domingo 11 de abril de 2010
A la izquierda, el primer libro de bolsillo publicado por Penguin, editorial pioneraen el uso de códigos de colores para diferenciar los contenidos de sus títulos.
La semana pasada leí un artículo bastante interesante en la página Web de The Smithsonian, escrito por Anne Trubek y titulado «Cómo el libro de bolsillo cambió la literatura popular». Hoy en día damos por hecha la existencia de dos grandes mercados complementarios dentro de la industria del libro: el de la edición en tapa dura y el de la edición barata y en rústica (y raro es el título que no convive en ambos). Pero esto no siempre fue así. Hasta mediados de los años treinta, la única manera que tenía uno de leer literatura «seria» era comprando libros en tapa dura a un precio habitualmente bastante elevado en relación a los artículos de primera necesidad. La edición en rústica existía, pero en términos generales estaba restringida a las formas más bajas de entretenimiento, principalmente a los penny dreadfuls (noveluchas de crímenes y horror) y similares. Lógicamente, aquello no servía sino para perpetuar una suerte de elitismo cultural unido inextricablemente al poderío económico que, en definitiva, convertía la lectura en una forma más de clasismo. Todo esto cambió con la llegada de un tipo empeñado en acercar la literatura a las masas. De eso precisamente es de lo que habla el artículo de Trubek, que podréis encontrar completo aquí y del cual he extraído este par de fragmentos:
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Dos ejemplos de la colección de ensayos de «interés público»que caracterizaron durante años a la editorial.
Cómo el libro de bolsillo cambió la literatura popular
Puede que la historia sobre los primeros libros de bolsillo de Penguin sea apócrifa, pero es buena. En 1935, Allen Lane, director de la eminente editorial británica Bodley Head, pasó un fin de semana en el campo con Agatha Christie. Como muchas otras editoriales, Bodley Head estaba teniendo problemas económicos debido a la Depresión, y la principal preocupación de Lane era cómo mantener la empresa a flote. Mientras estaba en la estación de Exeter esperando su tren de regreso a Londres, curioseó por varias tiendas en busca de algo bueno que leer. No consiguió encontrar nada. Lo único que vio fueron revistas de moda y noveluchas de baratillo. Fue entonces cuando tuvo su momento «¡Eureka!»: ¿y si hubiera títulos de calidad disponibles en lugares como las estaciones de tren a un precio razonable, como por ejemplo el de un paquete de cigarrillos?
Lane le propuso a Bodley Head crear un nuevo sello para hacer precisamente eso. La editorial no quiso financiar la empresa, por lo que Lane decidió usar su propio capital. Siguiendo al parecer la sugerencia de una secretaria, llamó a su nueva editorial Penguin, y envió a un joven colega al zoológico para que le trajera un dibujo de dicho pájaro. A continuación adquirió los derechos de reimpresión de diez títulos de literatura seria y se dedicó a llamar a las puertas de negocios que no fueran librerías. Cuando los grandes almacenes Woolworth’s le hicieron un pedido de 63.500 ejemplares, Lane comprobó que tenia un modelo de negocio viable.
Los libros de bolsillo de Lane eran baratos. Costaban seis peniques, lo mismo que diez cigarrillos, insistía el editor. El volumen de la tirada era clave para la rentabilidad; Penguin tenía que vender 17.000 ejemplares de cada título sólo para cubrir los costes.
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Dos buenas muestras de la revolución estilística capitaneada por Penguin en los sesenta.
Los diez primeros títulos de Penguin, entre ellos El misterioso caso de Styles, de Agatha Christie, Adiós a las armas, de Ernest Hemingway y El misterio del Bellona Club, de Dorothy Sayers, tuvieron un éxito arrollador, y en tan solo un año de existencia la editorial ya había vendido más de tres millones de libros. […] En 1937, Penguin se expandió, añadiendo un sello dedicado a la no ficción llamado Pelican y empezando a publicar material original. El primer titulo escrito expresamente para Pelican fue la Guía del socialismo, el capitalismo, el sovietismo y el fascismo para la mujer inteligente, de George Bernard Shaw. También publicó Especiales Penguin de tendencia progresista como Por qué estamos en guerra y Lo que quiere Hitler, que se vendieron como rosquillas. De esta manera, Penguin jugó un papel no sólo en la literatura y el diseño sino también en la política, y su postura izquierdista marcó la guerra y la postguerra de Gran Bretaña. Después de que el partido laborista obtuviera el poder en 1945, uno de sus líderes declaró que la posibilidad de que el pueblo hubiera podido acceder a textos progresistas durante la guerra había contribuido enormemente a la victoria de su partido.
[…] Estados Unidos adoptó el modelo Penguin en 1938 con la creación de Pocket Books, cuyo primer título fue La buena tierra de Pearl S. Buck, y se vendió en los grandes almacenes Macy’s. Otras empresas norteamericanas siguieron el ejemplo de Pocket. Avon, Dell, Ace y Harlequin publicaron novelas de género y nuevas obras literarias de autores como Henry Miller y John Steinbeck.
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Penguin también recopilaba la obra de humoristas gráficos como Peter Arnoy fue una de las primeras editoriales en utilizar fotografías en sus portadas.
En España, la primera editorial en seguir los pasos de Penguin fue Espasa Calpe, con su celebérrima colección Austral, inaugurada en 1939 por La rebelión de las masas de Ortega y Gasset, que imitaba incluso el característico diseño de portada minimalista de Penguin y la adopción de un esquema de colores para indicar el tipo de contenido de cada libro. Posteriormente, a partir de finales de los cincuenta, Penguin abandonaría dicho diseño unitario para crear nuevamente escuela con sus portadas realizadas a partir de fotomontajes, collages y arte pop (en España el alumno más aventajado de esta nueva tendencia en la manera de difundir la literatura popular sería, qué duda cabe, Daniel Gil con su trabajo para la colección El Libro de Bolsillo de Alianza). Hoy en día las revoluciones en el formato han cambiado de plano y pasan inevitablemente por el mundo digital, pero afortunadamente eso no ha impedido que Penguin (al contrario que muchas otras de aquellas editoriales que siguieron en otros tiempos sus pasos y que hoy en día parecen anquilosadas en las mismas fórmulas) siga innovando, al menos desde lo gráfico, con aportaciones tan jugosas como la serie Great Ideas o como Graphic Classics, su colección de clásicos con cubiertas de dibujantes de cómic (una innegable influencia en Valdemar/Es Pop). A pesar de que este 2010 va a cumplir setenta y cinco años, no parece que el pingüino de Allen Lane haya perdido un ápice de entusiasmo juvenil.
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Dos estilos de portada para un mismo autor dentro de la misma colección.
Todas las imágenes que acompañan a esta entrada están extraídas del grupo de flickr Penguin Paperback Spotters.
Diseño • Entresijos de la industria • Libros
Penguin 4 comentarios
viernes 2 de abril de 2010
Como Kirby en los superhéroes, Hergé en la historieta europea o Tezuka en la asiática, Schulz es el líder supremo de los autores de tiras cómicas. Cualquier profesional que se dedique a dibujar tiras de humor gráfico hoy en día está influido por Schulz incluso si no lo ha leído. Ya que si no está influido directamente, lo estará por otros autores y series que sí lo están.
Mauro Entrialgo
Con unos elementos mínimos, Peanuts desarrolla un universo coherente en el que, como en toda gran obra, encontramos concentrados los grandes temas de la humanidad, o por lo menos algunos de ellos. Es una de esas obras que marcan un antes y un después.
Albert Monteys
Fue una de las primeras tiras de cómic que ponía atención en la vida interior de los personajes. Logra una profundidad psicológica que muy pocos tebeos de su época tenían. Fue una tira muy audaz. A veces, incluso, experimental.
Pepo Pérez
Schulz es el penúltimo de los grandes dibujantes de prensa y el primero de los grandes historietistas modernos. Recoge la tradición de las tiras diarias de la primera mitad del siglo y levanta el puente que la une con la novela gráfica moderna de Chris Ware, Seth y otros.
Santiago García
Declaraciones extraídas del artículo «El papá de Snoopy», firmado por Borja Crespo y aparecido hoy mismo en el suplemento Territorios del periódico El Correo. Como no encuentro el artículo por ninguna parte en la web del periódico, aquí os dejo un PDF casero por si queréis leerlo entero. En él, Crespo dice cosas como: «Schulz, Carlitos y Snoopy, de David Michaelis, editado por Es Pop, es una biografía detallada, plagada de datos y anécdotas, dedicada a uno de los artistas más admirados e importantes de la segunda mitad del siglo XX, sobre todo si hablamos de cultura popular. El libro explora concienzudamente el ambiente en el que creció Schulz, sus influencias y su paso por la Segunda Guerra Mundial, reflejando el modo en el cual su obra tuvo un peso específico no sólo sobre la industria del tebeo, sino sobre la de la cultura en general, la televisión, el cine, la música… incluso la política o la exploración espacial».
En la prensa
Carlitos y Snoopy, Charles Schulz, Es Pop Ediciones Un comentario
jueves 1 de abril de 2010
Kenny escribió la lista porque se estaba muriendo.
