Cultura Impopular

El blog de Espop Ediciones

miércoles 8 de julio de 2009

El reverso de la historia

Hoy, por gentileza de Eduardo Guillot, tenemos en Cultura Impopular una entrevista con Legs McNeil, coautor de El otro Hollywood y de Por favor mátame, la historia oral del punk. La entrevista aparece publicada este mes en el número de 275 de la revista Rockdelux y Eduardo nos la ha cedido generosamente para que podáis leerla también aquí.


Legs McNeil. Foto: Zoozoom.

LEGS MCNEIL: FIJACIÓN ORAL
Toda historia oficial tiene su reverso. O, al menos, su paralela versión secreta. Al mismo tiempo que en el cine norteamericano se operaba la revolución estética e ideológica que Peter Biskind se ha encargado de relatar en Moteros tranquilos, toros salvajes, surgía una nueva industria cinematográfica, la del porno. “Me di cuenta de que la historia del género era realmente interesante, y que nadie se había introducido seriamente en el tema”, comenta vía telefónica Legs McNeil para explicar la génesis de El otro Hollywood. Una historia oral y sin censurar de la industria del cine porno (Es Pop Ediciones, 2008), un libro escrito en colaboración con Jennifer Osborne y Peter Pavia que se adentra en los entresijos del cine para adultos hilvanando su historia a través de las declaraciones de sus protagonistas directos: mayoritariamente, actores y directores, pero también agentes de la ley y miembros del crimen organizado. “Todo el mundo colaboró sin problemas, desde la gente de la mafia hasta los agentes del FBI. Eso sí, muchos no quisieron hablar con nosotros hasta que supieron cuánto sabíamos ya. Entonces aceptaban sin problemas. Tenían claro que no les iban a hacer las mismas preguntas de siempre sobre la industria del porno. Fue divertido ir de unos a otros comprobando los hechos”.
Como en toda historia oral, McNeil y sus colaboradores se limitan a ordenar la ingente cantidad de material resultante de los centenares de entrevistas realizadas, poniendo al descubierto contradicciones y versiones dobles, pero sin intervenir de manera directa, aunque el autor tiene una opinión muy clara sobre el porno. “Como en cualquier otra disciplina, sean artículos de prensa, shows de televisión o bandas de rock and roll, el 99% es basura, pero hay un 1% que realmente vale la pena. Si lo sitúas en el contexto actual, en que todo es bastante cutre, no creo que sea diferente de cualquier manifestación artística. Todo se hace por dinero y sólo unos pocos, como John Stagliano o Rocco Siffredi, han convertido el porno en una forma de arte”.


Legs McNeil, Peter Pavia y Jennifer Osborne. Foto: Justin Makler.

McNeil abordó la tarea que supone confeccionar un libro como El otro Hollywood sabiendo el terreno que pisaba. Años atrás, había utilizado el mismo método en Por favor, mátame: La historia oral del punk (Discos Crudos, 2008), escrito junto a su novia, Gillian McCain. “Fue un trabajo duro y complicado. Cuando lo estaba haciendo, nadie más pensó que fuera una buena idea. Y mucha gente que no tenía ni idea me dijo que era un esfuerzo inútil, porque los punks no leen. Quince años después de su publicación, el libro sigue vendiéndose en todo el mundo. Pero bueno, fue lo mismo que me dijeron sobre el porno, y lo hice de todos modos. No tenía que pedir permiso a nadie”.
En ambos casos era la persona idónea para afrontar una tarea de tal magnitud. A mediados de la década de los setenta, en Nueva York, McNeil había sido el fundador, junto al ilustrador John Holmstrom (busquen su firma en las portadas de los discos de Ramones Rocket To Russia y Road To Ruin) de un fanzine denominado Punk, un término que terminaría englobando el movimiento musical surgido en torno a los clubs CBGB y Max’s Kansas City. “Fue una idea estúpida. No había revistas sobre los nuevos grupos porque no le interesaban a nadie. Por aquel entonces, se llamaba punks a los presidiarios que eran sodomizados por otros convictos, y a los grupos no les gustaba el término, porque carecía de atractivo comercial”.
En cuanto a su relación personal con el porno, McNeil figura como guionista de Public Affairs (Tony English, 1998) y Una madura insaciable (Still Insatiable, Veronica Hart, 1999). “Era divertido escribir los guiones. Sólo tenía que poner en el papel mis fantasías para que las hicieran otros. Quien me introdujo en ese mundo fue Jane Hamilton, que solía actuar en los años setenta y primeros ochenta bajo el seudónimo de Veronica Hart. Yo no quería abordar el porno como periodista, sino como uno más del gremio, porque sabía que todo el mundo estaba harto de los tipos que se dedican a husmear para hablar de sus aspectos más sórdidos. Eso no me interesaba”.


