Dean Gorissen lleva casi veinte años trabajando como ilustrador y diseñador en su Australia natal. Además de colaborar en revistas como Child, Australian Family Physician, American Lawyer, Sunday Life Magazine o The Big Issue, también ha diseñado personajes de dibujos animados (como los de la serie Deadly) y ha ilustrado varios libros infantiles, entre los que destacan I Got a Rocket!, My Dad’s a Wrestler y Ten Little Elvi. Este mismo año, ha publicado su primer libro escrito e ilustrado completamente en solitario: The Search for Bigfoot Bradley. Uno de sus trabajos recientes más interesantes y personales fue la realización de las cubiertas para una colección de seis títulos llamada Long Story Shorts, publicada por la editorial australiana Affirm Press. Fue a raíz de este último proyecto cuando decidí entrevistarle para charlar acerca de la creación de sus elegantes y llamativas portadas. Para saber más sobre Dean, no dejéis de visitar su blog.
La anterior imagen y esta forman parte del cuadro Supertrain, una meditación
sobre la saturación de superhéroes en la cultura popular.
Cultura Impopular: Asumo que desde el primer momento debías saber que el proyecto Long Story Shorts iba a constar de seis títulos, de modo que lo que me gustaría saber es: ¿ideaste un diseño general para toda la colección desde el primer momento o te limitaste a plantearte un par de líneas generales que luego pudieras ir aplicando a cada uno de los libros?
Dean Gorissen: Efectivamente, siempre supe que serían seis libros. Martin Hughes, editor de Affirm Press, quería por supuesto un nexo común para toda la colección, pero no creo que ninguno de los dos supiera cuál debía ser en un principio. Francamente, debo decir que depositó su fe en mí completamente a ciegas. Un par de años antes había realizado unas cuantas ilustraciones para él, cuando aún trabajaba como jefe de redacción en la edición australiana de la revista The Big Issue, pero la mayoría en un rollo más figurativo, pintado. Nada que ver estilísticamente con la serie. ¡En realidad, ahora que lo pienso, en principio me llamó para preguntarme si conocía y podía recomendarle a alguien adecuado para el trabajo! No recibí ninguna instrucción detallada respecto al diseño, pero sí que hablamos un montón, principalmente para ponernos de acuerdo en la nota emocional que queríamos pulsar. Creo que lo único de lo que Martin estaba convencido desde un principio era de que no quería que la serie tuviera un logo, ni en la cubierta ni en la contra. Lo que de verdad pretendíamos encontrar era un equilibrio en el que cada libro fuese capaz de definirse por sí mismo, conservando su integridad, y que a la vez resultara evidente que formaba parte de una serie dotada de una estética general cohesionada. Si la constancia debía ser tipográfica, temática o estilística, era algo que todavía estaba por decidir.
Al principio, tras haber leído un relato del primer manuscrito, visualicé la serie como un compendio de estilos de ilustración muy distintos, unidos por un diseño y un enfoque tipográfico único, lo cual le pareció bien a Martin. De modo que abordé el trabajo de la manera habitual: esbozos conceptuales, bocetos, saqué las pinturas e incluso empecé a juguetear con fotomontajes y manipulación digital. Pero tan pronto como hube terminado el primer borrador para la primera portada, no me llevó demasiado tiempo darme cuenta de que sentaría un precedente que enclaustraría toda la colección. De modo que, apoyado y animado por Martin, renuncié a todo aquel enfoque y volví a comenzar de nuevo. Meterme de lleno en el trabajo requirió de un ligero cambio de actitud por mi parte. Me di cuenta de que había estado enfocándolo únicamente como ilustrador, centrándome en un solo aspecto de las portadas, cuando en realidad debía afrontarlo como diseñador. Desde Affirm me enviaron el manuscrito completo del primer libro, Under Stones, y me limité a sumergirme por completo en su lectura. Una vez hube conectado emocional e intelectualmente, el tono adecuado se reveló prácticamente solo y comencé a tener una idea general para toda la serie. Preparé una plantilla para el resto de los elementos de portada y contraportada y fijé ciertos parámetros tipográficos para el título y el nombre del autor, después me limité a sentarme sin bocetos ni esbozos, armado únicamente con un par de ideas y un ratón. Completé la cubierta de un tirón bastante intenso y se la envié a Martin y a Rebecca Starford, la directora de la colección. La respuesta fue abrumadoramente positiva y personalmente me emocioné de tal manera que no veía el momento de empezar con la siguiente. Al final escogí fuentes distintas para cada título, nuevamente con el propósito de remarcar la identidad individual de cada uno de los libros, pero todas siguen un esquema similar en cuanto a peso, espacio y tamaño. Y en cada uno de los lomos aparece una letra que, al juntar toda la colección, forma la palabra «shorts». Lo cual suena un poco facilón, pero es francamente eficaz a la hora de darle cierta cohesión sin resultar excesivamente abrumador. Estábamos muy empeñados en que la colección transmitiese la idea de que estaba pensada con cariño, una serie encapsulada que era un pequeño evento, algo que atesorar, un poco objeto de coleccionista.
Tangled, ilustración para un artículo sobre las deficiencias del sistema sanitario.
CI: En todas estas portadas te has apartado de tu estilo más reconocible, renunciando a tu característico «figurativismo caricaturesco» (por así decirlo) para tratar principalmente con objetos y figuras que lindan con lo abstracto. ¿Cómo y por qué elegiste este estilo en particular para la colección? ¿Pensaste quizás que cuanto menos figurativas más evocadoras resultarían las portadas?
DG: «Figurativismo caricaturesco» me parece una definición perfecta. ¡Me preguntaba cómo llamarlo! En aquel momento entraron en juego varios factores. Había llegado a un punto en el que me sentía un tanto incómodo con mi carrera de ilustrador, como si hubiera llegado a un punto muerto y estilísticamente un poco encorsetado. Como ilustrador a menudo existe cierta presión para convertirte en un factor conocido por el mercado (o a lo mejor sólo imagino que existe, pero me afecta igual). Comprendo perfectamente por qué, pero cada vez me iba sintiendo más limitado. Mi esposa y yo tenemos un pequeño estudio de diseño, Room 44, a través del cual había comenzado a realizar trabajos ocasionales aquí y allá. De modo que desde un punto de vista personal, llevaba algún tiempo deseando encontrar un proyecto como este, algo que me ofreciese la oportunidad de trascender los encargos habituales para crear toda una colección como diseñador a la vez que como ilustrador. Que me permitiese evaluar el trabajo desde un punto de vista diferente y confiar en mis instintos para llegar hasta algo nuevo. De modo que supongo que escogí este estilo porque me parecía el correcto y porque además podía. Creo que tirar demasiado de figurativismo habría explicitado demasiado la reacción emocional que debían suscitar estas imágenes en el lector, renunciando a dejar espacio para que el potencial comprador se sintiese intrigado o atraído. En realidad fue un proceso completamente liberador. Una vez hube establecido un tono y un enfoque para la primera portada, me puse como regla no realizar bocetos, sólo leer los manuscritos, tomar unas cuantas notas y después atacar directamente la cubierta, comenzar a dibujar directamente, con el ratón, no con el lápiz. De modo que no tengo ni un solo boceto, sólo algún garabato o nota sobre los manuscritos para acordarme de alguna idea en concreto.
Bigfoot Bradley, el protagonista del nuevo libro ilustrado de Dean Gorissen.
CI: Por algún motivo me da la impresión de que no decidiste ilustrar ningún pasaje en concreto de los libros en las portadas, sino que más bien optaste por transmitir una sensación. Por ejemplo, no sé si las bicis juegan un papel prominente en Nineteen Seventysomething, pero tu ilustración evoca perfectamente esa idea de memoria de un tiempo pasado. ¿Crees que como portadista tiendes más a ser evocador (¡otra vez esa palabra!) que puramente ilustrativo?
DG: En realidad no tengo una regla general para nada. Intento abordar cada encargo según sus propias características inherentes. Simplemente me pareció que una respuesta básicamente visceral era el modo adecuado de proceder; reducir los elementos a símbolos permite que el lector aporte algo de sí mismo al haber dejado una interpretación hasta cierto punto abierta. Tienes razón, no hay una visualización literal de pasajes específicos, aunque un par de ellas sí que están inspiradas por ciertas escenas. Y en ocasiones hablar con el autor también ayudó a darles forma. Lo único que sé es que para poder hacerlas con sinceridad, debía leer los libros, de modo que fueron los libros de manera individual y como conjunto los que básicamente definieron la respuesta.
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CI: Bueno, teniendo en cuenta que ninguno de los libros son demasiado conocidos fuera de Australia, ¿te importaría que los repasemos uno por uno? ¿Cómo fuiste llegando a las imágenes finales? Empecemos por Under Stones.
