martes 1 de diciembre de 2009
Los recursos podían ser tradicionales, pero el resultado no lo era. Era novedoso, innovador, único. Entre esos recursos de tebeo estaba desde luego el propio dibujo, un dibujo prodigioso por todo lo que era capaz de expresar desde una síntesis tan extrema, insólita en su momento (otros autores de prensa de los cincuenta se quejaron porque Schulz empezaba a ganar más que ellos dibujando mucho menos). Un dibujo mínimo, «caligráfico», tan equilibrado y bien resuelto que resulta imposible de imitar. Lo más llamativo es que Schulz llegó a esa extrema síntesis en gran parte por necesidades comerciales, debido a imposiciones industriales derivadas del soporte y el formato: para vender mejor PEANUTS a los periódicos, la agencia que contrató a Schulz redujo las dimensiones de la tira a un tamaño inferior al habitual, y Schulz tuvo que buscar la forma de que sus pequeñas viñetas (que también eran de tamaño regular, todas iguales y casi cuadradas para que pudieran remontarse, en horizontal o en vertical según las necesidades de cada periódico) destacaran en las páginas de los diarios que las publicaban. Descubrió que cuanto menos dibujaba, cuanto más simplificaba personajes y fondos, mejor se veían las tiras en las atiborradas páginas de los periódicos. Pero en esa síntesis gráfica había otro hallazgo. El dibujo es forma, pero la forma también es contenido, y por eso el dibujo de Schulz es inseparable de la esencia de PEANUTS. En ese decir lo más con lo menos estaba el tono de la tira.
Realizada durante cincuenta años seguidos por Schulz, solo y sin ayudantes (es difícil imaginar la visión artística que se necesita para eso, la vocación, la confianza en lo que se hace, o la necesidad de hacerlo), PEANUTS es por encima de cualquier otra cosa un tono, un paisaje mental, un sentimiento abstracto.
Pepo Pérez en «La vida interior». Sigue en su blog, Es muy de cómic.
Aunque no se puede negar que el estilo limpio y minimalista de Schulz es una fuente constante de inspiración para Ware y compañía, es evidente que su influencia va más allá del aspecto gráfico. Es más bien el minimalismo argumental, el despojamiento narrativo y el interés por la representación a través del cómic de estados de ánimo o «no incidentes» lo que sin duda fascina a estos autores interesados en narrar todo aquello que hasta ahora no se había narrado con viñetas.
Excepto en Peanuts, tal vez.
En Apocalípticos e integrados (1965), Umberto Eco incluyó un ensayo sobre «El mundo de Charlie Brown», en el que escribía: «Desde que el mundo es mundo, artes mayores y artes menores han podido prosperar casi siempre únicamente en el ámbito de un sistema dado que permitía al artista cierto margen de autonomía a cambio de cierta sumisión a los valores establecidos: y que, con todo, en el interior de estos varios circuitos de producción y de consumo, se han visto surgir artistas que, valiéndose de ocasiones concedidas a todos los demás, lograron transformar profundamente el modo de sentir de sus consumidores desarrollando, en el interior del sistema, una función crítica y liberadora. Como siempre, es cuestión de genialidad individual, de saber elaborar un discurso lo suficientemente límpido, incisivo y eficaz para lograr el dominio de todas las condiciones dentro de las que, por la fuerza de las cosas, se mueve».
Continuaba Eco planteando dos vías posibles para elaborar ese discurso: una de ellas la ejemplificaba con la sátira intelectual de Jules Feiffer y su Sick, Sick, Sick. La segunda vía la representaba Krazy Kat de George Herriman, y era en esta tradición en la que insertaba a Peanuts. Es curioso que Eco relacionase a Peanuts con este cauce que él llamaba «lírico», ya que Michaelis también insiste en la influencia de la obra de Herriman sobre Schulz. Parece evidente, pues, que Peanuts es uno de los grandes cómics artísticos de la historia, un cómic que parece destinado a satisfacer las demandas de los lectores más inteligentes.
Entonces, yo me pregunto, ¿cómo es posible que también fuera uno de los cómics más populares de todos los tiempos? ¿Cómo podía ser el favorito de las élites el producto más groseramente masificado?
Estamos acostumbrados a pensar que las obras verdaderamente brillantes y originales están condenadas a la incomprensión por parte de las masas (véase precisamente el caso de Krazy Kat). ¿Cuál es el secreto de la magia de Peanuts?
Santiago García en «Schulz, Carlitos, Snoopy y nosotros».
Sigue en su blog, Mandorla.
Charles Schulz firmando ejemplares a finales de los cincuenta.
