Ya, ya sé que últimamente tengo el blog abandonadísimo, pero de verdad que tengo un buen motivo para ello. Bueno, en realidad son dos, pero como aún faltan un par de semanas para que pueda empezar a hablaros de ellos, he decidido aprovechar la reciente edición de dos traducciones que hice hace algún tiempo para Valdemar para recuperar dos textos que, me parece, se complementan bastante bien el uno al otro. El primero, que es el que os traigo hoy, es el prólogo que escribí para el volumen La Familia Addams y otras viñetas de humor negro, publicado originalmente en diciembre de 2004 en el número 66 de la colección Avatares y reeditado ahora en bolsillo en el nº 284 de la colección El Club Diógenes. Allá va.
Charles Addams en plena faena. Foto: George Silk/LIFE, octubre de 1948.
La familia y uno más: el humor de Charles Addams
Cuando Charles Addams falleció en 1988, William Shawn, editor de The New Yorker entre 1951 y 1987 (además de hombre nada dado a la hipérbole, según aquellos que le conocieron), escribió un tributo al difunto en el que destacaba, por encima de todas, la siguiente frase: «The New Yorker no estuvo completa hasta que Addams empezó a publicar en ella». Un elogio sin duda merecido, pero no por ello menos colosal, teniendo en cuenta que dicha publicación llevaba casi una década recogiendo en sus páginas la obra de varios de los más influyentes y revolucionarios ilustradores de la historia del humor gráfico estadounidense antes de que Addams se sumara a sus filas. The New Yorker, semanario de vocación sofisticada, metropolitana y humorística, fundado por Harold Ross en 1925, se había caracterizado ya desde su primer número por la abundancia y la calidad de sus propuestas gráficas, entre las que podríamos destacar la exuberancia diletante de Peter Arno, con sus enérgicos pincelazos y su uso de la mancha, la libertad de trazo de los cinéticos y siempre expresivos garabatos de James Thurber o la línea segura, geométrica e inmaculada de George Price. Guiados por la firme mano conductora de Ross, los artistas del New Yorker (sin olvidar a los numerosos «idea-men» contratados para surtirles de gags) contribuyeron a fundar un nuevo estilo de humor más dinámico e ingenioso que crearía escuela, basado en un recurso hasta entonces poco o mal explotado: el «one-liner», o viñeta acompañada de una única línea de texto.
Charles Addams haciendo el ganso. Foto: George Silk/LIFE, octubre de 1948.
Como bien explicaba M. Thomas Inge en su artículo «The New Yorker Cartoon and Modern Graphic Humor», aparecido en la revista Studies in American Humor*, «los chistes con una única línea de texto ya habían aparecido en prácticamente todas las primeras revistas de humor, tanto europeas como americanas, pero no con una voluntad tan sistemática de desarrollar todo su potencial cómico. Para que el one-liner funcionara a la perfección, el autor debía establecer claramente qué personaje era el que estaba hablando. De modo que, o bien el dibujo debía resaltar algún gesto verbal evidente por parte del personaje adecuado, o el texto debía sugerir en sí mismo, y sin dejar lugar a dudas, quién lo estaba pronunciando, dos principios cuya aplicación distinguiría inmediatamente las viñetas pobremente ejecutadas de las realmente trabajadas».
Otro rasgo definitorio del one-liner, sin duda el más difícil de aplicar, y en el que reside todo su potencial cómico, es el de la simultaneidad. Tanto el dibujo como el texto deben funcionar simultáneamente a un mismo nivel, de modo que la conjunción de ambos produzca un efecto que ninguno de los dos habría tenido por sí solo. Es más, en el caso de los auténticos maestros del one-liner, suele ocurrir que ni el dibujo ni el texto tienen el más mínimo sentido por sí solos, y es al leerlos conjuntamente cuando, como por arte de magia, aparece la risa conjurada de una aparente nada. «Este último aspecto», concluye Inge, «hizo a la mayoría de las revistas de humor contemporáneas de The New Yorker anticuadas e irrelevantes». Charles Addams, qué duda cabe, fue uno de los principales artífices de esta revolución.
La cara amable de Charles Addams. Foto: George Silk/LIFE, octubre de 1948.
Addams nació el 7 de enero de 1912 en Westfield, Nueva Jersey, hijo de un arquitecto naval. Empezó a dibujar, como muchos otros, copiando sus tiras de prensa favoritas, Skippy y Krazy Kat, y todavía adolescente ganó un primer premio en el concurso de una revista con el dibujo de un «boy scout» calzado con botas de goma rescatando a un trabajador atrapado bajo un poste eléctrico. Bajo el dibujo aparecía la frase: «Ve preparado». No es de extrañar, pues, que con el tiempo Addams acabara siendo uno de los grandes maestros del one-liner. ¡Prácticamente lo llevaba en la sangre!
En el instituto de Westfield, fue director artístico de la revista estudiantil Weather Vane, para la que dibujó numerosos cartoons. Sin embargo, estudiar no era lo suyo. Tras graduarse en 1929, asistió un año a la Universidad Colgate, para después trasladarse a la de Pennsylvania. Finalmente, decidió intentar convertir su afición en carrera matriculándose en la Grand Central School of Art de Nueva York, localizada curiosamente a apenas dos manzanas de las oficinas del New Yorker, pero su estancia tampoco superó el año. Para entonces la revista neoyorquina se había convertido, en poco más de un lustro, en la nueva Meca de los ilustradores, de modo que resultaba prácticamente inevitable que Addams empezara a enviar muestras de su trabajo. Por fin, en 1932, consiguió venderles su primera colaboración, una pequeña ilustración de un limpiacristales para acompañar una de las secciones de texto de la revista. Los dos siguientes años fueron un intenso periodo de aprendizaje, marcado por sus cada vez más habituales colaboraciones con la cabecera de Harold Ross, hasta que finalmente, en 1935, Addams se animó a abandonar su trabajo fijo en la revista de crónicas detectivescas y policiales True Detective (en la que se dedicaba a retocar fotos de cadáveres para hacerlas menos desagradables) para dedicarse única y exclusivamente a dibujar, pasando así a formar parte de la plantilla habitual de colaboradores del New Yorker. De hecho, fue el mismo Ross quien animó a Addams a profundizar en su obsesión por lo macabro y a reutilizar en diversas ocasiones a una serie de personajillos de siniestra apariencia que, con el tiempo, acabarían formando una familia que, un par de décadas más tarde, ganaría fama catódica con el mismo nombre de su creador: la Familia Addams.
