Cultura Impopular

El blog de Espop Ediciones

lunes 23 de febrero de 2009

Mad Mix Monday # 2: Jay-Z vs. Jimi Hendrix

Para empezar bien la semana, nada mejor que acercarse a lo familiar desde una nueva perspectiva. ¡Sacúdete las neuronas, porque los lunes nada es lo que parece!

99 Problems Along The Watchtower.
Mashup de Nasty P.

Actualización
Si te hace gracia oír hip hop sobre bases rockeras, te gusta Jay-Z o si la anterior entrega dedicada a los mashups de Radiohead te supo a poco, échale un vistazo a www.jaydiohead.com, un proyecto de Max Tannone, productor anteriormente conocido como Minty Fresh Beats, al que le ha dado por fusionar diez temas de Jay-Z con música de Radiohead. Están disponibles para escuchar en línea o para descargar (tanto en torrent como en directa). No todos son acertados, pero hay varios bastante interesantes (mis favoritos son «Wrong Prayer» y «Dirt Off Your Android»).

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miércoles 18 de febrero de 2009

Sexo implícito

Como ya comenté en la entrada dedicada al proceso de diseño de la portada de Los trapos sucios, mi primer impulso es respetar las portadas originales cuando son oportunas y existe la posibilidad de reproducirlas, pero en el caso de El otro Hollywood, una historia oral y sin censurar de la industria del cine porno, nos dimos de bruces con el mismo problema que con el libro de Mötley Crüe: el estudio de diseño propietario de la imagen original parece haber desaparecido y no hubo manera de hacerse con los derechos. Así pues, de vuelta al tablero.
En este caso, el concepto principal de la portada se le ocurrió a Manuel Bartual cuando todavía el libro no estaba ni terminado de traducir. Si en la edición norteamericana habían elegido poner el énfasis en el contraste entre el Hollywood tradicional y el erótico, combinando la imagen de la fachada de un cine con una foto de Marilyn Chambers sobre un glamuroso fondo de focos y edificios, nosotros optamos por ir directamente al grano y mostrar directamente una escena sacada de una película porno, recortada de tal manera que el acto en sí quedara implícito pero aun así resultara evidente.

Izquierda: portada original de Bau Design para la edición norteamericana.
Derecha: primer boceto de Manuel Bartual. Pincha para ver en grande.


La idea de Manuel me entusiasmó de inmediato, pero había un par de detalles que no me acaban de convencer, principalmente la utilización de las tres bandas negras para el texto y la elección de unos colores tan «punk», de modo que le envié un contra-boceto, uniendo todo el texto en el bloque central, cambiando el amarillo por el naranja y acercando un poco más el plano al rostro de ambos actores. Y así quedó la cosa durante lo mínimo medio año, a la espera de que yo acabara de traducir el libro y llegara el momento de ponerse a trabajar de verdad en la realización. Entre medias, quedaba la ardua tarea (ejem) de revisarse decenas y decenas de películas porno en busca de una escena apropiada (las imágenes utilizadas para los bocetos habían salido de una captura de pantalla hecha a vuelapluma).
Sin embargo, cuando ya parecía que lo teníamos todo claro, revisando un libro de viejos carteles de cine que tenía en casa, se me ocurrió que a lo mejor podía ser interesante utilizar el mismo concepto de Manuel pero aplicándolo a imágenes del Hollywood clásico, con el objetivo de, en cierto modo, subvertirlas con la intención de subrayar esa dicotomía, tan bien tratada en el libro, entre la industria cinematográfica «legítima» y la del porno, que no sólo no están tan separadas como en un principio podría parecer sino que en muchos casos se solapan. Así que rápidamente preparé este otro boceto que podéis ver aquí abajo a la derecha.

Izquierda: mi respuesta a la primera propuesta de Manuel. Derecha: un intento por darle a las imágenes del Hollywood clásico un tratamiento erotizante. Pincha para ver en grande.


A Manuel le gustó mucho la idea, pero me sugirió que buscara otras imágenes en las que los rostros tuvieran unas dimensiones más similares, porque de otro modo la portada quedaba un poco descompensada. Esto presentaba una dificultad añadida, ya que por necesidades legales debíamos atenernos a imágenes pertenecientes a películas de los años veinte actualmente en dominio público. En cualquier caso, encontré otra que, con un par de mínimos retoques, se adaptaba perfectamente a lo que necesitábamos. El resultado final, lo podéis ver abajo a la izquierda, ya con las tipografías definitivas, tal y como habría quedado si hubiera llegado a publicarse. Mientras tanto, Manuel, que seguía trabajando en la otra versión de la portada, decidió prescindir del tratamiento original y sustituyó las tramas que había aplicado en un primer lugar por un fondo de manchas y churretones que, una vez superpuesto a las imágenes elegidas, le daba a la portada un aire a película pringosilla de los setenta realmente apropiado. A mí me gustó tanto que, en algún que otro momento de actividad febril, llegué incluso a plantearme seriamente prescindir de cualquier tipo de imágenes para utilizar como portada únicamente los bloques de color salpicados de manchas, tal y como podéis ver abajo a la derecha. De hecho, no estoy seguro de que para este libro hubiera sido la elección correcta, pero sí que estoy convencido de que quedaría de maravilla como portada de algún título de narrativa contemporánea (como la que hizo Frank Miller para el Gravity’s Rainbow de Thomas Pynchon, aunque ésta yo se la pondría más bien, así a bote pronto, a Las partículas elementales de Houllebecq).

Izquierda: versión definitiva de la portada más «clásica».
Derecha: sexo conceptual. Pincha para ver en grande.


