charla global durante meses y desaparece con la misma rapidez con la que llegó, ¿quién es el amo y quién el esclavo?
Los Antònia Font dispuestos a explorar un glaciar sonoro. Foto: Biel Santandreu.
Llevo toda la semana obsesionado con Lamparetes, el nuevo disco de Antònia Font. Y cuando digo obsesionado no lo digo en plan retórico ni porque me guste exagerar, sino porque cuando unas cuantas melodías se te meten en el cuerpo a nivel subcutáneo y se pasan el día viajando entre las neuronas y la lengua, irrumpiendo en los momentos más inesperados, mientras haces cola para la caja del supermercado o sorbes un potaje de garbanzos, no se me ocurre otra definición más adecuada. Es como una infección contagiosa que viaja directamente del equipo de música al cerebro. Una sensación poco menos que de dependencia que te obliga a pulsar repetidamente el replay y a ponerte pesadísimo con todo el mundo alabando las excelencias del disco en cuestión. Así pues, porque no puedo evitarlo, ahí va mi canción favorita de Lamparetes (y para mi gusto uno de los mejores temas que han grabado los Antònia Font en toda su carrera) acompañada de la letra en mallorquín y en castellano.
ICEBERGS I GÈISERS
Jo l’enyor com segles de glaceres solitàries
davallant mil·límetres cap als oceans (icebergs),
molt abans que habitassin sa Terra es éssers humans,
no hi havia ningú per mirar-les, només crustacis i algues (icebergs).
Jo l’enyor com el Titànic, com si m’haguessin tallat els collons
mil elefants en estampida que se m’enduen sa vida.
Som davant ses portes de l’infern,
m’és igual la mar infinita navegant a dins sa fosca,
som a ses portes de l’infern per tu i tenc plans de futur.
Jo l’enyor com segles de glaceres solitàries
davallant mil·limetres cap als oceans (géisers),
un piano caient de s’Empire State (Building),
era tonta i rosseta, segons s’al·lot, sa jugueta.
Som davant ses portes de l’infern,
plataformes de petroli amb diàmetres enormes,
Som a ses portes de l’infern per tu i tenc plans de futur.
Som davant ses portes de l’infern,
rodejat de flamarades molt amunt a dins ses ombres,
som a ses portes de l’infern per tu i tenc plans de futur.
ICEBERGS Y GÉISERES
Yo la añoro como siglos de glaciares solitarios
bajando milímetros hacia los océanos (icebergs)
mucho antes de que habitaran la Tierra los seres humanos,
no había nadie para mirarlos, solo crustáceos y algas (icebergs).
Yo la añoro como el Titanic, como si me hubieran cortado los cojones
mil elefantes en estampida que se me llevan la vida.
Estoy delante de las puertas del infierno,
me da igual la mar infinita navegando por dentro de la oscuridad,
estoy a las puestas del infierno por ti y tengo planes de futuro.
Yo la añoro como siglos de glaciares solitarios
bajando milímetros hacia los océanos (icebergs)
un piano cayendo del Empire State (Building)
era tonto y rosadito, según el niño, el juguetito.
Estoy delante de las puertas del infierno,
plataformas de petróleo con diámetros enormes,
estoy a las puestas del infierno por ti y tengo planes de futuro.
Estoy delante de las puertas del infierno,
rodeado de llamaradas muy arriba entre las sombras,
estoy a las puertas del infierno por ti y tengo planes de futuro.
El resto del disco es igual de espléndido, y consigue la extraña hazaña de ser el más barroco y atrevido de su carrera y, a la vez, quizá el más accesible. Según contaba Joan Miquel Oliver en una entrevista con la agencia ACN: «Cada vez nos abrimos más puertas. Cada vez el público nos abre más puertas aceptando nuestras rarezas. Cualquier cosa me sirve para componer y en este caso pensé en los pioneros, en los descubridores, en exploradores. Que en la actualidad pueden ser, yo que sé, artistas o gente como Clint Eastwood, que ha hecho una carrera en la que está demostrando que cada vez es mejor, está demostrando que eso de la juventud es como una especie de mito que está sobrevalorado». Clint Eastwood es, precisamente, el protagonista y título del primer single de este Lamparetes, y aquí está su vídeo.