DG:Under Stones contiene un pasaje que inspiró la imagen de cubierta, aunque no sea una representación literal. El autor, Bob Franklin, es actor y cómico de escenario, y aunque ya había algo a menudo intimidatorio en el personaje escénico de Bob, su libro bordea por momentos el horror, no en un aspecto sangriento, sino en su tendencia a revelar detalles inquietantes, macabros y terribles acerca de individuos aparentemente corrientes. Realmente va arrastrándote hasta que finalmente te acojona por completo. Martin me lo había descrito como «una especie de horror ligero» y más tarde, mientras estaba leyendo el primer relato, iba pensando: «¿A qué se refería? Vale, es absorbente, personal, inquieta un poco, pero… ¡Ohhh, ohhdiosmío!». Así que me parecía importante visualizar esa sensación y crear algo de intriga para ver qué hay bajo esas piedras. En el libro hay una escena en una especie de pantano que simplemente provoca escalofríos. Rebosaba una sensación de lo desconocido y de antiguos males, todo lo que hay enterrado en el corazón de las culturas coloniales, y quería capturar eso de algún modo, y quería que el estilo de dibujo también lo manifestara. Era el primer libro de la serie y (tras el falso arranque de mi primer intento) surgió muy rápido, en un verdadero torrente tras haber leído el libro. Si pudiera compararlo con algo sería casi con el arroyo de conciencia que te arrastra cuando de verdad te sumerges en la escritura de algo. No creo que cambiase de manera substancial a partir de aquello, aunque me parece que hice una versión con el cielo predominantemente blanco.
OP: ¿Y Nineteen Seventysomething?
DG: La portada de Nineteen Seventysomething surgió de una larga conversación telefónica con el autor, Barry Divola. Tenemos la misma edad, crecimos en los setenta, de modo que mucho de lo que ha escrito me hizo reír por identificación. Más o menos nos pusimos de acuerdo en esa bicicleta icónica, la dragster, y la experiencia de los suburbios. También incluí detalles muy personales, como ese platillo volante apenas visible en la esquina superior derecha, porque recuerdo haber esperado y deseado a menudo que llegase uno y simplemente se me llevara. Es un libro muy distinto al de Bob, de modo que el enfoque fue mucho más amable. Es nostálgico, pero sin ponerse unas gafas con los cristales rosa. Estilísticamente, me sentí muy influido por el papel de pared curvado y geométrico que recordaba de nuestra sala de estar. De esta hice un par de versiones para captar el tono correcto.
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OP: Hablando de tono, Known Unknowns, de Emmet Stinson, tiene una de las portadas más atmosféricas que he visto últimamente.
DG: ¡Gracias! Esta cubierta sí que surge del libro como un todo. No sólo trata decididamente sobre las consecuencias del 11-S, sino que además hay una especie de desintegración inevitable que lo impregna todo. Es solitario. Y el humo es un tema recurrente, ya sea en cigarrillos, en un porro, en una barbacoa o en un tubo de escape. No sé si fue deliberado por parte de Emmett o no, pero lo leí de una sentada y lo dibujé. Simplemente supe cómo iba a ser, y tan pronto como me sentí satisfecho con la forma del humo/bandera, básicamente se dibujó sola. No recuerdo haber tenido ninguna duda al respecto. Me sentí como un simple conducto para la ilustración. No sé si lo recuerdo correctamente, pero me parece que a Martin no acababa de convencerle, o le preocupaba que desde un punto de vista comercial los colores fueran demasiado oscuros o algo así. Sin embargo yo tenía la inquebrantable sensación de que así estaba bien.
OP:Having Cried Wolf.
DG: El libro de Gretchen Shirm trata de vidas interconectadas, historias que se interrelacionan a menudo de manera ligera pero muy definida, ambientadas en una pequeña ciudad costera. Al principio tuve que darme prisa para liquidarla. Si no recuerdo mal, debíamos tener la portada terminada en apenas un par de días para asegurarnos un hueco en el ciclo de publicación. Lo leí demasiado rápido y no me sentía satisfecho con cómo lo estaba filtrando. Básicamente me había limitado a absorber información en vez de leerlo. En cualquier caso, sobrecompensé mi inseguridad produciendo un montón de opciones que no estaban mal, pero fundamentalmente tan aceleradas como mi lectura. Sin embargo no podía dejarlo estar, de modo que tras algunos ruegos por mi parte y la intervención de Martin, terminamos consiguiendo una extensión del plazo, pude leer el libro adecuadamente, lo sentí y encontré su voz. El sentido del detalle de una realidad con muchas capas es sorprendente. Gretchen, según averigüé un mes más tarde, es relativamente joven, sólo tenía 30 años cuando terminó el libro, y recuerdo haberme sentido asombrado de que una persona de esa edad pudiese tener tal innata comprensión de cómo pueden ir desarrollándose las vidas, el viaje de las relaciones a largo plazo, implicaciones emocionales, consecuencias, acciones y reacciones que reverberan a través de una familia o una comunidad y la naturaleza irresuelta de nuestras vidas.
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OP: Creo que el siguiente fue Bearings, de Leah Swan, ¿no?
DG: Sí, esa fue probablemente la portada más rápida de toda la colección. Fue uno de esos momentos perfectos. Llegó el manuscrito, la fecha de entrega era cercana, pero no demasiado. Me lo leí en un par de noches, me senté una buena mañana y la dibujé tal cual. Es una obra muy potente, la novela, y en realidad habla de una serie de vidas azotadas por una tormenta, tanto metafórica como real. Al igual que con el libro de Emmett, no sentí la menor duda acerca del concepto. Lo principal para mí era sentir esas olas. Me sentí inmensamente satisfecho con el resultado y la reacción en Affirm fue inmediatamente positiva.
OP: Y llegamos al último título de la serie, Two Steps Forward de Irma Gold.
DG:Two Steps Forward habla en gran medida de vidas difíciles y a menudo desconsoladoramente tristes, pero con un corazón empeñado en encontrar alguna especie de felicidad o amabilidad. La reacción de Martin y Rebecca fue una vez más muy inmediata: odiaron la cubierta por completo. Lo cual me dejó bastante patidifuso. Pero tenían razón. Había pasado por alto el tema básico. Tras la reacción inicial de Martin y Rebecca a mi primer intento, como siempre me dieron amplias oportunidades para intentar convencerles y venderles la idea, pero fui incapaz de hacerlo con demasiada convicción. ¡Siempre un indicio claro de que en realidad no crees en lo que has hecho! Martin sugirió que lo leyese de nuevo. A menudo en las historias intervienen niños, las relaciones fracturadas entre padres e hijos, especialmente cuando las circunstancias cambian. Y cómo tratamos con las tragedias de la vida, el dolor de la pérdida. Me dio la impresión de que los adultos del libro seguían siendo en gran medida niños, como lo somos todos, tambaleantes e inseguros, buscando consuelo incluso cuando no lo hay, aprendiendo y creciendo. A menudo resulta insoportablemente triste pero al mismo tiempo bellamente inspirador. De modo que aunque necesitaba atenerme a los tonos apagados y los colores planos, quise ofrecer un contrapunto mediante esos dibujos infantiles que se diseminan sobre el paisaje, dirigiéndose hacia algo invisible.
Dos ilustraciones para la revista Australian Family Physician. Pincha para ampliar.
OP: Tras haber trabajado como ilustrador para otros diseñadores en el pasado, ¿cuáles dirías que son los pros y los contras de abordar en solitario un proyecto de estas características?
DG: No se me ocurre ninguna desventaja. Todo han sido ventajas. Sólo que nunca he sentido que estuviera trabajando solo. Por supuesto me considero responsable del enfoque visual de la colección, pero haber tenido comunicación directa con dos personas que toman decisiones, que sienten una conexión y una dedicación para con las obras más allá del mero encargo burocrático, y que tienen fe en tus habilidades, no es lo habitual, y esa fue en realidad la clave de todo. Además esa fe también aporta cierta flexibilidad. Te permite cometer errores en ocasiones, y te impulsa a hacerlo mejor sin constreñirte demasiado y te permite defender las soluciones en las que crees apasionadamente. No ha habido más niveles de intervención ni me he visto obligado a presentar las portadas a múltiples departamentos para que las aprueben ni a cumplir tales o cuales requisitos comerciales que en última instancia le habrían arrebatado la vida. Martin y yo hablamos cantidad de veces e intercambiamos ideas a menudo con robustez, pero siempre con el objetivo de mejorar el trabajo.
OP: Es curioso, pero teniendo en cuenta lo estandarizado y dependiente de bancos de imágenes que ha acabado siendo el diseño literario, lo primero que me vino a la cabeza tras ver tus portadas para Affirm Press no fue el trabajo de otros diseñadores de libros sino el de antiguos ilustradores de portadas de discos, como Jim Flora y el recientemente fallecido Alex Steinweiss. No como un pastiche nostálgico, sino realmente como una evolución contemporánea de ese tipo de diseño del que ellos fueron pioneros.
DG: ¡No andas demasiado equivocado! Aspiro por completo a seguir su ejemplo. Tanto Steinweiss como Flora parecían tener la capacidad para resaltar las excentricidades de cada uno de sus trabajos y a la vez para establecer un vínculo emocional con ellos. Me encanta la sofisticación y la elegancia de Alex Steinweiss, y me siento atraído por Jim Flora en particular, porque a pesar de que era capaz de resultar evocador de una manera abstracta, también podía soltarse el pelo y dibujar esas maravillosas figuras caricaturescas que reventaban de energía y entusiasmo, todo ello sin perder lo que era esencialmente «suyo». Es un honor verme mencionado en el mismo párrafo.