Finalmente, nos encontramos con que teníamos dos portadas y que las dos nos gustaban mucho. Los amigos a los que se las mostramos se declararon igualmente divididos. Por un lado, estaba la elegancia y la sugerencia de una frente a la contundencia y la claridad de la otra. En última instancia (y debo reconocer que también debido a algo de cobardía por mi parte) nos quedamos con la fotográfica, ya que nos parecía que era la más segura, la que mejor describía el tipo de material que iba a encontrar el lector dentro del libro; no queríamos que nadie fuera a pensar que se trataba de un cúmulo de anécdotas acerca de las costumbres sexuales de los actores del Hollywood clásico u otra especie de Hollywood Babilonia, ni que el público objetivo de la obra (si es que realmente existe eso) pudiera pasar de largo ante una portada que no hiciera referencia directa al porno. Todavía hoy me sigo cuestionando si hicimos bien y sigo fantaseando con que el libro llegue a venderse lo suficientemente bien como para hacer una segunda edición con la otra portada. Así al menos me ahorraré tener que elegir; podré quedarme con las dos. ¡Ah! La definitiva, por si no la habéis visto, es ésta:

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lunes 16 de febrero de 2009

Mad Mix Monday # 1: Radiohead vs. Louis Armstrong

Para empezar bien la semana, nada mejor que acercarse a lo familiar desde una nueva perspectiva. ¡Sacúdete las neuronas, porque los lunes nada es lo que parece!

What A Wonderful Surprise.
Mashup de Overdub Bootlegs.

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domingo 15 de febrero de 2009

La música del azar

Anoche estuve en la fiesta de presentación de Ibérico Jazz, una de las referencias más recientes del sello discográfico Vampisoul. La ocasión resultó particularmente entrañable gracias a la presencia, en calidad de homenajeado, de Don Antoliano Toldos, compositor, productor y editor de los doce temas reunidos en el álbum, publicados originalmente entre 1967 y 1972 como cuatro sencillos y un E.P.

Contraportada y portada de Ibérico Jazz, por Pocateja.

Según cuenta en la carpeta del disco Miguel Ángel Sutil, director de la revista Enlacefunk, «Don Antoliano Toldos nació el 6 de febrero del año 27 en Puebla de Almuradiel, provincia de Toledo. Con veinte años recién cumplidos se traslada a Madrid para realizar el servicio militar. Hasta entonces su experiencia musical se reducía a participar en la banda de su pueblo, llamada «La Flor de la Mancha», donde ingresó con once años alentado por su familia, que había descubierto sus dotes musicales en la trompeta. Muy joven empezaría a escribir composiciones para las orquestas que tocaban en espectáculos de circo, como por ejemplo para el espectáculo de Los Coopers, por recordar alguna que recorrió toda España. […] Compaginando el servicio militar con la práctica de la trompeta y sus estudios de solfeo en el conservatorio donde conocería a profesores como el maestro Norte, cursaría tres años de música. Su primera oportunidad profesional le llega en la banda de ingenieros y más tarde, tras una reñida oposición, en la banda de la Guardia Civil».

En 1960, animado por su hermano mayor, Don Antoliano decidió fundar su propio sello discográfico, Discos Calandria, desde el que se dedicó a lanzar todo tipo de sencillos de música bailable (boleros, rumbas, cha-cha-chas) destinados sobre todo al mercado de las gramolas. En 1967, recibió un encargo por parte de TVE para componer piezas que sirvieran como sintonías para las cartas de ajuste. Tal y como él mismo recordaba ayer con humor: «Me pidieron algo que no fuera melódico y se me ocurrió esto». Libre por primera vez de las restricciones propias del mercado del momento, Antoliano pudo dar rienda suelta a su lado más creativo, experimentando con sonidos como el bebop, el cool e incluso el funk en una serie de grabaciones que ponen de manifiesto no sólo su calidad como compositor sino sobre todo el alto nivel de los músicos de las salas de fiestas madrileñas de la época, principales intérpretes de sus temas bajo nombres tan variados como Quinteto Diamont, Conjunto Segali, Toldos y su grupo, Conjunto Estif y Quinteto Montelirio. En palabras, nuevamente, de Sutil: «Fruto de esas improvisadas sesiones de grabación, se publicaría una magnífica y sorprendente colección de singles en Discos Calandria centrados en la producción de jazz. Las grabaciones se realizaban en los estudios de Iberofón o R.C.A. en sesiones de un solo día y en la mayoría de las ocasiones, en una sola toma dando rienda suelta a los músicos del momento para improvisar sobre las ideas que buscaban. Antoliano recuerda: «Yo llegaba con la idea básica de lo que quería grabar y a los músicos les decía lo que estaba buscando, entonces ellos se ponían a improvisar y como eran muy buenos músicos de jazz salía a la primera». […] Se trataba de sesiones «con los mejores músicos del jazz del momento, de algunos no recuerdo el nombre, los conocía solo de ese momento. Yo los contrataba yendo por las salas de fiestas». El resultado, un irrepetible momento de creatividad e improvisación, lleno de calidad y altas dosis de inquietud para el jazz que se estaba haciendo en nuestro país».

Don Antoliano Toldos, rodeado de familiares y amigos, durante la presentación.

La aventura duró cinco años y produjo doce perlitas musicales que son las que ahora ha reunido Vampisoul en este Ibérico Jazz, editado tanto en CD como en vinilo con una bonita portada de Pocateja, el estudio de diseño gráfico del nunca suficientemente ponderado Víctor Aparicio. Pero más allá del interés que pueda tener el disco como propuesta musical (mucho si te interesa el jazz, poco en caso contrario), si por algo quería compartir con vosotros la historia de Don Antoliano era por el modo en el que pone de relieve lo azaroso de toda apuesta creativa y lo caprichoso que puede llegar a ser el destino a la hora de recuperar o desestimar la obra de cualquiera. Durante décadas, los singles de jazz grabados por Calandria han permanecido prácticamente en el anonimato salvo para un contadísimo grupo de coleccionistas. Probablemente así habría seguido siendo de no haberse dado la casualidad de que el hijo de Don Antoliano, Alfredo Toldos, acabó siendo compañero de trabajo del anteriormente citado Miguel A. Sutil. Tras conocer la afición de éste por la música negra, Alfredo le comentó que su padre había grabado «algunos discos de jazz en los sesenta» y le invitó a que los oyera. A Sutil le bastó una escucha para darse cuenta de que había ido a dar con una pequeña gema escondida que merecía ser recuperada cuanto antes. Ahora, con el disco ya en la calle y cosechando excelentes críticas tanto por parte de los medios especializados nacionales como de los internacionales, cuesta creer que Don Antoliano haya tenido que esperar más de cuarenta años para recibir un mínimo reconocimiento por su trabajo. Supongo que debe de ser una sensación maravillosa el que un buen día aparezca alguien dispuesto a reivindicar algo que hiciste hace tanto tiempo que bien podría haber sido en otra vida y al hombre se le veía ayer realmente emocionado, pero a mí lo que me angustia siempre de estas cosas, una vez superada la excitación del descubrimiento, es que cada vez que alguien recupera un disco prácticamente desconocido, cada vez que leo a un escritor del que nunca había oído hablar, no puedo evitar pensar: ¿cuántos otros me estaré perdiendo?

