Cultura Impopular

El blog de Espop Ediciones

miércoles 20 de abril de 2011

45 minutos de entretenimiento

Tengo la perspectiva de ser un lector de relatos cortos desde que tenía 8 ó 9 años. En aquel entonces había revistas por todas partes. Había tantas revistas publicando ficción breve que nadie podía abarcarlas todas. Eran como una gran boca abierta que exigía que la alimentaran. Ya sólo los pulps, los pulps de 15 y 20 centavos, publicaban unos 400 relatos al mes, y eso sin contar lo que llamábamos las revistas «elegantes»: Cosmopolitan, American Mercury… Todas esas revistas publicaban ficción breve. Y luego el pozo empezó a secarse. Hoy en día te bastan literalmente los dedos de ambas manos para contar el número de revistas, que no pertenezcan a pequeñas editoriales, que publican relatos cortos. Y yo siempre he querido escribir para un gran público. Me parece una ambición honorable, igual de honorable que decir: «Tengo una obra que sólo va a ser apreciada por una pequeña franja de público». Y hay pequeñas revistas que publican en ese sentido, pero muchos de los individuos que leen esas revistas sólo las leen para ver qué tipo de relatos publican para poder enviarles los suyos. El relato corto ha dejado de ser algo generalizado. No ves a gente en el avión con las revistas abiertas por la séptima entrega de lo nuevo de Norman Mailer. Por supuesto, Mailer ya falleció, pero ya sabes a lo que me refiero. Y tanto darle vueltas al e-book y al ordenador en parte sólo sirve para enturbiar las aguas y oscurecer el hecho de que la gente sencillamente ha dejado de leer relatos cortos. Y cuando has perdido la costumbre de hacerlo, pierdes la maña, pierdes esa habilidad para sentarte 45 minutos a entretenerte un rato con una historia como esta. […] Cuando veo los libros de algunos de los autores de suspense que son populares hoy en día, pienso para mí mismo: «Básicamente son libros para gente que en realidad no quiere leer». Pasan sin dejar huella, como una especie de comida rápida que va de la boca a los intestinos sin detenerse a nutrir ninguna parte del cuerpo. No quiero dar nombres, pero ya sabemos todos de quiénes estoy hablando.

Extraído de esta entrevista de James Parker a Stephen King, aparecida en el número de abril de The Atlantic, que también incluye un nuevo y tremendísimo relato breve de este último, Herman Wouk Is Still Alive, disponible aquí.

Los viejos paradigmas no han terminado de desaparecer y los nuevos paradigmas resultan todavía algo confusos. Y tenemos la cuestión tecnológica, no sabemos todavía lo que significa tener un cerebro digitalizado. La gente parece no poder concentrarse, por ejemplo, no puede detenerse un momento para leer un libro. Hay un número considerable de gente diciendo que ya no puede hacerlo. No el tipo literario, claro, sino la gente que decía leer unos doce libros al año o así. Esta gente se ha acostumbrado a picotear de uno y otro lado… Creo que la incapacidad para comprometerse con una experiencia lectora es una pérdida gigantesca. Me horrorizaría que mis hijos no fueran capaces de leer de esa forma. Pienso que las novelas tienen un lugar a la hora de buscar comprender el mundo, y esa es la razón por la que uno termina leyendo no ya a sus contemporáneos sino a la generación anterior, para de esa manera enriquecer nuestro mundo. Creo que eso es lo que hacen las novelas, enriquecer nuestro mundo. Como sabes, mis dos referentes principales son Bellow y Nabokov. La obra de Nabokov es enorme, mucho más que la de Bellow, y contiene por lo tanto excesos bastante más obvios. Sin embargo, Nabokov no se interesó ni por un segundo en la modernidad, en el mundo moderno, mientras que Bellow sí estaba interesado en él, su obra está mucho más relacionada con el mundo moderno, tiene esta especie de autoconciencia acerca de la cultura de masas. Pero en todo caso, no creo que eso sea lo importante en ninguno de los dos, lo importante es el disfrute artístico.

Extraído de esta entrevista de Diego Salazar a Martin Amis aparecida en Letras Libres.

CreaciónLibros , Sin comentarios

martes 17 de agosto de 2010

Don Winslow: entre perros y salvajes

Uno de los éxitos sorpresa del año pasado y para mi gusto uno de los más merecidos fue El poder del perro de Don Winslow (Mondadori), una crónica enérgica, prolija y furiosa de treinta años de guerra contra la droga, centrada en (pero no limitado a) la frontera estadounidense/mexicana. A pesar de un desenlace quizá un tanto precipitado, lo cierto es que todas y cada una de las páginas de la novela exudaban tal vigor que acabó siendo una de las lecturas más intensas y agradecidas que tuve el gusto de disfrutar en todo el año, además de una perfecta toma de contacto con la obra de este autor. Coinciden ahora varias circunstancias; por una parte, la publicación en Estados Unidos de Savages, su novela más reciente, una tragicomedia hiperviolenta que narra la odisea de dos amigos de California que cultivan una marihuana de tal calidad que acaban llamando peligrosamente la atención de un cártel mejicano, que le ha proporcionado algunas de las mejores críticas de su carrera; por otra, la próxima publicación entre nosotros de su novela de 2006 El invierno de Frankie Machine por parte de Martínez Roca (será en septiembre); y por último el lanzamiento de un nuevo sello de Little & Brown llamado Mulholland Books, dedicado a la novela negra y el thriller, que aunque no empezará a publicar hasta 2011 ya ha inaugurado una muy interesante web en la que, no hay como tener poderío editorial, van invitando a autores del género a que escriban en una columna de actualización diaria reflexionando sobre su propia obra o sobre noir en general. En apenas una semana ya han pasado por ella escritores como Nick Tosches, Lawrence Block y Joe R. Landsdale. También han publicado una extensa conversación entre Winslow y Shane Salerno (productor de la adaptación cinematográfica de Savages, que el propio Winslow está escribiendo junto a Oliver Stone, director de la cinta) y un Live Chat con el primero moderado por Sarah Weinman. Era el momento idóneo, por lo tanto, para pasear a Don Winslow por Cultura Impopular, así que aquí lo tenemos. Lo que viene a continuación es una traducción de parte de la entrevista con Salerno, en la cual he intercalado algunos fragmentos del chat centrados en El poder del perro, suponiendo que serán los que más interés puedan tener para sus lectores españoles. Vamos allá.

Portadas originales de El poder del perro y Savages.

Mulholland Books: ¿Qué significa para ti ser escritor?
Don Winslow: Para mí lo significa todo. ¿Sabes? Quiero ser escritor desde que era un niño pequeño. Crecí rodeado de grandes narradores. Mi padre era marino y solía sentarme debajo de la mesa del comedor cuando sus viejos amigos de la marina venían de visita, y él hacía como que me había ido a la cama y me permitía que me quedara allí sentado escuchando a algunos de los mejores narradores de historias del mundo, siempre los adoré a todos. Y en casa siempre había libros. Cuando mi padre volvió de la Segunda Guerra Mundial, tenía 17 años cuando Guadalcanal, lo único que quería era navegar, ir a todos los zoológicos del mundo y sentarse a leer. Así que en mi casa siempre había libros y se nos permitía leer lo que quisiéramos a cualquier edad. Nunca hubo ningún tipo de censura, así que desde los cinco o seis años ya imaginaba que ser escritor debía de ser lo mejor que se puede hacer en el mundo.
MB: Dime cinco novelas que te dejaran noqueado.
DW: Ana Karenina de Tolstoi, Middlemarch de George Eliot, L.A. Confidential de James Ellroy… ¿Cuántos llevo, tres? Una novela titulada Un perfecto equilibrio, de Rohinton Mistry, que es una historia muy bella sobre Bombay, y sin duda alguna Todos los hermosos caballos, de Cormac McCarthy.
MB: Vamos a hablar, en apenas unas frases, sobre el génesis, la chispa, la idea tras algunos de tus libros. Empecemos por la serie de Neal Carey [en total cinco novelas: A Cool Breeze on the Underground, The Trail to Buddha’s Mirror, Way Down on the High Lonely, A Long Walk Up the Water Slide y While Drowning in the Desert]. ¿Cuál fue la inspiración?
DW: La inspiración tras la serie de Neal Carey fue muy sencilla. Yo era estudiante licenciado en Historia y quería sacarme una diplomatura, pero no podía ir a clase porque estaba trabajando de investigador privado y continuamente me enviaban a cubrir casos, exactamente igual que le pasa a Neal Carey. Muchos de los casos que me encargaban entonces eran lo que llamábamos trabajos de Golden Retriever, es decir, buscar y traer: localizar a adolescentes huidos de casa, encontrar y traer de vuelta a ejecutivos de marcha loca. Cuando empecé a tomarme en serio lo de escribir hacía cantidad de cosas para ganarme la vida: fui investigador privado, fui guía de safaris, lo creas o no dirigí obras de Shakespeare en verano en Oxford, así que me adherí a la escuela del «escribe lo que conoces». Me encantaba el género criminal, leía a John McDonald, a Elmore Leonard y a Raymond Chandler, así que me dije: vale, escribiré sobre un estudiante que no consigue sacarse la diplomatura porque continuamente lo envían a resolver casos.

Laurence Fishburne en la adaptación al cine de Bobby-Z.