Tengo la perspectiva de ser un lector de relatos cortos desde que tenía 8 ó 9 años. En aquel entonces había revistas por todas partes. Había tantas revistas publicando ficción breve que nadie podía abarcarlas todas. Eran como una gran boca abierta que exigía que la alimentaran. Ya sólo los pulps, los pulps de 15 y 20 centavos, publicaban unos 400 relatos al mes, y eso sin contar lo que llamábamos las revistas «elegantes»: Cosmopolitan, American Mercury… Todas esas revistas publicaban ficción breve. Y luego el pozo empezó a secarse. Hoy en día te bastan literalmente los dedos de ambas manos para contar el número de revistas, que no pertenezcan a pequeñas editoriales, que publican relatos cortos. Y yo siempre he querido escribir para un gran público. Me parece una ambición honorable, igual de honorable que decir: «Tengo una obra que sólo va a ser apreciada por una pequeña franja de público». Y hay pequeñas revistas que publican en ese sentido, pero muchos de los individuos que leen esas revistas sólo las leen para ver qué tipo de relatos publican para poder enviarles los suyos. El relato corto ha dejado de ser algo generalizado. No ves a gente en el avión con las revistas abiertas por la séptima entrega de lo nuevo de Norman Mailer. Por supuesto, Mailer ya falleció, pero ya sabes a lo que me refiero. Y tanto darle vueltas al e-book y al ordenador en parte sólo sirve para enturbiar las aguas y oscurecer el hecho de que la gente sencillamente ha dejado de leer relatos cortos. Y cuando has perdido la costumbre de hacerlo, pierdes la maña, pierdes esa habilidad para sentarte 45 minutos a entretenerte un rato con una historia como esta. […] Cuando veo los libros de algunos de los autores de suspense que son populares hoy en día, pienso para mí mismo: «Básicamente son libros para gente que en realidad no quiere leer». Pasan sin dejar huella, como una especie de comida rápida que va de la boca a los intestinos sin detenerse a nutrir ninguna parte del cuerpo. No quiero dar nombres, pero ya sabemos todos de quiénes estoy hablando.
Extraído de esta entrevista de James Parker a Stephen King, aparecida en el número de abril de The Atlantic, que también incluye un nuevo y tremendísimo relato breve de este último, Herman Wouk Is Still Alive, disponible aquí.
Los viejos paradigmas no han terminado de desaparecer y los nuevos paradigmas resultan todavía algo confusos. Y tenemos la cuestión tecnológica, no sabemos todavía lo que significa tener un cerebro digitalizado. La gente parece no poder concentrarse, por ejemplo, no puede detenerse un momento para leer un libro. Hay un número considerable de gente diciendo que ya no puede hacerlo. No el tipo literario, claro, sino la gente que decía leer unos doce libros al año o así. Esta gente se ha acostumbrado a picotear de uno y otro lado… Creo que la incapacidad para comprometerse con una experiencia lectora es una pérdida gigantesca. Me horrorizaría que mis hijos no fueran capaces de leer de esa forma. Pienso que las novelas tienen un lugar a la hora de buscar comprender el mundo, y esa es la razón por la que uno termina leyendo no ya a sus contemporáneos sino a la generación anterior, para de esa manera enriquecer nuestro mundo. Creo que eso es lo que hacen las novelas, enriquecer nuestro mundo. Como sabes, mis dos referentes principales son Bellow y Nabokov. La obra de Nabokov es enorme, mucho más que la de Bellow, y contiene por lo tanto excesos bastante más obvios. Sin embargo, Nabokov no se interesó ni por un segundo en la modernidad, en el mundo moderno, mientras que Bellow sí estaba interesado en él, su obra está mucho más relacionada con el mundo moderno, tiene esta especie de autoconciencia acerca de la cultura de masas. Pero en todo caso, no creo que eso sea lo importante en ninguno de los dos, lo importante es el disfrute artístico.
Extraído de esta entrevista de Diego Salazar a Martin Amis aparecida en Letras Libres.