Amanezco con estas dos pedazo de entradas en el lector de RSS y… bueno, ¿qué puedo decir? Que se me ocurren muy pocas maneras de empezar mejor el día. Y que para todos aquellos que no pudisteis asistir a la presentación de Schulz, Carlitos y Snoopy el pasado domingo, esta es la mejor manera de recrear lo que allí se dijo: lo tenéis casi todo en estas dos entradas, perfectamente expuesto y depurado. Y al igual que en la presentación, lo importante no es lo que se diga o se deje de decir sobre el libro de David Michaelis, que en el fondo es algo puntual; no son reseñas (aunque podrían serlo). Lo importante es el modo en el que Pepo y Santiago van al meollo de lo que es y lo que representa Peanuts, la obra maestra de Schulz, por qué la consideramos como tal y qué peso ha tenido no sólo en el desarrollo de la historieta sino de la cultura popular del siglo XX en general. Que no es moco de pavo, vamos. De modo que, ¿qué hacéis todavía aquí? ¡Ya estáis tardando en leerlas!
En la prensa
Carlitos y Snoopy, Charles Schulz, Es Pop Ediciones Un comentario
martes 1 de diciembre de 2009
Una de las cosas que más me sorprendió de la presentación de Schulz, Carlitos y Snoopy anteayer en Getxo fue lo que comentó Manel acerca de su primera toma de contacto con Peanuts. Y es que, a pesar de que posteriormente Snoopy pasara a convertirse en un símbolo del pijerío más rancio, motivo por el cual muchos tendimos a alejarnos de la obra debido a prejuicios que nada tenían que ver con su esencia, resulta que a finales de los setenta Carlitos era un personaje muy buen visto por los progres catalanes. Pero mejor que sea el propio Manel quien lo cuente, gracias a este vídeo cortesía de Mireia Pérez.
Videoteca
Carlitos y Snoopy, Charles Schulz, Manel Fontdevila Sin comentarios
lunes 30 de noviembre de 2009
Como anunciaba en la anterior entrada, este fin de semana me desplacé al Salón del Cómic de Getxo para hacer allí la presentación del nuevo libro de Es Pop Ediciones, Schulz, Carlitos y Snoopy: una biografía. Me siento muy afortunado de haber podido coincidir en esta edición del Salón con Manel Fontdevila, Santiago García y Pepo Pérez, los cuales, a pesar de tener comprometidas ya otras mesas redondas y numerosas sesiones de firmas, se dejaron reclutar también para oficiar como «padrinos» del libro de David Michaelis en su primera puesta de largo (y digo primera porque no será la única). Gracias desde aquí a los tres por haberme arropado con su presencia y gracias también, cómo no, a aquellos amigos, seguidores o simplemente curiosos que se pasaron a escucharnos; espero que la charla les resultara tan amena e interesante como me lo resultó a mí oírle a Manel hablar de la implantación de Carlitos y Snoopy entre la progresía catalana de los setenta, a Pepo intentar definir el elusivo tono entre reflexivo y melancólico de la serie, y a Santiago explicar el modo en el que Peanuts cambió para siempre los modelos de explotación económica de la cultura popular (ahí es nada).
Respecto al Salón en sí, poco puedo añadir a lo ya comentado por Pepo y por Santiago en sus respectivas crónicas. Reincidir si acaso en el agradecimiento general a todo el equipo y en particular a su director, Borja Crespo, por una organización realmente impecable y por un fin de semana de lo más agradable cargado de buenos momentos tanto dentro como fuera del Salón. Entre los más destacados, sin duda, la visita al Guggenheim para ver la impresionante exposición dedicada a la obra de Frank Lloyd Wright (daban ganas de agarrar cualquiera de las maquetas y salir corriendo), que seguirá en Bilbao hasta el próximo 14 de febrero. No menos impresionante me pareció el Puente de Vizcaya, una preciosa obra de ingeniería, diseñada por Martín Alberto de Palacio en 1893, que todavía hoy sigue uniendo Getxo con Portugalete y que bien merece una visita. Y por si eso fuera poco, el domingo, a la hora de comer y justo cuando salíamos de presentar el libro de Michaelis, descubrimos la existencia de la gaseosa Schuss. ¿Un buen presagio? ¡Eso espero yo!
Más fotos de la presentación, autores, sesiones de firmas, Getxo y el Guggenheim en este set de flickr.
Autobombo • Cómic
Carlitos y Snoopy, Charles Schulz, Getxo 2 comentarios
viernes 27 de noviembre de 2009
Con motivo del lanzamiento en Estados Unidos de Schulz, Carlitos y Snoopy: una biografía, su autor, David Michaelis, grabó este pequeño vídeo comentando algunas de sus impresiones acerca del creador de Peanuts y explicando un poco qué era lo que le había atraído de la figura de Charles Schulz y qué fue lo que le motivó a embarcarse en la redacción de su biografía. Me ha parecido un momento pertinente para recuperarlo y subtitularlo, de modo que aquí lo tenéis.