MB: ¿The Death and Life of Bobby-Z?
DW: ¿Quién sabe de dónde salió esa? Había llegado a un punto muerto de mi carrera. Me había cansado de escribir novelas de Neal Carey (que además no estaban llegando a ninguna parte) y trabajaba como una especie de investigador/asesor para bufetes de abogados de Los Ángeles, aunque vivía en Dana Point. Todos los días tomaba el tren para ir al trabajo. El trayecto duraba una hora y veinte minutos y escribía un capítulo a la ida y otro a la vuelta. Cuando oía al conductor anunciar: «Diez minutos para Union Station», cerraba el capítulo como fuese. Sin importar lo que estuviese sucediendo en la historia, ideaba un final para el capítulo. Y hacía lo mismo en el trayecto de vuelta. Un par de meses más tarde tenía una novela que fue un punto de inflexión en mi carrera. Pero de dónde salieron la historia y los personajes, lo ignoro. Lo que sí te puedo decir es que la relación entre Tim Kearney y el chaval de la historia era muy, muy parecida a mi relación con mi hijo. Y es gracioso, porque ha habido lectores que por desgracia me han dicho: «Un niño de seis años no diría esas cosas». Ya, bueno, pues el mío las decía.
MB: ¿California Fire and Life?
DW: California Fire and Life salió directamente de mi experiencia vital. Había trabajado en 6 o 7 casos de incendio provocado en California y, en fin, creo que esto no lo había contando nunca, pero me acusaron de amenazar a un testigo y de haber falsificado pruebas, por lo que me quedé en la calle. Quiero decir, que mis empleadores me suspendieron temporalmente de empleo y sueldo, así que menos mal que acababa de escribir Bobby-Z , que se vendió por una buena cantidad, o si no nos habríamos muerto de hambre. De modo que me senté a escribir este libro sobre incendios provocados basándome en dos casos en los que había estado trabajando personalmente. Uno fue un incendio con asesinato en San Diego y el otro un robo con incendio en Orange County.
MB: ¿The Winter of Frankie Machine?
Ah, Frankie Machine es una vieja historia. Crecí en Rhode Island, en un vecindario de mafiosos, así que conocía a esos tipos, ¿sabes? Acababa de escribir El poder del perro, un libro muy, muy largo, y estaba cansado, estaba deprimido, quería hacer algo diferente y quería escribir una historia sobre un viejo mafioso, y quería escribir un libro crepuscular, quería escribir algo sobre el fin de las cosas; por eso está ambientado en la Costa Oeste; la novela de la Costa Este ya se ha hecho y se ha hecho fenomenalmente bien, así que quería hacer algo muy diferente. Quería decir que la mafia existe en California y quería expresarlo de un modo distintivamente californiano, así que empecé a estudiar la historia del crimen organizado en San Diego y me resultó fascinante, muy conectado con la política y todo tipo de cosas, de modo que me basé en un tipo al que conocí de joven, que fue como un tío para mí, y lo puse en San Diego para intentar contar la historia del crimen organizado de la ciudad en un período de treinta años.

MB: ¿Los libros de Boone Daniels?
DW: La serie de Boone Daniels sale de mi juventud, cuando practicaba surf, aunque en la Costa Este. La gente se piensa que en la Costa Este no hay olas, pero las hay, y seguí surfeando cuando me vine a California, en Laguna, Dana Point y sitios así. Quería escribir algo centrado en ese ambiente. Me fascinaba el lenguaje, la jerga, el humor. Algunas de las anécdotas más divertidas que he oído en mi vida ha sido en el agua charlando con estos tíos, contando historias y tal. Y bueno, también pensé que me permitiría tomarme un descanso de otras temáticas más intensas y al final resultó que no, porque cuando volvía a casa desde la playa pasaba junto a unos campos de fresas que, según descubrí más tarde, promovían la prostitución infantil. Traían chicas desde México para los recolectores. De modo que había un contraste enorme entre la belleza y la diversión y el humor del surf y las cosas horribles que estaban sucediendo justo al lado. Me pareció que no podía ignorarlo y lo incluí en la primera novela [The Dawn Patrol]. Después escribí otro libro de Boone Daniels, The Gentlemen’s Hour, que probablemente se editará en Estados Unidos el año que viene, aunque en Inglaterra ya ha salido, porque sencillamente me gusta pasar un rato con esos personajes en ese mundo, con ese lenguaje tan divertido de escribir.
MB: ¿Y El poder del perro?
DW: Buf. El poder del perro es un libro que nunca tuve intención de escribir. Un día me levanté y vi en el periódico que 19 inocentes habían sido asesinados en un pequeño pueblo mexicano al que solíamos ir a pasar un fin de semana barato. Y no hacía más que preguntarme: «¿Cómo ha podido pasar eso?». Y al principio no me puse a escribir, sino sencillamente a leer, a leer libros sobre el mal y la naturaleza del mal y ese tipo de cosas y fui incapaz de encontrar ninguna respuesta. Supongo que cuando no eres capaz de leer una respuesta, la siguiente opción es escribirla, y fue entonces cuando empecé a investigar sobre la guerra contra la droga, y cuanto más aprendía más necesitaba seguir aprendiendo y más me remontaba en el tiempo, hasta que antes de darme cuenta me encontré con que tenía 35 años de historia por contar. Pero me di cuenta de que no podía contarla a través de los ojos de un único personaje. Ya sabes, nadie había visto todo el conjunto de lo sucedido. Fue entonces cuando me decidí por cinco protagonistas para poder verlo todo a través de sus ojos.
MB: ¿Cuánto tiempo te llevó escribir El poder del perro?
DW: Cinco años y medio entre investigar, escribir y reescribir. El último año y medio me lo pasé editando para convertir un manuscrito de 2.000 páginas en uno de 1.000. Me siento como si hubiera estudiado una carrera en tráfico de drogas.

Winslow en España.

MB: El poder del perro abarca muchos espacios y momentos distintos, me pregunto cómo la imaginaste al principio, en términos de estructura, y cómo te sentiste cuando estabas metido de lleno en la escritura, sabiendo todo lo que te quedaba por delante. ¿Daba tanto miedo como imagino yo?
DW: Sí, fue terrorífico. En términos de estructura, siempre vi la novela como una especie de tragedia Jacobina, así que le di una estructura en cinco actos. Más allá de eso, me pasé años intentando encontrar la forma del libro. Continuamente seguía investigando y escribiendo, y el libro crecía cada vez más. Los acontecimientos reales de la guerra contra las drogas impulsaban la narración, pero me desesperaba intentando darles forma de novela. No encontré el «hilo conductor» hasta que me di cuenta de que cada uno de los personajes estaba intentando responder al desafío de cómo vivir de manera decente en un mundo indecente.
MB: Veo Savages y El poder del perro como libros relacionados en cierto modo, a pesar de las evidentes diferencias en grosor y estilo. Pero los dos hablan del fracaso de la Guerra contra la Droga y de cómo nos enredamos en cantidad de guerras fútiles, tanto literales como personales.
DW: Desde luego. La de Afganistán no es la guerra más larga de Estados Unidos, lo es la llamada «Guerra contra la Droga». Llevamos en ella desde 1973, hay más drogas que nunca y la violencia que las rodea ha pasado a ser horrenda. Declaremos una «Guerra contra el Cáncer» o una «Guerra contra el Hambre». Si gastáramos los miles de millones de dólares que estamos gastando en la llamada guerra contra la droga, puede que incluso ganáramos.
MB: Hablemos rápidamente de Savages, de la idea de que no sólo se trataba de un libro arriesgado en términos de tema, de escenas, de personajes, sino también en términos formales.
DW: Oh, desde luego. Este libro lo oí tal cual en la cabeza, ¿sabes? Se desplegó frente a mis ojos de una manera muy determinada, muy radical. Por eso, si pensé que un lector podría experimentar una escena concreta mejor como película que como novela, escribía esa escena en forma de guión. Si me parecía que una escena se leía mejor como poesía que como prosa, la escribía en forma de poema. Curiosamente, algunas de las escenas más poéticas son las más violentas, porque mi experiencia tras haber estado como observador en un par de guerras es que uno no recuerda los hechos como una narración en prosa. Para bien o para mal, tienes recuerdos muy vívidos pero fragmentados y repentinos, que es lo que intenté capturar en este libro. De modo que sí, se trata de un estilo muy radical, particularmente para el género criminal, que tiene ciertas reglas establecidas, pero de verdad me apetecía abrirme cierto espacio a codazos para poder crear el libro tal y como lo oía y lo veía. Siendo sinceros, hubo momentos durante la redacción del libro en los que me asusté, pensando si no estaría yendo demasiado lejos. Tuve la tentación de cortarme un poco, pero después pensé que no, que si no lo llevaba hasta el final acabaría escribiendo algo realmente malo. El único modo de hacerlo era saltar directamente donde cubre, ¿sabes? Un poco como en el surf. A veces caes al agua y se te viene encima una ola enorme, y la tendencia natural es intentar alejarse de ella, pero no puedes, no puedes hacer eso. El único modo de sobrevivir es sumergirse hasta el fondo y salir por el otro lado. Y quizá suene excesivamente romántico, pero eso es lo que intenté hacer escribiendo este libro.