La cubierta de Reina del crimen completamente desplegada. Pincha para ampliar.
A la hora de plantear la portada de Reina del crimen tuve desde el primer momento un único ilustrador en mente. Como ya he comentado otras veces, la novela de Megan Abbott es probablemente la más tradicional, formal y argumentalmente, de cuantas hemos publicado hasta ahora. No sólo está ambientada en los años cincuenta, sino que además entra de lleno en los parámetros de lo que consideraríamos los grandes clásicos del género negro; no en vano los nombres que más ha usado la crítica a la hora de contextualizarla han sido los de James M. Cain y Raymond Chandler. Por todo ello, mi primer impulso fue el de acudir a Fernando Vicente, el cual, además de ser un ilustrador excepcional, es un verdadero enamorado tanto del género como de los grandes portadistas a los que de inmediato asociamos con éste. Afortunadamente, a Fernando le entusiasmó la idea: «Hago muchas portadas de libros, es una de las partes importantes de mi trabajo, pero esta es la primera ocasión en la que he podido tirar por un genero que me encanta. Adoro a los clásicos, de los que atesoro una nutrida colección. Maguire, James Avati, Mitchell Hooks y, por supuesto, Robert McGinnis. Creo que, como muchas otras cosas de esa época, es un estilo que vuelve con fuerza, las pin-ups, el mobiliario y la moda retro… Mira si no la serie Mad Men. Es un estilo que el lector entiende perfectamente y que no hace falta tanto adaptarlo como actualizarlo. En este momento las librerías están demasiado llenas de portadas anodinas y de un exceso de fotografía, muchas veces sacadas directamente de bancos de imagen. Pienso que viendo mi portada no estas viendo una portada antigua sino algo perfectamente actual… o eso espero».
Las dos fotos que le envié a Fernando como referencia. Pincha para ampliar.
Al contrario que en otras ocasiones, mi implicación en el desarrollo fue mínima. Me limité a enviarle a Fernando una galerada de la novela y dos fotos, comentándole lo siguiente: «Las protagonistas de la novela son dos mujeres de carácter que utilizan la elegancia y la buena presencia como escudos protectores en un mundo en el que abundan las «mujerzuelas» y la mala gente. Su buen gusto es parte de lo que las hace intocables dentro de su ambiente. Vamos, que yo me las imagino un poco como en la primera foto. Luego está esta otra imagen que también me transmite bastante bien la idea de la novela, por ese contraste entre la elegancia del vestido y la modelo y ese mundo como grasiento que la rodea. Se diría que estuviera intentando escudarse de la mugre, que es un poco lo que tiene que hacer la protagonista de Reina del crimen cuando recorre los casinos y los garitos de apuestas cuya recaudación recoge todas las semanas; pasearse por los bajos fondos pero sin mancharse. Me gusta mucho que transmita esa sensación de elegancia/independencia y que a la vez utilice el color de una manera tan sencilla y llamativa, como dando a entender que detrás de esa imagen hay algo más. Que se trata de una elegancia «alterada» o un tanto peligrosa (salvando las distancias, como en tus ilustraciones de la serie Vanitas, o la portada que hiciste para Juez y parte; la imagen es bella, pero genera inquietud)».
A la izquierda el boceto original y a la derecha la portada pintada.
Aquí arriba podéis ver el primer boceto que me envió Fernando. El primero… y el único, porque de inmediato le dije que no le diera más vueltas. Al contrario que la portada norteamericana, que dejaba un poco al personaje de Gloria Denton en las sombras para potenciar la relación entre la anónima protagonista con un jugador de mala reputación, la imagen de Fernando se centraba en el que para mí es el aspecto más fundamental de la novela, que es la relación entre las dos «reinas del crimen», la veterana y la recién llegada. También me encantó el detalle de la ruleta integrada en el vestido y la idea de que la portada fuera a estar dominada primordialmente por un tono de color. Fernando desenfundó los pinceles y me envió la imagen acabada que veis a la derecha. Como podréis comprobar, es prácticamente idéntica a la portada publicada. Sólo le pedí que eliminara dentro de lo posible los blancos rizos del pelo de Gloria, ya que me parecía que le quitaban un poco de peso a esa mirada tan enigmática y maravillosamente captada que, en mi opinión, «vende» por sí sola el libro.