El magazine digital Design Observer acaba de publicar una estupenda entrevista con Laurence King (fundador y director de Laurence King Publishing, editorial británica especializada en libros de arte y diseño), realizada por Mark Lamster. Aunque resulta difícil escoger un momento álgido entre toda la conversación, me quedo con estas dos respuestas, que destilan una visión de la industria del libro que comparto en gran medida. De todos modos, si tenéis un momento, pasaos por Design Observer y echadle un vistazo a la entrevista completa, ya que merece la pena de principio a fin, y anécdotas como la del origen de la editorial (¡tras once años de insolvencia!) hay que leerlas para creerlas.
Laurence King. Foto: Design Observer.
ML: ¿Cómo están abordando la edición electrónica y qué parte del negocio cree que ocupará en el futuro? ¿Qué cambios prevé en el mercado y la economía de los libros de diseño?
LK: El mercado para libros digitales ilustrados siempre iba a progresar más lentamente que el de libros sólo de texto, pero aun así se está desarrollando más lentamente de lo que yo había anticipado. A pesar de ello, estoy seguro de que al final el mercado para libros ilustrados en los que prima el contenido (libros para estudiantes, de referencia y manuales) acabará siendo principalmente digital. Al final, los gastos de publicar libros digitales ilustrados será mucho más reducido que el de los libros impresos, de modo que los editores intentarán tentar al mercado para que se pase al producto digital, no sólo con precios más reducidos sino, más importante, explotando las posibilidades digitales. […] En cualquier caso, sin duda continuará habiendo un mercado para los libros ilustrados impresos, si bien creo que estarán considerados un pequeño lujo. Los libros necesitarán explotar el hecho de ser objetos reales; necesitarán estar mejor diseñados, realizados con una producción más inventiva que aproveche la ventaja de su presencia física. Una proporción más elevada del mercado de los libros impresos quedará dominada por los libros-regalo. Mi verdadera preocupación es el impacto de Amazon y de la revolución digital sobre las librerías. Los editores de libros ilustrados, y en particular los de libros de arte, necesitan que las librerías sobrevivan, particularmente las especializadas, aquellas a las que acuden los compradores cultivados que entienden de arte, arquitectura y diseño. Creo que dichas tiendas deben ser tratadas con gran mimo por los editores, ya que demasiado a menudo sirven como escaparate para Amazon. Son más importantes para nosotros de lo que sus ventas directas podrían indicar. Sería estupendo que pudieran utilizar su reputación, sus conocimientos y su experiencia para ser competitivas con Amazon en la red. Pero me da miedo que llegue un día en el que los editores de libros de arte tendremos que mantener con pérdidas locales-muestrario en los que exhibir nuestros libros, sólo porque fuimos excesivamente duros con los libreros especializados. Al mismo tiempo, los libreros necesitan reinventarse a no tardar, lo cual evidentemente no es fácil.
Algunos de los libros editados por Laurence King mencionados en la entrevista.
ML: Uno sabe que algunos libros van a ser éxitos seguros (su próximo libro sobre Saul Bass cae en esa categoría), pero por lo general resulta tremendamente difícil para los editores predecir qué libros van a funcionar y cuáles no. ¿Cuál es su secreto? ¿Hay libros que publica sólo porque cree que merecen existir al margen de lo que puedan vender? ¿Hay algún título de su catálogo del que no esperase gran cosa comercialmente hablando pero que acabase siendo un bestseller, o lo que podríamos considerar uno en nuestro pequeño rincón del mercado?
LK: Editar consiste en tomar riesgos, de modo que ahora ya no busco material que crea que nos va a dar dinero y cuyas ventas intente predecir. Más bien me pregunto si cada libro tiene algo emocionante o especial o útil que pueda capturar la imaginación de su público potencial. No intento predecir ventas, sino centrar nuestros esfuerzos en intentar potenciar en el libro aquello que tenía de especial la idea que lo inspiró. Si captura la imaginación del público, acabará reeditándose varias veces y nos dará dinero. Si no, bueno, al menos era una idea emocionante, y espero que haya otros libros que funcionen lo suficientemente bien como para seguir adelante con la empresa. Ocasionalmente publicamos libros sólo porque consideramos que deberían existir. Por ejemplo, Swiss Graphic Design, de Richard Hollis. En su día no pensé que Bibliographic (un volumen sobre los 100 mejores libros de diseño) fuera a vender particularmente bien, pero lo publicamos porque me encantaron las muestras que me enseñó el autor Jason Godfrey cuando nos ofreció el libro. Esperaba que a otras personas dentro del mundillo del diseño pudieran gustarles tanto como a mí. Ciertamente nos vimos gratamente sorprendidos por las ventas de ese libro, que ahora sigue funcionando en una edición en rústica. Pero la emoción en el juego de editar no consiste en publicar libros que sean simplemente comerciales, u otros que nos parezcan poco comerciales pero meritorios de algún modo. Generalmente surge de encontrar libros que tengan un mérito y que además vendan bien, que es lo más difícil de conseguir. Pero las buenas ventas (a largo plazo) son una de las cosas que definen un buen libro. Si nadie quisiera leer las obras de Mark Twain cien años después de su muerte, no seguiríamos diciendo que fue un genio, sino más bien una curiosidad histórica.
«En 1997, 26 fardos ajustadamente envueltos en papel de estraza fueron descubiertos en una zona de almacenamiento del Departamento de Dibujos y Grabados del Instituto de las Artes de Chicago. Su presencia era un misterio, su contenido un enigma. A medida que los conservadores y celadores se esforzaban por ir abriendo cuidadosamente los paquetes, se sintieron sorprendidos e intrigados al descubrir que contenían unos carteles monumentales creados hace 50 años por TASS, la agencia de noticias de la Unión Soviética. Impresionantemente grandes —entre metro y medio y tres de alto— y llamativos por sus vibrantes colores y las texturas propias del estarcido —algunos necesitaron de hasta 60 y 70 plantillas y divisiones de color distintas para su confección— estos posters fueron enviados originalmente al extranjero para que sirvieran como «embajadores» culturales internacionales y para agrupar a las naciones tanto aliadas como neutrales en torno a los esfuerzos de la Unión Soviética, aliada de Estados Unidos y de Gran Bretaña en la lucha contra la Alemania nazi. En «Ventanas a la Guerra», los carteles serán presentados como objetos históricos únicos y a la vez como obras de arte que demuestran cómo los artistas preeminentes de su tiempo usaron técnicas y estéticas poco convencionales para contribuir a la lucha contra los nazis, marcando un importante capítulo en la historia del diseño y la propaganda».
La metamorfosis de los boches, por Kukriniksi.
El precedente es el texto de presentación de la muestra Windows on the War, que se inaugurará el próximo 31 de julio en el Art Institute de Chicago. La exposición constará de 250 carteles creados por artistas prácticamente desconocidos en Occidente, como Mijaíl Mijáilovich Soloviev, Nikolai Fedórovich Denisovskii, Vladimir Vasilievich Lebedev o el absolutamente brillante colectivo Kukriniksi (mis favoritos con diferencia). Por supuesto, su catálogo de 380 páginas tiene toda la pinta de ser una compra obligada, pero lo realmente interesante de estas «Ventanas a la guerra», al menos para todos aquellos que vivimos lejos de Chicago y que no vamos a poder disfrutarla en persona, es la iniciativa emprendida por el Art Institute para ir dando a conocer la exposición con varias semanas de antelación y ponernos los dientes largos. A través de un tumblr creado ex profeso para la ocasión (http://tass-posters.tumblr.com/), podemos ir viendo a diario a una resolución más que decente buenas muestras de estos extraordinarios carteles, que conjugan la propaganda con la caricatura, el arte vanguardista del periodo de entreguerras e incluso, en ocasiones, ciertos elementos narrativos propios de la historieta. Otro buen ejemplo de cómo algunos museos e instituciones culturales empiezan a aprovechar las herramientas que Internet ha puesto a su disposición para promover y popularizar sus fondos. ¡Pasen y vean!
Se acerca la hora, por Mijaíl Mijáilovich Tcheremnij.
Izquierda: Feliz Año Nuevo, por Pavel Petrovich Sokolov-Skalia.
Derecha: ¿Qué me traerá el mañana?, por Vladimir Vasilievich Lebedev.
Encuentro sobre Berlín, por Kukriniksi.
Hubo un grito en Orel que resonó en Roma, por Kukriniksi.