MB: Con la Propuesta 19 a voto en noviembre, ¿es Savages mucho más relevante para la conversación acerca de la legalización de la marihuana y el modo en el que podría impedir que California acabe arruinada? ¿O también encontraremos una manera de meter la pata hasta el cuello con esto?
DW: Mira, para ciertos problemas no hay buenas soluciones, sólo soluciones menos malas. El modelo de la «guerra» contra la droga es la peor de ellas. Hablando específicamente de la marihuana, en un mundo en el que el tabaco (la droga que más gente mata de lejos) es legal, la marihuana también debería serlo. La clave para reducir el poder de los cárteles es reducir el beneficio del producto. También será una actividad más fácil de regular, manteniendo al margen a los cárteles, cuando la saquemos de entre las sombras.
MB: Una última pregunta. A día de hoy llevas 13 libros escritos. Cuando echas la vista atrás y ves a aquel joven aspirante a escritor que no sabía si iba a poder ganarse la vida con esto o no, sentado en un coche durante un turno de vigilancia en Nueva York, escribiendo en una libreta, dime: ¿cómo de lejos crees que has llegado como escritor y qué le dirías al tipo que eras entonces?
DW: Todavía hay veces que me cuesta creer o incluso aceptar que me gano la vida con esto y que he tenido éxito. En muchos sentidos, sigo sintiéndome muy cercano a aquel tipo que escribía durante las horas de vigilancia con bolígrafo en una libreta amarilla, intentando terminar un capítulo antes de que pasara algo en la calle. Pero echando la vista atrás, todas esas experiencias han contribuido a la manera en la que escribo, me hicieron el hombre que soy hoy. Ahora que tengo un poco de distancia, me resulta interesante contemplar aquellos tiempos y pensar: tío, has recorrido un camino muy, muy largo, pero un paso tras otro, evidentemente. No he tenido éxito de la noche a la mañana, a no ser que haya sido una de esas noches árticas que duran una eternidad. De modo que creo que le he aportado algo de madurez y un poco de sabiduría a todo aquello y veo que he tenido mucha suerte, he sido muy afortunado y espero haber trabajado con sinceridad, en cada uno de los libros que he escrito o en cualquiera de las cosas que he hecho. Sencillamente he intentado darle todo lo que tenía a mis libros, darles calidad, darles corazón, y no sólo limitarme a intentar idear el próximo bestseller, sino aportar algo de sustancia. Y quizá esto suene contradictorio, pero no me quiero alejar demasiado de aquel tipo que fui, ¿sabes? Porque siento que es algo que tenemos que volver a ganarnos cada día. Todos los días nos levantamos para escribir y tenemos eso en común con el tipo joven que aún no ha publicado o aún no ha hecho una película, y espero ser capaz de mantener siempre esa especie de «frescura» y entusiasmo, y parte de esa inseguridad y humildad, porque creo que realmente contribuyen al resultado.

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jueves 10 de junio de 2010

James Sturm: Unplugged

«Todo parece moverse tan despacio. Qué manera tan anticuada de hacer tebeos».

Hace un par de meses tuve la suerte de traducir para Astiberri Día de mercado, la nueva novela gráfica de James Sturm, un tipo que siempre me ha parecido bastante interesante y que, nuevamente, no sólo no me defraudó sino que superó con creces mis expectativas. Lo que no sabía en aquel momento era que, al mismo tiempo que experimentaba formalmente con Día de mercado, Sturm se estaba embarcando en otro tipo de experimento, esta vez no narrativo sino vital. El objetivo: desengancharse por completo de Internet durante al menos cuatro meses y contar su experiencia a través de la revista digital Slate Magazine. Conviene aclarar que la iniciativa no es un mero golpe publicitario (aunque el propio Sturm reconoce que si esto le sirve para llamar la atención sobre Día de mercado, bienvenida sea la publicidad) ni tampoco parte de una premisa ludista. No se trata de un manifiesto contra los «males de Internet» ni una negación de todos los cambios positivos que ha traído consigo la revolución digital, sino un estudio subjetivo realizado por un individuo que decide pararse a contemplar por primera vez de manera reflexiva el modo en el que han cambiado sus hábitos en estos últimos años… y no acaba de estar seguro de que todos los cambios hayan sido para bien. Una cosa es indudable: la manera en la que trabajamos, en la que nos comunicamos, en la que nos relacionamos y me atrevería a decir que incluso en la que pensamos es muy distinta a como lo era hace tan sólo una década. Pero asumir eso como una realidad ineludible y aplaudir todo lo que haya podido aportarnos el advenimiento de la Web 2.0 y herramientas como Facebook, Twitter y demás, no debería llevarnos a obviar que todo cambio tiene consecuencias y que las consecuencias no siempre tienen por qué ser positivas. Yo por ejemplo sí me siento identificado con esa sensación que comenta Sturm de notar cada vez más a menudo como que se te está escapando el tiempo entre las manos haciendo tonterías (tonterías muy entretenidas, por supuesto; si no, no se te pasarían las horas volando) en vez de dedicarlo a algo más… no quiero decir «de provecho» que casi suena feo, pero ya nos entendemos.

Debo… responder… de inmediato…

También me da la impresión de que si paso varios días demasiado metido en Internet y en redes sociales (que suele ser principalmente cuando lanzamos un nuevo libro o cuando me levanto particularmente vago) después me cuesta más concentrarme en cosas tan habituales normalmente para mí como sentarme un par de horas a leer un libro; continuamente estoy pendiente de si suena la alarma del mail, me zumba en la cabeza un ansia como de pasar rápidamente a otra cosa, siento la tentación de leer en diagonal para acabar cuanto antes. (Esto de leer en diagonal, por cierto, me da que no es sólo cosa mía sino que cada día está más extendido; hay un ejemplo muy gracioso en los comentarios a la columna de Sturm en Slate en el que una lectora escribe: «Al autor parece habérsele escapado la evidente ironía de estar escribiendo un artículo acerca de abandonar Internet para una revista online«, a pesar de que en el texto hay una frase que dice literalmente: «No se me escapa la ironía de estar escribiendo acerca de mi desconexión de Internet en un blog»). Todo lo cual son impresiones puramente subjetivas y personales, por supuesto. No creo que la intención de Sturm (ni mucho menos la mía) sea extrapolar y generalizar. No se trata, como decía al principio, de echar de menos «los buenos tiempos», que no sólo no van a volver sino que encima ni siquiera eran tan buenos para empezar. Pero sí me parece que no está de más abrirnos a otro tipo de reflexiones acerca del modo en el que nos afecta este nuevo mundo de interconectividad creciente en el que con tanto entusiasmo nos hemos volcado. Es por eso por lo que el experimento de Sturm me parece particularmente interesante y por lo que hoy os traduzco un par de fragmentos del mismo, extraídos de las varias columnas que ya ha escrito al respecto. Si os quedáis con ganas de leerlo entero, que de verdad, merece la pena, podéis empezar por aquí.

– ¡Vamos, papá!
– Un momento que le doy al enviar…

Los últimos 10 años se me han pasado en un suspiro. En ese tiempo he tenido dos hijos, he producido varias novelas gráficas, me mudé a Vermont, me compré una casa y fundé una escuela: una academia con convalidación universitaria que ofrece un curso de dos años para historietistas. En octubre cumpliré 45 años y con la mediana edad llega la horrorosa convicción de que el tiempo que me queda en la Tierra es demasiado poco y que —biológicamente hablando, al menos— a partir de ahora todo el camino es cuesta abajo. «El tiempo pasa demasiado rápido» es uno de esos clichés que se repite continuamente, pero ahora, cuando se lo oigo decir otro padre en mitad de una charla acerca de las alegrías y los inconvenientes de la paternidad, se me antoja lo más conmovedor que he oído jamás. La cuestión que más me ha dado que pensar últimamente es si todo pasa tan rápido porque tal es la realidad de la mediana edad o si por el contrario es consecuencia del modo en el que he estado llevando mi vida. Específicamente me he empezado a preguntar si dicha sensación podría estar relacionada con todo el tiempo que paso conectado a Internet. Demasiado a menudo me siento para redactar un e-mail apresurado y antes de darme cuenta resulta que ha pasado una hora o más.
Durante estos últimos años, Internet ha pasado de ser una distracción a ser otra cosa ligeramente más siniestra. Incluso cuando estoy lejos del ordenador soy consciente de que ESTOY LEJOS DEL ORDENADOR y me pongo a idear maneras de VOLVER JUNTO AL ORDENADOR. He probado varias estrategias para limitar mi tiempo conectado: dejar el portátil en el estudio cuando vuelvo a casa, moratorias sabatinas… Pero hasta ahora nada ha funcionado de manera prolongada. Cada vez se me evaporan más horas delante de YouTube. Supuestamente una adicción no es un fracaso moral, pero la sensación que te queda es la misma.
Hace un mes empecé a pensar seriamente en desconectarme por completo de Internet durante un periodo prolongado. Sopesé los pros y los contras y ganaron los pros. Sí, quiero estar más pendiente de mis hijos cuando estoy con ellos y no sentir la necesidad constante de ir a comprobar el correo. Pero también necesito espacio para crear nuevas obras. Hace dos años obtuve una beca de la MacDowell Colony, un retiro para artistas, escritores, compositores y demás gente creativa. Aunque el edificio principal tenía conexión, en las cabañas individuales no había, y durante tres semanas pude trabajar en Día de mercado sin ningún tipo de interrupción (me dejaban la comida delante de la puerta en una cesta). Soy consciente de que no puedo replicar ese entorno tan ideal para concentrarse en mi vida diaria, pero de lo que no cabe duda es de que puedo mejorar mi situación actual.

Como parte del proyecto para la revista Slate, Sturm se ha comprometido a ilustrar los comentarios que le lleguen por correo tradicional, como el de esta chica que le escribió para decirle que prefería empezar a consumir heroína y dejarla antes que dejar de usar Internet.

Otro motivo para abandonar Internet es para darle un respiro a mis ojos. Tres operaciones de retina a principios de los noventa me dejaron con sólo un ojo operativo, en el cual llevo una lente de contacto correctora. En el transcurso del último año he tenido que cambiar de graduación en dos ocasiones. El año pasado noté una extraña mota en mi campo visual y me convencí de que tenía problemas retinales en el ojo bueno. Fui a ver a mi oftalmólogo de inmediato y resultó que no era nada serio —una pequeña abrasión que sanó con rapidez— pero me acojonó cosa mala. Quiero quedarme ciego dibujando tebeos, no leyendo blogs.
Hasta ahora uno de los beneficios de estar desconectado es que dibujo mucho más que antes. Sabía que comprometerme a escribir esta columna me obligaría a producir, pero me siento realmente estimulado tras haber comprobado la facilidad con la que el tiempo que pasaba navegando se ha convertido en tiempo dedicado al dibujo. En las dos últimas semanas ya he llenado un álbum de fotos de 40 páginas de 10×15 (los compro en las tiendas de todo a cien) con acuarelas. Es un trabajo que parece promover la paciencia (tengo que esperar literalmente a que la pintura se seque), mientras que en la Web era como un niño hiperactivo con nula capacidad de concentración.