Aquella misma mañana, una resonancia magnética había revelado que un tumor cerebral maligno había germinado en los húmedos rincones de su cráneo igual que un champiñón entre el abono.
Le quedaban seis semanas de vida, quizá menos. Una quimioterapia agresiva, complementada por otro procedimiento brutal e invasivo llamado resección parcial, podría ampliar aquel periodo en un mes más. Pero Kenny no le veía el sentido.
De modo que le dio las gracias a sus médicos, salió del hospital y se fue a dar un paseo.
Así de fuerte empieza el tercer título de la colección Es Pop Narrativa, editada a medias por Valdemar y Es Pop Ediciones, que llegará a las tiendas a finales de mayo, coincidiendo con la Feria del Libro de Madrid. Por ahora no puedo contar muchas más cosas, al margen de que ya he terminado de traducirlo y de que, si todo va bien, a finales de mes podré ofreceros también algunas imágenes de la portada más el habitual adelanto en PDF.
Mientras tanto, ¿qué pasa con Slash? Pues que sigue avanzando, a pesar de los retrasos. Mis más sinceras disculpas a todos aquellos que lo estáis esperando desde hace meses. El lanzamiento de la nueva colección me ha robado más tiempo del que esperaba y no he podido seguir traduciendo al ritmo que a mí me habría gustado. ¡Pero de verdad que ya queda menos! Mientras tanto, para endulzar la espera, aquí os dejo un fragmento de las memorias de nuestro peludo con sombrero de copa favorito:
Slash, dándole al frasco con Iggy Pop.
«Durante la gira con The Cult, nos alojamos en hoteles de menor categoría que los suyos, pero eso no nos impedía ir hasta allí para destrozarlos igualmente. A menudo la noche terminaba conmigo y con Duff siendo expulsados de allí, bien por los empleados del hotel, bien por los propios miembros del grupo. Se nos planteaba entonces el dilema de tener que encontrar el camino de vuelta hasta donde coño fuera que estuviera nuestro hotel. Una noche acabé tan pedo que perdí el conocimiento en el sofá del vestíbulo del hotel de The Cult y Duff me dejó allí tirado. Me desperté a eso de las cinco de la madrugada para descubrir que me había meado encima mientras dormía. Por si eso fuera poco, no sólo no llevaba encima la llave de mi habitación sino que ni siquiera tenía ni idea de dónde nos alojábamos. Los recepcionistas del hotel no hicieron nada por ayudarme, probablemente porque estaba empapado en pis y olía como una taberna. Salí a la fría noche canadiense, a vagar sin rumbo por las calles heladas, con la esperanza de encontrar el camino. Una vez fuera, sólo vi un hotel, situado a bastante distancia de allí, pero tuve suerte y resultó ser el nuestro. Más suerte aún tuve de llevar puestos unos pantalones de cuero, ya que de otro modo se me habrían helado los cojones. Es una de las grandes ventajas que tienen los pantalones de cuero: si te meas con ellos puestos retienen el calor mucho mejor que los vaqueros».
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lunes 22 de marzo de 2010
Para celebrar que Acero y A la cara, los dos primeros títulos de Es Pop Narrativa, ya están en las tiendas, hoy os traigo una chorradilla simpática que espero que os haga gracia. Se trata de una banda sonora para Acero, elegida por el propio autor de la novela, Todd Grimson. Hace poco le estuve entrevistando para el dossier de prensa del libro y, teniendo en cuenta la importancia que tiene la música dentro de la trama y lo mucho que contribuye a su ambientación, se me ocurrió pedirle que elaborara una pequeña lista de temas adecuados para una hipotética banda sonora. Y este ha sido el resultado:
- Sueisfine, de My Bloody Valentine
- I Only Think of You, de The Horrors
- Jesus is On the Mainline, de Mississippi Fred McDowell
- Colony, de Joy Division
- Dreams Burn Down, de Ride
- Algo de Mazzy Star
- Más My Bloody Valentine
- Piano Sonata nº 1, de Alban Berg interpretada por Glenn Gould
- Visions de l’Amen, de Olivier Messiaen para dos pianos, interpretada por Serkin & Takahashi
- Cuarteto para cuerda nº 1, de Maurice Ravel
- Decades, de Joy Division
- Insight, de Joy Division
- Sonata para piano y cuarteto de cuerda, de Morton Feldman, interpretada por Yuki Takahashi y Kronos Quartet
- Algo de Ry Cooder tocando la slide guitar en plan lento, como en la banda sonora de Paris, Texas
- Reverence, de Jesus & Mary Chain
Ahora, gracias a Spotify, si tenéis interés por oír a qué suena esta recopilación urdida por el bueno de Todd Grimson o incluso ponerla de fondo mientras leéis el libro, tenéis ya todos los temas reunidos y colocados en orden en esta lista de reproducción.
Un par de comentarios acerca de la lista. Como veréis, el tema de Mazzy Star y el segundo de My Bloody Valentine no estaban especificados, así que estos en concreto los he añadido yo; «So Tonight That I Might See» porque me parecía que encajaba muy bien después del «Dreams Burn Down» de Ride y «Come in Alone» porque creo que refleja un momento muy concreto de la relación entre Justine y Keith y ese punto de semioptimismo que adoptan durante la segunda parte del libro. Por otra parte, no he conseguido encontrar la versión de Visions de l’Amen de Serkin & Takahashi, pero supongo que podremos apañarnos con esta grabación de 2006 a cargo de Andreas Grau y Götz Schumacher (cabe aclarar que Visions de l’Amen es una obra formada por siete composiciones, de las cuales he elegido sólo una, el «Amén del deseo», pues es la que personalmente más apropiada me parecía para el libro, pero ya que Grimson menciona la obra entera, dejo aquí otro vínculo a Spotify para quien quiera sumergirse por completo en las Visions de l’Amen de Messiaen). ¡Que ustedes lo disfruten!
Libros • Música
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jueves 18 de marzo de 2010
Bueno, debo reconocer que esta entrada está un poco hinchada, ya que la portada de A la cara, no fue tan azarosa ni requirió de tanto trabajo como la de Acero. Es más, prácticamente desde el primer momento tuve bastante claro qué ilustración quería utilizar para la cubierta y, si acaso, lo más trabajoso de todo el proceso fue hacerse con los derechos de reproducción y una buena copia de la misma. Nada excesivamente creativo, vamos. En cualquier caso, por hacer honor a la tradición, aquí tenéis el «cómo se hizo» la portada de A la cara, de Christa Faust.
A la izquierda, la portada original. A la derecha, una primera prueba sobre la misma imagen.
En la entrada anterior ya hablamos largo y tendido sobre Hard Case Crime, la editorial norteamericana que publicó Money Shot, la versión original de A la cara. Ahora, sobre estas líneas, podéis ver su portada ilustrada por Glen Orbik. Orbik es, a mi juicio, un digno sucesor de la gran escuela de ilustración comercial norteamericana de los cincuenta y los sesenta, pero eso no quita para que también piense que quizá en este caso no estuviera en su momento más acertado. Es indudable que su chica se amolda casi a la perfección a la descripción que hace Christa Faust de Angel Dare, la protagonista de la novela, y que la ilustración mantiene el nivel de otros trabajos suyos para esta misma colección, de los cuales ya vimos varios ejemplos el domingo, pero… ese billete. ¡Ese billete! Quizá sea sencillamente una cosa cultural, pero a mí este tipo de portadas que intentan transmitir una idea de desnudez integral para luego disimularla por completo de una manera tan burda me dejan con una sensación como de «quiero y no puedo». No siempre quedan mal (el propio Orbik sorteó el problema con bastante mejor fortuna en la portada de Songs of Innocence), pero por lo general, si no puedes poner en tu portada a una mujerona (o a un hombretón) verdaderamente en bolas, mejor sácala vestida. Por supuesto, es sólo mi opinión. Pero el caso es que no me gustaban nada esos cien dólares ahí puestos con el imperdible. Aun así, hice una rápida prueba para ver qué tal se defendía la ilustración sin más elementos en la portada aparte del título y el nombre de la autora. No quedaba mal, pero seguía sin convencerme. Al margen de eso, quizá la imagen iba demasiado dirigida a un público eminentemente masculino, cuando la idea que impulsa la novela es precisamente, en palabras de la propia autora, «retar tanto a los lectores como a las lectoras a que lean más allá de su tradicional zona de seguridad. Quiero que los hombres lean sobre la imagen que tienen de su cuerpo las mujeres y sobre el miedo a envejecer. Quiero que las mujeres lean sobre la verdadera brutalidad de la violencia que contra ellas se comete a diario en todo el mundo. También me atraía la idea de darle la vuelta a los arquetipos tradicionales del género». Por ello, me parecía imprescindible buscar una portada un poco más «para todos los públicos» y que pudiera apelar también a todas esas lectoras hasta las que quiere llegar Faust, y no sólo al típico aficionado a la novela negra.
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Izquierda, The Brass Halo. Derecha, una apresurada aproximación a Maguire.