Los lectores veteranos de Cultura Impopular quizá recordarán esta entrada, una de las primeras del blog, en la que hablaba sobre el proceso de diseño de El otro Hollywood, el libro sobre la historia de la industria del cine porno escrito por Legs McNeil y Jennifer Osborne con Peter Pavia. En aquel entonces explicaba cómo nos habíamos debatido entre usar una portada eminentemente fotográfica, más fiel en apariencia al contenido de libro, o una ilustrada a partir de viejas imágenes del Hollywood clásico «con el objetivo de, en cierto modo, subvertirlas con la intención de subrayar esa dicotomía, tan bien tratada en el libro, entre la industria cinematográfica “legítima” y la del porno, que no sólo no están tan separadas como en un principio podría parecer sino que en muchos casos se solapan». Como ya sabéis, finalmente optamos por la portada fotográfica y así quedó la cosa. De modo que quizá os sorprenda saber que hoy 20 de mayo El otro Hollywood llega nuevamente a las tiendas con una portada distinta a la original. Bueno, en realidad no tan distinta, ya que no se trata sino de una versión algo más depurada de aquella alternativa que ya manejamos en un principio, la ilustrada con carteles de cine antiguos. ¿Por qué el cambio? Por una parte, a qué negarlo, porque en su día me quedé con las ganas de utilizarla y no quería desperdiciar esta segunda oportunidad. Por otra, más importante, porque creo sinceramente que, viendo el rumbo que ha tomado visualmente la colección Es Pop Ensayo, en aquel momento nos equivocamos al elegir la portada. Si os fijáis, las cubiertas de los otros tres libros que hemos publicado hasta ahora en la colección son eminentemente conceptuales: el logo de Jack Daniel’s en Los trapos sucios; la camiseta de Carlitos en Schulz, Carlitos y Snoopy; incluso la de Slash muestra una imagen deliberadamente icónica y muy tratada del melenudo guitarrista para transmitir una idea de lo que es o lo que representa Slash antes que la realidad física de cómo es él en persona. Por todo ello, y teniendo en cuenta que mi intención para los próximos títulos es seguir por esa línea de ilustración y sugerencia antes que de imagen literal, creo que esta otra portada de El otro Hollywood encaja ahora mismo mejor en el diseño general de la colección que la anterior. Y por eso a partir de hoy podréis verla en las tiendas tal que así:
Siguiendo con El otro Hollywood, precisamente ayer recibía un mail con un excelente artículo escrito por Antonio Marcos para el número de primavera 2011 de la revista Archivamos, de la Asociación de Archiveros de Castilla y León, titulado «Legs McNeil: el archivo oral como relato», cuya lectura os recomiendo (está disponible en Issuu). Entre las cosas que dice, está esta frase que me parece una de las mejores y más sucintas descripciones que he leído hasta ahora de todo lo que es El otro Hollywood: «Un libro modélico que junto a su tema principal desarrolla tramas propias de la mejor novela negra, debates políticos en torno a los derechos civiles y pautas de funcionamiento que nos dicen más del capitalismo que muchos tratados de economía aplicada». ¡Si la hubiera recibido antes la hubiera puesto en la contraportada!
Para terminar, una aclaración: aunque haya titulado esta entrada «El otro Hollywood Redux», lo único que ha cambiado del libro es la cubierta, no se trata de una nueva edición ampliada, revisada o con extras, así que si ya lo tenéis, tranquilos, que no os estáis perdiendo nada nuevo. A los que les guste más la portada anterior, decirles que todavía quedan algunos ejemplares rondando por ahí. ¡No los dejéis escapar! Para los que, por el contrario, tengáis ya el libro pero os guste más la nueva portada, hemos impreso unas cuantas de más por si acaso; escribidme al correo del blog y ya miraremos de encontrar una manera de hacérosla llegar.
La cubierta de Reina del crimen completamente desplegada. Pincha para ampliar.
A la hora de plantear la portada de Reina del crimen tuve desde el primer momento un único ilustrador en mente. Como ya he comentado otras veces, la novela de Megan Abbott es probablemente la más tradicional, formal y argumentalmente, de cuantas hemos publicado hasta ahora. No sólo está ambientada en los años cincuenta, sino que además entra de lleno en los parámetros de lo que consideraríamos los grandes clásicos del género negro; no en vano los nombres que más ha usado la crítica a la hora de contextualizarla han sido los de James M. Cain y Raymond Chandler. Por todo ello, mi primer impulso fue el de acudir a Fernando Vicente, el cual, además de ser un ilustrador excepcional, es un verdadero enamorado tanto del género como de los grandes portadistas a los que de inmediato asociamos con éste. Afortunadamente, a Fernando le entusiasmó la idea: «Hago muchas portadas de libros, es una de las partes importantes de mi trabajo, pero esta es la primera ocasión en la que he podido tirar por un genero que me encanta. Adoro a los clásicos, de los que atesoro una nutrida colección. Maguire, James Avati, Mitchell Hooks y, por supuesto, Robert McGinnis. Creo que, como muchas otras cosas de esa época, es un estilo que vuelve con fuerza, las pin-ups, el mobiliario y la moda retro… Mira si no la serie Mad Men. Es un estilo que el lector entiende perfectamente y que no hace falta tanto adaptarlo como actualizarlo. En este momento las librerías están demasiado llenas de portadas anodinas y de un exceso de fotografía, muchas veces sacadas directamente de bancos de imagen. Pienso que viendo mi portada no estas viendo una portada antigua sino algo perfectamente actual… o eso espero».
Las dos fotos que le envié a Fernando como referencia. Pincha para ampliar.
Al contrario que en otras ocasiones, mi implicación en el desarrollo fue mínima. Me limité a enviarle a Fernando una galerada de la novela y dos fotos, comentándole lo siguiente: «Las protagonistas de la novela son dos mujeres de carácter que utilizan la elegancia y la buena presencia como escudos protectores en un mundo en el que abundan las «mujerzuelas» y la mala gente. Su buen gusto es parte de lo que las hace intocables dentro de su ambiente. Vamos, que yo me las imagino un poco como en la primera foto. Luego está esta otra imagen que también me transmite bastante bien la idea de la novela, por ese contraste entre la elegancia del vestido y la modelo y ese mundo como grasiento que la rodea. Se diría que estuviera intentando escudarse de la mugre, que es un poco lo que tiene que hacer la protagonista de Reina del crimen cuando recorre los casinos y los garitos de apuestas cuya recaudación recoge todas las semanas; pasearse por los bajos fondos pero sin mancharse. Me gusta mucho que transmita esa sensación de elegancia/independencia y que a la vez utilice el color de una manera tan sencilla y llamativa, como dando a entender que detrás de esa imagen hay algo más. Que se trata de una elegancia «alterada» o un tanto peligrosa (salvando las distancias, como en tus ilustraciones de la serie Vanitas, o la portada que hiciste para Juez y parte; la imagen es bella, pero genera inquietud)».
A la izquierda el boceto original y a la derecha la portada pintada.
Aquí arriba podéis ver el primer boceto que me envió Fernando. El primero… y el único, porque de inmediato le dije que no le diera más vueltas. Al contrario que la portada norteamericana, que dejaba un poco al personaje de Gloria Denton en las sombras para potenciar la relación entre la anónima protagonista con un jugador de mala reputación, la imagen de Fernando se centraba en el que para mí es el aspecto más fundamental de la novela, que es la relación entre las dos «reinas del crimen», la veterana y la recién llegada. También me encantó el detalle de la ruleta integrada en el vestido y la idea de que la portada fuera a estar dominada primordialmente por un tono de color. Fernando desenfundó los pinceles y me envió la imagen acabada que veis a la derecha. Como podréis comprobar, es prácticamente idéntica a la portada publicada. Sólo le pedí que eliminara dentro de lo posible los blancos rizos del pelo de Gloria, ya que me parecía que le quitaban un poco de peso a esa mirada tan enigmática y maravillosamente captada que, en mi opinión, «vende» por sí sola el libro.
Aunque en principio había pensado usar una rotulación mecánica para el título, Fernando es tan fan de las rotulaciones manuales de las novelas de los cincuenta que me envió esta foto de aquí arriba con ejemplos sacados de su colección particular y me propuso hacer una él. Lógicamente, una oferta semejante no se rechaza así como así, y no podría sentirme más satisfecho con el resultado. Es evidente que la calidez y la textura que aporta una rotulación manual a cualquier tipo de portada ilustrada es muy difícil de imitar con una fuente mecánica. Más abajo podéis verla tal como la vi yo por primera vez, aplicada sobre las imágenes de portada y contraportada. Sobre el origen de dichas imágenes, por cierto, Fernando comenta lo siguiente: «La primera sensación que tuve al leer el texto es de que estaba ante un clásico de la novela negra, por lo que mi primera idea desde el principio era atacar el tema desde un punto de vista formal clásico del genero, el pulp o el paperback. Realmente la primera idea la tuve en la primera línea de texto: “¡Quiero esas piernas!”. Esa frase me mató, me pasé el resto del libro pensando si las haría andando, cruzadas, encima de una mesa o cómo, pero tenía que dibujar esas piernas. Sin embargo, la novela es algo más compleja y pensé que necesitaba una portada algo mas densa, por eso dejé esa primera idea para la contraportada. Viéndola ya hecha sí me da la sensación de que habría podido funcionar como portada, no así el dibujo que hice para la portada que es demasiado ambicioso para una contra. O sea que están bien tal como están». Qué duda cabe que así es.
Probando la rotulación manual sobre las versiones definitivas de la portada y de la contra.