Ya sabéis que, como de costumbre, podéis hacer de él cualquier uso que estiméis oportuno: copiarlo, enlazarlo, incrustrarlo… lo que sea. El vínculo del vídeo en YouTube es: http://www.youtube.com/watch?v=lV3voI5ZESI
Ya que estoy, aprovecho para comentar brevemente dos cosillas. Una, que la distribución del libro se ha retrasado una semana. En cualquier caso, ya está acabado y hoy mismo saldrá hacia los almacenes de la distribuidora, con lo cual a partir de mediados de la semana que viene lo tendréis en las tiendas (también, si preferís comprarlo a través de la web, podéis ir haciendo ya vuestros pedidos, los cuales se enviarán el próximo día 1 de diciembre para que los recibáis en casa al día siguiente). Pero como no todo van a ser malas noticias, decir también que, gracias a que los pedidos iniciales han sido bastante más elevados de lo que esperábamos, hemos decidido que podemos permitirnos arriesgar un poco más y el precio final del libro va a ser de 26 € en vez de los 28 previstos. ¡Para que veáis que Es Pop también toma medidas contra la crisis!
Por último, avisar de que este domingo 29 a las 12:00 en el salón del cómic de Getxo, a modo de presentación del libro, se celebrará una mesa redonda en homenaje a Charles Schulz en el décimo aniversario de su muerte en la que intervendremos Pepo Pérez, Manel Fontdevila, Santiago García y yo mismo. Si os parece, allí nos vemos.
Videoteca
Carlitos y Snoopy, Charles Schulz, Es Pop Ediciones Sin comentarios
miércoles 25 de noviembre de 2009
Lo de arriba no es un juego de palabras con el título del libro, Schulz, Carlitos y Snoopy: una biografía, sino una pura realidad: en este caso, y al contrario de lo sucedido con nuestros anteriores títulos, sólo había una portada posible para la biografía del creador de Peanuts. El concepto del original norteamericano era tan sumamente potente que había que adoptarlo sí o sí. Sin embargo, adoptar el concepto no es lo mismo que mimetizarlo pixel por pixel, por lo que además de adoptarlo decidimos que también era necesario adaptarlo. Espero que se nos perdone la arrogancia de habernos atrevido a «enmendarle la plana» nada más y nada menos que a Chip Kidd, no sólo uno de los mejores diseñadores del mundo sino también un particular favorito tanto mío como de Manuel Bartual, brazo ejecutor en este caso de la adaptación de la portada. Pero aunque, como ya he dicho, el concepto de Kidd era sencillamente insuperable, la ejecución no acababa de encajar del todo dentro de la «filosofía» de Es Pop. ¿Cuál es esa filosofía? Procurar que el libro llegue a su público objetivo intentando dejar a la vez la puerta abierta para otro tipo de lector más general. La portada de Los trapos sucios, por ejemplo, nació como fruto de la necesidad (no conseguimos hacernos con los materiales de la original), pero creo que en parte, guste más o menos a los que estaban esperando el libro, puede haber ayudado a que gente que no es fan de Mötley Crüe, ni de este tipo de literatura, se esté animando a leerlo, como de hecho está pasando. El mayor responsable en primera instancia de este tipo de fenómenos siempre es, claro está, el boca a boca, pero que además la portada no sea la típica de libro de rock puede haber ayudado también a vencer ciertas prevenciones. Después de todo, el lector ya de por sí interesado en el libro se lo va a comprar tenga la portada que tenga, y de alguna manera hay que llamar la atención del curioso.
¿Qué tiene que ver todo esto con el libro de Schulz? Bastante. En una portada tan depurada como la de Chip Kidd, la tipografía cobra si cabe doble importancia a la hora de transmitir el «mensaje». La utilizada en el libro original norteamericano es la Comic Strip MN, presumiblemente en un intento por evocar la firma de Schulz, la cual no podía ser utilizada por motivos legales. A nuestros ojos, sin embargo, era excesivamente parecida a la Comic Sans, es decir, justo el tipo de tipografía que pensaría encontrar un lector no demasiado aficionado a los tebeos en un libro de este tipo, lo que equivaldría a confirmar de algún modo cualquier tipo de prejuicio que pudiera tener de antemano. Ese es el motivo de que decidiéramos sustituir la Comic Strip MN por la HVD Comic Serif, una excelente fuente diseñada por Hannes von Döhren que sigue transmitiendo cierto aire a cómic, a rotulación manual, pero haciendo gala de mucho más cuerpo. Para compensar el peso de la HVD Comic Serif, nos pareció que lo mejor sería utilizar una tipografía de aspecto más mecánico y estilizado para el subtítulo «una biografía», y qué mejor para ello que una Futura, una fuente que no sólo ayuda a aligerar la portada sino que además, en su contraste y su elegancia, transmite otro tipo de mensaje: sí, es un libro sobre un dibujante de tebeos, pero a la vez es una biografía seria y formal. También puede ser que todo este planteamiento sea sencillamente fruto de hilar demasiado fino y que luego nadie se fije en estas cosas, pero en mi opinión este tipo de matices pueden llegar a marcar una diferencia. En cualquier caso, también me gustaría conocer vuestro punto de vista como compradores, que es uno de los motivos por los que escribo este tipo de entradas. Aquí os dejo ambas portadas para que comparéis.
|
|
|
Otras entradas sobre diseño de portadas
· Cubriendo los trapos sucios.