Afortunadamente, casi desde que terminé de leer la novela tenía ya en mente una imagen que me parecía perfectamente apropiada para vender esta historia de mujer agraviada que busca venganza dentro de un contexto puramente pulp. Creo que ya he comentado en alguna ocasión mi admiración y devoción por los grandes ilustradores de la era de la novela de quiosco; nombres como Norman Saunders, Rafael De Soto, Robert McGinnis y James Avati. Y entre todos ellos siempre he sentido especial predilección por Robert A. Maguire, cuya portada para la novela de Jack Webb (no confundir con el creador de Dragnet) The Brass Halo, publicada originalmente en 1956, quise recuperar para la ocasión. A partir de una pequeña imagen sacada de Internet, monté rápidamente la prueba que podéis ver arriba a la derecha, que aunque aún distaba mucho de parecerse a nada remotamente publicable me reafirmó en que iba por el buen camino (a veces hasta la prueba más chorra y apresurada sirve para demostrar al menos cosas como que la ilustración se ajusta a las proporciones, que te va a dejar espacio para el título y demás consideraciones prácticas).
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A la izquierda, una prueba más seria. A la derecha, buscando alternativas. Pincha para ampliar.
Por desgracia, Bob Maguire falleció en 1955, pero su hija Lynn mantiene vivo su legado a través de la página R.A. Maguire Cover Art, que me sirvió para contactar con ella y empezar a negociar la compra de los derechos. El principal problema a la hora de recuperar portadas de la edad de oro de la literatura popular norteamericana suele ser que muchos de los originales se han perdido o están en manos de coleccionistas privados. En este caso la suerte me sonrió gracias al libro Dames, Dolls & Gun Molls: The Art of Robert Maguire, que publicó Jim Silke el año pasado, para cuya realización reunió, fotografió y digitalizó buena parte de la obra del artista. De otro modo, dudo mucho que hubiera podido disponer de una reproducción decente del original. En cualquier caso, como la negociación se alargó durante algunos meses y la cosa no terminaba de estar clara, se me ocurrió que no estaría de más tener alguna alternativa, por si acaso al final no era posible contar con la imagen de Maguire. De ahí la prueba de la derecha, realizada a partir de una ilustración de Jonas Bergstrand, un dibujante y diseñador gráfico sueco que encontré gracias a Tumblr. Como finalmente conseguí llegar a un acuerdo con la hija de Maguire, no llegué a contactar con Bergstrand para interesarme por su trabajo, pero creo que a partir de esta idea podría haber quedado igualmente una portada bastante chula; muy distinta, pero también muy llamativa. ¡Quizá en otra ocasión!
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Los originales de Maguire en todo su esplendor. Pincha para ampliar.
El libro de Silke también me permitió ver a gran tamaño otras portadas que no conocía o que nunca había visto así de bien reproducidas. Entre todas ellas, me llamó particularmente la atención la de otra novela de los cincuenta, The Hot Chariot, de un tal J. M. Flynn, que también reunía elementos muy relacionados con el contenido de A la cara: un grupo de hombres que se matan entre ellos y una mujer con tendencia a quitarse la ropa (en el caso de Angel Dare, porque en eso consiste su trabajo) atrapada en el medio. Me pareció muy adecuada para usarla como contraportada y, tan pronto como recibí los originales que podéis ver sobre estas líneas, me puse a trabajar ya en firme con el resto de los elementos. Probablemente os habréis fijado en que para todas las pruebas anteriores me había empeñado en utilizar la misma fuente, una tipografía más rota e irregular que la que finalmente acabé usando. La idea era compensar el estilo retro de la ilustración con una fuente que jamás hubiera encontrado hueco en una portada de los cincuenta y que aportara un toque contemporáneo para que la cosa no se quedara en un simple ejercicio de mimesis. La fuente me sigue gustando mucho y no descarto utilizarla para otro proyecto, pero en última instancia preferí usar otra que resultara más legible a primera vista, y de todos modos me parece que la elegida tiene también suficiente personalidad como para transmitir un aire de cierta contemporaneidad y además combinaba muy bien con la Futura que quería utilizar para el nombre de la autora. El resultado final, ya con todos los elementos integrados, lo tenéis bajo estas líneas.
Pincha para ampliar.
Más sobre A la cara, de Christa Faust
Características: 14 x 21,5 centímetros.
Rústica con solapas. 256 páginas.
ISBN: 978-84-937771-0-4
Precio: 16 €
Dossier en PDF (incluye sinopsis, reseñas, entrevista con la autora, making of y 20 páginas de adelanto)
· Alta resolución (5,4 MB)
· Baja resolución (572KB)
· Portada
Otras entradas sobre diseño de portadas
· El hombre de las portadas de acero
· Schulz, Carlitos y Snoopy: una portada
· Cubriendo los trapos sucios
· Sexo implícito: cómo se hizo la portada de El otro Hollywood
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· James Bond Recovered
· En portada: John Gall
Diseño • Libros
A la cara, Christa Faust, Robert A. Maguire Un comentario
domingo 14 de marzo de 2010
Ilustración de Glen Orbik para la portada de The Wounded and the Slain, de David Goodis.
Ya sé que la semana pasada prometí que en breve hablaríamos de la portada de A la cara, pero luego, pensándolo mejor, me ha parecido que antes de ahondar en el proceso de diseño de ese título en particular podría resultar interesante hablar un poco de la editorial que lo publicó originalmente, Hard Case Crime, un sello norteamericano fundado hace seis años por el escritor y diseñador Max Phillips y por uno de mis héroes personales de los últimos tiempos: Charles Ardai, un treintañero enamorado de la novela negra que un buen día decidió vender su empresa proveedora de servicios de Internet para invertir lo ganado en montar una editorial. Y no una editorial cualquiera, sino una especializada en recuperar clásicos de la narrativa pulp de la era dorada de la literatura de quiosco norteamericana, respetando su formato original barato y de bolsillo (los libros de HCC casi nunca pasan de los siete dólares) y recuperando un arte casi perdido como es el de las portadas pintadas, encargadas ex profeso para todos y cada uno de sus títulos. El invento funcionó bien y prácticamente desde el principio Ardai empezó a publicar también obras de autores contemporáneos dispuestos a seguir el espíritu de aquellos irrepetibles clásicos de baratillo (entre ellos gente como Stephen King y, evidentemente, nuestra Christa Faust). Con estos antecedentes, no sé si hará mucha falta decir que el de Hard Case Crime fue uno de los ejemplos que más me animó en su día a la hora de lanzarme con Es Pop, y si leéis la entrevista hasta el final podréis ver que el modelo de asociación Valdemar/Es Pop, que acabamos de crear para sacar nuestros títulos de narrativa, está casi calcado del que tiene Hard Case con otra editorial norteamericana llamada Dorchester Publishing (un ejemplo de coedición que, supongo, no será único, pero que en cualquier caso fue el que me sirvió a mí de inspiración).
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Pulp contemporáneo. The Colorado Kid de Stephen King y Songs of Innocence de Richard Aleas. Portadas de Glen Orbik.
Quería, pues, aprovechar la ocasión para dedicarle una entrada a esta editorial valiente y singular. Y para ello, nada mejor que tirar de su cofundador y principal ideólogo, Charles Ardai. El año pasado, en Killer Covers (una web dedicada precisamente a hablar de portadas de libros de género negro), J. Kingston Pierce, editor y fundador de The Rap Sheet (sin duda uno los mejores blogs que hay ahora mismo en el mundo sobre narrativa criminal), publicó una extensa entrevista con Ardai, de la cual ha tenido la gentileza de cederme unos cuantos fragmentos. Si no he traducido la entrevista entera no es porque el resto no fuera interesante, sino porque quería centrarme principalmente en los dos motivos básicos de que os quisiera hablar sobre Hard Case Crime: por una parte sus excelentes portadas y por otra su actitud de referencia como pequeña editorial independiente. Por supuesto, si estos fragmentos os interesan, no dejéis de pasaros por Killer Covers para leer la entrevista original al completo.
CHARLES ARDAI: CRIMEN EN SUS MANOS
J. Kingston Pierce: ¿Puedo asumir que desde que empezaste a pensar en fundar Hard Case Crime te preocupó el tema del aspecto de las portadas? ¿Cómo de importantes crees que son las cubiertas tanto para vender los libros como para establecer la «marca» Hard Case?
Charles Ardai: Son absolutamente esenciales. Hard Case Crime no sería Hard Case Crime sin las portadas, igual que una película de James Bond no sería una película de James Bond sin el tema principal de Monty Norman o un BLT no sería un BLT sin el béicon. En cada caso, se trata de un elemento integral que añade sabor y color y textura y jugo. Las ilustraciones de portada siempre fueron un elemento básico de la ficción pulp. En los tiempos en los que este tipo de historias se vendían principalmente en los quioscos, en abarrotadas estaciones de tren y similares, uno no podía sacarle los diez céntimos al currito que esperaba para hacer su transbordo a menos que su portada saltara desde la balda, lo agarrara de las solapas y lo arrastrara hasta la caja registradora. Lo mismo pasaba en la época en la que las droguerías empezaron a vender novelas publicadas directamente en rústica y lo mismo sigue pasando hoy. La mayor parte de las portadas de libros son aburridas y carecen de imaginación. Farfullan con una vocecilla nasal en vez de entonar una canción de sirena. Nuestras portadas están diseñadas para provocar, para tentar, para despertar la curiosidad. Están pensadas para que el lector diga: «Por supuesto espero que la novela que hay detrás de esa portada sea buena, pero incluso aunque no lo sea tengo que comprarme el libro aunque sólo sea para tener esa portada en casa».