Una ilustración publicitaria de Enoch Bolles, antes de saltar a la fama con la revista Film Fun.
Si eres fan de los grandes ilustradores de toda la vida, y en particular de la exuberante escuela de ilustración comercial norteamericana característica de los dos primeros tercios del siglo XX, no me cabe duda de que ya conocerás de sobra la revista Illustration. Su creador y principal artífice, Daniel Zimmer, es en lo que a mí respecta uno de esos pequeños héroes de la humanidad que, vale, no habrán descubierto ninguna vacuna, pero desde luego contribuyen a hacer de la vida algo más agradable (la mía al menos). También es un buen ejemplo de aventura editorial más bien tímida que ha acabado estableciéndose gracias al entusiasmo y el buen hacer de sus responsables. En 10 años, Zimmer ha conseguido consolidar Illustration (que hoy en día va por el número 32, convertida prácticamente en una serie de libros de 96 páginas con lomo) a la vez que se ha ido atreviendo con otros proyectos, como la revista Illo (publicación centrada en ilustradores contemporáneos) y The Illustrated Press, sello con el que ya lleva editados tres librazos voluminosos y abrumadoramente espectaculares, dedicados a la vida y la obra de tres ilustradores fundamentales: Reynold Brown, Norman Saunders y H. J. Ward.
Portadas de los números 20 (William Andrew Loomis) y 31 (J. Frederick Smith). Pincha para ampliar.
Según explica el propio Zimmer: «Empecé a desarrollar la idea a mediados de los ochenta. Había descubierto «Methods of the Masters», la columna de Fred Taraba en la revista de diseño Step-by-Step Graphics, y de inmediato imaginé lo maravilloso que sería tener no una columna sino toda una publicación dedicada a ilustradores clásicos. Entonces había muy poca información disponible en otros medios y aquello me despertó el apetito. La lenta pero constante evolución de las herramientas para la pequeña edición, así como los muchos avances en la tecnología de impresión directa a plancha, acabó por hacer realidad mi sueño de autopublicar una revista lujosa y a todo color. Para el año 2001 ya había pasado a ser posible que una sola persona creara por sí misma toda una revista. Fue en aquel momento cuando decidí lanzarme y nació la primera versión en 48 páginas de este humilde fanzine. Y a pesar de que podría decir que produje la revista «yo solo», nada de todo esto habría sido posible sin la generosidad y la ayuda de decenas de colaboradores y anunciantes que han creído en mi visión y me han ayudado a mantener el sueño con vida».
Diseño de interiores del nº 5 de Illustration (Roy G. Krenkel). Pincha para ampliar.
Pero como decía al principio, si eres fan de este tipo de ilustradores, lo más probable es que ya conozcas la existencia de Illustration. Lo que quizá no sepas todavía es que de un tiempo a esta parte Zimmer ha decidido colgar TODOS los números de su revista en Issuu para que puedas hojearlos a tu gusto y conveniencia desde la pantalla de tu ordenador. No exagero si digo que para mí, que también acabo de enterarme, no ha habido este año un regalo de Reyes mejor que este (sobre todo teniendo en cuenta que me faltan varios números de la revista, a día de hoy completamente agotados). De hecho, llevo todo el día metido en la web de Illustration disfrutando como un enano y seleccionando unas cuantas muestras de todo lo que podrás encontrar en ella a poco que quieras dedicarle un poco de tiempo. Sólo tienes que entrar en el archivo de números atrasados, pinchar sobre la portada que te haga más tilín y, una vez dentro de la ficha del número en cuestión, encontrarás el vínculo que te permitirá verlo a toda pantalla.
Diseño de interiores del nº 8 de Illustration (Ernest Chiriacka). Pincha para ampliar.
Huelga decir que, aunque la reproducción digital es notable, palidece en comparación con el papel satinado y de alto gramaje con el que cuenta la revista física. De modo que, si te apetece apoyar la iniciativa del amigo Zimmer, siempre puedes aprovechar la visita para hacerte con algunos números atrasados o incluso para suscribirte a los próximos. Si necesitas más razones, aquí van unas cuantas más:
El hundimiento del Lusitania por Louis Glanzman, en el número 19.
Izquierda: J. Frederick Smith, en el número 31. Derecha: Gerald Gregg en el número 9. Pincha para ampliar.
El San Francisco Panorama de McSweeney’s con todos sus suplementos.
Si eres habitual de Cultura Impopular, lo más probable es que ya conozcas McSweeney’s. Pero por si acaso, aquí va una rápida explicación sacada directamente de su web: «McSweeney’s nació en 1998 como revista literaria, editada por Dave Eggers, con la intención de reunir únicamente trabajos rechazados por otras publicaciones. Pero tras aquel primer número, la revista empezó a publicar sobre todo textos escritos ex profeso para McSweeney’s. Desde entonces, McSweeney’s ha atraído trabajos de algunos de los mejores escritores de Estados Unidos, entre ellos Denis Johnson, William T. Vollmann, Rick Moody, Joyce Carol Oates, Heidi Julavits, Jonathan Lethem, Michael Chabon, Ben Marcus, Susan Straight, Roddy Doyle, T.C. Boyle, Steven Millhauser, Gabe Hudson, Robert Coover, Ann Beattie y muchos otros. McSweeney’s Quarterly sigue publicándose en la actualidad con una periodicidad más o menos trimestral, y cada número es marcadamente distinto de sus predecesores tanto en lo que se refiere al diseño como a la política editorial». Entre los 35 números de McSweeney’s aparecidos hasta la fecha hay de todo: libros en tapa dura de diversa factura y formato, un poemario, una antología de cómics, un montón de correo como el que podrías encontrar en tu buzón, una caja llena de panfletos… El año pasado, a modo de número 33, tuvieron la feliz ocurrencia de editar un ejemplar único de un periódico inexistente: The San Francisco Panorama, «un intento por demostrar todas las cosas estupendas que todavía puede hacer el periodismo impreso». El resultado fue francamente espectacular, sobre todo a nivel gráfico, si bien poco realista a nivel práctico: libres de las constricciones que les habría impuesto el día a día de una verdadera redacción, los colaboradores de McSweeney’s se permitieron realizar un diario repleto no de noticias, sino de grandes y espectaculares reportajes, con lo cual, más que un periódico, lo que les quedó fue prácticamente una colección de magníficos suplementos dominicales. No importa: si lo que pretendían desde McSweeney’s era inspirar y sorprender, The San Francisco Panorama cumple el objetivo con creces.
El atractivo y elegante diseño de interiores de The Panorama Book Review. Por cierto que
esta entrevista con Junot Díaz ya la comentamos por aquí en su día.
En cualquier caso, como de casta le viene al galgo, si algo hay que destaque en este falso periódico por encima de todo lo demás, es sin duda su suplemento literario: The Panorama Book Review. En este caso no nos encontramos con sólo una serie de ideas brillantes pero (en ocasiones) difícilmente aplicables a una dinámica de trabajo real, sino con un auténtico modelo de revista cultural perfectamente práctico, reproducible y viable… y por desgracia muy alejado de todos los que imperan en nuestro mercado. Dicho de otra manera más insolente, The Panorama Book Review es lo que podría ser El Cultural, lo que debería ser Qué leer y lo que le gustaría ser a Babelia. En resumen: una revista visualmente atractiva y moderna, sin por ello renunciar a la elegancia, capaz de abordar todo tipo de géneros y aspectos del mundo literario sin confundir el rigor con la pedantería ni la amenidad con la ligereza. Algo prácticamente inaudito en este mercado nuestro en el que, por momentos, si algo parece abundar entre los profesionales del ramo son precisamente los árbitros del buen gusto y de la alta literatura, encargados de proteger la virtud de algo que en el fondo parecen considerar una actividad sumamente elitista, preciosa e indigna de ser mancillada por todo lo que huela a popular. Así nos luce el pelo, claro, y así tenemos una industria cada día más ensimismada y disociada del público.
Un buen repaso a la carrera y la obra de J. G. Ballard.
Durante la última Feria del Libro de Madrid, por ejemplo, me acerqué a la caseta de Mondadori para comprar un libro que en su día se me había pasado por alto: Árbol de humo, de Denis Johnson, una extensa y fascinante crónica sobre la peripecia de varios y muy diversos individuos en la Guerra de Vietnam, desde un coronel norteamericano hasta un agente doble vietnamita, que acabó llevándose el National Book Award a la mejor novela en 2007. El ejemplar que encontré tenía una faja en la que venía reproducida parte de una crítica de Robert Saladrigas, publicada en La Vanguardia. La cita decía así: «Un texto duro, inclemente, comprometido, no apto para pusilánimes ni para quienes buscan evasión en la lectura. En suma, gran literatura». El subrayado es mío, claro. Francamente, si ese mismo día no hubiera leído una recomendación del libro en el blog de Javier Calvo, lo habría vuelto a dejar donde estaba sólo por culpa de esa frase. Porque, vamos a ver, me parece muy bien que la obra de Johnson pueda ser considerada dura e inclemente; ciertamente lo es. Y es posible también que ciertos pasajes caracterizados por una inmisericorde descripción de la violencia puedan provocar rechazo entre los lectores más «pusilánimes». Ahora bien, lo que no consigo entender es: ¿quién no busca evasión en la lectura? ¿Desde cuándo buscar evasión puede considerarse algo peyorativo y reñido con la «gran literatura»? ¿A quién beneficia esta manía de vender la «alta cultura» como algo supuestamente duro y trabajoso al alcance de sólo unos pocos? Para mí al menos, leer siempre ha sido sinónimo de evasión. Y otra cosa no, pero con Árbol de humo me he evadido durante varias horas seguidas con sumo gusto.