Aunque en principio había pensado usar una rotulación mecánica para el título, Fernando es tan fan de las rotulaciones manuales de las novelas de los cincuenta que me envió esta foto de aquí arriba con ejemplos sacados de su colección particular y me propuso hacer una él. Lógicamente, una oferta semejante no se rechaza así como así, y no podría sentirme más satisfecho con el resultado. Es evidente que la calidez y la textura que aporta una rotulación manual a cualquier tipo de portada ilustrada es muy difícil de imitar con una fuente mecánica. Más abajo podéis verla tal como la vi yo por primera vez, aplicada sobre las imágenes de portada y contraportada. Sobre el origen de dichas imágenes, por cierto, Fernando comenta lo siguiente: «La primera sensación que tuve al leer el texto es de que estaba ante un clásico de la novela negra, por lo que mi primera idea desde el principio era atacar el tema desde un punto de vista formal clásico del genero, el pulp o el paperback. Realmente la primera idea la tuve en la primera línea de texto: “¡Quiero esas piernas!”. Esa frase me mató, me pasé el resto del libro pensando si las haría andando, cruzadas, encima de una mesa o cómo, pero tenía que dibujar esas piernas. Sin embargo, la novela es algo más compleja y pensé que necesitaba una portada algo mas densa, por eso dejé esa primera idea para la contraportada. Viéndola ya hecha sí me da la sensación de que habría podido funcionar como portada, no así el dibujo que hice para la portada que es demasiado ambicioso para una contra. O sea que están bien tal como están». Qué duda cabe que así es.
Probando la rotulación manual sobre las versiones definitivas de la portada y de la contra.
Siempre que puedo, me gusta charlar un rato con nuestros autores y hacerles una pequeña entrevista con la excusa del dossier de prensa de su libro. Y en realidad no deja de ser eso, una excusa, porque lo que realmente me apetece es compartir unos minutos con ellos. Hasta ahora he tenido suerte y todos han resultado ser bastante majetes, pero con ninguno me había divertido tanto como con Megan Abbott, la autora de Reina del crimen, que publicamos este mes en nuestra colección Es Pop Narrativa (coeditada, como ya sabéis, junto a Valdemar). Su conocimiento casi enciclopédico de la historia del cine negro y nuestra compartida admiración por grandes mujeres de la pantalla como Gloria Grahame amenazaba con convertir la entrevista en una animada charla de bar que habrá que dejar para otro día. Mientras tanto, aquí tenéis la versión más seria y formal que aparecerá en el dossier de prensa.
Cultura Impopular: ¿Cuándo y cómo empezaste a interesarte por el género negro? He leído en tu blog que recuerdas haber visto Gilda con 9 o 10 años, así que supongo que es algo que empezó a muy temprana edad. ¿Eran aficionados tus padres? ¿Te animaron a ello? Megan Abbott: Mis padres eran aficionados y me animaron mucho. Registraban las librerías de segunda mano en busca de viejos libros de cine para mí y me llevaban a ver cualquier tipo de reposición. El origen de todo lo que escribo puede rastrearse hasta las viejas películas que veía en la tele los sábados y los domingos por la mañana. Primero fueron las películas de gángsteres —particularmente Enemigo público— y luego Howard Hawks, Billy Wilder. De algún modo, aquellas películas, especialmente las de género negro, pasaron a ser un oscuro fundamento para mí; formaban un mundo en el que quería adentrarme, y escribir fue mi modo de entrar en ese mundo. CI: Es evidente que eres una gran aficionada al cine, así que me preguntaba si podrías explicar un poco la manera en la que el cine ha influido tu concepto de lo que es el género negro. O debería ser. MA: Ah, muy interesante. Es cierto que mi primera exposición al cine negro fue a través del cine, a la literatura llegué más tarde. Por ejemplo, debí de ver Perdición media docena de veces antes de leer al fin la novela, ya a los veintitantos. En mi opinión ocupan, por lo general, universos separados del mismo género, y me gusta inspirarme en ambos. Hay algo muy especial en las resonancias visuales que aporta el cine al género negro, dando vida a esos ambientes llenos de sombras, aportando una patina de glamour que puede hacer que todo parezca más seductor, más hipnótico, más peligroso. Los libros, por otra parte, son mucho más íntimos y en concreto el uso de la primera persona (como en el caso de Cain y Chandler) aporta mucha intensidad, hace que todo parezca más crudo, más cercano. Y teniendo en cuenta el Código Hays, los libros también te acercan mucho más a lo escabroso, a lo indescriptible. De modo que son dos mundos distintos que conversan mutuamente, se susurran el uno al otro. Los adoro a los dos.