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Dos curiosas reediciones de obras primerizas de Michael Crichton, escritas bajo el seudónimo de John Lange. Por si eso fuera poco, la trama de Zero Cool está enteramente ambientada en España, empezando en Tossa de Mar y acabando en Granada. Portadas de Gregory Manchess.
KP: Entonces ¿cuáles son los elementos más importantes en una portada para Hard Case? ¿Mujeres hermosas? ¿Hombres peligrosos? ¿Una oportunidad de seducción? ¿Violencia inminente? ¿Qué?
CA: ¿Cómo decía aquella vieja canción de La noche del escándalo Minsky’s? «Reúne a diez mujeres estupendas/Pero dales sólo nueve vestidos/Y estarás preparando algo grande». De entre nuestras primeras cinco docenas de portadas, todas salvo una muestran a una mujer hermosa entera o en parte, y precisamente esa una ha sido de las que peor han vendido. El sexo vende. Algunas de nuestras portadas sólo muestran a una persona, otras a dos, otras a tres o cuatro; algunas sugieren acción y otras estatismo; algunas tienen una atmósfera amenazadora mientras que otras son más seductoras. Pero todas tienen una despampanante mujer fatal, normalmente con menos ropa de la que se lleva a la iglesia.
El otro elemento decisivo no depende del contenido sino del estilo. La portada ha de estar pintada siguiendo el estilo de los maestros de mediados del siglo XX: [Robert] McGinnis, [Robert] Maguire, [Rudolph] Belarski, [James] Bama, [James] Avati, [Rafael] De Soto y demás. Es imprescindible que tengan cuerpo, rotundidad; que se vea el brochazo, una representación clásica de la anatomía. Nada de aerógrafos y, por el amor de Dios, nada digital. Sólo óleo sobre lienzo o pintura al temple diluida en auténtica yema de huevo y la mano de un maestro del pincel. Eso es lo que le da a nuestras portadas su aspecto.
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Dos portadas de Ron Lesser, uno de los artistas más reincidentes en la colección.
JKP: En 2006 le dijiste a Denise Hamilton del Los Angeles Times: “Es irónico. En los cincuenta podías mostrar a una mujer completamente desnuda en una portada siempre y cuando le estuviera dando la espalda al espectador, pero hoy en día libros con cubiertas así de atrevidas serían rechazados por al menos ciertas cadenas de libreros». ¿Qué ha cambiado en los últimos años? ¿Por qué las portadas de la era Eisenhower y la era Kennedy eran menos puritanas que las de ahora?
CA: Como ni siquiera he cumplido aún los cuarenta (aunque sólo me falten un par de meses), no soy quién para decir cómo eran realmente las cosas hace medio siglo, pero sí me da la impresión de que cierto nivel de estimulación en determinados lugares públicos estaba considerado aceptable de una manera que hoy no tendría lugar. Incluso hace 30 años, cuando yo era chaval, recuerdo ir a la barbería local y devorar con los ojos como platos la pila de «revistas para hombres» disponibles para que los clientes leyeran un rato mientras esperaban su turno. Me resulta inconcebible que hoy en día un barbero pudiera hacer lo mismo, especialmente uno que atienda tanto a adultos como a niños. Pero en aquel entonces no sólo estaba aceptado, sino que incluso era lo que uno esperaba. Sospecho que lo mismo debe de ser cierto para los exhibidores de novelas en las droguerías. No estamos hablando de pornografía, sino únicamente de algún que otro trasero desnudo o quizá, muy de vez en cuando, la promesa de un pezón bajo una camisa demasiado fina. No conozco a nadie que haya quedado perjudicado por ver ni una cosa ni la otra. Pero hoy en día a los vendedores les de semejante pánico ofender a alguien que prefieren ir a lo seguro y rechazar cualquier libro cuya portada contenga algún elemento susceptible de ofensa. En estos últimos años nos han dicho de todo, desde «no queremos pies descalzos» hasta que «algunas tiendas no aceptan que se vea el ombligo», e incluso «no podéis mostrar escotes laterales». Sinceramente, yo no siquiera sabía lo que era un «escote lateral» ni que hubiera un nombre para ello. Pero ahí lo tienes. Al final resulta que tienen nombre para todo y si existe la mínima posibilidad de que pueda producirle una erección a alguien, siempre habrá una tienda que no tolere mostrarlo en la portada de un libro. Yo intento ignorar estos comentarios en la medida de lo posible y limitarme a dejar que nuestros artistas pinten la mejor portada posible. Sólo de vez en cuando he tenido que decirle a Bob McGinnis: «¿Puedes cerrarle un poquito la bata?».
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Dos muestras del trabajo de Ken Laager para HCC.
JKP: Has conseguido trabajar con algunos de los más célebres ilustradores de la industria de la novela popular, de Robert McGinnis y Glen Orbik a Ron Lesser y Ken Laager. Teniendo en cuenta la repercusión de las portadas de vuestra colección y la consiguiente búsqueda por parte de otros editores de diseños retro, ¿has tenido algún problema a la hora de contratar a algún ilustrador con el que realmente te apeteciera trabajar?
CA: Hay algunos pintores que empezaron sus carreras en el pulp y que siguen en activo hoy en día, pero que no tienen interés en volver a sus raíces. El gran James Bama, que es un tipo generoso y encantador, se retiró de la ilustración comercial en 1971 y se mudó a Wyoming para convertirse en un pintor serio, principalmente de estampas del Oeste. Le enseñamos lo que estábamos haciendo y se mostró muy entusiasta, pero aun así no se dejó convencer. Me escribió una nota en la que decía: «Después de haberle dicho que no a Malcolm Forbes, a Clint Eastwood y a George Lucas, cada vez me resulta más fácil”. De igual manera, Ray Kinstler sentía que había dejado atrás su trabajo como ilustrador de pulps y no tenía el tiempo o las ganas de volver a ellos. Pero el caso que más me entristeció fue el de Robert Maguire. Mantuve una buena conversación con él poco antes de que muriera [en 2005] y me dio la impresión de que le habría gustado intentarlo, pero que tenía la impresión de que no iba a ser capaz de producir nada que estuviera a la altura de sus antiguas portadas. Le rogué que lo intentara de todas maneras. Incluso un Maguire menor habría sido una maravilla. Pero no quiso hacerlo, y un par de meses más tarde falleció.
JKP: Yo estoy particularmente interesado en McGinnis, ya que después de todo es el gran maestre de los ilustradores de novelas de bolsillo de mediados del siglo XX. ¿Cómo conseguiste convencerle para que trabajara para HCC? ¿Y qué tipo de relación tienes con él ahora que ya ha pintado varias portadas para vosotros?
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Dos portadas a cargo de un veterano de estilo inconfundible: Robert McGinnis.
CA: Trabajar con Bob es un placer. Ahora mismo está haciendo su décima portada para nosotros, una que además tiene un cariz especial ya que es para una de las novelas de Brett Halliday protagonizadas por Mike Shayne, probablemente la serie por la que Bob es más conocido (o eso o por los libros de Carter Brown). Me enteré de que Bob seguía pintando gracias a Glen Orbik, el cual me sugirió que lo llamara. Al principio me daba un gran reparo, no sabía ni qué decirle, pero al final me armé de valor y cogí el teléfono… y tan pronto como nos pusimos a hablar supe que tendríamos una relación estupenda. Para empezar, Bob es en un caballero, un auténtico profesional y absurdamente modesto (a pesar de que no tiene ningún motivo para serlo). Aparte de eso, siente una pasión genuina por el tipo de libros que estamos publicando y es evidente que se lo está pasando de lo lindo volviendo a pintar portadas. No tiene demasiado tiempo libre (sigue estando muy reclamado), pero a nosotros siempre nos ha hecho hueco, algo por lo que le estoy sumamente agradecido. La relación laboral es muy simple: le envío una descripción del libro y un par de semanas más tarde él me envía una serie de bocetos inspirados por esa descripción. Yo elijo uno, le digo: «Ponle algo más de ropa a esta mujer, por favor», y ya está.
JKP: A buen seguro tendrás algunas favoritas entre todas las portadas que habéis publicado. ¿Cuál es la que más te ha gustado hasta ahora?
CA: No podría elegir favoritas entre las obras de nuestros artistas. Ofendería a cualquiera al que no nombrara. Lo que sí puedo decirte es qué portadas han generado más comentarios entre los compradores: las de Greg Manchess para The Vengeful Virgin y Fade to Blonde; las de Glen Orbik para The Max y Blackmailer; las de Robert McGinnis para The Girl with the Long Green Heart y The Last Quarry; la de Sharif Tarabay para Killing Castro y la de Ricky Mujica para The Corpse Wore Pasties. Y hay muchas más. En realidad sólo ha habido un puñado que han generado comentarios negativos, y en el transcurso de cinco años eso me parece algo bastante notable.