«Compruebo mi e-mail cada pocos minutos, pero no respondo de inmediato.
No quiero que la gente crea que soy compulsiva».

A finales de marzo se editó Día de mercado. Es la primera novela gráfica que escribo y dibujo completamente solo desde 2001, así que podréis imaginar lo emocionado que estaba. A medida que se acercaba el día del lanzamiento, sin embargo, empecé a sentirme cada vez más preocupado. Hace un par de años, Donald Saaf, un fantástico ilustrador de libros infantiles, dio una charla en el Center for Cartoon Studies [la academia que dirige Sturm] y dijo algo por el estilo de que las revistas no han muerto, sino que lo que ha pasado es que ahora se llaman libros. El comentario me ha perseguido desde entonces. La industria editorial ha pasado a moverse a un ritmo tan cegador que si un libro no causa una impresión inicial, lo más probable es que sólo aguante sobre el mostrador de la tienda una fracción del tiempo que llevó crearlo. Las editoriales apenas tienen tiempo para editar todos los libros que compran, mucho menos para promocionarlos. Hay una tremenda presión sobre el autor para que se encargue de hacerlo el mismo a través de Facebook, Twitter, foros y cualquier otro tipo de recurso online. Cuando una obra es nueva, tiene más oportunidades de llamar la atención.
Sabía que si entraba en el juego, el placer que debería acompañar al lanzamiento de Día de mercado se vería seriamente disminuido. Cuando empiezo un libro soy como un poeta-guerrero armado con las más nobles de las intenciones, pero hacia el final del proceso editorial me siento como un vendedor de esos que va de puerta en puerta. Entiendo que forma parte del proceso y que debería dejar de lamentarme, porque es algo que tienen que hacer todos los autores. También me doy cuenta de que no he renunciado por completo al proceso: estoy aprovechándome de la Web al llamar la atención sobre mi libro en esta columna. Puede que algunos lectores lo consideren oportunista. A ellos sólo puedo decirles: sí, así es.
Dicho esto, tomé deliberadamente la decisión de desconectarme por completo justo a tiempo para el lanzamiento del libro. Si ahora mismo estuviera online, estaría pegado a mi portátil leyendo reseñas, oyendo cómo han quedado las entrevistas a través de podcasts y comprobando mi posición en el ranking de Amazon. Durante un mes, tal conducta parece excusable —tras haber trabajado años en una obra, es natural que uno quiera ver cómo es recibida— pero más allá de eso pasa a ser una obsesión. El orgullo del logro da paso a la vanidad. Dejé de usar Internet precisamente para evitar eso.

«Acabo de darme de baja de Facebook. ¿Para qué se me ocurrió meterme?
Había dejado atrás a todos esos ‘amigos’ por un motivo».

En la semana posterior a la publicación de mi primera columna, recibí más de 50 cartas de lectores que me describían sus propios conflictos con Internet [en su primera columna, Sturm anunciaba que como no estaba conectado no podría leer los comentarios y que si alguien quería escribirle tendría que recurrir al correo postal]. Más de tres cuartas partes de las mismas estaban escritas a mano. Una de las cosas que amo de los tebeos es que, al contrario que en un libro, el lector puede experimentar la mano del artista. Es una sensación muy personal. Muchos lectores declararon haber sentido una especie de revelación a la hora de sentarse a escribir una carta de verdad. Si hubiera leído las mismas cartas online, no me habrían resultado tan emotivas.
Todas y cada una de las cartas me mostraban su apoyo. Me han dicho que ese no es el caso en los comentarios de la columna. ¿Es porque la gente que siente simpatía se siente más motivada a escribir o sencillamente porque si a alguien no le interesa la columna para qué va a perder el tiempo en escribirme para decírmelo? Sea como sea, mi exposición a los sentimientos negativos, tanto en relación con Día de mercado como con esta columna, se ha visto muy minimizada gracias a mi desconexión. Si en algún momento vuelvo al redil y leo las respuestas a ambos, habrá pasado suficiente tiempo y tendré ya la suficiente distancia sobre mi trabajo como para ser capaz de descartar o de aceptar constructivamente las críticas. Las ventajas de un sistema de feedback más pausado no son pocas.

Uno de los atractivos de ir a vivir al bosque era que tendría tiempo y
oportunidad de ver llegar la primavera… y twittear sobre ello.

· Las acuarelas de James Sturm mencionadas en el post, reunidas en flickr.
· Pensando que su desconcierto pudiera ser generacional, Sturm solicitó a varios de sus estudiantes veinteañeros que expresaran mediante viñetas su relación con Internet. Los resultados pueden leerse aquí.

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jueves 27 de mayo de 2010

Cualquier cosa menos mayoritario

Junot Díaz

De una interesante entrevista de Dave Eggers a Junot Díaz, el autor de La maravillosa vida breve de Óscar Wao (Mondadori, 2008), acerca de la caprichosa e inesperada vida comercial de los libros y de la necesidad de ser fiel a tu obra antes que a un hipotético mercado. Que vamos, puede sonar un poco a verdad de Perogrullo, pero nunca está de más recordarlo. La entrevista apareció publicada hace unos meses en The Panorama Book Review.

Dave Eggers: ¿Cuál fue la diferencia de público entre Drown [publicado en España como Los Boys] y La maravillosa vida breve de Óscar WaoÓscar Wao es uno de esos libros que ha cogido velocidad en muchas direcciones distintas. Drown probablemente tuvo un público más reducido, aficionados a los cuentos, universitarios, mientras que Óscar Wao se está leyendo a un nivel mucho más amplio, clubes de lectura, institutos, en todas partes. ¿Fue un shock encontrarse de repente con todo este público nuevo?

Junot Díaz: Desde luego. Esta novela ha tenido dos vidas completamente distintas. Se publicó por primera vez en septiembre de 2007 y el Pulitzer no se anunció hasta siete meses más tarde. Lo fascinante fue que cuando salió el libro, hubo artículos que lo calificaban de auténtico fracaso, en plan: «sólo ha vendido tantos ejemplares. Ha sido un desastre». Así que recuerdo que durante los primeros meses el único público del libro estuvo compuesto de lectores acérrimos. Nunca olvidaré que durante los primeros siete meses de Óscar Wao, el único  lugar en el que el libro entró más de una semana en la lista de los más vendidos fue en San Francisco. Fue sólo después de haber ganado el Pulitzer cuando el resto del país empezó a leer el libro al mismo ritmo que San Francisco. Así que hubo dos períodos bien diferenciados, y aún recuerdo perfectamente el primero, lo cual me ha ayudado a evitar que lo que pasó después se me subiera a la cabeza. Que un libro encuentre un público nuevo es estupendo. En cierto modo, cuando recibes un premio como el Pulitzer lo que haces es ver tu libro en un flash-forward. En seis meses llega a todo el público al que podría haber llegado en un período de veinte años. Y te empiezan a pasar todo tipo de cosas raras. Pero no puedo sacarme de la cabeza que durante los primeros siete meses fueron sólo fans acérrimos de la lectura los que decían: «Este puto libro es bueno». Y esa es la gente que en cierto modo mantuvo el libro vivo el tiempo suficiente como para que alguien pudiera nominarlo al Pulitzer.

Junot Díaz

Dave Eggers: ¿Y mientras lo escribías pensabas en eso? Quiero decir, que Óscar Wao me parece tan puro que se lee como si ni siquiera fuera consciente de que existe un público potencial ahí fuera.

Junot Díaz: Mientras escribía la novela era plenamente consciente de que estaba escribiendo sobre dominicanos en Nueva Jersey, y que a pesar de que yo consideraba lo que estaba contando una experiencia universal, el público mayoritario no suele compartir mi punto de vista. Pero tampoco podía desvirtuarlo de ninguna manera, porque si intentaba escribir para alguna especie de vago público mayoritario, perdería todos los elementos realmente importantes del libro, perdería toda su maravillosa especificidad y al final no tendría nada que mostrar a cambio. Lo cual es un modo enrevesado de decir que si vas a escribir una novela sobre inmigrantes dominicanos en Nueva Jersey, hazlo y punto. No por reducir el número de tacos vas a ser más popular. Si eres un escritor como yo, que escribe sobre personas de color que no siempre son consideradas el centro del universo, has de confiar en tus lectores más fieles y en un tipo de público más especializado para que mantengan el libo con vida el tiempo suficiente como para que el público mayoritario se suba al carro. Y de verdad siento que, como escritor, de no haber sido por los lectores de color, por los maestros y por los locos de la escritura que mantuvieron el libro en el mercado estaría acabado. Y el único motivo por el que llegué a esos lectores en un primer lugar fue porque era cualquier cosa menos mayoritario. Creo que siempre deberías escribir teniendo en mente a un público lo más específico imaginable, y de ahí la obra pasa a ser universal. Al revés no funciona, no escribes para un público lo más grande posible asumiendo que eso es lo que va a hacer tu trabajo universal. Lo que tienen en común entre sí todos y cada uno de los libros que seguimos leyendo cien años más tarde es precisamente su extraordinaria especificidad.

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miércoles 24 de febrero de 2010

Veinte reglas para escribir ficción

Foto: Writer’s Block, de ever & anon.