El primer cartoon de la Familia Addams apareció el 6 de agosto de 1938. En él sólo aparecen Morticia y una primitiva y barbada versión de Lurch, su frankensteiniano criado**. Posteriormente, irían apareciendo nuevos personajes como Gómez, el marido de Morticia, sus hijos, Miércoles y Pugsley, o el tío Fétido. Curiosamente, y a pesar de su popularidad, los Addams no fueron ni mucho menos tema recurrente para su creador. De hecho, de sus más de 1.300 chistes para The New Yorker, no llegan a la treintena los protagonizados por la deliciosamente siniestra familia.
Sin embargo, a principios de los años sesenta, David Levy, un avispado productor de televisión, le propuso a Addams crear una comedia de situación basada en sus personajes. Lo único que tuvo que hacer el dibujante fue ponerles nombre –del que hasta entonces habían carecido– y otorgarles ciertos patrones de comportamiento para que los actores pudieran desarrollarlos. El 18 de septiembre de 1964, la cadena ABC estrenó el primer episodio de The Addams Family. La serie permaneció en antena dos años, hasta 1966. En todo caso, no sería éste el fin de sus aventuras catódicas. En los primeros años setenta, la productora de dibujos animados Hanna-Barbera utilizó a la familia Addams como personajes invitados en un episodio de su popular serie Scooby Doo. Esta aparición fue tan bien recibida por los espectadores que motivó la creación de una serie propia, en la que, en un despliegue de imaginación, la familia recorría América… en una furgoneta encantada. La cadena NBC fue la encargada de emitir esta serie del 8 de septiembre de 1973 al 30 de agosto de 1975. Como curiosidad, añadir que una jovencísima Jodie Foster se encargó de ponerle la voz al personaje de Pugsley, acompañada en el reparto de otro antiguo niño prodigio, Jackie Coogan (el famoso «Chico» de Charles Chaplin), quien le ponía la voz al tío Fétido, papel que ya había interpretado en la serie de imagen real. Posteriormente, la Familia Addams viviría otras dos reencarnaciones televisivas en una nueva serie de animación emitida de 1992 a 1995 y en otra de imagen real producida en 1998 y titulada The New Addams Family, que tan sólo aguantó un año en antena, pero si a algo debe su popularidad masiva es, sin duda, a las dos multimillonarias películas dirigidas por Barry Sonnenfeld en 1991 y 1993: La Familia Addams y La Familia Addams: la tradición continúa.
En cualquier caso, la familia Addams no volvió a aparecer en las páginas de la revista que la había visto nacer. Ésa fue precisamente una de las condiciones impuestas por el entonces editor William Shawn para autorizar la realización de la serie de televisión. Evidentemente, para entonces Addams podría haber trabajado en cualquier otra revista de su elección, pero para él no había otra como The New Yorker (de hecho, salvo alguna ilustración ocasional para Colliers y T.V. Guide, prácticamente toda su obra está circunscrita a las páginas del semanario neoyorquino). Finalmente, en 1987, Bob Gottlieb sustituyó a Shawn como editor al frente de la revista, e intentó convencer a Addams de que recuperara a la familia, pero para entonces éste ya había perdido el gusto por su propia creación, devaluada a manos de las grandes corporaciones.
Sin embargo, y por sorprendente que parezca, el cartoon más popular de todos los realizados por Charles Addams, el más veces citado y reimpreso, no tiene absolutamente nada que ver con su famosa familia. Se trata, muy al contrario, de un particular retrato sin palabras de dos esquiadores, gloriosamente absurdo y publicado originalmente el 13 de enero de 1940, cuya comicidad reside en un detalle tan abstracto que motivó que acabara siendo incorporado al test Binet de habilidades mentales. Un prestigioso estudio alemán terminó por afirmar que el humor de dicha ilustración resultaba ininteligible para cualquiera por debajo de la edad de 15 años, y todavía hoy una institución mental de Nebraska lo utiliza para determinar la edad mental de sus pacientes.
Cuando Boris Karloff escribió la introducción para la primera recopilación de ilustraciones de Addams, Drawn & Quartered, aparecida en 1942, indicó: «Tiene la extraordinaria facultad de hacer que lo normal parezca idiota al verse confrontado con lo anormal». Por su parte, Lee Lorentz, autor del excelente ensayo The Art of the New Yorker 1925-1995, piensa que la obra de Addams afirma el «triunfo de la determinación sobre el sentido común». Personalmente, creo que la mejor definición del humor de Charles Addams, de su constante fascinación por los aspectos más macabros de la existencia, de su desarmador ingenio a la hora de retratar jocosamente la muerte y la desgracia, de su constante horadar en el sustrato perverso que anida bajo la engañosa superficie de todas las cosas, está en su propia obra, concretamente en el chiste de ese cerdo que le dice a otro: «ciertamente tienes un sentido del humor de lo más peculiar», al verle bromear con su más que probable infausto destino.
Efectivamente, a ojos del lector casual, puede que Charles Addams aparezca como un tipo peculiar. Simpático, pero obsesionado con todo lo morboso. El lector atento, sin embargo, descubrirá a un artista dispuesto a reírse imperturbable a la cara de cualquier horror, dispuesto a levantar la sábana que cubre el cadáver en la mesa de la morgue, no con temor ni falsa condescendencia, sino con una resignada sonrisa de complicidad y sabiduría.