· Sexo implícito: cómo se hizo la portada de El otro Hollywood
· James Bond Recovered
· En portada: John Gall
Diseño
Carlitos y Snoopy, Charles Schulz, Chip Kidd 8 comentarios
lunes 23 de noviembre de 2009
Mireia Pérez, que fue la ganadora de las dos entradas para el festival Extraterrestres Baleàrics 09 que sorteamos la semana pasada, no sólo ha cumplido el requisito de escribirse una pequeña crónica con sus impresiones sobre el evento sino que, yendo muchísimo más allá del deber… ¡se la ha dibujado! Aquí arriba podéis ver una de las viñetas. Si queréis leer la historieta entera no tenéis nada más que entrar en su tumblr. Desde luego, con lectoras así da gusto. ¡Muchas gracias, Mireia!
Cómic • Música
Max, Mireia Pérez, Pascal Comelade Sin comentarios
domingo 22 de noviembre de 2009
Robert Harris.
Más lecturas. Acabo de terminarme The Ghost (editada en España como El poder en la sombra), la novela más reciente de Robert Harris, un autor realmente popular en el mundo anglosajón al que yo prácticamente desconocía (de entre sus obras sólo me sonaba Enigma y era de haber visto la película). Harto de comerme las uñas esperando la publicación de la nueva entrega de las aventuras de Bernie Gunther, y siguiendo la recomendación de mi amigo David Muñoz, hace unas semanas le hinqué el diente a su primera novela, Patria, que describe el desarrollo de una investigación criminal en la Alemania nazi de 1964. No es un error, no. El libro está ambientado en una Alemania que no perdió la Segunda Guerra Mundial y que se prepara para celebrar el 75 cumpleaños de Adolf Hitler. Mientras tanto, un detective de homicidios de la Kriminalpolizei investiga la muerte en extrañas circunstancias de un importante mandatario del partido nazi, lo que le conducirá a descubrir involuntariamente una peligrosa conspiración criminal que amenaza con salpicar hasta a las más altas instancias del régimen. A pesar de cierta prevención inicial, acabé pasándomelo pipa. Como relato de investigación funciona de maravilla, los personajes exudan carisma y no carecen de momentos intimistas sorprendentemente sutiles y sugerentes dentro de lo que no deja de ser básicamente un thriller. Y como what if, como crónica de una historia alternativa que nunca tuvo lugar, es de las más convincentes que he leído nunca, a pesar de ser quizá la menos original (de ahí mi prevención inicial).
The Ghost también narra la historia de una conspiración, pero en este caso el protagonista no es un detective sino un «negro» profesional que se gana la vida redactando biografías para famosos (un oficio que en inglés recibe el nombre de ghost, es decir, fantasma).
Pierce Brosnan y Ewan McGregor en la adaptación de The Ghost dirigida por Polanski.
Tras recibir el encargo de escribir la autobiografía de un ex primer ministro británico claramente inspirado en Tony Blair, el escritor, narrador asimismo de la trama, se verá arrastrado por una serie de circunstancias al centro de todo un torbellino de intrigas, ilegalidades y corruptelas en torno al apoyo de Gran Bretaña a Estados Unidos en una guerra declarada a partir de falsos pretextos. Es evidente, y el propio Harris no lo niega, que The Ghost es un mordiente ajuste de cuentas con la historia reciente de su gobierno y que está escrito a partir del cabreo, lo cual no quita para que sea entretenidísimo, incisivo e intrigante como el mejor Le Carré. Si acaso, se le puede achacar un desenlace un tanto precipitado o peliculero (¡qué difícil es conseguir que todas las piezas encajen bien en el último momento sin que se vea la mano del autor!), pero de todos modos, si persiste una sensación es la de haberse pasado unas horas trepidantes completamente absorto en una intriga perfectamente armada. Es decir, literatura popular de la buena. Literatura popular de la buena que, además, haría bien en leer cualquier aspirante a escritor, sean cuales sean sus ambiciones, ya que contiene reflexiones tan acertadas como esta defensa de la escritura como una profesión y no sólo como un arte, toda una declaración de intenciones con la que no podía estar más de acuerdo:
«De entre todas las actividades humanas, la escritura es aquella para la que más fácil resulta encontrar excusas para no empezar: el escritorio es demasiado grande, el escritorio es demasiado pequeño, hay demasiado ruido, hay demasiado silencio, hace demasiado calor, hace demasiado frío, demasiado temprano, demasiado tarde. Con el transcurso de los años había aprendido a ignorar cualquier tipo de consideración para sencillamente ponerme a ello. Enchufé el portátil, encendí el flexo y contemplé la pantalla y el parpadeo del cursor. Un libro sin escribir es un maravilloso universo de infinitas posibilidades. Sin embargo, pon sobre el papel una palabra y de inmediato se convierte en algo prosaico. Pon sobre el papel una frase entera y ya está a medio camino de ser como cualquier otro maldito libro jamás escrito. Pero uno nunca debe dejar que lo mejor empañe lo bueno. En ausencia de genio, siempre queda la habilidad. Uno puedo intentar escribir al menos algo que cautive el interés del lector, que lo anime, tras haber leído el primer párrafo, a echar un vistazo al segundo, y luego al tercero».