Las reseñas de The Panorama Book Review incluyen, además de abundante información sobre cada autor, una página de muestra del libro para que puedas ver el diseño de interiores. ¡Buena idea!
Tampoco vamos a entrar ahora en cuestiones semánticas. Ya supongo que Saladrigras no está utilizando la palabra «evasión» en el sentido de perderse en la lectura y dejarse llevar, que en realidad es lo que nos pasa a todos cuando nos quedamos absortos con un libro, ya sea de Virgilio, de Denis Johnson o de Marcial Lafuente Estefanía. Está utilizando «evasión» como sinónimo de literatura barata, poco exigente, noveluchas; todo lo que Árbol de humo no es, de acuerdo. ¿Pero acaso no revela esa metonimia un pensamiento muy claro que viene a identificar entretenimiento con «mala literatura»? Sin embargo uno puede entretenerse maravillosamente leyendo a Cormac McCarthy o a Dante, por poner dos nombres libres de toda sospecha. ¿Qué está pasando aquí, entonces? ¿Por qué estamos abordando los libros no desde una perspectiva realmente crítica, sino desde una puramente clasista? No es que esto sea bueno o malo, sino que esto hay gente que no lo va a entender, y eso te convierte a ti, amigo mío, en alguien especial que está por encima de la media¹. Lo cual, y mira que es triste, viene a ser lo mismo que dicen los vendedores de coches y de desodorantes. Claro que dudo mucho que por llevar Árbol de humo debajo del brazo vayas a follar más. A mí, desde luego, no me ha funcionado de momento. Pero al menos me lo he pasado pipa leyéndolo y por eso lo recomiendo.
Un interesante artículo sobre obras de ficción inspiradas por el 11-S.
En cualquier caso, no quiero centrar esta entrada en la reseña de Saladrigas, el cual, dicho sea de paso, no me parece un mal crítico en absoluto (su crítica de Árbol de humo es ciertamente certera y apasionada). Lo que me preocupa principalmente, y lo que estoy tratando de poner de relieve aquí, es esa tendencia a tratar la literatura como si fuera un club privado de difícil acceso que tienen, voluntaria o involuntariamente, gran parte de los profesionales del mundillo. Veamos otros dos ejemplos aparecidos en los periódicos de esta última semana (tampoco os creáis que he ido a buscarlos; sencillamente me llamaron la atención en el momento de leerlos). En un artículo sobre Camilla Läckberg publicado en el suplemento Bellver del Diario de Mallorca del pasado jueves, Virginia Guzmán, la autora, remataba su repaso a la obra de la escritora sueca diciendo: «La literatura no siempre tiene que ser rompedora e innovadora, también tiene que haber hueco para esa literatura que busca el entretenimiento con un estilo que no le desmerece». Por mi parte, nunca he leído nada de Läckberg ni tampoco es que me atraiga particularmente, ahora bien: ¿de verdad es necesario terminar un artículo con una perogrullada que suena a disculpa porque una obra te haya parecido entretenida? ¿Por haber recomendado algo que aparentemente no es «gran literatura»? Eso parece, teniendo en cuenta que la coletilla suele aparecer de una manera u otra en todo tipo de reseñas y suplementos literarios². Hace un par de meses me hizo mucha gracia ver una crítica de A la cara en la que el reseñista recomendaba su lectura argumentando que era verano. «Disfrute», decía, «es tiempo vacacional». ¿Y el resto del año qué, a sufrir?
Por tener, The Panorama Book Review tiene hasta microrrelatos.
El otro comentario al que hacía referencia era este de Diego Moreno, editor de Nórdica, aparecido en El País el sábado pasado: «Nos hemos apartado del género negro y hemos apostado por otra literatura de más calidad. Lo curioso es que gracias a lo policiaco mucha gente ha empezado a descubrir a los autores de esos países, así que podemos estar agradecidos». Vaya por delante que no siento más que admiración por Moreno como editor; ha demostrado redaños, saber hacer y un criterio muy personal. Ahora bien, decir a estas alturas que el género negro es, por definición, literatura de menor calidad, es tener muy poca vista o muy poco conocimiento. Imaginemos por un momento que a otro editor se le ocurriera decir: «Nos hemos apartado de la poesía sueca y hemos apostado por otra literatura más entretenida». Quedaría como un mercachifle, claro. Sin embargo la otra postura, la del exquisito, parece que cuela. A pesar de que pase por alto o no le importe el hecho de que tanta distancia hay entre James Ellroy y Stieg Larsson como entre éste y Tomas Tranströmer. Meter en el mismo saco a los dos primeros sólo porque comparten balda en las librerías es tan absurdo como equiparar a Larsson con Transtömer sólo por ser suecos. Y aunque a nadie se le ocurriría hacer lo segundo, lo primero parece estar al orden del día. Con esto no quiero decir que todo sea equiparable o que no deba existir una crítica que estudie, analice y ponga las cosas en su sitio. Por supuesto que no toda la literatura es igual de buena. Por supuesto que tiene que haber raseros. Pero por favor, basta ya de usar el argumento del entretenimiento como uno de ellos, porque no deja de ser el más perezoso y falaz de todos. Tan entretenido está el que lee Parerga y Paralipómena porque de verdad le gusta Schopenhauer como mi tía con su Danielle Steel.
Un fascinante reportaje sobre las convenciones de aficionadas a la novela rosa.
Decía mi amigo Gabi Beltrán, también la semana pasada, que «la literatura norteamericana actual está diez millones de escalones por encima de la española. La razón es bien sencilla: ellos escriben sobre el ser humano. Nosotros sobre literatura». Algo que, con las consabidas excepciones, estoy bastante de acuerdo. Y creo que lo mismo puede aplicarse, en términos generales, a gran parte de nuestra industria: en vez de escribir o hablar sobre libros, no se dan cuenta de que están escribiendo y hablando sobre ellos mismos. Se retratan, no pueden evitarlo, con todas sus inseguridades culturales y una perentoria necesidad de ser distintos, mejores. Como los chavales cuando se adornan el perfil en Facebook. Por eso me resultó tan refrescante la lectura de The Panorama Book Review, y por eso echo tanto a faltar una publicación similar en nuestro país. Porque demuestra que se puede hacer una revista seria sin tener que ir de serio; porque demuestra que se puede hacer buena crítica y dar buena información siendo inclusivo en vez de exclusivo (quizá el artículo más tremendo de toda la revista sea una crónica acerca de las convenciones para fans de la novela romántica; todo un anatema para cualquier lector «de verdad» que, mira por donde, ha inspirado uno de los mejores reportajes que he leído en este último año). Aun a riesgo de sonar inmodesto, eso es precisamente lo que pretendimos en su día con Más Libros, una publicación de la que ya he hablado por aquí anteriormente. Y me encantaría ver que más gente lo sigue intentando. Porque la lectura, el disfrute de la literatura, no debería de ser una arma arrojadiza, ni una medalla que ponerse entre unos pocos, sino por encima de todo un placer.
Manel Fontdevila no publica en The Panorama Book Review,
pero podría, porque sabe muy bien de lo que habla.
1. Lo cual automáticamente para a ser un insulto y un menosprecio para cualquier otro tipo de lector. Es como aquella campaña de promoción de la lectura de hace muchos años en la que salía un mono que no sabía qué hacer con un libro. ¿De verdad hubo alguien en el Ministerio de Cultura convencido de que llamar chimpancés a los telespectadores que no leían era el mejor modo de conseguir que fueran corriendo a su biblioteca más cercana? 2. Es más, diría que lleva circulando siglos. Ya en tiempos de Shakespeare no faltaba quien le reprochaba que fuera demasiado populachero o que incluyera demasiados elementos de comedia. Y si queremos remontarnos mucho más aún en el tiempo, veremos que Tito Livio, en su historia de Roma, ya se quejaba de la degeneración del teatro romano, «un arte que, a día de hoy, ha acabado alcanzando semejantes niveles de libertinaje que a duras penas pueden tolerarse». ¡Ay, si el bueno de Tito levantara la cabeza!
(Si te quieres gastar los cuartos) Cultura Impopular recomienda:
Una de las ocho portadas con las que se ha lanzado The Suburbs.