Cuando le preguntaron a Charles Addams cómo quería ser recordado, dijo: «por haber dejado constancia de mi época». No cabe duda de que lo consiguió. Y no sólo de una época, la suya, sino de una condición, la nuestra, de un modo mucho más incisivo y, qué duda cabe, entretenido, que muchos otros autores hoy considerados clásicos sin haber hecho tantos méritos para merecerlo.
Izquierda, la familia Addams recibe calurosamente a los cantantes de villancicos. Derecha, una posible fuente de inspiración para la mansión de los Addams. Foto: George Silk/LIFE, octubrede 1948. Pincha para ampliar.
Notas
* Studies in American Humor. Volumen 3, # 1. Primavera 1984.
** El mismísimo Boris Karloff afirmó: «Espero que nadie me acuse de inmerecida vanidad si le doy las gracias públicamente al señor Addams por haberme inmortalizado en el personaje del mayordomo».
Esta vez no ha hecho falta que me avisara nadie. Esta vez lo pillé en directo. Andaba el jueves preparando la comida como casi cada día con el programa Carne Cruda de Radio 3 de fondo, cuando oí las siguientes palabras: «Hoy me voy a quitar la careta y voy a reconocer sin tapujos mi pasión por la música más macarra, los excesos morbosos y los tópicos sobre el sexo, la droga y el rock and roll. Hablamos de la banda que llevó al extremo el rock and roll way of life y que vivió para contarlo (esto es, Nikki Sixx, Tommy Lee, Mick Mars y Vince Neil: Mötley Crüe), y del libro que se ha convertido en la auténtica Biblia de las biografías musicales, The Dirt o Los trapos sucios en castellano, una autobiografía seductora y adictiva en la que se ponen a parir unos a otros y que al final no te permite decidir cuál de los cuatro es el más rastrero». En el transcurso del siguiente cuarto de hora, Javier Gallego y su colaborador más rockero, el señor Sanabria, se dedicaron a recomendar y comentar el libro, desgranando algunas de sus anécdotas y radiando una tremenda versión de «Helter Skelter» a cargo de nuestros cuatro cafres favoritos.
Que hablen de tus libros en la radio ya de por sí hace ilusión, pero que encima lo hagan en un programa que escuchas habitualmente y que te lleves la sorpresa de oírlo en directo aún hace más, de modo que… gracias, señores de Carne Cruda.
Aquí os dejo, ahora que por fin lo he localizado, el podcast con el programa completo por si queréis escucharlo. El fragmento en concreto en el que se habla de Los trapos sucios es a partir del minuto 46:00 y hasta el final, pero por supuesto, si no lo conocéis, os invito a escuchar el programa entero, que merece la pena.
Schulz, Carlitos y Snoopy no es un libro de historia del cómic, sino un libro de historia de la cultura de masas contemporánea. Michaelis había publicado una extensa biografía de N. C. Wyeth, y se acercó a Schulz desde fuera del mundo de las viñetas, con la intención de descubrir a un icono de la Norteamérica moderna. [Peanuts], protagonizada por un grupo de niños reflexivos como adultos, ascendió lentamente hasta llegar a la cumbre en la década de los 60, coincidiendo con el paso a primer plano del perrito Snoopy. En medio de la revolución juvenil, los lemas de la tira de prensa convirtieron a las criaturas de Schulz en iconos generacionales. Snoopy provocó un insólito consenso: lo mismo aparecía en una pancarta por la paz que en el morro de un bombardero sobre Vietnam.
Santiago García, hoy mismo en ABCD, el suplemento cultural de ABC.
Para leer el artículo entero pincha aquí.
Gracias a una amable lectora me entero de que el pasado lunes 28, el programa Asuntos Propios, que dirige y presenta Toni Garrido en Radio Nacional de España, dedicó nueve minutitos a charlar sobre Schulz, Carlitos y Snoopy. El colaborador literario del programa, Ignacio Armada, profesor de Cine y Literatura en la Universidad CEU San Pablo, dijo cosas como esta:
«Yo creo que este es un gran acontecimiento, para empezar porque es una biografía que se publica en español y es una de las pocas ocasiones en que, no sólo ya en español, sino en cualquier idioma, se le dedica una biografía extensa y un estudio extenso a un autor de cómics, pero es que el caso lo merece. Schulz ha sido uno de los grandes autores culturales del siglo XX. […] Creo que lo bonito de sus tiras son dos cosas. La primera es que retrata un mundo de pequeñeces, un mundo interior. No un mundo de aventuras, sino un microcosmos de cuatro o cinco personajes, centrándose en contar las relaciones entre ellos, que son las relaciones entre todos los seres humanos. Esto es lo que luego va a imitar Quino soberbia y magistralmente con Mafalda, lo que va a reinventar Bill Watterson con Calvin y Hobbes, lo que son de alguna manera B.C. o El mago de Id, lo que han sido las grandes tiras cómicas de los últimos cincuenta años. Y el germen de eso está de alguna manera en Peanuts. Y luego, por otra parte, que Schulz dibuja de una manera muy icónica, muy sencilla, y eso permite no sólo hacer mucho merchandising sino que de alguna manera todo el mundo se identifique con esas ilustraciones. […] Esto es lo que hacía que la serie no gustase sólo a los niños, sino que gustase fundamentalmente a los mayores, y por eso se ha convertido en un fenómeno cultural y ha trascendido el mundo del cómic. Porque si se puede definir de alguna manera, creo que es la gran serie freudiana. Todos los grandes complejos de los adultos están de alguna manera en Peanuts».
Si quieres escuchar la intervención de Ignacio Armada al completo, puedes hacerlo gracias a la mediateca de RTVE:
Viggo Mortensen y Kodi Smit-McPhee en La carretera, de John Hillcoat.