Creación • Libros
El poder en la sombra, Robert Harris 2 comentarios
domingo 22 de noviembre de 2009
«El panorama es alarmante, y empieza a hablarse de arbitrar soluciones de emergencia. […] Golpe de timón, golpe de bisturí, cambio de rumbo: ésa es la temible terminología que impregna desde el verano de 1980 las conversaciones en los pasillos del Congreso, las cenas, comidas y tertulias políticas y artículos de prensa en el pequeño Madrid del poder. Tales expresiones son simples eufemismos, o más bien conceptos vacíos, que cada cual rellena según su interés, y que, además de las resonancias golpistas que evocan, sólo tienen un punto en común: tanto para los ultraderechistas de Blas Piñar o Girón de Velasco como para los socialistas de Felipe González y para muchos comunistas de Santiago Carrillo y muchos centristas del propio Suárez, el único responsable de aquella crisis es Adolfo Suárez, y la primera condición para terminar con la crisis es sacarlo del gobierno. Es una pretensión legítima, en el fondo sensata, porque desde mucho antes del verano Suárez es un político inoperante; pero la política es también una cuestión de forma —sobre todo la política de una democracia con muchos enemigos dentro del ejército y fuera de él, una democracia recién estrenada cuyas reglas están en rodaje y nadie domina del todo, y cuyas costuras son todavía extremadamente frágiles— y aquí el problema no es de fondo, sino de forma: el problema no consistía en echar a Suárez, sino en cómo se echaba a Suárez. La respuesta que debió dar a esta pregunta la clase dirigente española es la única respuesta posible en una democracia tan endeble como la de 1981: mediante unas elecciones; la respuesta que dio a esta pregunta la clase dirigente española no fue ésa y fue prácticamente uniforme: a cualquier precio. Fue una respuesta salvaje, en gran parte fruto de la soberbia, de la avaricia de poder y de la inmadurez de una clase dirigente que prefirió correr el riesgo de crear condiciones propicias a la actuación de los saboteadores de la democracia antes que seguir tolerando en el gobierno la presencia intolerable de Adolfo Suárez. No de otra forma se explica que desde el verano de 1980 políticos, empresarios, dirigentes sindicales y eclesiásticos y periodistas exageraran hasta el delirio la gravedad de la situación para poder jugar a diario con soluciones dudosamente constitucionales que hacían trastabillar al ya de por sí trastabillante gobierno del país. […] Aquel invierno el país entero respiraba una atmósfera de golpe de estado. El 20 de febrero, tres días antes del golpe, Ricardo Paseyro, corresponsal de París Match en Madrid, escribía: «La situación económica de España roza la catástrofe, el terrorismo aumenta, el escepticismo respecto a las instituciones y sus representantes hiere profundamente el alma del país, el Estado se desmorona bajo el asalto del feudalismo y de los excesos autonómicos, y la política exterior española es un fiasco»; concluía: «En el aire se huele el golpe de estado, el pronunciamiento». Todo el mundo sabía que podía ocurrir, pero nadie o casi nadie sabía el cuándo, el cómo y el dónde».
De Anatomía de un instante, de Javier Cercas (Mondadori, 2009). Aunque me lo compré en la pasada Feria del Libro, hasta hace dos días no me había animado a ponerme con él. A veces me pasa con estos libros que reciben una respuesta tan abrumadoramente positiva por parte de la crítica, que suelo dejarlos de lado durante una buena temporada hasta que ha pasado un poco el aluvión hiperbólico para poder leerlos con una mirada lo menos contaminada posible por todo lo escrito acerca de ellos. Este es uno de esos raros casos en los que no debería haberme preocupado: todos los elogios vertidos sobre el libro de Cercas estaban justificados o incluso se quedaban cortos. Para tratarse de un ensayo político, me ha resultado tan trepidante y absorbente como una novela. Para estar centrado en un acontecimiento del pasado, el golpe de estado del 23-F, me ha parecido tremendamente revelador acerca de nuestro actual panorama político. Para ser un estudio exhaustivo de un suceso tan particularmente concreto de nuestra historia reciente, se me ha antojado sorprendentemente universal, cargado de reflexiones sumamente certeras acerca de conceptos como la democracia, el heroísmo o la ambición. Para recordar un acontecimiento tan indeleblemente grabado en la conciencia de varias generaciones, se lee con la misma emoción que si lo estuviéramos viviendo por primera vez, algo que en gran parte es cierto, ya que nunca se había contado con tanto detalle ni perspicacia. En definitiva, que me ha encantado el libro y que aunque no entre demasiado en los temas que marcan la temática del blog me apetecía dejar constancia de ello.
Más información:
· Crítica de Anatomía de un instante en Babelia.
· Reseña y entrevista con Javier Cercas en la web de Qué Leer.
· Crítica del libro en El Cultural.