Reina del crimen en España (portada de Fernando Vicente) y en Francia.
CI: Tu primer libro, The Street Was Mine, fue un ensayo centrado en la figura del hombre duro y solitario, el típico antihéroe del género. ¿Fue algo que considerabas que debías estudiar antes de empezar a escribir ficción, como una especie de trampolín para tus propias novelas? MA:The Street Was Mine empezó como mi tesis. Había completado mi doctorado en literatura inglesa y americana y quería escoger algo distinto para mi disertación, así que se me ocurrió centrarla en todos aquellos libros maravillosos que habían servido de base para mis películas favoritas. Leí El sueño eterno y El cartero siempre llama dos veces y supe que había encontrado mi pasión. Nunca había tenido ninguna intención de escribir ficción, pero mientras trabajaba en la tesis sentí la necesidad de dar salida a todo lo que estaba asimilando de una manera menos analítica, así que empecé a escribir fragmentos de lo que luego acabaría siendo Die a Little, mi primera novela. Al principio sólo eran retazos, una idea vaga, pero cuanto más leía más impulso cobraba. Al escribir un estudio crítico, no tienes demasiadas oportunidades de “disfrutar tu disfrute” de los libros que estás estudiando, así que escribir la novela fue mi manera de conseguirlo. CI: No sé si estarás de acuerdo, pero para mí tus novelas son una especie de respuesta a esos clásicos de Chandler y Cain que analizaste en The Street Was Mine. No como una respuesta contraria, sino más bien como una aproximación paralela. Tus personajes habitan ese mismo mundo, pero evidentemente tienen una manera distinta de encararlo y puntos de vista diferentes acerca de lo que está pasando. ¿Qué fue lo que aprendiste escribiendo The Street Was Mine y qué impacto tuvo luego en tu prosa? MA: ¡Gracias! Era consciente, mientras lo escribía, de que se trataba de novelas acerca de un mundo eminentemente masculino, y me pareció que la oportunidad la pintaban calva para escribir el mismo tipo de libros pero con personajes femeninos que no fueran mujeres fatales (o que no estuvieran consideradas como tales ni se vieran definidas únicamente por su habilidad para atrapar a los hombres). De modo que creo que escribir el ensayo me abrió una puerta. Pero lo que pasó principalmente fue que leyendo todas esas maravillosas novelas me entraron ganas de pasar a formar parte de su mismo tejido oscuro. Y al leer tantas de golpe, los diferentes estilos de prosa, la lógica maniquea, su cualidad confesional… sencillamente me fascinaron y me entraron ganas de escribir de la misma manera.
Para que te fíes. Cecil Kellaway, John Garfield y Lana Turner en El cartero siempre llama dos veces (Tay Garnett, 1946).