Tengo mono de Cormac McCarthy. En el último par de semanas se me han juntado tres conversaciones con tres amigos distintos acerca de tres de sus libros y, aunque debo decir que ninguno de ellos comparte mi entusiasmo por el escritor norteamericano, el mero hecho de hablar largo y tendido sobre los elementos que me fascinan de su obra consiguió que me entraran unas ganas enormes de leer algo nuevo suyo. Buscando información en Internet, encontré esta entrevista publicada por el Wall Street Journal a propósito del estreno en Estados Unidos de la adaptación de La carretera dirigida por John Hillcoat (el de la tremenda La propuesta) y protagonizada por Viggo Mortensen. En ella, McCarthy habla un poco por encima de la que será su próxima novela y, sobre todo, comenta varias cosas que me han parecido muy interesantes acerca de La carretera, de Meridiano de sangre y del propio hecho de escribir. He traducido unos cuantos fragmentos de la misma con la esperanza de acallar un poco mi impaciencia, pero no ha servido de nada. Menos mal que luego he recordado que aún tenía aquí en casa por leer The Gardener’s Son, un pequeño volumen de cien paginitas editado en 1997 por Ecco Press que recoge su guión para el telefilme homónimo de 1977, dirigido por Richard Pearce, protagonizado por Ned Beatty y Brad Dourif y galardonado en su día con dos Emmys.
La elegante portada de The Gardener’s Son, diseñada por Barbara Aronica.
Aunque nunca había tenido ocasión de ver la película, el guión me ha gustado bastante. No deja de ser una historia muy mínima y contenida, de celos, lucha de clases y venganza en un pequeño pueblo de Carolina del Sur dominado por un gigante de la industria textil, pero es puro McCarthy y los diálogos son una delicia. Creo además que su lectura resultaría sumamente educativa para aquellos que piensan que su obra es demasiado cinematográfica o que «se lee como un guión», ya que las diferencias respecto a su prosa son, como no podía ser de otra manera, notables. Cuando el autor de No es país para viejos se dedica en sus novelas a describir de manera parca y seca las acciones de sus personajes, no está cayendo en una simple enumeración de planos; no son instrucciones para los actores. Muy al contrario, dichas descripciones son un brillantísimo recurso destinado a crear un vacío psicológico que el lector se ve obligado a llenar. Uno puede intuir cómo son los personajes de McCarthy debido a lo minuciosamente que se nos describen sus actos, pero nunca podemos llegar a estar seguros de qué están pensando realmente. En el prólogo de The Gardener’s Son, Richard Pearce comenta muy acertadamente que los libros de McCarthy no siguen un camino novelístico tradicional, en el sentido de que por mucho que el narrador sea omnisciente, nunca llega a penetrar en la cabeza de los personajes, «siendo así capaz de asegurar la inescrutabilidad de sus sujetos, al mismo tiempo que los investiga en profundidad», lo cual obliga al lector a proyectar mucho de sí mismo en los personajes y a revaluar continuamente sus intenciones, la veracidad de sus sentimientos e incluso su catadura moral. Esto, que por otra parte todos nos vemos obligados a hacer a diario al tratar con los demás, no es un recurso habitual dentro de lo que por lo general solemos considerar la «gran literatura» tradicional, que más bien tiende a darnos ese acceso a las interioridades psicológicas y sentimentales de los otros que en la vida real nos está negado. Pero que Cormac McCarthy haya decidido prescindir de ese elemento no quiere decir que sea menos literario o más cinematográfico. Muy al contrario, es justamente esa barrera autoimpuesta la que en mi modesta opinión le convierte en un estilista y en un literato de primer orden. En cualquier caso, basta de disquisiciones. Al margen de que os guste más o menos la obra de McCarthy, espero que en cualquier caso os resulten de interés sus declaraciones. La entrevista viene firmada por John Jurgensen y si os quedáis con ganas de más, tenéis el resto aquí.
Cormac McCarthy. Foto: Derek Shapton.
WSJ: La primera vez que fue a visitar el decorado, ¿qué le pareció en comparación con cómo había visto La carretera en su cabeza?
CM: Supongo que mi idea de lo que estaba sucediendo en La carretera no incluía a un equipo de entre 60 y 80 personas y un montón de cámaras. Hace unos treinta años hice una película con el director Dick Pearce en Carolina del Norte y pensé: «Es un trabajo infernal. ¿Quién querría hacer algo así?». Yo, en vez de eso, me levanto, me tomo un café y me doy una vuelta y leo un rato, me siento, tecleo unas cuantas palabras y miro por la ventana.
WSJ:La carretera es una historia de amor entre un padre y un hijo, pero ellos nunca llegan a decirse «Te quiero».
CM: No. No me pareció que eso fuera a aportarle nada al libro. Pero muchos de los diálogos son transcripciones literales de conversaciones que he tenido con mi hijo John. A eso me refiero cuando digo que él es el coautor de la novela. Muchas de las cosas que dice el chico en el libro son frases dichas por John. Un día me preguntó: «Papá, ¿qué harías si me muriera?». Y le dije: «Yo también me querría morir». Y él dijo: «¿Para poder estar conmigo». «Sí, para poder estar contigo». Sencillamente una conversación entre hombres.
WSJ:Todos los hermosos caballos también fue adaptada al cine en una película protagonizada por Matt Damon y Penélope Cruz. ¿Quedó usted satisfecho con el resultado?
CM: Podría haber sido mejor. Todavía hoy podría remontarse y quedaría una película bastante decente. La intención del director era trasladar todo el libro a la pantalla y, en fin, eso es imposible. Lo que has de hacer es elegir qué historia quieres contar y trasladar a la pantalla únicamente eso. De modo que al final se encontró con que había hecho una película de cuatro horas y que para poder estrenarla tenía que quitarle dos.
WSJ: ¿Es el problema de la duración aplicable también a los libros? Un libro de 1.000 páginas, ¿es excesivo?
CM: Para los lectores modernos sí. Al parecer, hoy en día la gente sólo tiene paciencia para los libros de misterio. Si son de misterio, cuanto más largos sean, mejor, y la gente leerá lo que sea. Pero los libros indulgentes de 800 páginas que se escribían hace un siglo no van a seguir escribiéndose y la gente debe ir haciéndose a la idea. Si crees que vas a escribir algo como Los hermanos Karamazov o Moby-Dick, adelante. Nadie lo va a leer. Me da igual lo bueno que sea o lo listos que sean los lectores. Sus intenciones, sus cerebros, son diferentes.