Libros
23-F, Anatomía de un instante, Javier Cercas 2 comentarios
jueves 19 de noviembre de 2009
Ayer, charlando con unos amigos, salió el tema de la iniciativa de Stephen King que comentaba en mi anterior entrada (lo de subirse a la moto y hacer una gira de presentación exclusivamente por librerías pequeñas, afectadas cada día más por la política de grandes descuentos de las grandes cadenas), lo cual nos llevó a abordar durante un rato varias cuestiones acerca del mercado del libro. El caso es que la conversación hizo que me acordara de un texto muy interesante acerca del mismo tema que había leído hace meses y que luego por algún motivo u otro se me olvidó mencionar aquí. Anoche me lo volví a leer y, aunque se publicó originalmente en febrero de este año, en el nº 4 del Vol. 31 del London Review of Books, no creo que estos nueve meses hayan cambiado en un ápice su interés. El texto está centrado, lógicamente, en el mercado anglosajón, pero gran parte de lo que cuenta resulta perfectamente aplicable también al nuestro, y por otra parte creo que analiza bastante bien todo lo que se nos avecina. El autor es Colin Robinson, que ha trabado como editor para sellos como Verso Press, The New Press y Scribner, una de las editoriales más prestigiosas del conglomerado Simon & Schuster, y como siempre recomiendo su lectura completa (podéis acceder a él pinchando aquí). En cualquier caso, aquí van traducidos y comentados algunos de los párrafos a mi juicio más relevantes.
Los libros siempre han sido una mercancía de bajo beneficio y en estos últimos años los márgenes han ido reduciéndose aún más. Ahora los editores ofrecen regularmente a las tiendas un 50 o incluso un 55% de descuento sobre el precio de venta al público. El distribuidor que almacena y reparte el libro suele quedarse un 10% adicional o más en caso de que se trate de una editorial pequeña. Un 15 % va a los gastos de producción (maquetación, papel, impresión). Sumémosle a eso el 10% de royalties para el autor y al editor le queda un 10% para cubrir promoción, gastos de oficina, sueldos… y un beneficio. No es de extrañar que la llamen una profesión de caballeros.
Ese reparto de porcentajes, que yo la verdad desconocía, explica por qué en EE.UU. y Gran Bretaña hay tiendas que pueden permitirse hacer según qué descuentos que aquí nos resultarían inimaginables. En España las tiendas suelen moverse entre un 30 y un 40% dependiendo de su volumen de negocio y de con qué distribuidoras trabajen; estas últimas no suelen moverse por menos de un 20%. A eso habría que sumarle el 10% de derechos de autor y un 15% o un 20% de gastos de producción (en nuestro caso, hay que añadir la traducción, que por detrás de la impresión es el elemento más caro en la producción de un título, y el almacenaje de los libros, ya que cada vez son menos las distribuidoras que te lo hacen), con lo cual el resultado final viene a ser el mismo: que al editor le queda entre un 10 y a lo sumo un 15% del precio de portada.
Cualquier excusa es buena para colgar una foto de Marilyn leyendo.
Las cosas han empeorado debido a que el precio de venta final de los libros, al contrario que el precio de portada, no ha hecho más que caer. En 2008, según un estudio de Nielsen BookScan, el precio medio de los libros vendidos en Gran Bretaña era de solo 7.49 £, un 1,1 % más bajo que el del año anterior y el más bajo desde 2001, primer año en el que se empezó a estudiar el precio medio. Hay varios motivos para esta reducción. Todo empezó a mediados de los noventa con el abandono del Net Book Agreement. El NBA obligaba a vender los libros al precio de venta al público recomendado por el editor. Tras su desaparición, las grandes cadenas pudieron empezar a ofrecer descuentos en todos los títulos principales, arrebatándole el negocio a las tiendas pequeñas. Un Harry Potter de 608 páginas pasó a estar disponible por tan sólo cinco libras en todas las tiendas de la cadena ASDA. Al tiempo que la cuota de mercado de Waterstone’s, Amazon y los demás grandes emporios iba creciendo gracias a las ofertas del tres por dos y a sustanciales recortes en los precios, muchas librerías independientes se vieron obligadas a cerrar.