Inspirado por la publicación del libro de Elmore Leonard 10 Rules of Writing [Las 10 reglas de la escritura], al periódico británico The Guardian se le ocurrió plantearle a un nutrido grupo de autores la siguiente pregunta: ¿Cuáles son las diez reglas esenciales para escribir ficción? El artículo resultante, publicado el pasado sábado, me ha parecido sumamente interesante, ya que aunque entre las respuestas hay de todo, creo que reúne un buen número de buenos consejos y de verdades ineludibles que nunca está de más recordar. Además del propio Elmore, han participado en el experimento Diana Athill, Margaret Atwood, Roddy Doyle, Helen Dunmore, Geoff Dyer, Anne Enright, Richard Ford, Jonathan Franzen, Esther Freud, Neil Gaiman, David Hare, PD James, Al Kennedy, Hilary Mantel, Michael Moorcock, Michael Morpurgo, Andrew Motion, Joyce Carol Oates, Annie Proulx, Philip Pullman, Ian Rankin, Will Self, Helen Simpson, Zadie Smith, Colm Tóibín, Rose Tremain, Sarah Waters y Jeanette Winterson. Que se dice pronto. Y de entre todas sus reglas, yo he escogido estas veinte que son las que más me han llamado la atención. Pero por supuesto hay muchas más y os recomiendo vivamente la lectura de todo el artículo, el cual podréis encontrar pinchando aquí.

1. No te plantees escribir. Escribe. Sólo escribiendo, y no soñando con hacerlo, podemos desarrollar un estilo propio.
PD James

2. Si tienes una buena idea para una historia, no asumas que debe de ser necesariamente una narración en prosa. Puede que funcione mejor como obra de teatro, como guión de cine o como poema. Sé flexible.
Hilary Mantel

3. La ficción que no es una aventura personal del autor hacia lo desconocido o lo aterrador no merece la pena ser escrita a no ser que sea únicamente por dinero.
Jonathan Franzen

4. Ten más de una idea en marcha a la vez. Si tengo que elegir entre escribir un libro o no hacer nada, siempre elegiré esto último. Sólo cuando tengo ideas para dos libros soy capaz de elegir entre escribir uno u otro. Siempre siento la necesidad de tener la sensación de que estoy haciendo algo en oposición.
Geoff Dyer

5. Olvida el viejo dicho de que hay que escribir sobre lo que se conoce. En vez de eso, elige un área desconocida pero reconocible que contribuya a ampliar tu comprensión del mundo y escribe sobre eso. En cualquier caso, recuerda que la semilla de la que se alimenta tu imaginación hunde sus raíces en las particularidades de tu vida. Así que no la malgastes escribiendo autobiografía.
Rose Tremain

6. Lo más probable es que necesites un diccionario, una gramática y tener los pies en la tierra. ¿Qué quiero decir con esto último? Que aquí nadie regala nada. Escribir es un trabajo. También es apostar. No viene con un plan de pensiones. Habrá ciertas personas que puedan echarte una mano, pero en esencia te las tendrás que apañar solo. Nadie te obliga a escribir. Si escribes es porque has elegido hacerlo, así que no te quejes.
Margaret Atwood

7. No añadas un falso romanticismo a tu «vocación». O eres capaz de escribir o no. No hay un «estilo de vida del escritor». Lo único que importa es lo que dejas sobre la página.
Zadie Smith

8. Cambia de parecer. Las buenas ideas a menudo acaban siendo eliminadas por otras mejores. Yo estaba escribiendo una novela sobre un grupo llamado The Partitions. Hasta que se me ocurrió llamarles The Commitments.
Roddy Doyle

9. Respeta el modo en el que pueden cambiar los personajes en sus primeras 50 páginas de vida. Revisa tus planes y comprueba si debes alterarlos de alguna manera para que se amolden a esos cambios.
Rose Tremain

10. Finaliza la jornada mientras aún tengas ganas de seguir escribiendo.
Helen Dunmore

Ya sabéis que en este blog, si se habla de leer, tiene que salir MM.

11. Recuerda: cuando alguien te dice que algo no encaja o que no lo ha entendido, casi siempre tiene razón. Cuando te dice exactamente lo que le parece que está mal y el modo en el que deberías arreglarlo, casi siempre se equivoca.
Neil Gaiman

12. El estilo es el arte de quitarte a ti mismo de en medio, no el de inmiscuirte en el texto.
David Hare

13. Concentra tus energías narrativas en los puntos de cambio. Esto resulta particularmente importante en la ficción histórica. Cuando tu personaje se enfrenta a un entorno nuevo o las circunstancias cambian a su alrededor, ese es el momento de dar un paso atrás para describir los detalles de su mundo. La gente no suele prestar demasiada atención a los detalles cotidianos de su rutina diaria, por lo que cuando un escritor los describe puede sonar como si estuviera intentando instruir en exceso al lector.
Hilary Mantel

14. Lee. Lee todo aquello a lo que puedas echarle las manos encima. Siempre le recomiendo a aquellas personas que quieren escribir una obra de fantasía o de ciencia ficción que dejen de leer por completo esos géneros y que empiecen a leer todo lo demás, desde Bunyan a Byatt.
Michael Moorcock

15. No intentes escribir para un «lector ideal». Puede que exista, pero está leyendo el libro de otro.
Joyce Carol Oates

16. No eches la vista atrás hasta que hayas terminado un borrador entero. Limítate a comenzar cada día a partir de la última frase que escribiste el día anterior. Es una manera de evitar el espanto a la vez que te asegura una obra en la que poder volcar el auténtico trabajo, que es la corrección.
Will Self

17. Protege el tiempo y el espacio en los que escribes. No dejes que nadie se inmiscuya en ellos, ni siquiera a las personas más importantes de tu vida.
Zadie Smith

18. Trata la escritura como un trabajo. Sé disciplinado. Muchos autores son particularmente obsesivos en este aspecto. Graham Greene era célebre por escribir 500 palabras al día. Jean Plaidy era capaz de escribir 5,000 antes del almuerzo y luego dedicaba la tarde a contestar cartas de sus fans. Mi mínimo son 1.000 palabras al día, algo que en ocasiones es fácil de conseguir y en otras es, francamente, como cagar un ladrillo. Pero me obligo a permanecer sentada frente a mi escritorio hasta que las tengo, porque sé que así he conseguido hacer avanzar una pizca el libro. Puede que esas 1.000 palabras sean basura. A menudo lo son. Pero siempre es más fácil volver sobre ellas más adelante y mejorarlas.
Sarah Waters

19. No te preocupes nunca por las posibilidades comerciales de un proyecto. Si alguien tiene que preocuparse de eso son los agentes y los editores. O no. Conversación con mi editor norteamericano. Yo: «Estoy escribiendo un libro tan aburrido, de un atractivo comercial tan reducido, que si lo publicas probablemente pierdas tu puesto de trabajo». Mi editor: «Ese es precisamente el motivo de que quiera un trabajo como este».
Geoff Dyer

20. Cásate con una persona a la que quieras y a la que le parezca buena idea que seas escritor.
Richard Ford

Y de propina, una más. Dice Jonathan Franzen que duda mucho «que alguien con conexión a internet en su lugar de trabajo sea capaz de escribir buena ficción». Un consejo que, puedo dar fe, sirve tanto para escritores como para traductores. Que yo ahora mismo debería estar currando y sin embargo aquí me veis. ¡Así no hay quien produzca!

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domingo 3 de enero de 2010

En la carretera

Viggo Mortensen y Kodi Smit-McPhee en La carretera, de John Hillcoat.

Tengo mono de Cormac McCarthy. En el último par de semanas se me han juntado tres conversaciones con tres amigos distintos acerca de tres de sus libros y, aunque debo decir que ninguno de ellos comparte mi entusiasmo por el escritor norteamericano, el mero hecho de hablar largo y tendido sobre los elementos que me fascinan de su obra consiguió que me entraran unas ganas enormes de leer algo nuevo suyo. Buscando información en Internet, encontré esta entrevista publicada por el Wall Street Journal a propósito del estreno en Estados Unidos de la adaptación de La carretera dirigida por John Hillcoat (el de la tremenda La propuesta) y protagonizada por Viggo Mortensen. En ella, McCarthy habla un poco por encima de la que será su próxima novela y, sobre todo, comenta varias cosas que me han parecido muy interesantes acerca de La carretera, de Meridiano de sangre y del propio hecho de escribir. He traducido unos cuantos fragmentos de la misma con la esperanza de acallar un poco mi impaciencia, pero no ha servido de nada. Menos mal que luego he recordado que aún tenía aquí en casa por leer The Gardener’s Son, un pequeño volumen de cien paginitas editado en 1997 por Ecco Press que recoge su guión para el telefilme homónimo de 1977, dirigido por Richard Pearce, protagonizado por Ned Beatty y Brad Dourif y galardonado en su día con dos Emmys.

La elegante portada de The Gardener’s Son, diseñada por Barbara Aronica.