Otro fotograma de La Carretera.
WSJ: ¿Cómo han afectado nociones como la vejez y la muerte a su trabajo? ¿Ha pasado a ser más urgente?
CM: Tu futuro es cada vez más corto y eres consciente de ello. De unos años a esta parte, no me apetece hacer ninguna otra cosa que no sea trabajar y estar con mi hijo John. Oigo a gente que se plantea tomarse unas vacaciones y pienso, ¿para qué? No tengo ningún deseo de viajar. Mi día perfecto consiste en estar sentado en un cuarto con unas hojas en blanco. Es como estar en el cielo. Es oro puro, y cualquier otra cosa es una pérdida de tiempo.
WSJ: ¿Y cómo afecta esa escasez de tiempo a su trabajo? ¿Ha hecho que quiera escribir más piezas breves o recapitularlo todo con una gran obra que resuma toda su carrera?
CM: No tengo ningún interés en escribir historias cortas. Es difícil que cualquier cosa que no ocupe años de tu vida y te deje al borde del suicidio pueda merecer la pena.
WSJ: Novelas como Meridiano de sangre tuvieron un largo e intensivo proceso de documentación histórica. ¿Qué tipo de documentación buscó para escribir La carretera?
CM: No sé. Me limité a hablar con la gente acerca de cómo serían las cosas en caso de varias situaciones catastróficas. Pero no me documenté demasiado. Suelo hablar por teléfono con mi hermano Dennis, y bastante a menudo nos ponemos a teorizar acerca de todo tipo de espantosas maneras en las que podría acabar el mundo, y siempre acabamos riendo a carcajadas. Cualquiera que nos oyera diría: «¿Por qué no te limitas a meterte en la bañera y a cortarte las venas?». Hablamos de que si sobreviviera un pequeño porcentaje de población, ¿qué harían? Probablemente se dividirían en pequeñas tribus, y cuando todo lo demás se acaba lo único que queda es comerse los unos a los otros. Sabemos que históricamente es cierto.
WSJ Su escritura es una forma de poesía. Pero gran parte de lo que lee y estudia es técnico y está basado en la realidad. ¿Existe alguna línea divisoria entre el arte y la ciencia, y dónde empiezan a confundirse?
CM: No hay duda de que en las matemáticas y la ciencia hay una estética. Fue una de las razones por las que Paul Dirac tuvo problemas. Fue uno de los grandes físicos del siglo XX. Pero creía sinceramente, al igual que otros físicos, que de tener que elegir entre algo lógico y algo hermoso, la opción más estética tenía más visos de ser la correcta. Cuando Richard Feynman presentó su versión actualizada de la electrodinámica cuántica, a Dirac no le pareció que fuera cierta porque era fea. Era desordenada. No tenía la claridad y la elegancia que él asociaba con las grandes matemáticas o las teorías físicas. Pero estaba equivocado. No existe una única fórmula.
Cormac McCarthy. Foto: Eric Ogden.
WSJ: ¿Considera usted que intenta tratar las mismas grandes cuestiones en todas sus obras, sólo que de diferente manera?
CM: El trabajo creativo se ve a menudo impulsado por el dolor. Puede pasar que si no tienes algo metido continuamente en la cabeza volviéndote loco, no tengas nada. No es un buen sistema. Si fuera Dios, lo habría organizado de otra manera. Las cosas sobre las que he escrito han dejado de tener interés para mí, aunque ciertamente lo tenían antes de que escribiera sobre ellas. Hay algo en el acto de escribir que aplana las ideas. Las agota. Siempre le digo a la gente que no he leído ninguno de mis libros, y es cierto. Se creen que les tomo el pelo. […] No sé qué parte de nuestra cultura va a sobrevivir, ni si sobreviviremos. Fíjese en las obras de teatro griegas, son muy buenas. Y sólo hay un puñado. ¿Cómo de buenas serían si hubiera 2.500? Pero ese es el futuro que nos espera. Millones de ejemplos de cualquier cosa que se le ocurra. El mero hecho de que exista un número tan abrumador de obras bastará para devaluarlas. Me da igual si hablamos de arte, literatura, poesía, teatro o lo que sea. Quiero decir, que si tuviéramos miles de obras de teatro griegas, ¿serían igual de buenas? No lo creo.
WSJ: ¿Qué puede contarme sobre la nueva novela que está escribiendo, en términos de historia o ambientación?
CM: No se me da muy bien hablar sobre estas cosas. Está ambientada principalmente en Nueva Orleans en torno a 1980. Es la historia de un hermano y una hermana. Cuando comienza la novela, ella ya se ha suicidado, y el libro va de cómo se enfrenta él a este hecho. Ella es una chica interesante.
WSJ: Algunos críticos se han centrado en lo raro que es que profundice usted en los personajes femeninos.
CM: Este libro es largo y habla sobre todo de una mujer joven. Hay varias secuencias interesantes repartidas a lo largo del libro que tratan del pasado. El libro empieza siete años después de que ella se haya suicidado. Llevaba cincuenta años pensando en escribir sobre una mujer. Nunca seré lo suficientemente competente como para conseguirlo, pero en algún momento había que intentarlo.
¡Ah, Internet! Ese maravilloso invento que nos permite culturizarnos e informarnos sin salir de casa, investigar nuevas áreas de interés y ponernos al día con nuestras aficiones; que nos ayuda, en definitiva, a ser unas personas más completas y satisfechas… siempre y cuando tu buscador no te lleve traicioneramente a una página que no tiene nada que ver con lo que tú estabas buscando. De entre todos los criterios de búsqueda que trajeron visitantes engañados a Cultura Impopular a lo largo del pasado año, estos son algunos de los más curiosos y repetidos. Para darle un poco de variedad a la cosa, he decidido no incluir los más perturbados (que los hay y muchos) y limitar al mínimo los que hacen referencia al porno y al sexo (que en realidad suman probablemente un 70% de los términos de búsqueda). Mención especial merecen los veintipico internautas que llegaron aquí buscando «www.miprostata.com» y los treinta y tantos que googlearon «mujeres folladas por máquinas». ¡Sentimos no haber estado a la altura de las expectativas!