El Net Book Agreement era el equivalente británico a nuestra ley del precio fijo. Una ley con la que, como sabréis, no pocos están empeñados en acabar. Y visto desde el punto de vista del lector, es comprensible que en principio a uno le pueda parecer buena idea pasar a un modelo de mercado competitivo que brinde más opciones y en el que poder adquirir un producto por el menor importe posible. Sin embargo las consecuencias podrían acabar siendo terriblemente perniciosas: las tiendas pequeñas que no puedan competir con los grandes centros se irán a pique, lo cual, además de costar puestos de trabajo, hará que se reduzcan los puntos de venta. Con el mercado en manos de unas pocas cadenas, será sólo cuestión de tiempo que empiecen a caer también todas las editoriales que no entren dentro de sus esquemas de venta o que no acepten sus condiciones (y conviene recordar aquí que cada vez que una de estas empresas ofrece un 5% de descuento en los libros que vende no lo hace renunciando generosamente a ese porcentaje de sus beneficios, sino que obliga al editor a cederlos por narices si quiere que sus libros estén a la venta en sus centros), por lo cual el tipo de publicaciones que van a poder llegar a un gran público también se reducirá. ¿El resultado? Que cada vez habrá más libros, más parecidos, en manos de menos editores. No sólo el mercado británico es un ejemplo paradigmático de esta situación, el norteamericano también ha vivido una evolución parecida bastante nefasta para la pequeña y mediana empresa:
Aunque en Estados Unidos no existía el Net Book Agreement, las librerías independientes estaban protegidas hasta cierto punto por la Robinson Patman Act de 1936, una ley antimonopolio que impide a los productores vender con mayor descuento a sus grandes clientes. Según la legislación, un libro debe venderse al mismo precio sin importar el número de ejemplares que se vayan a comprar. A nadie le sorprenderá que Barnes & Noble y Borders estuvieran empeñadas en conseguir rebajas en el precio a cambio de comprar en masa. Finalmente lo consiguieron sorteando astutamente la ley, exigiendo a los editores que les pagaran dinero en concepto de representación a cambio de grandes compras. A pesar de que los libreros independientes argumentan que el resultado acaba siendo el mismo, este sistema no está considerado legalmente un descuento; más bien es un pago a cambio de que tus libros reciban un lugar de exhibición privilegiado en la tienda. Como consecuencia, los escaparates de las grandes librerías de hoy en día son en realidad franjas inmobiliarias, en las que los editores alquilan pequeños solares de 15×20 cm. en los que colocar sus libros durante un par de semanas con la esperanza de que encuentren un comprador.
Una visita a la franquicia de una cadena de librerías resulta a día de hoy una experiencia a menudo deprimente. Los fondos editoriales y la atención especializada de hace tan solo unos años está dando paso cada vez más a unas áreas de exposición que más bien parecen rastrillos, con sus pilas de ofertas amontonadas de cualquier manera y su desconcertante yuxtaposición de títulos. Promocionar exageradamente los libros basándose en su precio reducido nunca va a ayudar a incrementar su valor en la percepción del público. Esto hace que me acuerde de un chiste de Tom Tomorrow en el que un cliente le dice al vendedor: «Busco un libro en torno a los 10 dólares». Para afianzar su inestable posición, las cadenas están dejando de acumular fondo y prescindiendo (es decir, dejando de pedir) de una gama cada vez mayor de nuevos títulos, incluso de las principales editoriales. Esto está acentuando un rasgo ya muy marcado en el negocio, la práctica desaparición de los gastos de promoción en todos los libros salvo en los grandes fenómenos.
Una reflexión de Mauro aplicable a toda la industria editorial.
Esto, evidentemente, no le sorprenderá a nadie que haya entrado recientemente en cualquier centro del Corte Inglés o de FNAC. Un número de títulos cada vez más reducido ocupa grandes extensiones de pared y de escaparate mientras que todos los demás acaban mal amontonados durante un par de meses y al cabo de un periodo cada vez más breve desaparecen de la tienda, momento en el cual el comprador se ve obligado a «encargarlos» (con unos plazos de entrega incomprensibles a día de hoy) o sencillamente a gastarse el dinero en otra cosa. ¿El resultado? Que ya no sólo son las tiendas las que desatienden el fondo, sino que también cada vez más editoriales, al no encontrarle salida, prescinden también de él para centrarse únicamente en la novedad.
Las estadísticas muestran que la producción de nuevos títulos en Estados Unidos está llegando al medio millón anual. Al mismo tiempo, una encuesta reciente revelaba que uno de cada cuatro norteamericanos no leyó un solo libro el año pasado. La industria del libro le ha dado la espalda al lector con criterio. La propia literatura ha sido víctima de este cambio. Si cualquiera puede publicar y el número de lectores con sentido crítico está disminuyendo, ¿acaso es de extrañar que no sean escritores sino estrellas del pop, cocineros y deportistas los que han pasado a dominar cada vez más las listas de los más vendidos? Quizá el problema esté relacionado con el modo en el que se transmiten las palabras. La gente juega sola a los bolos, compra a través de Internet, abandona los cines en favor de los deuvedés y chatea electrónicamente en vez de ir al bar. En una sociedad cada vez más ensimismada, parece que importa más ser oído que escuchar, ser visto antes que observar, ser leído antes que leer.
Stephen King con su burra. Otra muestra evidente de que
no se me ocurría cómo ilustrar esta entrada.