Acabo de leer en Creative Review un interesante texto sobre el trabajo realizado por el director de vídeos Vincent Morisset para el nuevo disco de Arcade Fire, The Suburbs. Morisset ya había trabajado con el grupo anteriormente en el vídeo interactivo de «Neon Bible», y en esta ocasión se ha encargado de idear un sistema para que los archivos digitales del álbum resulten interesantes visualmente. Copio y pego:
Morisset ha trabajado con la diseñadora Caroline Robert para crear muestras de arte digital que aparecen mientras el disco va sonando en reproductores de mp3 como el iPod o el iPhone. El trabajo recrea deliberadamente los placeres de las viejas carpetas de vinilo, en las que las letras de los temas aparecían a menudo reproducidas en su totalidad. Cada una de las canciones del disco tiene una imagen individual sobre la cual va apareciendo la letra del tema sincronizada con la voz del cantante al reproducirse en el iPod.
«Win [Butler, el cantante de Arcade Fire], quería crear una versión de las ilustraciones que fuera relevante en el mundo digital», explica Morisset en su página web. «Actualmente, la mayoría de nosotros compra, comparte y escucha la música a través de ordenadores y aparatos portátiles. Resulta absurdo que en 2010 la imagen del álbum siga siendo un único jpg. Me puse a pensar en la relación que tenemos con la carpeta o los insertos de los discos de vinilo mientras escuchamos la música, ojeando las letras, observando una foto del grupo o un dibujo chulo relacionado con una canción mientras la oímos. Eso es algo que hemos perdido con el mp3. Quería hallar un modo de volver a acercarnos a esa experiencia».
Como en el caso de su vídeo para «Neon Bible», parte del éxito de la propuesta es su sencillez. Morisset explica su funcionamiento de la siguiente manera: «Sólo hay que sincronizar una serie de imágenes con momentos específicos de una canción utilizando el formato m4a. Como hacen algunos podcasters, pero con microcapítulos para cada verso de la letra. Además de eso, añadimos vínculos de los de toda la vida que también sincronizamos con los temas. Esto le permitirá al grupo añadir en cualquier momento todo tipo de referencias relacionadas con cada una de las canciones. Su intención es ir actualizando dichos vínculos ocasionalmente».
La presentación caligráfica de las letras sobre la pantalla combinan a la perfección con el diseño del disco realizado por Caroline Robert, que incluye fotografías de Gabriel Jones tomadas en los suburbios de Houston.
Esta copia digital con añadidos visuales es un extra que acompaña a la compra de cualquiera de las versiones del álbum (digital, CD o vinilo) en la web del grupo, pero ignoro si también puede descargarse con algún tipo de vale incluido en las copias físicas que lleguen a las tiendas de discos (que sería lo suyo).
El caso es que, aunque no tenga nada que ver con los libros, la noticia me ha parecido relevante en relación a lo que indicaban amigos como Soulnow y Carlos Andrés en los comentarios a la anterior entrada, respecto a la necesidad de desarrollar valores añadidos y elementos gráficos propios del libro electrónico, para que la cosa no se quede en un mero trasunto digital de algo que en realidad resulta inimitable: el libro como objeto físico. Quizá en vez de seguir ideando sistemas que intenten reproducir con mayor o menor fortuna la sensación de leer un libro, lo que habría que hacer es explorar las posibilidades que ofrece el nuevo formato y crear soluciones a su medida. En resumen: que el libro electrónico no se limite a ser una simulación de otra cosa sino que adquiera entidad propia y aproveche las herramientas que le son inherentes. La idea de Arcade Fire me parece un buen ejemplo de esto último, puesto que aprovecha las posibilidades del m4a para crear algo más complejo e interesante que la simple copia digital de un disco. Lo cual me lleva a pensar que quizá los desarrolladores de libros electrónicos harían mejor fijándose menos en los libros de toda la vida y más en lo que se está haciendo en otros campos (arte digital, HTML5, videojuegos, etcétera). Vamos, que el formato dé forma al contenido, no al revés, como está sucediendo ahora. Y con esto prometo dejar el tema del libro digital por una temporada.
Dos de los carteles de Mico Toledo.
Aprovecho en cualquier caso para aplicarme el consejo de seguir buscando nuevas soluciones más allá de los límites de tu especialidad (en los suburbios, podríamos decir) para pegar aquí otro reciente descubrimiento realizado a través de Creative Review. Se trata de Music Philosophy, un proyecto del diseñador Mico Toledo consistente en crear todas las semanas un póster a partir del estribillo de una canción, sirviéndose de un número mínimo de elementos, principalmente tipográficos. Echadles un vistazo que de verdad merecen la pena. ¡No me diréis que no funcionarían estupendamente como portadas de libros!
Dos portadas que se me pasó incluir en la entrada anterior: Ciudad de ladrones, en versión norteamericana y española (que afortunadamente ha cambiado en las reediciones).
Dos curiosas adendas a mi entrada anterior sobre diseño y libros electrónicos. La primera, el anuncio realizado la semana pasada de que Dorchester Publishing, una de las principales editoriales de libro de bolsillo en Norteamérica, abandona el formato físico para pasarse por completo al libro digital y a la impresión por demanda a partir de hoy mismo. Dorchester trabaja lo que en Estados Unidos se llama el mass market, es decir, el mercado masivo: novelas de bolsillo muy baratas (de precio y factura) destinadas al consumo mayoritario, no tanto en librerías como en grandes almacenes tipo Wal-Mart y demás. Es decir, que no sigue estrictamente las estrategias de venta de las editoriales, llamémoslas, «literarias». En cualquier caso, no deja de ser un paso bastante radical que incide en lo que ya comentábamos acerca del creciente abismo entre el mercado mayoritario y el minoritario. Según este artículo de Jeffrey A. Trachtenberg para el Wall Street Journal, la medida ha venido marcada por una caída del 25% en las ventas del año pasado. «La decisión de pasarse a digital», escribe Trachtenberg, «podría ser un signo de lo que se avecina para otros pequeños editores enfrentados a una bajada de las ventas en el negocio de la impresión tradicional. Este cambio le asegurará a Dorchester un significativo ahorro en un momento en el que sus expectativas pasan por doblar sus ventas digitales en 2011. Dorchester, que lleva editando novelas de bolsillo para el mercado masivo desde 1971, publica entre 25 y 30 nuevos títulos al mes, de los cuales aproximadamente un 65% son de género romántico. Los fans de la novela romántica en particular ya han acogido con entusiasmo el libro electrónico, en parte porque les permite leer sus novelas en público sin tener que mostrar la cubierta». Esta última puntualización me parece no sólo curiosa sino también muy acertada, y lo cierto es que nunca me había parado a pensarlo. Es indudable que la lectura, como todo tipo de actividad cultural, lleva implícita cierto grado de pavoneo: hay libros que se exhiben con más orgullo y comodidad que otros, y no me parece exagerado pensar que el pudor pueda llegar a influir en el tipo de lecturas que uno se lleva al metro o a la playa y cuáles reserva para casa. ¿Quizá títulos como El otro Hollywood pudieran funcionar mejor como libro electrónico que como libro tradicional? ¿Puede resultar un inconveniente la cubierta en casos como este? No lo sé, pero desde luego da qué pensar.
A la izquierda, el último libro de HCC que saldrá coeditado con Dorchester (portada de Bob McGinnis, por supuesto). A la derecha, lo nuevo de Christa Faust se retrasa hasta el 2011.
De todas maneras, y para terminar con el sorpresivo anuncio de Dorchester, si por algo he traído a colación su cambio de modelo de negocio ha sido no sólo porque me pareciera significativo, sino porque, como sabrán los seguidores de Cultura Impopular, Dorchester es también la editorial que ampara uno de mis proyectos editoriales favoritos, Hard Case Crime, cuyo máximo responsable, Charles Ardai, ya ha salido al paso para aclarar que no, que él no se pasa al digital. «El destino de HCC no está particularmente ligado a esta situación», declaraba hace tan sólo dos días en The Rap Sheet. «El sello HCC es de mi propiedad y si Dorchester ya no va a seguir en el negocio de imprimir y distribuir libros como los nuestros, podemos asociarnos con otro editor o distribuidor que lo haga. Ya estoy en conversaciones con varios e imagino que en las próximas semanas o meses podremos ir aclarando nuestras opciones. Mientras tanto, los dos libros que tenemos anunciados en nuestra página web [entre ellos el nuevo de Christa Faust] sufrirán sin duda algún retraso, y cuando salgan es probable que sea en colaboración con otra compañía que no será Dorchester, pero mi previsión es que saldrán. No tengo ningún interés en convertir Hard Case Crime en una editorial de libros electrónicos. No tengo nada contra el e-book, pero sería una solución que iría en contra del objetivo principal de HCC, que es celebrar un tipo muy concreto de artefacto físico, la novela de bolsillo criminal de mediados de siglo».
Las coloridas portadas de Melville House.
La segunda adenda tiene más que ver con lo que decíamos en los comentarios de la anterior entrada sobre el modo en el que podrían cambiar o no las portadas de los libros electrónicos y los nuevos retos que les esperan a los diseñadores. He aquí dos soluciones posibles en extremos opuestos del espectro. A través del twitter de Jorge Portland llego a este artículo de James Bridle con abundantes muestras de tres editoriales, Odyssey, Melville House y Reclam, especializadas en diseños minimalistas que convierten el libro en poco más que un icono.
Más minimalismo de la mano de Odyssey.