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Blackmailer y The Max, nuevamente de Glen Orbik.
JKP: Explícame el proceso por el cual una novela clásica pasa a ser un título de Hard Case Crime. Hay cantidad de títulos, pero la mayoría nunca aparecerán en tu colección. ¿Cómo te decides por uno o por otro?
CA: Llevo prácticamente 30 años leyendo novelas de género negro; empecé de muy joven. Y recuerdo perfectamente las que más me gustaron. Cuando llega el momento de hacer una recuperación, sencillamente voy a la estantería, saco unos cuantos títulos que recuerdo que me gustaron, los releo para asegurarme de que la memoria no me engaña y luego investigo cuándo fue la última vez que se reeditaron y si los derechos están disponibles. En ocasiones tengo que prescindir de un libro porque otra editorial lo ha vuelto a publicar recientemente; en otras no consigo encontrar al autor o a sus herederos. Pero por lo general, si insisto lo suficiente, acabo localizándolos, y aunque es verdad que un par de autores (o de herederos) nos han dicho que no, han sido los menos. Me llevó años encontrar a la nieta de Steve Fisher, o a los tres hijos (de dos esposas distintas) del Robert B. Parker original. Pero acabé encontrándolos. Y el propio trabajo detectivesco necesario para dar con ellos puede resultar divertido en sí mismo.
JKP: ¿Puedes citar un par de libros que te gustaría ver publicados en Hard Case? ¿Algún «santo grial» que te gustara rescatar?
CA: Gore Vidal escribió cuando era joven una novela con seudónimo para la editorial Gold Medal [Thieves Fall Out, por “Cameron Kay”] que no se ha vuelto a reeditar nunca, y a mí me encantaría sacarla. Hablamos con él y se lo estuvo pensando, pero al final rechazó la oferta. También me gustaría publicar una nueva edición de la primera y fantástica novela de Alan Furst [Your Day in the Barrel, 1976] que fue nominada al Edgar, pero él nos dejó bien claro que no iba a ser posible. Es demasiado diferente de los libros que publica ahora y no quiere verse asociado con ella, lo cual me parece una pena, pero desde luego está en todo su derecho. Martin Cruz Smith escribió una serie de novelas como “Simon Quinn” acerca de un agente secreto del Vaticano, y dos de ellas, particularmente una, son lo suficientemente buenas como para que merezca la pena recuperarlas. Smith estuvo a punto de decirnos que sí; de hecho, llegó a decir que sí pero luego cambió de idea en el último momento. Y hay más. Pero no faltan autores encantados de ver su trabajo de nuevo en el mercado; no voy a perder el sueño por aquellos pocos que prefieren que su obra permanezca en el anonimato.
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Las portadas de Fade to Blond, de Greg Manchess y Killing Castro, de Sharif Tabaray.
JKP: Hace poco leí en uno de tus boletines a los lectores que tienes pensado reducir la frecuencia de publicación de HCC. Hasta ahora habéis estado editando un libro al mes, pero a partir del 2010 la frecuencia pasará a ser bimestral. ¿Por qué ese cambio?
CA: Por varios motivos. Básicamente llevo cinco años publicando un libro al mes y es agotador. Tenemos un total de cero trabajadores en plantilla, lo que quiere decir que sólo estoy yo para leer todos los libros, comprar los derechos, negociar los contratos, encargar las portadas, supervisar las fotos y los escaneos, corregir los textos de todos los libros, encargarme de la publicidad, hacer cola en correos para enviarle sus ejemplares a cada autor, etcétera, etcétera. Y de verdad que me encanta, pero cinco años así agotan a cualquiera. Por otra parte, llevo un tiempo teniendo la sensación de que estamos atiborrando el mercado. Sí, habrá algunos superfieles que se leerán todo lo que publiquemos. Pero por cada individuo así, hay otros diez que me dicen lo mucho que les gustan nuestros libros, pero que tienen ya una docena esperando en la pila por leer. De igual modo, resulta difícil entusiasmar a los críticos con cada nuevo título cuando en apenas cuatro semanas va a salir otro por la cinta transportadora. En algún momento del proceso, la publicación de un nuevo título de Hard Case Crime dejó de ser un hecho interesante o digno de atención y pasó a ser sencillamente algo que se da por hecho. Mi esperanza es que, reduciendo la frecuencia de publicación, seamos capaces de conseguir más atención para cada título.
Y eso por supuesto nos lleva al tema de las ventas. La economía está fatal y todo el mundo está sufriendo las consecuencias. No voy a decir que nosotros estemos sufriendo más que los demás, pero nuestras ventas han bajado y espero que con un calendario menos apretado, en el que cada título es un poco más un «evento», se recuperen un poco. Después de todo necesitamos el dinero. Esto es una labor de amor, pero también es un negocio, y si las ventas caen por debajo de cierto nivel no seremos capaces de continuar. De ahí el paso la bimestralidad. Es difícil saber si eso ayudará o perjudicará a las ventas, pero al menos me dará la oportunidad de tomarme un respiro.
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Lawrence Block y Mickey Spillane, dos veteranos recuperados por HCC. Las portadas
son de Chuck Pyle y de Arthur Suydam respectivamente.
JKP: ¿Puedes ahondar un poco más en cómo está funcionando Hard Case como negocio? ¿Hay motivos para preocuparse?
CA: Trabajamos con otra editorial, Dorchester Publishing, que son quienes se encargan de la producción, las ventas y la distribución, y en estos cinco años han hecho un trabajo consistentemente excelente. También se encargan de llevar la mayor parte de los temas empresariales, de modo que a nosotros nos protegen de lo peor. Pero sé que se enfrentan a la misma situación complicada que cualquier otra editorial, sólo que en mi opinión la situación es más dura para los pequeños que para los grandes. Tenemos menos colchón para amortiguar la caída. Afortunadamente sigue habiendo un montón de lectores ahí afuera y si trabajas duramente aún puedes vender suficientes libros como para mantenerte a flote. Pero desde luego resulta más complicado ahora de lo que lo era incluso hace sólo un par de años, y no me sorprendería que Hard Case Crime tuviera que acabar cerrando algún día. No es por sonar fatalista, pero nada dura para siempre.
Una vez dicho eso, incluso aunque tuviéramos que echar el cierre mañana (cosa que no vamos a hacer), seguiría sintiéndome orgulloso de lo que hemos conseguido. Más de sesenta libros en cinco años, entre ellos cinco nominados a los Edgar (y un ganador), dos ganadores del Shamus, nominados a muchos otros premios, reseñas en todos los principales periódicos y revistas del país… No es moco de pavo. Es muchísimo más de lo que pensé que íbamos conseguir la primera vez que a Max [Phillips] y a mí se nos ocurrió la idea de esta colección. Pensamos que sacaríamos seis libros y que ahí acabaría todo.
JKP: ¿Qué has aprendido acerca del negocio de la edición que desearías haber sabido antes de empezar?
CA: Oh, he aprendido millones de cosas. Sería imposible explicarlas todas en una respuesta que no fuera a ocupar un libro entero. Pero quizá lo más importante que he aprendido ha sido que si hay algo que amas y que de verdad sientes con pasión, hay una buena probabilidad de que haya más gente ahí afuera, quizá miles e incluso millones, que compartan esa pasión. Y si eres capaz de llegar a una cantidad suficiente de esas personas, tienes una buena base sobre la que levantar una colección longeva.
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Dos de mis portadas favoritas de todo el catálogo de HCC,
a cargo de Chuck Pyle y de Michael Koelsch.
(Si te quieres gastar los cuartos) Cultura Impopular recomienda:
· The Colorado Kid de Stephen King
· The Cutie de Donald Westlake
· The Girl With the Long Green Heart de Lawrence Block
· Kiss Her Goodbye de Allan Guthrie
· Lemons Never Lie de Richard Stark
· Lucky at Cards de Lawrence Block
· Songs of Innocence de Richard Aleas
· A Touch of Death de Charles Williams
Otras entradas sobre diseño de portadas
· El hombre de las portadas de acero
· Schulz, Carlitos y Snoopy: una portada
· Cubriendo los trapos sucios
· Sexo implícito: cómo se hizo la portada de El otro Hollywood
· James Bond Recovered
· En portada: John Gall
Diseño • Entrevistas • Libros
Charles Ardai, Hard Case Crime, Noir 6 comentarios
viernes 12 de marzo de 2010
Schulz es como el fundador. El que se inventó todo. Ahora tiene dignos seguidores como Liniers. Eso te lo dirá casi todo el mundo al que le preguntes. Es increíble lo moderno y contemporáneo que es todavía. Y eso que es una tira que nació hace muchísimos años, casi más de medio siglo. Yo los devoraba siempre. A su lado, Mafalda no es nadie.