Actores guarros de Hollywood
Algo asombroso que los humanos normales podemos hacer
Ayuda, creo que mi novia folla con su hermano
Bajar música banda guardia civil
Cámara en una habitación drogándose
Centrismo hiperbólico
Cómo controlo el sonido de mis vecinos con tecnología
Cómo puedo tener dos cabezas ya de verdad
Dos dólares, eh?… y sólo transporta materia…
El dibujo como revelador de la dimensión emocional
Una de mis mayores alegrías musicales del año pasado fue que en un periodo de apenas tres meses coincidieran los lanzamientos de los nuevos discos de tres de mis cuatro grupos en activo favoritos, el Wilco (The Album) de Wilco, el Hombre Lobo de Eels y el Please and Thank You de The Broken Family Band. Lamentablemente, estos últimos acompañaron su disco con el anuncio de que se retiraban para dedicarse a otros menesteres porque su aventura en conjunto había dejado de resultarles divertida*. Hace justo un año andaba yo comiéndome las uvas y las uñas, pensando qué iba a pasar con los dos primeros lanzamientos de Es Pop Ediciones y preguntándome si cuando llegara el 2010 me iba a encontrar todavía metido en este berenjenal o si por el contrario la cosa iba a quedarse en una aventura breve y pasajera. Hoy, con tres libros en la calle, otros tres preparados para su edición a lo largo de este primer trimestre que acaba de empezar, y otros tres más en estudio para el resto del año, vuelvo a plantearme lo mismo. Pero al menos sí puedo decir con seguridad una cosa que el año pasado no tenía tan clara: que a pesar de todas las dificultades y algún que otro disgusto, que por supuesto los hay, si me veo obligado a abandonar en el transcurso de los próximos doce meses no será por falta de ganas ni porque haya dejado de divertirme, ya que creo que es precisamente ahora, y en eso radica la mayor diferencia respecto al año anterior, cuando le estoy empezando a pillar el tranquillo a esto y a pasármelo pipa con varias partes del proceso. En resumen: a disfrutar de lo que tiene de divertido este oficio. Supongo que el entusiasmo acabará agotándose, es natural. Y cuando eso pase, imagino que (a no ser que suene la campana y me esté forrando), cerraré el chiringuito al ritmo de «It’s All Over», esta canción de la Broken tan apropiada para despedir el año. Y tampoco habrá que lamentarse porque, como dicen los hippies, todo final es un principio. Y si para entonces he conseguido dejar media docena de libros decentes en el camino, igual que The Broken Family Band me han dejado a mí media docena de estupendos álbumes en la estantería, ya me daré con un canto en los dientes.
Mientras tanto, feliz 2010 a todos. Ya podéis ir ahorrando.
*The Broken Family Band siempre ha sido un grupo peculiar, formado para pasar el rato y tocar en el pub, pero «catapultado» un poco a su pesar por la crítica y un público cada vez más fiel a un nivel de popularidad no demasiado excesivo, pero sí superior a lo que ellos mismos esperaban en un principio. Los cuatro miembros principales del grupo seguían manteniendo sus trabajos de diario y supongo que debió de llegar un momento en el que combinar ambas partes de sus vidas debió de llegar a resultarles prácticamente imposible, y han optado por separarse antes que por profesionalizarse, despidiéndose precisamente con un disco que ha cosechado algunas de las mejores críticas de su carrera (aunque para mi gusto el mejor siga siendo Welcome Home, Loser). «It’s All Over» es quizá su canción más famosa, debido a que fue incluida en la banda sonora de la serie Skins, y el vídeo me parece sencillamente magistral por lo divertido, fascinante y perturbador. En cualquier caso, que conste que también tienen temas mucho más animados. Si os pica la curiosidad, os recomiendo este y este otro
Una tira navideña de Peanuts incluida en Schulz, Carlitos y Snoopy.
Descubrir Peanuts de adulto es una suerte, una experiencia que permite comprobar hasta qué punto la atmósfera corrosiva de la aldea global de McLuhan podía corromper completamente una creación hasta convertirla en merchandising puro que se fagocita a sí mismo hasta hacerse irreconocible.
Y más suerte todavía es disponer de la biografía de Schulz escrita por David Michaelis, un repaso a la vida del creador de una exhaustividad increíble (sólo superada por la de Milton Caniff escrita por R.C. Harvey) que permite desentrañar claves fundamentales de esta obra maestra. Michaelis explora con minuciosidad todos y cada uno de los pasos vitales de Schulz, documentándolos y encontrando correlaciones que permitan entender la evolución paralela de la serie, comprendiendo hasta que punto Schulz, más que Charlie Brown, era Peanuts. Reconozco que el estilo de prosa engalanada de Michaelis me carga un poco, pero apenas importa ante la avalancha y profusión de datos, ante lo titánico de la investigación, en un análisis tan concienzudo que entierra el peligro de caer en la hagiografía. Es todo un privilegio poder asistir como lector a la creación de un clásico, desgranando todas y cada una de las decisiones del autor, desde las personales a las impuestas, comprendiendo simultáneamente a creador y creación.
Álvaro Pons reseña Schulz, Carlitos y Snoopy. Una biografía.
Sigue en La cárcel de papel.