En la fiesta de presentación también tocó el trío albaceteño Groove 3.

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miércoles 11 de febrero de 2009

Un hombre solo en la vasta cordillera

Cordilleras desde Santiago de Chile. Ilustración de R. T. Pritchett.

Por fin los hombres llegaron al paso del Portillo, la «pequeña puerta» de las montañas, y miraron sobrecogidos la inmensa planicie de la pampa a sus pies, una vasta extensión de tierras sólo interrumpida por los ríos que corrían como hilos de plata bajo el sol del amanecer antes de desvanecerse en la lejanía. Darwin había logrado su objetivo.
Empezaron el descenso hacia el puesto fronterizo de la república de Mendoza. En una de las paradas, Darwin colocó trampas y logró cazar otro ratón.
—Este ratón es distinto de los que hay en el lado de Chile —declaró.
—Pues claro —dijo Mariano echándole un rápido vistazo—. Los ratones chilenos son diferentes de los ratones de Mendoza.
—Todos los animales del lado de Chile son diferentes de los animales del lado de Mendoza —explicó Gonzales como si estuviera hablando con un idiota.
—¿Todos? ¿Está usted seguro? —Debía tener cuidado con las afirmaciones de los guasos. Mariano y Gonzales no habían demostrado ser muy perspicaces en el campo de la historia natural.
—Todo el mundo lo sabe, don Carlos. En cuanto a los cóndores, bueno, en su caso pueden volar de un lado al otro, así que es diferente. Pero los demás animales no cruzan los pasos entre las montañas. Hace demasiado frío. Por consiguiente, los animales chilenos y los mendocinos son completamente distintos.
A Darwin le daba vueltas la cabeza. Eso significaba que los animales habían empezado a existir después de que se alzaran los Andes, y que los Andes aún estaban alzándose. Por tanto, no podían haber sido creados por Dios en el sexto día. Entonces, los dos grupos de animales eran criaturas nuevas, o —la aterradora monstruosidad de esa posibilidad hizo que se le pusiera el pelo de punta— se habían transmutado, o metamorfoseado, desde ancestros originales y comunes. Enseguida se sintió diminuto e insignificante ante la inmensa y apenas comprensible escala de tales cambios; un hombre solo en la vasta cordillera.

Hoy se cumplen doscientos años del nacimiento de Charles Darwin y, por momentos, se diría que el pobre hombre sigue ahí solo, a su edad, en lo alto de esa vasta cordillera; la que separa la razón de la superstición. Cierto es que, si uno se para a pensarlo, sobre todo en comparación con los dieciocho siglos precedentes, la revolución ideológica producida en los ciento cincuenta años transcurridos desde la publicación de su El origen de las especies es realmente vertiginosa, pero a uno no deja de impresionarle lo mucho que queda aún por hacer, y esta especie de revival protagonizado por el creacionismo a lo largo de estas dos últimas décadas, con lavado de cara incluido para ponerlo al día mediante «teorías» como la del diseño inteligente o supuestos museos como el de Cincinnati, con la pretensión de presentar lo que no es sino un acto de fe como una «afirmación científica, lógica y razonable», no hace sino reivindicar la figura de Darwin como un gigante entre pigmeos, un hombre avanzado no sólo para su época sino también para la nuestra. Si Copérnico nos rescató del geocentrismo para ponernos en nuestro lugar, Darwin nos sacudió de un gorrazo las pretensiones de ser hijos del hálito divino (que ya es ser presuntuosos) para revelarnos como pura biología, evolución, accidente. Algo que muchos aún se resisten a asumir.

El Beagle en el estrecho de Magallanes. Ilustración de R. T. Pritchett.

Es por ello que me parece fenomenal la reivindicación de la figura de Darwin llevada a cabo desde diversos ámbitos a lo largo de este año y a ella me sumo, como cientos de otros blogs en estos días, para hablaros no de su vida ni de su obra, sino para recomendaros un libro. Un libro realmente magnífico (y que conste que éste no es precisamente un adjetivo del que suela hacer mucho abuso) que se cuenta sin lugar a dudas entre mis lecturas favoritas de la última década. Se trata de Hacia los confines del mundo (editado en España por Salamandra), del británico Harry Thompson, que narra, entre otras cosas, el viaje de Darwin a bordo del Beagle y del cual está extraído el párrafo que encabeza esta entrada. Y digo entre otras cosas porque, al margen de ser una excelente novela de aventuras, Thompson no se queda sólo en la peripecia ni se centra sólo en Darwin. De hecho, Darwin es más bien el coprotagonista de una narración centrada primordialmente en el capitán Robert Fitz-Roy, responsable de la expedición y una figura, al menos para los legos como yo, ampliamente desconocida. Thompson maneja con audacia y maestría todos los recursos de los grandes novelistas de antaño: personajes descritos con tal talento que es difícil no simpatizar tanto con unos como con otros, a pesar de defender posturas básicamente antagónicas; situaciones complejas, desarrolladas en su justa medida como para que tengan un peso específico en el devenir de los acontecimientos; y un ritmo endiablado que no decae en ningún momento, ni en las secuencias más explosivas (tormentas, batallas navales, terremotos) ni en la más introspectivas. Quizá el mayor hallazgo de Thompson, en cualquier caso, sea el modo en el que a lo largo de la novela las ideas van surgiendo y tomando forma a raíz de la acción y cómo, al igual que en las grandes tragedias, dos espíritus afines movidos por una voraz curiosidad por entender el mundo que les rodea acaban enfrentados en posturas irreconciliables; un drama humano, en definitiva, al amparo de una de las mayores aventuras científicas que ha dado la historia.