Juanjo Sáez
Como mucha gente de nuestra generación, supongo, yo era mas de Mafalda en lo que a tiras cómicas se refiere. Ese humor argentino tan intelectual y tan «progre» me sulibellaba. Desgraciadamente aquí en España Peanuts se identificaba con los pijos. Todo eso de «te lo juro por Snoopy»… !Cuánto daño hizo! Porque las tiras y el trabajo de Schulz no se conocían realmente. Fue ya de mayor cuando «descubrí» y gocé de esos maravillosos personajes.
Joaquín Reyes
Soy un fan absoluto Desde siempre he conectado con su mundo, tan fácil pero tan irónico a la vez. Las tiras de Snoopy sobre todo son profundísimas, muchas veces rayan el absurdo humor gráfico que me gusta, el tipo de viñeta que me hace sonreír de inteligencia. Me gusta la soltura del trazo, la elegancia con que describe a los personajes…
Jordi Labanda
Estos tres son sólo algunos de los comentarios que aparecen recogidos hoy en un reportaje a doble página firmado por Miqui Otero para el periódico ADN a propósito de la publicación de Schulz, Carlitos y Snoopy. Una biografía. Pincha aquí para leerlo entero en la web de ADN o aquí para descargarte la edición en PDF.
Y ya que estamos con el autobombo, aprovecho para dejar un par de enlaces más que me había dejado pendientes.
Diez viñetas en la vida de Charles Schulz, un artículo de Elena Cabrera aparecido el mes pasado en La Información.
Audio en podcast de la entrevista que me he hizo Christian Osuna el pasado 12 de febrero en su espacio radiofónico La Guía del Cómic a propósito del décimo aniversario del fallecimiento de Schulz.
En la prensa
Carlitos y Snoopy, Charles Schulz, Es Pop Ediciones Sin comentarios
jueves 4 de marzo de 2010
Bueno, pues siguiendo con la ya tradicional costumbre de destripar un poco el proceso de diseño de cada una de las portadas de los libros que vamos publicando (¡menos mal que tampoco son muchos!), hoy le llega el turno a la del primer número de la nueva colección Es Pop Narrativa: Acero, de Todd Grimson. Una portada a la que, por cierto, le tengo un especial cariño, no sólo por ser la primera que me animé a diseñar en solitario, sino porque además contribuyó a que mis socios en esta aventura, la buena gente de Valdemar, empezaran a ver la propuesta con otros ojos. Y es que, claro, una cosa es hablar en abstracto y otra muy distinta tener algo que marca la línea del producto ya en la mano. ¡A pesar de que el producto ni siquiera exista! (el primer boceto de los que veréis aquí se hizo antes incluso de haber comprado los derechos de Acero; y cuando digo «antes» me refiero como a un año antes). Pero volvamos al principio. Recordaréis que hará un par de meses os comentaba que mi amigo David Muñoz había dirigido un cortometraje titulado El último día (que podéis ver aquí). Aprovechando que la protagonista del corto, Ana Villa, salía en un par de escenas maquillada de vampira, y también su buena disposición, tiré de cámara y le saqué una buena tanda de fotos. Si tenéis curiosidad, podéis ver una selección de dichas instantáneas aquí, pero mi favorita, en cualquier caso, es esta:
Justo por aquel entonces acababa de leer Acero, un título que me habían pasado precisamente desde Valdemar para ver si se adecuaba a su colección de narrativa gótica. Y lo cierto es que no era el caso; Acero era demasiado contemporáneo, demasiado posmoderno y demasiado referencial como para justificar su inclusión junto a clásicos como Stoker y Lovecraft o incluso autores más recientes como William Hjortsberg y Shirley Jackson. Sin embargo, aquellas mismas características lo hacían perfecto para Es Pop. La idea de lanzar una colección de libros de narrativa contemporánea me llevaba rondando desde el primer día, aunque por el momento parecía quedar lejos de mi alcance. Pero de repente allí teníamos aquel título, perfecto para presentar una colección que yo no podía editar solo y, en mi opinión, equivocado para las líneas ya establecidas por Valdemar. La solución parecía evidente: editémoslo juntos. Para ilustrar el concepto de colección que tenía yo en la cabeza y aprovechando las fotos que había hecho durante el rodaje de El último día, preparé este apresurado boceto que podéis ver aquí abajo a la derecha:
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Es, efectivamente, la foto de arriba reencuadrada y mínimante retocada con Photoshop para hacerla un poco más fría y borrar el enchufe ese que se veía a la derecha. A la izquierda podéis ver la portada original norteamericana, que no me gusta nada pero sí ilustra un poco el concepto que quería reinterpretar: una cubierta sencilla, compuesta únicamente por la imagen, el título de la obra, el autor y una cita con atractivo comercial. Nada de logos ni de marcos, ni de sellos de colección. Mi idea era reproducir un poco ese aire a bestseller americano, para que a los libreros les entraran ganas de colocar nuestros libros entre las novedades de Planeta y… hala, a vender como locos. Por supuesto, como todos los mejores planes, este acabó yéndose rápidamente al traste por culpa de mis manías, una de las cuales es que no me suelen gustar demasiado las portadas realizadas a partir de fotos. No me malinterpretéis: hay algunas portadas fotográficas verdaderamente magníficas, pero sí creo que el uso de la fotografía está excesivamente extendido y que, encima, está copado por el trabajo de agencias como Corbis o Getty, con lo cual además corres el riesgo de que te pasen cosas como esta, esta o esta otra. El caso es que, no sólo por estética sino también, a qué negarlo, para que llamaran un poco más la atención, decidí que uno de los rasgos definitorios de la colección debería ser que todas las portadas fueran ilustradas.
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Mientras tanto, como podéis ver aquí arriba, seguí dándole vueltas y usos a esta otra foto de El último día. En este caso son pruebas para la carátula del DVD, pero las incluyo aquí para veáis el modo en el que intentaba potenciar ideas como la de que las letras «pincharan» el cuello de la protagonista (como en la primera) o la de que dieran un poco una impresión cortante (como en la segunda). Todo esto, evidentemente, como campo de pruebas para cuando llegara el momento de diseñar la portada definitiva de Acero, para la cual ya tenía en mente a un único ilustrador.
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Las dos imágenes que veis aquí arriba son de David Sánchez, ilustrador e historietista y diseñador de las publicaciones de la editorial Errata Naturae (no dejéis de echarle un vistazo a su espectacular El destripador). Para mí, David es uno de esos ilustradores que incluso cuando trabaja desde una referencia fotográfica es capaz de mantener un estilo reconocible y personal. Aparte de eso, me gustan mucho cómo trata el color y el grosor de su trazo. Por eso, una vez comprados los derechos de la novela y tras haber decidido que sí, que íbamos a utilizar mi boceto inicial como punto de partida, supe de inmediato a quién quería encargarle la ilustración. Afortunadamente, a David le interesó el trabajo y rápidamente me envió esta primera imagen que podéis ver abajo a la izquierda.
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Como veis, el (a mi juicio) mayor hallazgo de la portada ya está ahí presente: la mancha de rojo que divide la imagen en dos. Debo reconocer que me sigue gustando mucho el contraste únicamente entre blanco y rojo, pero me daba miedo que fuera excesivamente agresivo para el lector y además quería algún elemento azul que recordara pues, eso, la frialdad del acero y que me sirviera de nexo de unión con un detalle azul que tenía pensado para el lomo. De modo que le pedí a David que coloreara de azul la parte inferior del rostro de la chica y un par de detalles mínimos más (que el rojo no entrara dentro de la boca y cambiar la posición del reflejo en el ojo). Como veis, la portada quedó prácticamente terminada desde el primer dibujo.
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Aun así, yo soy un poco de natural paranoico, y cuando algo me gusta mucho desde el primer momento siempre lo toqueteo un poco, más que nada para ver si la opinión inicial se sostiene o si es únicamente fruto del entusiasmo. Por eso, probé otras combinaciones de colores sobre la misma ilustración para ver de qué manera cambiaba la primera impresión. Aquí arriba podéis ver las tres que hice antes de reafirmarme en que no, no hacía falta cambio alguno y que la combinación rojo-azul-blanco era perfecta y lo suficientemente llamativa como para gritar desde la sección de libros de misterio y terror, donde lo que predominan son los tonos negros. Así pues, una vez decidida la portada, sólo quedaba escoger los elementos gráficos que debían ir en la contraportada y en una de las solapas. Acero es una novela bastante coral, pero el eje que mueve todas las relaciones es el compuesto por Justine, una vampira francesa del siglo XV que vive en el Los Ángeles de mediados de los noventa; su compañero Keith, un antiguo guitarrista de un grupo postpunk que tuvo que abandonar la música después de que unos matones le rompieran los dedos; y David, un antiguo enamorado de Justine convertido al vampirismo por ella que ahora la busca para vengarse. Pensé que sería buena idea reflejar este triunvirato en el diseño de la portada, así que le pedí a David (Sánchez, no el vampiro) que me dibujara una mano con los dedos vendados para la contra (tal y como se describen los de Keith en el libro) y para la solapa un sable ensangrentado, ya que David (el vampiro, no Sánchez) utiliza repetidas veces uno en la novela.