Aunque nunca había tenido ocasión de ver la película, el guión me ha gustado bastante. No deja de ser una historia muy mínima y contenida, de celos, lucha de clases y venganza en un pequeño pueblo de Carolina del Sur dominado por un gigante de la industria textil, pero es puro McCarthy y los diálogos son una delicia. Creo además que su lectura resultaría sumamente educativa para aquellos que piensan que su obra es demasiado cinematográfica o que «se lee como un guión», ya que las diferencias respecto a su prosa son, como no podía ser de otra manera, notables. Cuando el autor de No es país para viejos se dedica en sus novelas a describir de manera parca y seca las acciones de sus personajes, no está cayendo en una simple enumeración de planos; no son instrucciones para los actores. Muy al contrario, dichas descripciones son un brillantísimo recurso destinado a crear un vacío psicológico que el lector se ve obligado a llenar. Uno puede intuir cómo son los personajes de McCarthy debido a lo minuciosamente que se nos describen sus actos, pero nunca podemos llegar a estar seguros de qué están pensando realmente. En el prólogo de The Gardener’s Son, Richard Pearce comenta muy acertadamente que los libros de McCarthy no siguen un camino novelístico tradicional, en el sentido de que por mucho que el narrador sea omnisciente, nunca llega a penetrar en la cabeza de los personajes, «siendo así capaz de asegurar la inescrutabilidad de sus sujetos, al mismo tiempo que los investiga en profundidad», lo cual obliga al lector a proyectar mucho de sí mismo en los personajes y a revaluar continuamente sus intenciones, la veracidad de sus sentimientos e incluso su catadura moral. Esto, que por otra parte todos nos vemos obligados a hacer a diario al tratar con los demás, no es un recurso habitual dentro de lo que por lo general solemos considerar la «gran literatura» tradicional, que más bien tiende a darnos ese acceso a las interioridades psicológicas y sentimentales de los otros que en la vida real nos está negado. Pero que Cormac McCarthy haya decidido prescindir de ese elemento no quiere decir que sea menos literario o más cinematográfico. Muy al contrario, es justamente esa barrera autoimpuesta la que en mi modesta opinión le convierte en un estilista y en un literato de primer orden. En cualquier caso, basta de disquisiciones. Al margen de que os guste más o menos la obra de McCarthy, espero que en cualquier caso os resulten de interés sus declaraciones. La entrevista viene firmada por John Jurgensen y si os quedáis con ganas de más, tenéis el resto aquí.

Cormac McCarthy. Foto: Derek Shapton.

WSJ: La primera vez que fue a visitar el decorado, ¿qué le pareció en comparación con cómo había visto La carretera en su cabeza?

CM: Supongo que mi idea de lo que estaba sucediendo en La carretera no incluía a un equipo de entre 60 y 80 personas y un montón de cámaras. Hace unos treinta años hice una película con el director Dick Pearce en Carolina del Norte y pensé: «Es un trabajo infernal. ¿Quién querría hacer algo así?». Yo, en vez de eso, me levanto, me tomo un café y me doy una vuelta y leo un rato, me siento, tecleo unas cuantas palabras y miro por la ventana.

WSJ: La carretera es una historia de amor entre un padre y un hijo, pero ellos nunca llegan a decirse «Te quiero».

CM: No. No me pareció que eso fuera a aportarle nada al libro. Pero muchos de los diálogos son transcripciones literales de conversaciones que he tenido con mi hijo John. A eso me refiero cuando digo que él es el coautor de la novela. Muchas de las cosas que dice el chico en el libro son frases dichas por John. Un día me preguntó: «Papá, ¿qué harías si me muriera?». Y le dije: «Yo también me querría morir». Y él dijo: «¿Para poder estar conmigo». «Sí, para poder estar contigo». Sencillamente una conversación entre hombres.

WSJ: Todos los hermosos caballos también fue adaptada al cine en una película protagonizada por Matt Damon y Penélope Cruz. ¿Quedó usted satisfecho con el resultado?

CM: Podría haber sido mejor. Todavía hoy podría remontarse y quedaría una película bastante decente. La intención del director era trasladar todo el libro a la pantalla y, en fin, eso es imposible. Lo que has de hacer es elegir qué historia quieres contar y trasladar a la pantalla únicamente eso. De modo que al final se encontró con que había hecho una película de cuatro horas y que para poder estrenarla tenía que quitarle dos.

WSJ: ¿Es el problema de la duración aplicable también a los libros? Un libro de 1.000 páginas, ¿es excesivo?

CM: Para los lectores modernos sí. Al parecer, hoy en día la gente sólo tiene paciencia para los libros de misterio. Si son de misterio, cuanto más largos sean, mejor, y la gente leerá lo que sea. Pero los libros indulgentes de 800 páginas que se escribían hace un siglo no van a seguir escribiéndose y la gente debe ir haciéndose a la idea. Si crees que vas a escribir algo como Los hermanos Karamazov o Moby-Dick, adelante. Nadie lo va a leer. Me da igual lo bueno que sea o lo listos que sean los lectores. Sus intenciones, sus cerebros, son diferentes.

Otro fotograma de La Carretera.

WSJ: ¿Cómo han afectado nociones como la vejez y la muerte a su trabajo? ¿Ha pasado a ser más urgente?

CM: Tu futuro es cada vez más corto y eres consciente de ello. De unos años a esta parte, no me apetece hacer ninguna otra cosa que no sea trabajar y estar con mi hijo John. Oigo a gente que se plantea tomarse unas vacaciones y pienso, ¿para qué? No tengo ningún deseo de viajar. Mi día perfecto consiste en estar sentado en un cuarto con unas hojas en blanco. Es como estar en el cielo. Es oro puro, y cualquier otra cosa es una pérdida de tiempo.

WSJ: ¿Y cómo afecta esa escasez de tiempo a su trabajo? ¿Ha hecho que quiera escribir más piezas breves o recapitularlo todo con una gran obra que resuma toda su carrera?

CM: No tengo ningún interés en escribir historias cortas. Es difícil que cualquier cosa que no ocupe años de tu vida y te deje al borde del suicidio pueda merecer la pena.

WSJ: Novelas como Meridiano de sangre tuvieron un largo e intensivo proceso de documentación histórica. ¿Qué tipo de documentación buscó para escribir La carretera?

CM: No sé. Me limité a hablar con la gente acerca de cómo serían las cosas en caso de varias situaciones catastróficas. Pero no me documenté demasiado. Suelo hablar por teléfono con mi hermano Dennis, y bastante a menudo nos ponemos a teorizar acerca de todo tipo de espantosas maneras en las que podría acabar el mundo, y siempre acabamos riendo a carcajadas. Cualquiera que nos oyera diría: «¿Por qué no te limitas a meterte en la bañera y a cortarte las venas?». Hablamos de que si sobreviviera un pequeño porcentaje de población, ¿qué harían? Probablemente se dividirían en pequeñas tribus, y cuando todo lo demás se acaba lo único que queda es comerse los unos a los otros. Sabemos que históricamente es cierto.

WSJ Su escritura es una forma de poesía. Pero gran parte de lo que lee y estudia es técnico y está basado en la realidad. ¿Existe alguna línea divisoria entre el arte y la ciencia, y dónde empiezan a confundirse?

CM: No hay duda de que en las matemáticas y la ciencia hay una estética. Fue una de las razones por las que Paul Dirac tuvo problemas. Fue uno de los grandes físicos del siglo XX. Pero creía sinceramente, al igual que otros físicos, que de tener que elegir entre algo lógico y algo hermoso, la opción más estética tenía más visos de ser la correcta. Cuando Richard Feynman presentó su versión actualizada de la electrodinámica cuántica, a Dirac no le pareció que fuera cierta porque era fea. Era desordenada. No tenía la claridad y la elegancia que él asociaba con las grandes matemáticas o las teorías físicas. Pero estaba equivocado. No existe una única fórmula.

Cormac McCarthy. Foto: Eric Ogden.

WSJ: ¿Considera usted que intenta tratar las mismas grandes cuestiones en todas sus obras, sólo que de diferente manera?

CM: El trabajo creativo se ve a menudo impulsado por el dolor. Puede pasar que si no tienes algo metido continuamente en la cabeza volviéndote loco, no tengas nada. No es un buen sistema. Si fuera Dios, lo habría organizado de otra manera. Las cosas sobre las que he escrito han dejado de tener interés para mí, aunque ciertamente lo tenían antes de que escribiera sobre ellas. Hay algo en el acto de escribir que aplana las ideas. Las agota. Siempre le digo a la gente que no he leído ninguno de mis libros, y es cierto. Se creen que les tomo el pelo. […] No sé qué parte de nuestra cultura va a sobrevivir, ni si sobreviviremos. Fíjese en las obras de teatro griegas, son muy buenas. Y sólo hay un puñado. ¿Cómo de buenas serían si hubiera 2.500? Pero ese es el futuro que nos espera. Millones de ejemplos de cualquier cosa que se le ocurra. El mero hecho de que exista un número tan abrumador de obras bastará para devaluarlas. Me da igual si hablamos de arte, literatura, poesía, teatro o lo que sea. Quiero decir, que si tuviéramos miles de obras de teatro griegas, ¿serían igual de buenas? No lo creo.

WSJ: ¿Qué puede contarme sobre la nueva novela que está escribiendo, en términos de historia o ambientación?

CM: No se me da muy bien hablar sobre estas cosas. Está ambientada principalmente en Nueva Orleans en torno a 1980. Es la historia de un hermano y una hermana. Cuando comienza la novela, ella ya se ha suicidado, y el libro va de cómo se enfrenta él a este hecho. Ella es una chica interesante.

WSJ: Algunos críticos se han centrado en lo raro que es que profundice usted en los personajes femeninos.

CM: Este libro es largo y habla sobre todo de una mujer joven. Hay varias secuencias interesantes repartidas a lo largo del libro que tratan del pasado. El libro empieza siete años después de que ella se haya suicidado. Llevaba cincuenta años pensando en escribir sobre una mujer. Nunca seré lo suficientemente competente como para conseguirlo, pero en algún momento había que intentarlo.

McCarthy con los hermanos Coen. Foto: Eric Ogden.

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domingo 22 de noviembre de 2009

No dejar que lo mejor empañe lo bueno

Robert Harris.