Izquierda: Retrato de Darwin a los 31 años por George Richmond.
Derecha: Edición española de Hacia los confines del mundo.


Por desgracia, Harry Thompson falleció a los cuarenta y cinco años en noviembre de 2005, cinco meses después de haber publicado ésta, su primera y última novela. Una verdadera lástima porque, al margen de su apasionante trama, Hacia los confines del mundo revela a un autor completamente formado, en pleno control de sus facultades y con un dominio del lenguaje y de la estructura dramática francamente envidiables. Curiosamente, los trabajos anteriores de Thompson incluyen decenas de guiones para programas de radio, concursos televisivos y comedias como El show de Ali G y tres biografías: una de Peter Cook, otra de Richard Ingrams y una tercera titulada Tintin: Hergé and His Creation que sigue inédita en castellano y a la que le estoy deseando hincar el diente. Nada, en cualquier caso, que pudiera haber anticipado tamaño tour de force literario. Sí que comparten, según parece, el aparente rigor con el que afrontaba sus biografías, presente sin lugar a dudas en todas las páginas de este monumental libro que, una vez más, os recomiendo con fervor.
Mientras os hacéis con él y para terminar de rematar el día de Darwin, aquí os dejo unos cuantos vínculos variados.

  • Una interesante entrevista con Harry Thompson aparecida en el Guardian en junio del 2005, a propósito de su libro y la figura de Darwin.
  • Un ebook que reproduce al completo una reedición ilustrada de 1913 del libro de Darwin A Naturalist’s Vogaye Round the Globe, en el que describe su viaje a bordo del Beagle y una de las principales referencias para el libro de Thompson. Considerado todo un clásico de los libros de viajes, fue un auténtico éxito de ventas en su época.
  • El obituario de Darwin en el Times del 21 de abril de 1882.
  • Un estupendo set de fotos de las Islas Galápagos en flickr.
  • Para celebrar el bicentenario del nacimiento de Charles Darwin, la BBC emitió recientemente The Tree of Life un excelente documental realizado por el mismo equipo de Planeta azul y Planeta Tierra y presentado, cómo no, por Sir David Attenborough (entrevista con él, aquí). Mientras esperamos a que alguien lo edite por aquí en DVD, podéis verlo entero en You Tube. En inglés, eso sí.

—Pero ¿acaso no siente curiosidad por las obras de la naturaleza, señora? —insistió Darwin—. ¿No se pregunta por qué una oruga se convierte en una mariposa? ¿Por qué erupciona un volcán? ¿Por qué en Chile hay montañas, pero al este, en la Patagonia, la tierra es lisa como una tabla?
—Ese tipo de preguntas son tan inútiles como impías —replicó la señora Campos con desdén—. Basta con saber que Dios hizo las montañas.

De Hacia los confines del mundo, Harry Thompson. Traducción (muy buena, por cierto) de Victoria Malet y Caspar Hodgkinson.

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lunes 9 de febrero de 2009

De entre los muertos

Bill Hicks. Foto: Chris Saunders.

Debo reconocer que, hasta que empecé a trabajar en Paramount Comedy, nunca le había prestado la más mínima atención a la stand up comedy o comedia de escenario. De hecho, ni siquiera entonces puedo decir que fuera un gran aficionado. Hizo falta que llegara a la empresa mi amigo Pepón Fuentes, que además de cómico es todo un estudioso del género, para que empezara a conocer y a apreciar nombres como los de Sam Kinison, Don Rickles y George Carlin o facetas hasta entonces desconocidas para mí de actores como Richard Pryor o Chris Rock (cuando por fin entendí por qué tenían esa fama de graciosos que a mí siempre me había resultado incomprensible viendo sus películas). Hasta entonces, mi conocimiento del género se limitaba a dos nombres: Lenny Bruce (a través de la estupenda película de Bob Fosse) y Bill Hicks, de cuya muerte se cumplirán 15 años el próximo 26 de febrero.

Bill Hicks en Preacher # 31. Dibujo: Steve Dillon.

A Bill Hicks lo conocí, de entre todos los sitios, en el número 31 de Preacher, la serie de Garth Ennis y Steve Dillon. Sin embargo, lo que me llamó la atención no fue tanto su aparición como «estrella invitada» de aquel cómic sino la apasionada semblanza de su persona pintada por Ennis en la página del correo. Como ignoro si aquel texto llegó a publicarse alguna vez en la edición española, lo reproduzco en parte a continuación:

Un pequeño poeta oscuro…
Mi admiración y respeto por Bill Hicks y su trabajo no tienen límites, así que cuando surgió la oportunidad de hacerle aparecer en Preacher no podía permitirme dejarla escapar. Este tío fue –es– uno de mis pocos auténticos héroes y me gustaría dedicar este pequeño espacio a explicar el motivo.
Nunca he escuchado a nadie ni nada que se le pueda comparar, ni antes ni desde entonces. En sus grabaciones, en sus espectáculos en directo (uno de los cuales tuve el privilegio de ver) Bill Hicks contó verdades e hizo preguntas y dio respuestas de un modo que me dejó agradecido a la vez que anonadado. Agradecido porque, como dice Jesse en este número, me alegró que hubiera alguien dispuesto a llamar la atención sobre aquellos temas; anonadado, porque fue capaz de hacerlo a la vez que casi consiguió que me rompiera la maldita caja torácica de la risa.
Es imposible hacerle justicia en un par de párrafos. De hecho, no podría hacerle justicia a Bill y a su carrera ni aunque me pasara escribiendo desde hoy hasta el día del juicio final. En vez de eso, permitid que os recomiende sus grabaciones en cinta o CD. Disponibles ahora mismo en Rykodisc tenéis Dangerous, Relentless, Arizona Bay y la que personalmente es mi favorita: Rant in E-Minor. Dadle una oportunidad, chicos. Dudo mucho que vayáis a arrepentiros. […] Sinceramente me faltan palabras para recomendar el trabajo de Bill Hicks como se merece. Creo que, en el fondo, su corazón pertenecía a una era anterior: en un mundo dominado por la cháchara vacía y héroes de treinta segundos, aquí tenemos un cómico al que merece la pena escuchar y un hombre al que merece la pena recordar.