CI:Die a Little y Reina del crimen están ambientadas en los cincuenta. The Song is You en 1949. Con Bury Me Deep retrocediste hasta los treinta. ¿Qué parte de la redacción de las novelas tuviste que invertir en documentarte? También me impresiona la aparente facilidad que tienes para reproducir con credibilidad los diálogos y la jerga del momento. Sé que hay autores, como David Peace, que escuchan mucha música, tanto buena como mala, de la época en la que ambientan sus novelas, para estudiar el sentido y el modo en el que se usan las palabras. ¿A qué tipo de fuentes recurres tú cuando escribes una novela de época? MA: Me encanta el proceso de documentación, particularmente cuando se aparta de las fuentes más tradicionales. Aunque también leo libros de historia, prefiero los productos olvidados de usar y tirar, los cuales, creo, pueden llegar a decir mucho más sobre la cultura del momento que la llamada “historia oficial”. Siempre rebusco en los mercadillos y tiendas de segunda mano en busca de viejos recetarios, catálogos, menús, servilletas de locales, cantidad de revistas populares y tabloides. Y también la música. El enfoque de David Peace me parece que tiene todo el sentido. Yo también escucho cantidad de música perecedera, canciones de gramola perdidas, Tin Pan Alley, canciones humorísticas. Voy absorbiéndolo todo hasta que acaba siendo una especie de collage interminable que se va desplegando en mi cerebro. Y entonces paro y empiezo a escribir. CI: En otras novelas has utilizado personajes basados en mujeres reales. ¿Hubo también alguna inspiración real tras el personaje de Gloria Denton? ¿Alguna vez ha habido, que tu sepas, una auténtica “reina del crimen”? MA: Muy pocas a la escala a la que opera Gloria. Gloria está basada remotamente en Virginia Hill, la amante de Bugsy Siegel, en cuyo honor bautizó el Hotel Flamingo. Descubrí que había sido mucho más que la querida de un gángster. El hampa confiaba en ella para trasladar dinero y joyas, para ir a Suiza a abrir cuentas corrientes. Tenía un poder tremendo. En 1951 fue llamada a testificar frente al Senado y no cedió ni un milímetro. Les dijo que no sabía nada sobre el crimen organizado e insistió: “Trabajo donde quiero y cuando quiero. No bailo para nadie”. Esa frase me resultó embriagadora. Supe que quería poner un personaje parecido en el centro de una novela. Hill, en cualquier caso, parece haber sido una persona bastante temeraria, y yo quería hacer de Gloria una mujer más ordenada, más en control. En ese sentido, tiene más de, digamos, actuaciones cinematográficas de Joan Crawford o de Angelica Huston en Los timadores.
A la izquierda, Joan Crawford en Los condenados no gritan, en la que interpretó un personaje basado en la auténtica Virginia Hill (derecha).
CI: Escritoras de misterio siempre ha habido, pero ¿dirías que ahora estamos viendo al fin una reinvención de algunos de los matices más tradicionalmente masculinos del género negro gracias a la obra de autoras como Christa Faust, Vicki Hendricks o tu misma? MA: Sí que creo que estamos viviendo una verdadera oleada de ficción criminal más dura y más oscura escrita por mujeres, y me resulta emocionante ver que va cobrando impulso. Por supuesto, ser una mujer que escribe en un rincón tradicionalmente masculino del género sirve de ayuda a la hora de encontrar lectores. Hace que destaques. Eres una anomalía. Pero también hay nuevos terrenos por minar en lo que a tramas se refiere. ¡Sigue habiendo demasiadas pocas novelas negras protagonizadas por enfermeras o maestras de escuela, por ejemplo! CI: ¿Cuáles son tus tres películas de género negro favoritas? MA: Oh, qué difícil. Hoy voy a decir que Perdición, En un lugar solitario y El beso mortal. CI: ¿Y tus tres novelas favoritas? MA:El largo adiós, ¿Acaso no matan a los caballos? y El cartero siempre llama dos veces.
Bogart y la siempre asombrosa Goria Grahame viven En un lugar solitario (Nicholas Ray, 1950).
No te pierdas este artículo de Megan Abbott (traducido al castellano) en el que ahonda en su atracción por el género negro: Nos vemos en la oscuridad.
Una banda sonora para Reina del crimen, elegida personalmente por la autora, con temas como «You Don’t Own Me», «The Big Hurt» o «He Hit Me (It Felt Like a Kiss)» que dan buena idea de por dónde van los tiros de la novela. Escúchala en Spotify.
Una interesante entrada de Megan en su propio blog hablando de Gilda (en inglés): Bar Nothing.
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Cultura Impopular está escrito por Óscar Palmer. Puedes contactar con él por correo electrónico.