Más lecturas. Acabo de terminarme The Ghost (editada en España como El poder en la sombra), la novela más reciente de Robert Harris, un autor realmente popular en el mundo anglosajón al que yo prácticamente desconocía (de entre sus obras sólo me sonaba Enigma y era de haber visto la película). Harto de comerme las uñas esperando la publicación de la nueva entrega de las aventuras de Bernie Gunther, y siguiendo la recomendación de mi amigo David Muñoz, hace unas semanas le hinqué el diente a su primera novela, Patria, que describe el desarrollo de una investigación criminal en la Alemania nazi de 1964. No es un error, no. El libro está ambientado en una Alemania que no perdió la Segunda Guerra Mundial y que se prepara para celebrar el 75 cumpleaños de Adolf Hitler. Mientras tanto, un detective de homicidios de la Kriminalpolizei investiga la muerte en extrañas circunstancias de un importante mandatario del partido nazi, lo que le conducirá a descubrir involuntariamente una peligrosa conspiración criminal que amenaza con salpicar hasta a las más altas instancias del régimen. A pesar de cierta prevención inicial, acabé pasándomelo pipa. Como relato de investigación funciona de maravilla, los personajes exudan carisma y no carecen de momentos intimistas sorprendentemente sutiles y sugerentes dentro de lo que no deja de ser básicamente un thriller. Y como what if, como crónica de una historia alternativa que nunca tuvo lugar, es de las más convincentes que he leído nunca, a pesar de ser quizá la menos original (de ahí mi prevención inicial).
The Ghost también narra la historia de una conspiración, pero en este caso el protagonista no es un detective sino un «negro» profesional que se gana la vida redactando biografías para famosos (un oficio que en inglés recibe el nombre de ghost, es decir, fantasma).

Pierce Brosnan y Ewan McGregor en la adaptación de The Ghost dirigida por Polanski.

Tras recibir el encargo de escribir la autobiografía de un ex primer ministro británico claramente inspirado en Tony Blair, el escritor, narrador asimismo de la trama, se verá arrastrado por una serie de circunstancias al centro de todo un torbellino de intrigas, ilegalidades y corruptelas en torno al apoyo de Gran Bretaña a Estados Unidos en una guerra declarada a partir de falsos pretextos. Es evidente, y el propio Harris no lo niega, que The Ghost es un mordiente ajuste de cuentas con la historia reciente de su gobierno y que está escrito a partir del cabreo, lo cual no quita para que sea entretenidísimo, incisivo e intrigante como el mejor Le Carré. Si acaso, se le puede achacar un desenlace un tanto precipitado o peliculero (¡qué difícil es conseguir que todas las piezas encajen bien en el último momento sin que se vea la mano del autor!), pero de todos modos, si persiste una sensación es la de haberse pasado unas horas trepidantes completamente absorto en una intriga perfectamente armada. Es decir, literatura popular de la buena. Literatura popular de la buena que, además, haría bien en leer cualquier aspirante a escritor, sean cuales sean sus ambiciones, ya que contiene reflexiones tan acertadas como esta defensa de la escritura como una profesión y no sólo como un arte, toda una declaración de intenciones con la que no podía estar más de acuerdo:

«De entre todas las actividades humanas, la escritura es aquella para la que más fácil resulta encontrar excusas para no empezar: el escritorio es demasiado grande, el escritorio es demasiado pequeño, hay demasiado ruido, hay demasiado silencio, hace demasiado calor, hace demasiado frío, demasiado temprano, demasiado tarde. Con el transcurso de los años había aprendido a ignorar cualquier tipo de consideración para sencillamente ponerme a ello. Enchufé el portátil, encendí el flexo y contemplé la pantalla y el parpadeo del cursor. Un libro sin escribir es un maravilloso universo de infinitas posibilidades. Sin embargo, pon sobre el papel una palabra y de inmediato se convierte en algo prosaico. Pon sobre el papel una frase entera y ya está a medio camino de ser como cualquier otro maldito libro jamás escrito. Pero uno nunca debe dejar que lo mejor empañe lo bueno. En ausencia de genio, siempre queda la habilidad. Uno puedo intentar escribir al menos algo que cautive el interés del lector, que lo anime, tras haber leído el primer párrafo, a echar un vistazo al segundo, y luego al tercero».

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martes 6 de octubre de 2009

Tocar cuando nadie escucha

Claw Hammer. Izquierda: Jon Wahl. Derecha: Chris Bagarozzi. Pincha para ampliar.
Fotos: Wild Don Lewis.

Hace un par de días me compré Deep in the Heart of Nowhere!, el recién editado disco en directo de Claw Hammer, un grupo de rock alternativo intenso y ruidoso, de guitarras densas y voces desgañitadas, que en ocasiones recuerda un poco a Mudhoney, pero con un curioso poso stoniano y, por extensión, bluesero que asoma cuando menos te lo esperas. En cualquier caso, no es recomendar el disco lo que me ha llevado a escribir esta entrada de hoy, sino hacer una reflexión un poco de abuelo Cebolleta que me ha suscitado el texto que viene impreso en su (bonita) carpeta. Está escrito por Bob Lee, el batería del grupo, y cuenta entre otras cosas lo siguiente:

«Tocar en un club de Dallas con capacidad para 750 personas ante sólo dos espectadores no fue en realidad el concierto más indigno de la gira norteamericana de Claw Hammer en la primavera de 1995. Tan memorable momento tuvo lugar dos semanas antes en Toledo, Ohio, donde nos habían pagado mil dólares, el mayor adelanto de toda la gira, para tocar durante noventa minutos en lo que parecía ser el vestíbulo de una discoteca para adolescentes. Durante una hora y media, vimos a unas quinientas personas desfilar desde la puerta hasta donde estábamos nosotros, quedarse ahí mirándonos durante menos de diez segundos y luego volver sobre sus pasos para descender las escaleras que conducían al sótano, donde un sistema de sonido más potente que el nuestro machacaba «Gin and Juice» para la apiñada muchedumbre. […] Para cuando llegamos a Dallas, no podía preocuparnos menos el número de asistentes. Tan pronto como llegamos al Trees, nos dimos cuenta de que no era un garito roquero, que era el único tipo de local en el que nos las apañábamos bien si era la primera vez que tocábamos en la ciudad. Joe, el técnico de sonido, sin embargo, estaba encantado, ya que según él tenían el mejor equipo de sonido con el que había trabajado jamás. Me aseguré de pasarle una cinta para que grabara el concierto a través de la mesa, y eso es lo que hoy tenéis en la mano.
»Mi recuerdo más vivido de aquella noche es que nos pusimos morados de tacos, burritos y chimichangas en un famoso restaurante mejicano que había a la vuelta de la esquina, y que regresamos bamboleándonos, tras haber perdido el sentido del tiempo, apenas diez minutos antes de la hora de empezar. Esto podría explicar por qué en este disco parecemos tan concentrados y compenetrados: estábamos demasiado ahítos como para dar botes sobre el escenario y además no había nadie para verlo. De modo que nos quedamos allí plantados, tocando todo el repertorio mientras intentábamos no vomitar nuestros refritos.
»Una cosa que recuerdo sobre los conciertos de aquella gira es que, musicalmente hablando, aprovechamos al máximo cada uno de ellos. Uno no puede deprimirse porque nadie vaya a ver el concierto, ya que eso es algo que nunca vas a poder controlar. Pero bajar del escenario sabiendo que lo que has hecho es una mierda, eso sí que es deprimente de cojones. Por ello, estábamos decididos a tocar tal y como queríamos que se nos escuchara, sin preocuparnos un carajo de todo lo demás.
»Y una cosa os voy a decir: aquellos dos tipos se quedaron pegados a sus sillas toda la noche y luego se acercaron a comprarnos unas camisetas cuando todo hubo terminado. ¿Mereció la pena el viaje? Los ejecutivos de Interscope [sello con el que acababan de firmar] podrían decir que no, pero para mí, joder, fue mucho mejor que un buen día en el trabajo».

Claw Hammer. Izquierda: Rob Walther. Derecha: Bob Lee. Pincha para ampliar.
Fotos: Wild Don Lewis.

Los recuerdos de Bob Lee me han traído a la cabeza de inmediato un artículo de Peter Leonard que leí la pasada semana en Bookgasm. En él, el hijo del novelista Elmore Leonard decía:

«Recuerdo que cuando tenía nueve años bajé las escaleras al sótano y vi a mi padre sentado frente a su escritorio, con una pared de bloques de hormigón a sus espaldas y un suelo de cemento visto bajo los pies. Estaba escribiendo a mano sobre unas hojas de papel amarillo y tenía la máquina de escribir situada sobre un soporte de metal junto a la silla. Al otro lado de la habitación, había una papelera roja de mimbre, rodeada de pelotas de papel amarillo, escenas que no funcionaban, páginas inservibles. Recordándolo ahora, aquello parecía una celda, pero mi padre no parecía ser consciente de su entorno; seguía concentrado en lo suyo, escribiendo una novela del oeste titulada Hombre, que posteriormente acabaría siendo una película protagonizada por Paul Newman. Cuarenta años más tarde, recuerdo haber visitado una tarde a mi padre al salir del trabajo. Elmore ya no escribe en un sótano de bloques de granito. Tras haber publicado 40 novelas y con una docena de guiones en su haber, ahora trabaja en el salón de su mansión en Bloomfield Hills, un pequeño barrio a las afueras de Detroit. Lo que me llamó la atención fue que su escritorio era prácticamente idéntico al que recordaba haber visto con nueve años. El mismo cuaderno de hojas amarillas, media docena de pelotas de papel alrededor de la papelera apoyada contra la pared, máquina de escribir eléctrica sobre un soporte metálico junto a la silla. Ningún ordenador a la vista. Sólo Elmore con sus vaqueros y sus sandalias y una camiseta azul marino de los Nine Inch Nails, hablando con entusiasmo de la escena inicial de su nuevo libro, titulado Un tipo implacable [publicado por Alianza en 2006]. Observando a mi padre, pensé: «He aquí un tío al que realmente le encanta lo que hace»».