Bill Hicks en Preacher # 31. Dibujo: Steve Dillon.

El texto de Ennis se publicó originalmente en noviembre de 1997, pero en mi opinión sigue siendo igual de vigente que entonces (con la diferencia de que hoy resulta infinitamente más fácil acceder a las grabaciones y vídeos de Hicks, circunstancia que no deberíais dejar de aprovechar). De hecho, gran parte de los males contra los que «predicaba» el cómico no han hecho sino acentuarse. Por si queréis comprobar lo auténticamente contemporáneo que sigue siendo su humor (o lo poco que hemos evolucionado en tres lustros), aquí os traigo, subtitulado en castellano, el vídeo de su inesperada resurrección televisiva de hace diez días, cuando David Letterman, en un nuevo ejemplo de la progresiva «zombificación» en la que está cayendo la cultura mainstream, recuperó una antigua colaboración, grabada por Hicks en octubre de 1993 para su programa The Late Show With David Letterman, que había permanecido inédita hasta ahora tras haber sido censurada en su día. Letterman, todo sea dicho, demostró tener suficiente clase y savoir faire como para invitar al programa a la madre del cómico para poder pedirle disculpas públicamente por «los prejuicios y la pena» que pudiera haberles causado tanto a Hicks como a su familia. «Tomé una decisión», dijo, «basada más que nada en la inseguridad. Echando ahora la vista atrás, no entiendo por qué; busco un motivo y no lo encuentro. Siento haberlo hecho, fue un error». Y decir todo esto, qué duda cabe, le honra. Lo que yo me pregunto, en cualquier caso, y a pesar de la alegría que me da el que esta grabación perdida haya salido por fin a la luz (aunque ya existían transcripciones y diferentes versiones del mismo texto interpretadas por Hicks, nunca se había podido ver hasta ahora), es por qué un programa del calibre del de Letterman necesita recurrir a un cómico fallecido para poder tratar temas tan controvertidos en los tres grandes canales de la televisión norteamericana como la religión, el aborto o la homosexualidad. ¿Es porque ahora ya está considerado un clásico y eso, que quieras que no, sirve de excusa? ¿Dónde está el nuevo Bill Hicks? ¿Dónde está ese humorista vitriólico que meta el dedo en la llaga, no desde un especial grabado para la HBO sino desde un foro público y multitudinario? Mientras aparece, supongo que habrá que conformarse con que la cultura del reciclaje nos haya permitido recuperar al original. Aquí lo tenéis:

Ésta sería la última vez que Bill Hicks grabaría algo para la televisión. Cuatro meses más tarde, había fallecido por culpa de un cáncer pancreático. Visiblemente afectado tras la eliminación de la que sabía podía ser su última actuación ante un público masivo, escribió una larga carta a John Lahr, periodista y crítico de The New Yorker, dando cuenta de su incredulidad («¿Es que no resulta evidente que son chistes?») y acusando a los productores de haber cedido ante la presión de algunos de sus más importantes anunciantes, vinculados a grupos «Pro-vida».

«Hice lo que siempre he hecho», le escribió Hicks a Lahr. «Interpretar mi material de una manera divertida y que a mi me pareció graciosa. El artista siempre actúa para sí mismo y soy de la creencia de que los miembros del público, viendo que esa persona es libre de expresar sus pensamientos, por extraños que puedan parecer, se sienten inspirados y piensan que, quizá, ellos también deberían ser capaces de expresar libremente sus pensamientos más íntimos con impunidad, alegría y desahogo, y a lo mejor descubrir nuestro vínculo común –único y sin embargo tan similar– unos con otros. Puede que esta filosofía parezca egoísta en un principio: interpreto para mí y además sólo cosas que me interesen a mí y que hagan que yo me parta. Pero es que, verás, yo no me considero diferente de los demás. El público también soy yo. Creo que todos tenemos la misma voz de la razón en nuestro interior y que esa voz es la misma en todos. Y creo que eso es lo que más temen CBS, los productores del programa de Letterman, las cadenas y los gobiernos: que un hombre libre, que expresa sus ideas y puntos de vista, pueda inspirar de algún modo a otros a que piensen por sí mismos y a que escuchen esa voz de la razón en su interior. Y entonces, quizá, uno tras otro, iremos despertando de este sueño de mentiras e ilusiones que el mundo, los gobiernos y su brazo propagandístico, los medios de comunicación tradicionales, nos inyectan continuamente a través de 52 canales, 24 horas al día».

Bill Hicks en Preacher # 31. Dibujo: Steve Dillon.

La web de The New Yorker tiene colgado en abierto el artículo integro de John Lahr, tal y como apareció publicado el 1 de noviembre de 1993. Podéis leerlo aquí. Una reproducción más amplia de la carta original de Hicks puede leerse aquí. Resulta interesante para entender mejor su filosofía del humor como arma de liberación.
Por último, si os interesa mínimamente la figura de Hicks, también os recomiendo este excelente artículo de Jack Boulware publicado en Salon.com en el año 2002. Está centrado principalmente en los últimos meses de vida de Bill Hicks y a mí por lo menos me ha resultado enternecedor y también inspirador: «Fue una de sus últimas actuaciones y resultó memorable, el público estuvo con él en todo momento. Al final del monólogo, Hicks puso a Rage Against the Machine para corear el estribillo: «¡Fuck you, I won’t do what you tell me!». Siempre que les he puesto el vídeo a amigos cómicos se les ponen los pelos de punta. No es el Bill Hicks que recuerdan. Se le ve terriblemente delgado, con una barba descuidada; va vestido con una chaqueta de twed y los pantalones le quedan anchos. Pero a tres meses de morir seguía yendo a por todas, todavía montado en la silla, galopando hasta el final».