Desde hace un par de semanas sigo con mucho interés Bloguionistas, un nuevo blog conjunto centrado en los aspectos creativos de la escritura de guiones y en los intríngulis de la industria cinematográfica y televisiva. En Bloguionistas escriben varios viejos conocidos de la blogosfera española, como Guionista Hastiado, Pianista en un burdel, Guionista en Chamberí y David Muñoz, y en el poco tiempo que llevan con el proyecto en marcha ya han tratado tanto temas creativos y profesionales como directamente «sociales» (P2P, el canon, derechos de autor), lo cual lo convierte en una lectura bastante interesante tanto si quieres ganarte la vida escribiendo como si no. En cualquier caso, que uno aprecie lo que escribe otra persona o que la lea regularmente con interés no quiere decir que tenga que estar necesariamente de acuerdo con todo lo que expone o que no crea que de vez en cuando se equivoca, que es lo que me ha pasado a mí con la entrada más reciente de Pianista en un burdel. Normalmente cuando leo afirmaciones que demuestran cierto desconocimiento de cómo funciona la industria editorial no suelo darle muchas vueltas, ni mucho menos me molesto en contestar. Primero porque no creo que sea mi lugar, ya que de editor tengo más bien poco, y segundo porque normalmente tampoco sirve de nada. En este caso, sin embargo, y aprovechando que aquí intentamos hablar de vez en cuando sobre las realidades del negocio, creo que merece la pena hacerlo, porque puede servir no sólo para aclarar algunas dudas sino también para proponer alternativas constructivas, que de eso se trata.
El texto de Pianista se titula «Su Biblia, señora ministra» y habla en concreto de la imposibilidad de hacerse hoy en día con un ejemplar de Una profesión de putas, de David Mamet (un libro de referencia para muchos guionistas), explicando que «Originalmente, el libro lo editó en España Debate. Cuando la editorial fue comprada por el gigante Random House Mondadori, muchos de sus títulos quedaron fuera de catálogo indefinidamente. Esto, que es una vergüenza en cualquier caso, roza el ridículo en la época de los libros electrónicos. No hay justificación para algo así: ni siquiera se puede aducir el riesgo económico de imprimir una nueva edición para darle salida. Pero yo creo que, aparte de vergonzoso y ridículo, ese secuestro cultural (a eso lo llamo yo pirateo) se convierte en insultante cuando uno de los títulos secuestrados es una de las “biblias” de la hoy Ministra de Cultura».
Y a continuación reflexiona: «Si una empresa ha demostrado durante años un total desinterés en vender un producto cultural de su catálogo, concretamente un libro que la propia Ministra de Cultura considera una de sus “biblias”, ¿es piratería que yo ponga aquí un link para descargar gratuitamente ese libro? ¿Sería piratería si este blog tuviese publicidad? ¿Habría que cerrar este blog por ofrecer un producto que la editorial no sólo no tiene en venta, sino que retiene en contra del interés general?».
Patty Hearst. ¿Una secuestrada cultural?
Yo personalmente no tengo respuesta para ninguna de esas tres preguntas, pero lo que sí puedo decir es que aquí nadie retiene nada en contra del interés general (y mucho menos en contra del personal, que es el económico; es evidente que si un libro funciona la editorial no deja de reeditarlo). Tampoco creo que se pueda hablar en ningún caso de «secuestro», ni cultural ni de ningún otro tipo. Y me explico: cuando un editor compra los derechos de un libro extranjero para publicarlo en España, firma un contrato con dos cláusulas ineludibles. La primera es el compromiso de editar dicho libro en un plazo inferior a 18 meses (esto se hace precisamente para evitar que las editoriales grandes compren derechos de libros que no quieren publicar sólo para que no las publiquen otros). La segunda es la caducidad de los derechos, que no son ni mucho menos ad eternum como parece dar a entender Pianista. Normalmente, las agencias norteamericanas firman contratos con una validez de cinco o seis años, al término de los cuales o bien los renuevas (pagando nuevamente un segundo adelanto) o dejas que expiren, momento en el cual los derechos del libro vuelven a salir al mercado. Es evidente que si un libro no ha vendido lo suficiente o no ha salido tan rentable como se esperaba, la editorial no renueva dichos derechos. Si el libro ha funcionado bien, por supuesto que se reimprime (basta ver lo que ha tardado Mondadori en reeditar otros libros de Debate como la trilogía de la frontera de Cormac McCarthy tras el pelotazo de La carretera).
Una profesión de putas se publicó originalmente en noviembre de 1995. Eso quiere decir que ha pasado tiempo suficiente como para que los derechos caduquen no una sino incluso dos veces. Eso quiere decir también que si Debate (o cualquier otra editorial) quisiera sacar ahora una versión en texto electrónico del libro, tendría que volver a comprar los derechos del mismo. Es lógico pensar que si no reeditó el libro en soporte físico, mucho menos vaya a correr el riesgo de hacerlo ahora en digital si para ello tiene que volver a pagar un adelanto a fondo perdido, por mucho que cuente con una traducción ya hecha. Eso suponiendo que su contrato con el traductor no haya caducado también (contratos los hay de muchas clases, pero en los míos, por ejemplo, siempre especifico que los derechos de cesión de la traducción deben renovarse cada cierto tiempo o que si la editorial deja de reeditar el libro reviertan por completo a mi persona para poder ofrecérselo a otra; es decir, que podría ser que a estas alturas Debate ni siquiera pudiera usar la traducción que encargó en su día). Por último, en caso de que cualquier editorial, pongamos que Es Pop mismo, tuviera algún interés en reeditar el libro, ¿no es lógico pensar que se lo pensaría dos veces tras comprobar que el texto puede descargarse gratuitamente sin demasiados problemas? Una cosa es pensar que hay suficiente gente dispuesta a pagar por él y otra muy distinta jugarse el dinero para comprobarlo.
En resumen, que Una profesión de putas no está «secuestrado» por nadie; sencillamente está agotado. Y cualquiera puede publicarlo cuando le plazca porque los derechos para hacerlo están disponibles. El caso es que nadie lo ha hecho en casi tres lustros (ni siquiera la editorial original, Faber & Faber, que no ha vuelto a reeditarlo desde 1994).
Bond no sabe si jugárselo todo al Texas Hold’em o montar una editorial.