Pincha para ampliar
Aquí arriba tenéis la ilustración definitiva que me hizo David, con los tres elementos ya colocados en su sitio. De toda la cubierta, debo reconocer que casi lo que más me gusta es la mano de la contra. Por momentos me arrepiento de haberla utilizado aquí porque habría sido una portada súper impactante para alguna otra novela, pero eso supondría esperar a encontrar otra en la que el protagonista también llevara los dedos vendados, y no era plan. Aquí abajo os dejo, en fin, el resultado definitivo, ya con todos los textos colocados en su sitio (con el título bien cerca del cuello, como en la primera carátula de El último día), su ISBN, su foto del autor y, bueno, todos esos elementos que indefectiblemente afean la ilustración pero que se imponen como inevitables. ¡La semana que viene os espero aquí para hablar de la portada de A la cara!
Pincha para ampliar
Más sobre Acero, de Todd Grimson
Características: 14 x 21,5 centímetros.
Rústica con solapas. 272 páginas.
ISBN: 978-84-937771-1-1
Precio: 17 €
Dossier en PDF (incluye 15 páginas de adelanto)
Alta resolución (5,1MB): http://www.espop.es/prensa/acero.zip
Baja resolución (616KB): http://www.espop.es/prensa/acero_low.pdf
Portada: http://www.espop.es/prensa/acero_portada.tif
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Diseño • Libros
Acero, David Sánchez, Es Pop Ediciones 10 comentarios
miércoles 3 de marzo de 2010
Qué gracia me ha hecho ver esta foto de Ania Ortiz de Lejarazu en el cartel que anuncia la exposición Tetrapack, una muestra de la obra de cuatro jóvenes fotógrafas de Álava que podrá verse en la Casa de Cultura Ignacio Aldecoa de Vitoria hasta el próximo 19 de febrero (gracias por el chivatazo, Leticia). Reproduzco, ya que estoy, parte de la nota de prensa de la exposición por si alguien está interesado y quiere pasarse a echar un vistazo para ver esta pedazo de foto en directo. ¡A mí desde luego no me importaría tenerla colgada en casa!
«La exposición colectiva muestra los trabajos de Blanca Quintana, Ania Ortiz de Lejarazu, Irene Orozco y Yone Estibariz, las cuatro ganadoras de Gazte Klik 2009, certamen organizado por el Servicio de Juventud del Ayuntamiento de Vitoria, bajo el comisariado de la fotógrafa alavesa Ana Nieto. El origen de Tetrapack lo podemos encontrar, por tanto, en el certamen fotográfico Gazte Klik, dirigido a jóvenes alaveses y cuyos objetivos consisten en impulsar la creación artística y difundir el trabajo fotográfico de nuevos creadores locales apoyando sus posibilidades de desarrollo a partir del reconocimiento público y el apoyo institucional». El proyecto de Ania en concreto sigue las andanzas de un grupo de rock femenino llamado Turboneskak.
El cartel, por si queréis verlo entero, está aquí.
Autobombo • Fotografía
Ania Ortiz, Los trapos sucios, Mötley Crüe 4 comentarios
lunes 1 de marzo de 2010
El Parker de Darwyn Cooke.
Los periódicos lo llaman el sindicato. Los matones y las putas lo llaman la compañía. Usted dice «La organización». Por mí como si se quieren llamar la Cruz Roja. Me van a devolver lo que es mío tanto si quieren como si no.
El cazador, de Richard Stark
El pasado viernes salió a la venta la adaptación al cómic de la novela The Hunter firmada por Darwyn Cooke, que he traducido para Astiberri. Escrita en 1962 por Donald Westlake bajo el seudónimo de Richard Stark, The Hunter fue una novela poco menos que seminal para la narrativa criminal; no en vano presentaba en sociedad a «un hijo de perra llamado Parker», un ladrón profesional de actitud implacable, caracterizado por una frialdad rayana en la psicopatía, que destacaba por su virulencia en un género ya de por sí superpoblado de personajes sañudos y asociales.
Los expeditivos métodos de Parker.
Según contaba el mismo Westlake, «En aquella época, a primeros de los 60, la industria daba por sentado que las mujeres compraban libros en tapa dura y que los hombres compraban novelas en rústica. Yo ya tenía un editor de tapa dura, Random House, que me estaba publicando un libro al año. Pero quería escribir más, así que pensé: «¿Y si me invento otro nombre con el que escribir algo diferente, pensado directamente para el mercado de novelas en rústica?». Así nació The Hunter, como un libro para hombres». Y es cierto que esta primera aventura de Parker parece en principio un compendio de todos los clichés habituales en las exitosas noveluchas de quiosco de la época: un protagonista que si no es más macho es porque se le saltarían las costuras del pecho, un elenco femenino encajado en dos arquetipos (mujeres fatales y prostitutas), una trama construida en torno a un acto de feroz individualismo y un desenlace alzado sobre una pila de cadáveres. Sin embargo, The Hunter, propulsada por la prosa tersa y cortante de Westlake* y la naturaleza esencialmente implacable de su personaje, acaba palpitando con una vida, una urgencia y una intensidad ausentes en la gran mayoría de las novelas de bolsillo para hombres propias de la época. Su impacto en varias generaciones de autores sigue resonando hoy en día en todo tipo de libros y películas (e incluso tebeos) y su éxito de ventas propició el regreso de Parker en nada menos que 23 secuelas. Tal y comentaba el propio autor, «lo más sorprendente fue que desde el principio las novelas de Stark empezaron a vender más que las de Westlake. Y funcionaron en Europa mejor que las de Westlake. Y fueron compradas para el cine antes que las de Westlake. La carrera de Stark progresaba mucho mejor que la mía y debo reconocer que empecé a cogerle algo de manía al tío».
Lee Marvin, un hombre llamado Walker.
Aunque la primera aparición de Parker en el cine vino, de la manera más desconcertante posible, encarnada en la figura de Anna Karina en Made in U.S.A., una adaptación sui géneris y no autorizada de The Jugger (la sexta novela de la serie) realizada por Jean-Luc Godard en 1966, no sería hasta un año más tarde que The Hunter saltaría a la gran pantalla con todos los honores, de la mano de John Boorman y Lee Marvin, en la justamente célebre A quemarropa, una película tan revolucionaria en varios aspectos, particularmente el extraordinario montaje y el uso del color, que si no es de estudio obligado en todas las escuelas de cine desde luego debería serlo. Sin embargo, a pesar de todos sus valores fílmicos (el modo en el que están encuadrados e iluminados casi todos los planos, las localizaciones, la dirección artística, el vestidito amarillo de Angie Dickinson) y de la impresionante presencia escénica de Lee Marvin, A quemarropa no es precisamente una buena adaptación de The Hunter, lo cual, por supuesto, no quita para que sea una excelente película. Sin embargo, hoy estamos hablando de Parker. Y debo reconocer que el Parker que me gusta a mí no es el Parker de A quemarropa. Y no lo es por un motivo esencial: porque ni Boorman ni Marvin consideraban The Hunter una buena novela, aunque sí les pareciera un buen punto de partida para contar su propia historia.
Angie Dickinson y Lee Marvin en A quemarropa.
Dicha historia es, en palabras de Boorman, una metáfora anclada en una estructura de género para recrear las experiencias juveniles de Lee Marvin y su congoja tras haber ido voluntario con 17 años a la guerra para volver irremediablemente cambiado debido al contacto directo con la violencia. Desde este punto de vista, A quemarropa convierte a Parker en un personaje esencialmente bueno, noble y enamorado (o al menos eso se desprende de los flashbacks en los que le vemos conociendo a su futura mujer y compartiendo buenos momentos con su mejor amigo), transformado en un vengador implacable por un acto de violencia. Así, su trayecto es el de un personaje que empieza la película muerto (una muerte quizá metafórica, pero posiblemente muy real) y que lentamente vuelve a la vida. Nada que ver, en cualquier caso, con el propósito original de Westlake, que afirmaba que «No quise darle al personaje ningún aspecto que pudiera hacerle simpático de cara al lector. Parker no tiene ningún lado bueno, no tiene perro, no tiene la más mínima cualidad que lo redima». Sin embargo, aunque Marvin y Boorman apreciaran el concepto de Parker como personaje, no apreciaban, como ya he dicho, el uso de las convenciones del género realizado por Westlake, por lo que se embarcaron en su propio ejercicio de revisionismo.
Lee Marvin, un personaje muerto por dentro (o del todo,dependiendo de las interpretaciones).
Según recordaba Boorman hace un par de años en el comentario en audio para la reedición en DVD de A quemarropa, Marvin le dijo: «»Haré la película contigo con una condición», y cogió el guión y lo tiró por la ventana. Cuando Mel Gibson hizo el remake de esta película, el guión que rodó se parecía mucho al que Lee había tirado por la ventana». Marvin llegó incluso a improvisar escenas en las que optó por eliminar por completo sus diálogos, como por ejemplo aquella en la que se reencuentra con su mujer por primera vez y ella intenta explicarle por qué le traicionó. La falta de respuestas por parte de Marvin invierte el sentido de lo que de otra manera sería una escena convencional y la convierte en otra cosa, que refuerza el carácter fantasmal de su personaje (más que una alucinación experimentada mientras se desangra en Alcatraz, que es otra de las interpretaciones más extendidas de la película, se diría que el Parker de Marvin es un espectro**; apenas interactúa con otros personajes, nunca mata a nadie, sino que organiza las cosas de modo que sus enemigos encuentren su castigo a manos de agentes externos, y cuando cumple su misión acaba fundiéndose entre las sombras). Todo lo cual sirve para armar una película intrigante y abierta a mil interpretaciones, más cercana al cine de Antonioni que al de, pongamos, William Wellman, capaz de coger el elemento más característico del personaje de Westlake (un hombre cuya única identidad es su misión) y a la vez traicionarlo convirtiendo a Parker en un peón de agentes externos que sentimentaliza un pasado en el que no era un hombre violento.