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sábado 7 de febrero de 2009

Eric Skillman, un diseñador de criterio

Izquierda: Divorcio a la italiana, de Pietro Germi, carátula ilustrada por Jaime Hernández. Derecha: Las manos sobre la ciudad, de Francesco Rossi, ilustrada por Daniel Zezelj.


Si hoy quiero dedicarle una entrada al diseñador norteamericano Eric Skillman es fundamentalmente por dos motivos. Uno, porque trabaja para Criterion, en mi opinión la compañía con los deuvedés mejor diseñados de todo el planeta (y a cuyas maravillosas portadas ya dedicaré un post en el futuro). Dos, porque fueron los textos que escribe para su blog Cozy Lummox los que me sirvieron de inspiración directa no sólo para mi entrada del martes, en la que abordé someramente el proceso de diseño de la portada de Los trapos sucios, sino también para el modo de enfocar el proceso en sí.

Izquierda: Prueba para la carátula de Blast of Silence, de Allen Baron. Derecha:
portada definitiva. Ilustraciones de Sean Phillips, diseño de Eric Skillman.


Eric Skillman es un diseñador de primera, inventivo e ingenioso. Un auténtico currante al que no le importa seguir dándole vueltas a las cosas y ajustando pequeños detalles y probando nuevas vías hasta llegar a un diseño apropiado (habrá quien diga que no hace más que lo que debe y desde luego no seré yo quien se lo discuta, pero… ¡Ay, la cantidad de diseñadores que habré conocido abonados a la práctica del mínimo esfuerzo!). Sólo eso ya le habría bastado para ganarse mi admiración, pero es que el tío además es generoso: no se limita a enseñarte lo que ha hecho sino que también te cuenta cómo, se molesta en mostrarte los pasos en falso, dónde acierta y dónde se equivoca, los pequeños progresos, los callejones sin salida… Puedo decir sin temor a equivocarme que he aprendido más sobre diseño leyendo su blog que si me hubiera hecho un curso del CEAC. En cualquier caso lo más importante, al menos para mí, no es eso. Lo que realmente me motiva para volver regularmente a su página es el entusiasmo que desprende cuando escribe. Leyéndole se nota que el tipo disfruta de lo lindo con su trabajo. De hecho, lo goza de tal manera que consigue que, a su vez, me entren ganas de ponerme a hacer cosas yo también. Y esa sensación, esa especie de pequeña descarga eléctrica que te sacude las neuronas… es que es cojonuda, oiga.

Izquierda: Boceto de Mike Allred para la carátula de Seducida y abandonada, también
de Pietro Germi. Derecha: portada definitiva, con diseño de Eric Skillman.


Algunas de mis entradas favoritas de Crazy Lummox son las dedicadas al diseño de las carátulas de El salario del miedo (Henri-Georges Clouzot), La venganza es mía (Shohei Imamura), Amarcord (Federico Fellini), Yi yi (Edward Yang), Las Furias (Anthony Mann) o la caja de clásicos japoneses de los sesenta Rebel Samurai. La verdad es que cualquiera de ellas me habría servido perfectamente para ilustrar este post y os recomiendo encarecidamente que no dejéis de ir a echarles un vistazo, pero como resulta que, además, Skillman es también un apasionado de los tebeos igual que yo y siempre que pueda aprovecha para trabajar con algunos de sus dibujantes favoritos, he preferido enseñaros el resultado de algunas de esas colaboraciones. Todas ellas están vinculadas a sus entradas correspondientes, donde encontraréis muchos más bocetos e ilustraciones. Por cierto, que la relación de Skillman con los tebeos no acaba aquí ni se limita a Criterion. Además de diseñar para la editorial Top Shelf la recopilación de historietas de Eddie Campbell Alec: The Years Have Pants, que saldrá a la venta en septiembre de este año, se estrenó recientemente como guionista mediante varios ejercicios de género negro (dos de ellos, Below the Fold y Spared, realmente estimables en mi opinión). Están disponibles en línea y podéis acceder a ellos desde aquí.

Boceto de Bill Sienkiewicz para Robinson Crusoe on Mars, de Byron Haskin.

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jueves 5 de febrero de 2009

Los mil rostros del doctor Tilley

El próximo 21 de febrero se cumplirán ochenta y cuatro años de la publicación del primer número de The New Yorker. Para celebrarlo, la revista norteamericana convocó el pasado mes de enero, por segundo año consecutivo, un concurso en el que se le brindaba a los lectores la posibilidad de enviar sus versiones de Eustace Tilley, el joven de porte aristocrático, sombrero de copa y monóculo que aparece observando distraídamente una mariposa en la portada de aquel primer número, realizada por el ilustrador y primer director artístico de la revista, Rea Irvin. Adoptado rápidamente como mascota de la publicación, el bueno de Eustace acabaría trascendiendo tal función para convertirse en todo un icono reconocido, asumido, admirado y, cómo no, también parodiado, por centenares de artistas de todo el mundo.

Izquierda: portada original de Rea Irvin para el primer New Yorker.
Derecha: «Eustace, the Undead New Yorker», de David Cook.


Todos los años, The New Yorker aprovecha su número más cercano al 21 de febrero para celebrar su aniversario, evento habitualmente marcado por la recuperación de la portada original de Irvin. El del 2009 salió a la calle el lunes y ya puede encontrarse en algunas librerías y quioscos de nuestro país bien provistos de prensa extranjera. Coincidiendo con su publicación, la página web de The New Yorker ha colgado las 12 ilustraciones ganadoras del concurso «Your Eustace 2009» al que hacía referencia anteriormente. Si ya de por sí sorprende muy gratamente que una publicación de la categoría de The New Yorker se preste a iniciativas como ésta, no lo hace menos la calidad de la mayoría de las propuestas. A pesar de que las ganadoras de este año no coincidan tanto con mi gusto personal como las de la anterior edición del concurso, me ha vuelto a impresionar la cantidad de nuevos talentos a descubrir y ya me veo pegado al ordenador largas horas rastreando a mis favoritos (es una pena que las imágenes no vayan acompañadas de más información acerca de sus autores).