Pero decía al principio que esta entrada no quería ser sólo informativa, sino también constructiva. Y el texto de Pianista me ha llevado a hacerme unas reflexiones que quería compartir con vosotros. Dirimir el interés real que puedan suscitar para el lector actual libros largamente agotados no es fácil. Pero es indudable que los hay que con el tiempo acaban adoptando una estatura casi mítica (fomentada en parte por esa escasa disponibilidad) que hace que sean más comentados y deseados ahora que en el momento de su publicación. ¿Podría haber algún modo no excesivamente gravoso de ponerlos en circulación, de hacer negocio con ellos? Yo creo que sí. Y creo que puede que el libro electrónico sea, tal y como dice Pianista, una de las mejores soluciones. Pero también creo que la iniciativa debería tomarla alguien que conozca el material y que crea en él. También creo que es un recurso que sólo serviría para las reediciones, no para publicar novedades. Pongamos por ejemplo que alguien quiere reeditar Una profesión de putas. La gestión no tiene demasiada dificultad, basta escribir a Lisa Baker, la responsable de ventas de derechos de Faber & Faber, y hacerle una oferta. Pongamos que, al ser un libro ya editado y por el que nadie ha demostrado demasiado interés en los últimos años, podemos convencer a Faber de que nos deje el adelanto en una cantidad tirando a razonable (unos 2.000 dólares por ejemplo, aunque podríamos empezar ofreciendo menos). Una vez tenemos los derechos, nos ponemos en contacto con los traductores del libro. En mi opinión, 9 de cada 10 traductores (yo entre ellos), van a estar encantados de darle nueva vida a un texto que hicieron hace más de una década. Una solución buena para ambas partes en este caso sería no pagar la traducción íntegra página por página (después de todo, el traductor ya la cobró en su día) y ofrecer a cambio una cifra fija por libro vendido, a modo de porcentaje (más un pequeño adelanto a cuenta, por supuesto).
¿Es una guionista? ¿Es una editora? No, es la «Clara de Noche» de Jordi Bernet.
Pongamos que los traductores aceptan y que el valiente emprendedor que ha decidido liarse la manta a la cabeza con esta aventura cuenta con unos conocimientos mínimos de programación que le eviten tener que pagar a un programador y una presencia en Internet mínimamente decente que le permita prescindir de intermediarios (si llevas a cabo toda esta labor para en última instancia vender el libro electrónico a través de terceros, creo que además de verte obligado a aumentar el precio estarás cometiendo un error, pero eso es evidentemente una opinión muy personal). Lo único que te falta ahora es ponerle un precio a tu libro. David Mamet va a querer, por supuesto, su porcentaje. Ahora bien, si por un libro físico está cobrando el 10% del precio de portada (pongamos 2 euros sobre 20) no va a querer menos por éste, por muy electrónico que sea. Así pues, dos euros para Mamet. A esos dos euros sumémosle entre 50 céntimos y un euro más para el traductor (normalmente nos llevamos un 2% sobre el precio de portada, lo que en este caso equivaldría a 40 céntimos, pero dado que no vas a pagar la traducción completa, lo justo sería subir un poco el porcentaje y dejarlo entre un 3% y un 5% para que todos estemos contentos). Así pues, dos euros y medio o tres para el autor y el traductor y otros tres para el editor virtual. Si vendes 500 descargas a un precio de 6 euros (o cinco y medio) habrás cubierto los 1.500 euros que pagaste de adelanto. Los beneficios y los gastos de mantenimiento de la web tendrán que salir del resto. ¿Son 500 o 1000 ejemplares un número de ventas descabellado para un libro electrónico? Sinceramente, no lo sé. Por eso creo que una iniciativa como esta sólo puede surgir de alguien que conozca muy bien el material y su posible rentabilidad.
Lo cual me lleva a sugerir que a lo mejor el mismo equipo de Bloguionistas debería plantearse dar el paso y hacer algo parecido, y lo digo completamente en serio. He leído que a lo mejor en un futuro tienen planeado ofrecer un servicio de pago de análisis de guiones. ¿Por qué no también una biblioteca digital con libros básicos para guionistas y cinéfilos actualmente descatalogados? A mí se me ocurren un par, pero seguro que a ellos muchos más, que para eso es su especialidad. Más importante aún, tienen la experiencia y las herramientas para saber, a través del contacto con amigos, alumnos y lectores, qué títulos tienen más probabilidades de vender bien. Esto que digo respecto a los libros sobre cine me parece extensible a cualquier otro colectivo organizado y especializado. Pequeñas librerías digitales, perfectamente legales y en las que todo el mundo cobra, gestionadas por pequeños empresarios que conocen el tema y que tratan día a día con sus compradores potenciales. No sólo no me parece descabellado, sino que además es que no le veo otra salida. Seguiremos hablando del tema, de eso podéis estar seguros.
Mi amigo David Muñoz, guionista de cine (Dentro de mí), cómic (Sordo) y televisión (Noche Sin Tregua), ha colgado en su blog un cortometraje que grabó el año pasado y a cuyo rodaje tuve la suerte de que me invitara. Y lo de suerte no sólo lo digo por peloteo, porque me lo pasara muy bien y porque hiciera un montón de fotos, sino porque la cosa acabó inspirándome directamente para un proyecto que estoy terminando precisamente estos días y que verá la luz en marzo del año que viene (ya hablaré en detalle del mismo cuando llegue el momento). Tengo que agradecerle en particular a Ana Villa, la actriz protagonista del corto, que después de terminar el rodaje todavía tuviera la buena voluntad de ponerse a posar otra media hora sólo para mi cámara. La idea era utilizar quizá alguna de las fotos para luego hacer una carátula de DVD, pero la cosa ha acabado dando mucho más de sí. El resultado podréis verlo, como decía antes, en un par de meses. ¡Pero por supuesto si queréis ver el corto no hace falta que esperéis ni un minuto más!
Cultura Impopular es el blog de Es Pop Ediciones, una editorial independiente especializada en temas relacionados con la cultura pop. Nuestra intención es convencerte de que compres los libros que editamos, pero intentaremos que no se note demasiado hablando también de otras cosas. Si quieres saber más sobre Es Pop, visita nuestra página web.
Cultura Impopular está escrito por Óscar Palmer. Puedes contactar con él por correo electrónico.