Mel Gibson, un hombre llamado Porter.
Lo que me lleva a Payback, la película escrita y dirigida por Brian Helgeland e interpretada por Mel Gibson, que no es ni mucho menos un remake de A quemarropa, como apuntaba Boorman, sino una segunda versión cinematográfica de The Hunter. Helgeland, sin embargo, parece sentir un aprecio mucho más genuino por el género y por la novela original. El problema es que, aunque el proyecto nació como un ejercicio de estilo moderno, pero respetuoso, a cargo de un director empeñado en firmar “Una buena película criminal, modesta, pero cruda y seca”, Payback, tal y como se estrenó en 1999, tampoco es una adaptación demasiado fiel de la novela. El estudio consideró que la primera versión realizada por Helgeland era tan amoral y daba una imagen de Gibson tan distinta a la cultivada por el actor en sus habituales vehículos de acción que se negaron a distribuirla tal y como estaba. Helgeland se declaró incapaz de cambiar el tono de la película y finalmente sería el propio Gibson el encargado de rodar nuevas escenas que humanizaran al personaje así como todo un tercer acto completamente nuevo, que se aleja por completo tanto de la primera versión de la película como del desenlace de la novela. Otro cambio notable fue la adición de una narración en off escrita por otro guionista, Terry Hayes, que intensificaba el tono burlón del film, convirtiéndolo en otra comedia de acción macarra. Muy divertida y bastante mejor que la media, todo hay que decirlo, pero alejada del espíritu seco y violento que Helgeland quería recuperar.
Mel Gibson y Deborah Kara Unger en Payback.
Afortunadamente, en 2006 salió a la venta en Estados Unidos Payback: Straight Up, un nuevo montaje que recupera la versión original de Helgeland, más breve, más al grano y mucho más fiel a Westlake desde el primer plano (para hacernos una idea del tipo de cambios pedidos por el estudio y de la diferencia tonal entre ambas versiones de la película, cuando Gibson, prácticamente en la secuencia de créditos, le roba a un mendigo paralítico sus limosnas, en la versión estrenada en cines el paralítico resulta no ser tal, es decir, es un farsante y por lo tanto el pecadillo de Mel no lo es tanto; en la versión original Gibson es un canalla que no sólo le roba a un verdadero paralítico y a cualquier otro que se le ponga por delante, sino que le da una paliza brutal a su ex mujer sin denotar la más mínima emoción y procede a liquidar a propios y extraños con una indiferencia que asusta). Aun así, la segunda mitad de la película dulcifica un poco a Parker, especialmente en todo lo relativo a su relación con Rosie, la prostituta que le proporciona acceso a la organización criminal de la que quiere vengarse, pero el resultado final sigue estando (a pesar de su mordacidad posmoderna y de ciertos elementos paródicos en cualquier caso bastante apropiados) más cerca de películas como La gran estafa, La huida, Los amigos de Eddie Coyle o cualquier otro gran clásico del género criminal de los setenta que de las «Armas letales» y «Conspiraciones» que parecían tener como referente los productores. Hace precisamente un par de meses se editaba por fin en España, en DVD y en Blu-Ray, un estuche bastante barato con las dos versiones de la película. Así que si sois fans del género y no habéis visto aún la versión de Helgeland de Payback, que es lo más probable, no dejéis de hacerlo si tenéis oportunidad. Personalmente, es mi adaptación favorita de la obra de Westlake y, de las tres películas aquí comentadas, es la que más me gusta con diferencia, precisamente porque me parece la más honesta consigo misma y con sus modelos.
Mel Gibson, un hombre llamado Porter.
Pero había comenzado este texto hablando de la nueva resurrección de El cazador, esta vez en formato cómic a cargo de Darwyn Cooke, el cual ha realizado la que probablemente sea la adaptación más cercana en espíritu y texto a la novela, ya que no sólo respeta la ambientación original sino también su estructura fragmentada e incluso párrafos completos de texto, algo que, por lo general, debo reconocer que suele molestarme en este tipo de adaptaciones, pues considero que las alejan del cómic para acercarlas al libro ilustrado (prefiero con mucho el camino tomado por autores como Sammy Harkham en el magnífico Pobre marinero o como Enrique Lorenzo en su versión de El médico a palos, en la que no aparece ni un solo texto de apoyo). En este caso, sin embargo, no sólo no me ha molestado sino que me ha producido auténtico placer. ¡Quién me iba a decir a mí hace unos años que tendría oportunidad de trabajar la prosa de Westlake! Entre todo lo que traduje, por cierto, estaba este breve texto reproducido en la solapa de la edición original de El cazador, en el que Donald Westlake explica someramente el origen de su personaje. De modo que, para acabar este repaso a la figura de Parker, ¿qué mejor que cederle nuevamente la palabra a su creador?
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Izquierda: la portada de la primera edición de El cazador (1962).Derecha: portada original de la quinta entrega de la serie (1965).
«La idea de la novela se me ocurrió de una manera completamente mundana: cruzando a pie el puente George Washington. Había estado haciéndole una visita a un amigo que vivía a unos cuarenta y cinco kilómetros al norte de Nueva York y había cogido un autobús para regresar a la ciudad. Sin embargo, me equivoqué de número y acabé en Nueva Jersey en vez de en Nueva York (que era donde estaba mi línea de metro). De modo que decidí cruzar el puente andando, sorprendido por la fuerza del viento (ya que en el resto de la ciudad apenas soplaba una brizna) y también por lo mucho que el puente, aparentemente sólido, temblaba y se balanceaba ante sus vaivenes y el matraqueo del tráfico. Había velocidad en los coches que pasaban junto a mí, vibración en el metal bajo mis pies, tensión en toda la atmósfera.
»Una vez montado en el metro, empecé a desarrollar lentamente en mi cabeza un personaje adecuado para aquel entorno, cuya velocidad, solidez y tensión rivalizaran con las del puente. Otros personajes iban y venían, pero él rápidamente adoptó un rostro, una manera avasalladora de caminar. Lo imaginé con un aspecto similar al de Jack Palance, y me pregunté: ¿por qué está cruzando el puente a pie? No es porque se haya equivocado de autobús, sino porque está furioso. Pero no se trata de una furia acalorada; es una furia fría. Porque hay ocasiones en las que las herramientas, ya sean martillos, coches, armas o teléfonos, no sirven de nada. Hay ocasiones en las que sólo el uso de todo tu cuerpo, el tacto duro y rugoso de tus manos, puede llegar a resultar satisfactorio.
»De modo que escribí un libro sobre aquel hijo de perra llamado Parker, y a medida que la historia iba avanzando no pude evitar empezar a apreciarle, por lo bien definido que estaba. Nunca tuve que pensar demasiado en qué iba a hacerle hacer a continuación. Él siempre lo sabía. Hasta cierto punto, supongo que me gustaba Parker por todo lo que no me contaba sobre sí mismo».
El Parker de Darwyn Cooke.
* Contaba Westlake que decidió adoptar el seudónimo Stark (que en inglés quiere decir austero, sucinto, duro) para «recordarme en todo momento qué era lo que debía hacer. Toda ficción empieza por el lenguaje. Primero eliges el tipo de lenguaje que vas a usar, luego la historia y por último los personajes. Y quise que el lenguaje fuera muy sobrio y crudo y que no usara adverbios. Quería que fuera stark. Y por eso elegí ese nombre. Lo de Richard fue por Richard Widmark».
** Quizá convenga recordar que en A quemarropa, Parker pasó a llamarse Walker. Al parecer el cambio vino motivado por la negativa de Westlake a incluir el nombre del personaje en el contrato de venta de los derechos fílmicos de la novela, en parte porque sabía que las películas comprometerían la integridad de la obra, pero puede que también para evitar que otros estudios rechazaran la compra de futuras entregas de la serie sólo porque el nombre pudiera estar ya registrado por otra compañía (en Payback pasó a ser Porter). El caso es que esta obligatoriedad de cambiarle el nombre al personaje y la decisión de rebautizarlo Walker (el caminante, un nombre también muy fantasmal) contribuyó a darle más peso metafórico aún a la película.
Para seguir explorando
· Cronología de la serie, galería de portadas, prólogos y mil cosas más en The Violent World of Parker, la web más completa sobre el personaje.
· Entrevista con Darwyn Cooke y Ed Brubaker en The Comics Reporter.
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Darwyn Cooke, Donald Westlake, Noir 9 comentarios