«Rorschach Tilley», de Marcus Thiele, y «A Walk in the Park», de Gary Amaro.


Ilustrando estos dos primeros párrafos, he puesto, además de la portada original de Rea Irvin, las tres que más me han gustado de entre las doce ganadoras. La del perrete, por simpática. Las otras dos, por el modo en el que radiografían el momento cultural en el que nos encontramos. De hecho, no sé qué es lo que me resulta más fascinante de una iniciativa como ésta, si la posibilidad de descubrir un par de docenas de nuevos ilustradores o la oportunidad de tomarle el pulso a la cultura popular y comprobar qué es lo que le late a flor de piel. Que en el año 2009 haya quien elija ilustrar una portada para The New Yorker con el Rorschach de Watchmen o con un zombi (recuperado en esta década como icono del horror de nuestros tiempos tras haber caído en el olvido una vez agotada su última explosión de popularidad a finales de los setenta y primeros de los ochenta) me parece realmente significativo. Si este mismo concurso se hubiera hecho en 1991, lo más probable es que Eustace hubiera aparecido disfrazado de Hannibal Lecter o de Terminator, por mencionar dos de los principales iconos culturales de aquel año. Por eso, porque creo que es una buena manera de saber por dónde van los tiros, y porque a la que disfrutéis mínimamente de la ilustración a buen seguro que os vais a llevar un par de gratas sorpresas, os recomendaría que no dejéis de echarle un vistazo a la galería completa con todas las portadas presentadas a concurso. Son cuarenta y dos páginas a razón de 9 ilustraciones por página, pero merece la pena dedicarle un rato. Al margen de un par de docenas de previsibles Obamas y varios Lincolns inevitables, encontraréis todo tipo de Eustaces de lo más estimulantes. Aquí os dejo algunos de mis favoritos.

«Tilly», de Matt Forsythe, y «Eustace Tilley», de Morgan O’Brien.

«Not So Abstract Tilley», de Paijuano, y «Vintage Tilley», de Dhertzberg.

«Eustace Tiki», de MP, y Eustace Tilley 2125″, de Thewl».

«The New York Frogger», de Jeremy M, y «Eustace Kawaii», de MP.


Si os quedáis con ganas de más, podéis ver las portadas ganadoras del 2008 aquí. Y todas las entradas en el concurso del año pasado en este grupo de flickr. Entrad aunque sólo sea para ver la protagonizada por el señor Burns. Es verdaderamente impagable.

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martes 3 de febrero de 2009

Cubriendo los trapos sucios

Mi amigo Pepón posando con la edición original de Los trapos sucios.

Generalmente soy de la opinión de que, si un libro está bien diseñado, lo mejor que puedes hacer es respetar, en la medida de lo posible, la edición original. En el caso de Los trapos sucios, la portada ideada por Bau-da Design para el mercado norteamericano me parecía realmente apropiada. Como podéis ver en la foto de arriba, Daniel Carter, el director artístico del proyecto, eligió como imagen una botella de Jack Daniel’s envuelta en llamas, en cuyo interior se adivinan las peligrosas curvas de una mujer anónima, posiblemente de mal vivir; una decisión inspirada que automáticamente ilustra varios elementos recurrentes en el libro (cuando los Mötley no están dándole a la botella es porque están «empujando» o quemándole los bajos del pantalón a Nikki Sixx). Más allá de la literalidad, es una portada que (a mí al menos me) transmite rápidamente varias ideas: exceso, intensidad, sexo, rock and roll. En ese sentido, es perfecta para este libro y mi intención era utilizarla también para la edición española. Lamentablemente no conseguí hacerme con los derechos de reproducción, pues Bau-da, que es quien ostenta el copyright, parece haber desaparecido como empresa: hace meses que no actualizan su web (echadle un vistazo de todos modos; tienen algunas cosas chulas) y su servidor me devolvió todos los correos que les envié interesándome por su diseño. Lo cual, lógicamente, nos obligó a buscar una alternativa. Afortunadamente, flickr acudió al rescate el día que Rai Robledo publicó esta foto:

Kickstart My Heart, por Rai Robledo, en Flickr.

Automáticamente, se me encendió la bombilla: si en Estados Unidos habían metido a la chica dentro de la botella… ¡nosotros volveríamos a sacarla! (ejem). La auténtica revelación, hablando en serio, fue comprobar que Rai, partiendo de unos elementos y una estética radicalmente distintos, había sido capaz de transmitir con su foto las mismas sensaciones que, en su momento, me había suscitado la imagen original de Bau-da: chicas guapas, rock and roll, actitud a raudales. Y eso nos abrió nuevas vías en un momento en el que, a lo mejor, andábamos (yo al menos) demasiado obsesionados por emular conceptualmente la portada norteamericana. A mi entender, sólo faltaba un elemento absolutamente imprescindible para Mötley Crüe: el cuero. Tras consultarlo con Manuel Bartual, firmante de la maqueta tanto de Los trapos sucios como de El otro Hollywood y mi gurú espiritual para todo lo relacionado con el diseño, coincidimos en que sería una buena idea intentar recrear la actitud destilada por la foto de Rai, pero combinándola con esta otra imagen:

Se trata de la portada de Too Fast For Love, el primer disco de los Mötley Crüe, y lo que estáis viendo es el paquete de Vince Neil, el cantante del grupo. ¿Nuestra brillante idea? Sustituir la entrepierna masculina por una femenina. ¡Chúpate esa, Einstein! Y ya que estábamos, ¿por qué no ponerle a la chica una botella de Jack Daniel’s en las manos? Para no meternos en problemas de derechos con los de Tennessee, se me ocurrió confeccionar una etiqueta falsa de marca Los trapos sucios y pegársela a la botella. De ese modo, matábamos dos pájaros de un tiro: además de brindarle nuestro pequeño homenaje al Too Fast For Love, me parecía un buen modo de hacer referencia al diseño original de Bau-da. Sin embargo, el día de la sesión fotográfica bastaron cinco minutos para dejar bien claro que ambos conceptos se daban de bruces. Por una parte, las caderas embutidas en cuero de Monelle, la modelo, desprendían suficiente actitud rockera por sí solas; el atrezo no sólo demostró ser innecesario sino también un estorbo. Adiós a mi idea de hacerle cargar a Monelle, además de con la botella, con una guitarra en bandolera, un bajo, dos o tres timbales y un Marshall de 300 kilos.