Siempre que se utilizan expresiones como «lectores con criterio» a uno parece que se le encienden las luces de alarma. Después de todo, ¿de qué tipo de criterio estamos hablando? Pero en cualquier caso parece innegable que la industria del libro tiene dos tipos básicos de cliente, el que lee mucho y con un gusto cultivado a partir de centenares de horas invertidas en su afición, y el que lee ocasionalmente porque se deja llevar por los fenómenos mediáticos de la temporada. En mi opinión ambos mercados deben convivir; tan estúpido sería prescindir de los grandes fenómenos que son los que aportan ocasionales inyecciones millonarias a la industria como desatender a ese otro mercado más reducido y exigente que en vez de tres o cuatro libros al año consume entre treinta y cincuenta o más. El problema es que, y en esto Robinson tiene toda la razón, la balanza está cada vez más desequilibrada y tiende a lo primero desatendiendo cada vez más lo segundo. En este aspecto, yo diría que sus previsiones para el futuro cercano ya se han cumplido. Como decía antes, basta pasearse un rato por cualquier gran superficie y también por muchas librerías pequeñas para darse cuenta de ello:
Todo esto no quiere decir que el libro esté condenado. Pero es evidente que las editoriales tendrán que cambiar el modo en el que llevan su negocio. Un sistema que requiere el transporte de vastas cantidades de papel hasta las librerías y luego de regreso a los almacenes de la editorial para convertir todas las devoluciones en pulpa es insostenible tanto desde el punto de vista comercial como desde el ecológico. Una industria que se gasta todo el dinero en descuentos y apenas nada en encontrar un público está empezando la casa por el tejado. Siguiendo las órdenes de sus contables, las grandes editoriales intensificarán su concentración en los grandes fenómenos. Las librerías dejarán de tener una biblioteca de fondo para acabar convertidas en meros expositores de bestsellers y de los premios de la temporada. Cada vez más gente leerá los mismos pocos libros. El futuro de gran parte de la industria quedará dominado por la distribución electrónica, el marketing en Internet dirigido a sectores de público cada vez más especializados y la lectura a través de aparatos electrónicos y sistemas como la impresión por demanda. Pero este modelo no sólo ofrece desafíos sino también oportunidades. Papeles como el del editor y el publicista, individuos capaces de guiar al lector potencial a través de la cacofonía del ruido de fondo hasta las palabras que quieren leer, pasarán a ser cada vez más importantes.
¡Ejem!
Entresijos de la industria
Ley del precio fijo, Marilyn Monroe 4 comentarios
martes 17 de noviembre de 2009
Ilustración de Gottfried Helnwein para la portada de un número de 1986 de Time.
Acabo de descubrir este interesante especial de la revista Time, dedicado a Stephen King y sus diez novelas más largas, comentadas por el propio autor (y teniendo en cuenta que hablamos de una carrera repleta de «tochos», hasta la más corta de ellas supera las quinientas páginas). Cualquiera que sea fan hará bien en echarle un vistazo, ya que encontrará cantidad de perlas, como de dónde le vino la inspiración original para It, el modo en el que su descontento con la presidencia de George W. Bush le ha servido de motor para su última novela, Under the Dome, o por qué en 1994 le dio por montarse en su Harley y hacer una gira por diez ciudades estadounidenses para presentar Insomnia exclusivamente en librerías independientes como manera de apoyarlas contra las grandes cadenas.
En cualquier caso, lo que más me apetece destacar es un comentario en concreto que pone de manifiesto que las cosas siempre son más complicadas de lo que parecen (incluso aunque te llames Stephen King) y que cuando hablamos de la cultura como industria hay muchos elementos al margen de lo meramente artístico que, en la mayor parte de las ocasiones, no sólo no nos detenemos a tener en cuenta sino que posiblemente incluso ignoramos (cosa que en cualquier caso no nos impide criticar con una alegría nacida del desconocimiento con la que jamás nos atreveríamos a enfrentarnos al fontanero o a cualquier otro profesional de un oficio considerado práctico).
El comentario es acerca de la novela más larga de Stephen King, The Stand, un relato apocalíptico en el que el 99’4 % de la humanidad fallece a causa de una cepa mutada de gripe. Editada originalmente en 1978 en un volumen de 823 páginas (publicada en castellano como La danza de la muerte), la novela sería relanzada en 1990 con el añadido de más de cuatrocientas páginas (en España esta nueva versión se tituló Apocalipsis). ¿El motivo? Imposiciones editoriales habían obligado a King a recortar drásticamente el texto original. Tal y como lo explica él: «Me irritaba mucho que se hubieran eliminado esas páginas. Todo se debió a una cuestión puramente física. En aquellos días, mi editorial, Doubleday, encuadernaba pegando los lomos en vez de cosiéndolos. Según me lo explicaron a mí, había un máximo de grosor a partir del cual los lomos empezaban a descuajaringarse. Y eso implicaba editar el libro en dos volúmenes, cosa que no querían hacer. De modo que mi editor vino a verme y me dijo: «Tenemos que recortarle 400 páginas a este libro». Y ese fue el motivo. No tuvo nada que ver con cuestiones de calidad».
Años más tarde, con King ya convertido en uno de los autores más populares del mundo mundial (y gracias, es de suponer, al avance de las técnicas de impresión y encuadernación), la misma Doubleday le propuso a King rescatar las cuatrocientas páginas «perdidas» y reeditar la novela tal y como había pretendido en un principio (él procedió a reescribirla en gran parte, pero esa es otra historia). Valga la anécdota como ejemplo del modo en el que las tristes realidades del negocio suelen imponerse a cualquier otro tipo de consideración.
Entresijos de la industria • Libros
Stephen King 2 comentarios