Por otra parte, Charlie Orr, desde su blog The Hypothetical Library, realizó hace un par de meses tres curiosas pruebas animando portadas ya existentes para adaptarlas al mundo digital. «Básicamente una portada es una imagen y un título», explica Orr. «Pero podría ser un cortometraje o una animación, abstracta o narrativa. Podría tener música o ruidos inquietantes. También podría ser un portal con enlaces a otra información, como el catálogo del editor o más información acerca del libro. Podría hacer cualquier cosa que nunca hubiéramos imaginado que pudiera hacer una portada. Pasé de asumir que un día las portadas podrían desaparecer por completo a creer que podían adoptar una vida completamente nueva. Desarrollé algunas muestras del aspecto que podía tener una portada de libro digital, principalmente para mostrarlas dentro de la industria, pero he decidido que ha llegado el momento adecuado para presentarlas en público. Echad un vistazo y a ver si estáis de acuerdo conmigo».
Animación de Charlie Orr para una portada original de Paul Sahre.
Podéis ver el resto de animaciones de Charlie Orr, a mayor tamaño, en la página enlazada más arriba o directamente en Vimeo. No sé hasta qué punto puede llegar a cuajar una idea como esta, pero no me cabe duda de que veremos muchos más ejemplos en el futuro.
Otra de las animaciones de Charlie Orr, en este caso sobre una portada propia.
Este artículo de Ivor Tossell aparecido en The Globe and Mail sobre las posibilidades que abre para el diseño el advenimiento del libro electrónico tiene más de un mes, así que disculpad si ya lo habéis visto repetido por ahí más veces, pero entre el Mundial, la canícula estival y Slash, no había tenido tiempo de ponerme a traducir esta serie de fragmentos que me apetecía destacar:
En el mundo del libro nadie se toma las portadas a la ligera. Los editores invierten tiempo, dinero y talento para desarrollar sus cubiertas. Reclutan a artistas de primera línea, realizan tests de mercado y organizan grupos de prueba. Y cuentan con que las portadas hagan que sus viejos libros parezcan nuevos otra vez y llamen la atención en las librerías, donde la mitad de las compras se hacen siguiendo el capricho del que ojea. Pero a medida que el mundo literario entra en la era del libro electrónico, las portadas van perdiendo parte de su función, al menos tal como la conocemos ahora. Cuando los libros tengan pantallas en vez de portadas, ¿podrán los editores seguir dependiendo de ellas como herramientas de mercadotecnia? En el proceso de perder la forma física, ¿seguirá el arte de portada de los libros el mismo camino que las cubiertas de los discos hasta convertirse en una sombra de lo que fue? A medida que los Kindle baratos proliferan, la portada parece oscilar al borde del abismo de la obsolescencia. Pero puede que la era dorada del diseño gráfico literario esté sólo empezando.
A la izquierda, la Odisea de toda la vida. A la derecha, el mismo título con portada de Gregg Kulick.
A la hora de vender libros, el envoltorio importa. La portada de un libro no sólo sirve como su plumaje en la librería, sino que es particularmente decisivo para promocionar lo que los editores llaman el “fondo”, su creciente colección de títulos aún en catálogo, pero ya no tan promocionados como las novedades. “El diseño de portadas es una manera de darle frescura a algo, de devolverlo a la vida», dice Adam Freudenheim, el editor de Penguin Classics en Londres. “Por lo general ese es el desafío con los fondos: ¿Cómo conviertes libros antiguos en novedades o consigues que el público los vea con nuevos ojos?”. No es cuestión baladí. Los fondos pueden llegar a sumar una enorme proporción de las ventas de un editor, en algunos casos más del 80 %. Un diseño atrevido puede atraer atención sobre un viejo título y aportarle al comprador la impresión de que no es que se trate sólo de un libro antiguo, sino que se ha convertido en «clásico».
A corto plazo, el acelerado ritmo de los cambios experimentados por la industria literaria está añadiendo presión a los editores para acentuar el diseño físico de los libros, dice Joel Silver, presidente de Indigo Books & Music. «El valor de poner [un libro] en la estantería o sobre la mesita del salón pasa a ser mucho más importante», afirma Silver. “Como objeto físico ha de ser mucho más bello». La sensación física de sostener y mostrar un libro impreso, después de todo, es una de sus ventajas competitivas. Pero esas opciones sencillamente no son válidas para los e-books. No sólo no tienen portada en el sentido tradicional de la palabra sino que además algunos, como el Kindle de Amazon, sólo reproducen escalas de grises. Ni siquiera las tabletas a color capaces de hacerle justicia a una imagen de portada pueden replicar las funciones sociales de una cubierta. La portada, dice Sarah MacLachlan, directora de House of Anansi Press, hace algo más que vender un libro en la tienda: es publicidad para la edición cada vez que un lector lo saca a la calle. Es una herramienta de interacción social en el sentido más viejo del término, permitiendo que la gente vea lo que otros están leyendo, sentados en el metro o en la sala de espera. «En un dispositivo electrónico, la portada no juega ese papel», dice MacLachlan. […] Pero si las portadas están perdiendo terreno como la mejor manera de vender un libro, su diseño gráfico acabará por ser más importante que nunca, aunque sea de maneras ligeramente distintas.
Entre esta portada y la de Todo por una chica, Anagrama está consiguiendo que Nick Hornby parezca un ñoño de cuidado.
El artículo continúa enumerando algunos de los nuevos desafíos a los que se enfrentan los diseñadores, como son la creación de portadas lo suficientemente llamativas e identificables incluso en una versión tan reducida como la que suelen utilizar las tiendas electrónicas o el desarrollo de aplicaciones para los lectores de e-books. A mí lo que más me interesa, en todo caso, es esta idea de que el cambio que se avecina pueda ser una llamada de atención que propicie el estímulo creativo. Por supuesto, en Estados Unidos e Inglaterra la recuperación continua del fondo editorial, pasado por el filtro de la reinvención gráfica, es una práctica habitual: ya hablamos aquí en su día de los James Bond de Michael Gillette; otros dos ejemplos notables recientes podrían ser el rediseño de toda la obra de Cormac McCarty realizado hace unos meses por David Pearson (podéis ver el resultado aquí) o la fantástica colección Great Ideas de Penguin (ejemplos aquí y aquí). Sin embargo, esta sana costumbre que sirve no sólo para modernizar el aspecto del libro, sino también para acercarlo a nuevas generaciones de lectores, carece de toda tradición en nuestro mercado, el cual, si por algo se caracteriza a nivel gráfico, es por un inmovilismo que ronda lo pavoroso, tanto en lo referido al catálogo de fondo como a las mismas novedades: fotos de stock, cuadros de pintores románticos, escasa o nula relación de la imagen con el contenido, la manía de basar el diseño de colección en la presencia de cajas de color o marcos (tanto da que sean negros, rojos, amarillos o de damero).
La educación sentimental de Flaubert: Losada vs. Penguin.
Todo lo cual no tendría por qué ser malo si no fuera tan exageradamente omnipresente desde hace treinta años. Por eso, al margen de que todavía no tenga una idea muy definida de lo que va a traer de bueno y de malo el libro electrónico, si al menos sirve, como parece que así va a ser, para acentuar aún más la división entre «productos de consumo masivo» y «libros-objeto editados con mimo para una minoría», puede que el diseño de estos últimos empiece a estar marcado por nuevas tendencias más innovadoras y creativas. Francamente, a mí como consumidor me gustaría que así fuera (a qué fan de Bolaño, por ejemplo, no le gustaría tener un mercado en el que se publicaran ediciones de 2666como esta), pero debo reconocer que no soy demasiado optimista. Y desde luego no será por falta de talento; así a bote pronto me vienen a la cabeza trabajos como los libros de J. G. Ballard y de Agatha Christie diseñados por el estudio Opalworks, las portadas de Ferrán López para Plaza & Janés o las de Fernando Carballo para la colección Pensamiento Crítico, que demuestran con creces que si algo falta en España no son ideas ni buenos diseñadores. Pero el trabajo de un diseñador nace siempre constreñido por la línea que quiera marcar el sello para el que trabaje. Teniendo en cuenta lo enquistadas que llegan a estar algunas editoriales en sus fórmulas de toda la vida, y viendo por otra parte el comportamiento de un público por lo general acomodaticio que tiende a comprar más de lo mismo antes que a arriesgar con lo nuevo (y que por lo tanto suele rechazar en principio propuestas gráficas más elaboradas porque, al no seguir la pauta establecida, intuye que el contenido también se va a salir de lo normal o no se va a adecuar a sus gustos), mucho me temo que el cambio aún tardará en llegar. A no ser que, efectivamente, el seísmo que se avecina llegué a ser de tal magnitud como para forzarlo. Lo cierto es que estoy deseando ver a dónde nos lleva todo esto.
Dos aproximaciones pero que muy distintas a Haruki Murakami. Pincha sobre la imagen de la derecha para ver la cubierta diseñada por Chip Kidd en todo su esplendor.
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Cultura Impopular está escrito por Óscar Palmer. Puedes contactar con él por correo electrónico.