Por otra parte, me gustaba mucho cómo había quedado la etiqueta y empezaba a sospechar que podía tener entidad suficiente como para llegar a ser la imagen de portada, de modo que me puse a hacerle fotos a la botella en vez de a la modelo. Dicho así parece mala idea, ¿verdad?

Supongo que la balanza empezó a inclinarse definitivamente el día que Manuel me envió este montaje que podéis ver aquí debajo. A veces creo que se pegó el curro única y exclusivamente para convencerme, porque él sí que tuvo claro cuál era el camino a seguir desde el primer momento en el que vio la falsa etiqueta. Es uno de los motivos por los que me gusta trabajar con él, pero no el único.

Otro de ellos es que no le importa darle vueltas a las cosas y explorar nuevas vías por muy avanzado que esté el proceso. Esta prueba que veis abajo la hizo en un par de minutos después de tener el libro ya completado y a punto de enviar a la imprenta. Hacía días que habíamos decidido utilizar la otra portada pero, a última hora, a mí me entró un ataque de pánico; quería hacer un intento con una de las fotos que más me gustaban de la sesión con Monelle para asegurarme de que no estuviéramos equivocándonos. Sinceramente, creo que cualquier otro me hubiera mandado a freír espárragos. ¡Y con razón!

Evidentemente, esto sólo es un boceto apresurado; podríamos haberle dado más vueltas y creo que habríamos acabado teniendo una portada bastante decente, pero eso es lo de menos. Lo importante es que bastó para reafirmarme en que habíamos tomado la decisión correcta. Tengo amigos que siguen prefiriendo la portada fotográfica, pero en última instancia creo que la definitiva es bastante más original y, desde luego, llamará mucho más la atención en las librerías. Aunque, como siempre, la decisión final queda en vuestras manos. Aquí está:

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domingo 1 de febrero de 2009

Los sucios y los guarros

Los Mötley celebrando la victoria de Nadal en el Open de Australia. Foto: N. Zlozower.

Como quizá hayáis visto ya en la columna de al lado, Es Pop Ediciones se estrena con dos títulos a priori bastante jugosos. El primero de ellos, Los trapos sucios (The Dirt en el original), es la autobiografía de Mötley Crüe, un grupo al que, debo reconocer, nunca había seguido con demasiado entusiasmo, al margen de conocerme un par de canciones prácticamente inevitables para cualquier roquero de mi generación, como «Shout at the Devil» o «Kickstart My Heart». Sin embargo, después de haber traducido sus andanzas, me han convertido en fan de por vida. Y esto no lo digo sólo para vender (que también) sino para aclarar que no hace falta ser admirador del grupo, ni tan siquiera haberles oído jamás, para disfrutar de un libro ampliamente considerado como uno de los textos básicos de la historia del rock. No os voy a engañar, también hay quien considera Los trapos sucios una cumbre del mal gusto, pero supongo que si, como a mí, os interesa indagar en la trastienda y las alcantarillas del rock and roll, la promesa de un relato repleto de excesos, salvajadas e inevitable decadencia no hará sino estimular aún más vuestro apetito. En cualquier caso, no pretendo que os fiéis de mi palabra (al menos no todavía) así que lo mejor será dejaros este enlace en el que podréis descargaros un adelanto con las 23 primeras páginas del libro en pdf. Si os gustan, no dudéis que os encantará el resto. Si os parecen excesivas, será mejor que no sigáis leyendo porque, creedme, la cosa va a más.

John Holmes quiere enseñarte una cosa. Foto: Adult Video News.

El segundo libro de Es Pop Ediciones también tiene sus momentos escabrosos, pero no se queda sólo en eso, abarcando la vida de tantos personajes y barajando tantos sucesos, acontecidos durante un período de más de cuatro décadas, que bien podríamos considerarlo, y no exagero, un Vidas cruzadas del periodismo o un equivalente pop de Elegidos para la gloria, sólo que lo que montan en este caso los «elegidos y elegidas» no es precisamente el Apolo. Estoy hablando de El otro Hollywood, una historia oral y sin censurar de la industria del cine porno. Los que hayan leído Por favor mátame, la historia oral del punk, ya conocerán el enfoque de su autor, Legs McNeil, consistente en entrevistar a cientos de personas para luego construir una narración alternando y contraponiendo las declaraciones de unos y otros. En este caso, McNeil y sus coautores, Jennifer Osborne y Peter Pavia, recrean la historia del cine porno, desde las primeras películas «picantes» de los años cincuenta hasta el complejo multimillonario en el que se ha convertido hoy en día, a través de las voces no sólo de actores, actrices, productores y directores de la industria sino también de aquellos fiscales y agentes del FBI que les persiguieron, todo ello aderezado por perlas ocasionales tanto de simpatizantes como detractores. En resumen, una visión global, compleja y muy completa de un mundo que, os guste o no como producto, forma parte de nuestras vidas de una manera u otra. Una vez más, creo que lo mejor será no extenderse demasiado y dejaros a cambio este otro link con dos capítulos completos de muestra para que les echéis un vistazo y os forméis vuestra propia opinión. Espero que os gusten.

Mötley Crüe, lavando los trapos sucios. Foto: Mick Rock.

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