Elmore Leonard. Foto: Alex Waterhouse-Hayward.

Y aquí es donde va el comentario Cebolleta: a veces me da la impresión, por algunos mails que me llegan y, sobre todo, por comentarios que leo en otros blogs, de que en mundillos como el del cómic, la literatura, el cine, la fotografía, las artes en general, hay cantidad de gente que aspira a vivir de esto sin haberse planteado si realmente disfruta de verdad haciéndolo, con la mirada puesta únicamente en las recompensas, pero sin haberse parado realmente a estudiar el trayecto que deberán seguir quieran o no; un trayecto que la mayor parte de las veces pasa por trabajar mucho, muy duramente y en un entorno muy competitivo, por lo que más te vale que lo que estés haciendo te guste DE VERDAD si no quieres acabar frustrado y algo resentido. Por eso me parecen particularmente valiosas lecciones como la de Leonard, escribiendo felizmente en su mísero sótano, o la de Claw Hammer, dejándose el resto sobre el escenario ante sólo dos espectadores. Y aquí lo importante no es quedarse con la copla de que al final la fortuna acabara recompensando la diligencia y el tesón de Leonard, sino ser consciente de que Claw Hammer acabaron fracasando y disolviéndose sin que eso importe en lo más mínimo, porque mientras estuvieron ahí hicieron lo que debían: disfrutar con su trabajo. Es por ello por lo que también quiero recuperar un texto del propio Elmore Leonard, parte de la introducción que escribió para la reedición más reciente del clásico de George V. Higgins The Friends of Eddie Coyle, que me parece también pertinente para este caso:

Robert Mitchum, otro que disfrutaba con su trabajo, en la adaptación
cinematográfica de Los amigos de Eddie Coyle.

«Antes de publicar Eddie Coyle, Higgins escribió no menos de diez libros que o bien descartó él mismo o fueron rechazados por los editores, quizá por el mismo motivo por el que The Big Bounce, mi primera novela ambientada en un entorno contemporáneo, fue rechazada en un total de ochenta y cuatro ocasiones por editores y productores cinematográficos. Los editores calificaban el libro de «deprimente», carente de personajes simpáticos… los mismos sobre los que sigo escribiendo treinta años más tarde. El por aquel entonces agente de Higgins leyó el manuscrito de Eddie Coyle, le dijo que era invendible y dejó de representarle. Dejemos que esto sirva de inspiración para aquellos aspirantes a escritor descorazonados por un rechazo tras otro. Si crees que sabes lo que estás haciendo, tienes que darle tiempo a los editores para que se pongan al día y abran los ojos».

¿La moraleja? El único camino pasa por no rendirse jamás, pero hacer eso me temo que sólo queda al alcance de personas realmente entregadas a sus pasiones. ¿Cómo ser capaz de escribir diez novelas seguidas, y soportar esos diez rechazos, uno tras otro, si lo que disfrutas no es el proceso sino la recompensa? Francamente, no creo que sea posible si no te gusta tocar cuando nadie escucha.

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jueves 20 de agosto de 2009

El bloqueo del escritor

El guionista Jack Cunningham se enfrenta a la página en blanco. Foto: Paul Dorsey / Life. 1937.

«¿Sabéis quiénes sufren del bloqueo del escritor? Los que no escriben. Les parece que sufrir para crear Arte les convierte en tíos interesantes y románticos. Se aseguran de que todo el mundo sepa lo tortuoso que es el proceso, de tal modo que cuando por fin producen algo no sea juzgado por sus méritos sino por la angustia emocional que ha entrañado su creación. Los escritores escriben. Los farsantes se quejan de lo difícil que es. […] Uno de los principales motivos por los que procrastinamos es para darnos a nosotros mismos una excusa en caso de que el resultado sea terrible: «Sé que no es genial, pero es que lo escribí en tres días». Hazlo mal cuanto antes y luego dedica el tiempo a arreglarlo».
John August. Más en esta interesante entrada de su blog.

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miércoles 25 de marzo de 2009

Iron Monk

La semana pasada vi en Boing Boing este vídeo que hoy quiero compartir con vosotros. Había pensado subtitularlo en castellano, pero al tener ya subtítulos en inglés he pensado que lo mismo iba a quedar una maraña de letras ilegible, así que, como de todos modos es cortito, os lo transcribo a continuación.

Milán, Italia
· Éste es el hermano Cesare Bonizzi.El hermano Bonizzi es monje capuchino. También es el vocalista principal de «Fratello Metallo» (Hermano del Metal), un grupo italiano de heavy metal.
· Hermano Bonnizzi: «Hace 15 años fui a un concierto de Metallica, sentí la energía que expresaban con este tipo de música y me enamoré del metal».
· El hermano Bonizzi se describe a sí mismo como un Cantante Predicador. No le da miedo cantar sobre el alcohol, el tabaco y el sexo, pero sus letras también tratan temas como Dios y la fe.
· Cesare Zanotti, guitarra solista: «Debo decir que al principio tuve dudas sobre todo el proyecto cuando me propusieron participar en él, porque me pareció que juntar el heavy metal con un monje capuchino era, como poco, extraño. Pero me bastaron cinco minutos con el hermano Cesare para que me decidiera a hacerlo sin ninguna duda, porque se entrega con tanta energía que es difícil que otros colegas del metal, aunque sean más jóvenes, se le puedan comparar».
· El grupo ha editado varios discos y hace poco actuó en el festival italiano «Dioses del Metal» junto a Iron Maiden.

Y vosotros os preguntaréis, ¿y esto qué tiene que ver con Cultura Impopular, al margen de que pueda resultar más o menos gracioso? Pues tiene que ver con el afán de crear, de jugar con el arte y con las convenciones, de pasarlo bien, sin importar si la idea es buena o mala, si a otros les va a parecer patética o simpática, de si se van a reír de ti o de si va a servir para que reconduzcas tu vida por otro camino. Tiene que ver, en definitiva, con lanzarse a la piscina, que es una cosa que, a medida que van pasando los años, más admiración me produce. Y tiene que ver con este artículo que leí en Cracked gracias a la recomendación de uno de mis blogs sobre ciencia favoritos: Bad Astronomy.
Para los que no leáis inglés, resumir brevemente que el artículo se titula «5 maneras en las que el sentido común te engaña a diario» y que trata precisamente de eso, desde un punto de vista distendido y con ejemplos divertidos, como suele ser habitual en Cracked. Una de esas cinco maneras, precisamente la que más me interesa a mí, es la que han bautizado como «falacia de Nirvana». Y dice así (traduzco):

* * *

LA FALACIA DE NIRVANA
Cómo la habrás oído expresada:
«¿Le has dado un bocata a ese mendigo? ¡Ja! ¡Como que con eso vas a arreglar el hambre en el mundo!»
Cómo nos jode la vida:
La falacia de Nirvana es cuando rechazas cualquier cosa del mundo real porque lo comparas con una alternativa perfecta e irreal junto a la cual palidece en comparación. Esto no sería un problema, si no fuera porque nos impide hacer cosas. Por ejemplo, hay muchos motivos para perder el tiempo: anoche bebiste demasiado o sencillamente no estás inspirado o es que es la primera vez que te dedicas al porno gay y a última hora te han entrado dudas, pero uno de los motivos más habituales por los que procrastinamos es por temor a que el resultado final no esté a la altura de la idea «perfecta» que tenemos en la cabeza. Piensa en esos amigos tuyos escritores que en realidad nunca han escrito nada porque están esperando a que se les ocurra «la idea apropiada» para un libro. Ése es el motivo de que haya gente que acabe viviendo en el sótano de sus padres: porque se pasan la vida esperando al trabajo perfecto, a la novia perfecta, a los amigos perfectos, sin comprometerse nunca a nada. Y si tú en concreto no experimentas ese tipo de dudas, no te preocupes, que el mundo está lleno de gilipollas dispuestos a proporcionártelas. Cualquier intento de superación por parte de alguien será recibido por otros con burla, como si fuera una ilusa hipocresía, porque todo aquello que no sea perfecto no merece la pena hacerse, así que para eso mejor no hacer nada, como ellos. «¡Ja! ¿Te has pedido una Coca-Cola light con la hamburguesa? ¡Como si eso fuera a marcar alguna diferencia!».
La cosa empeora…
Los políticos utilizan este sistema para atacar cualquier idea que no les guste. «Claro, tu plan podría ayudar a millones de familias que viven en la pobreza. Pero he encontrado ejemplos de gente que abusa de él. Así que lo mejor será eliminarlo por completo». También habrás leído a los típicos radicales que escriben en Internet diciendo: «¡No pienso votar por ninguno de esos candidatos! ¡No son mejores que Bush! ¡Todos son agentes corruptos del Nuevo Orden Mundial! ¡Mientras no me mostréis a un político perfecto, incorruptible e inteligente que crea exactamente lo mismo que yo, no pienso salir de casa!».

Y ésa es la falacia de Nirvana según Cracked. Y aunque supongo que todos nos dejamos llevar por ella en mayor o menor medida, me reconforta y me anima sobremanera a seguir trabajando en lo que me gusta cuando veo a individuos como el hermano Bonnizzi que se lían la manta a la cabeza porque su pasión es lo suficientemente fuerte como para decir: «Al carajo con todo. ¿Os parece chocante? ¿Os parece ridículo? Pues peor para vosotros, porque yo me lo estoy pasando bomba».

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Creéis que todo tiene un límite, así estáis todos limitados.
«Cuidado». Eskorbuto
Popsy