Joey Ramone y un joven Legs McNeil. Foto: Tom Hearn.

También existía un proyecto para llevar al cine Por favor, mátame, que habría dirigido Mary Harron (I Shot Andy Warhol, American Psycho), quien también vivió en primera persona los turbulentos años de esplendor de la escena rock del Bowery. “Se canceló. Nunca llegamos a ver el contrato. Que les jodan. Es un asunto desagradable. No volveré a escribir un guión para la gran industria en toda mi vida”.
Cuando mira hacia atrás, Legs McNeil no siente nostalgia. “Añoro a los amigos que han muerto, que son la mayoría, pero no echo de menos aquella época, porque entonces estábamos todos en la ruina, nadie tenía un duro. Era todo muy cutre, vivíamos como vagabundos, aunque ahora parece que fuéramos creadores de tendencias. Lástima que tanta gente ya no esté entre nosotros. Cuando me puse a trabajar en El otro Hollywood, mi editor me dijo que no sería un best-seller, pero que nunca dejaría de venderse. Y creo que tenía razón. Acaba de morir Marilyn Chambers, y mucha otra gente que aparece en el libro también ha fallecido, así que, en mi opinión, cada vez es un texto más valioso. Pasa lo mismo con el rock, y esa es la parte triste de hacer este tipo de libros: he visto morir a mucha gente de la escena punk y del mundo del porno de los setenta a los que consideraba mis amigos”.
Eduardo Guillot


Marilyn Chambers.

Y ADEMÁS, EN EL QUIOSCO…
Este mes, entrevista también con Mick Mars en el número 429 de Popular 1. Emilio R. Cascajosa define El otro Hollywood como «el tocho con el que el señor Legs McNeil cumplió su objetivo de dar voz a la industria del cine X con una concienzuda maniobra de periodismo activo; un estuario de casi setecientas páginas donde desembocan ríos de flujos corporales, drogas y sueños truncados» en su reseña para Ruta 66. Y en el último Mondo Sonoro, Joan S. Luna resume Los trapos sucios de la siguiente manera: «Si aún existe quien considera a las bandas de sleazy angelino de los ochenta una panda de maricas, está claro que es porque nunca se ha atrevido a leer Los trapos sucios, sin duda uno de los libros indispensables para adentrarse en un auténtico universo de «sexo, drogas y rock’n’roll». De todo, encontrarán aquí, en grandes cantidades y bien revuelto, resumiendo un estilo de vida realmente salvaje». Más al grano, imposible.

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sábado 4 de abril de 2009

Bajo la piel


Con la excusa del inminente estreno de Terminator Salvation, los chicos de Wired se han montado un pequeño especial bastante simpático celebrando la vigencia del personaje creado por James Cameron hace 25 años. Me ha gustado particularmente el modo en el que dos individuos de diferentes generaciones, el propio Cameron y Josh Friedman, productor y guionista de la serie de televisión Terminator: The Sarah Connor Chronicles, explican sus razones para abordar el mismo proyecto desde planteamientos metafóricos relacionados entre sí, pero a la postre distintos.
Me interesa bastante el modo en el que la ficción moderna crea nuevos mitos y los motivos por los cuales unos arraigan en el inconsciente colectivo mejor que otros. Además de eso, creo que toda obra de ficción tiene básicamente dos niveles, como el propio Terminator. Está la epidermis, que es lo que se ve a simple vista, y luego está lo que se oculta por debajo: el exoesqueleto metálico en el caso del Terminator y el peso simbólico en el caso de las películas, tebeos y novelas. Un peso simbólico que está ahí para darles su razón de ser al margen de que se haya plantado consciente o inconscientemente. Sospecho que gran parte del éxito de filmes como Terminator reside precisamente en su capacidad para conectar con el público a través de una metáfora premeditada y perfectamente estudiada, pero oculta tras la narración de tal modo que los espectadores puedan reconocer su verdad de una manera inconsciente, no obstructiva. Por eso siempre me resulta interesante leer o escuchar declaraciones de artistas que afrontan sus procesos creativos asimilando que existen varios niveles de lectura e intentando aprovecharlos al máximo, y por eso también he traducido un par de párrafos de cada una de sus respectivas entrevistas. Seguid los links si os apetecee leer el resto.

James Cameron entrevistado por Steve Daly
Recuerdo haber sido consciente por primera vez de lo que es la geopolítica durante la crisis de los misiles cubanos. Cuando tenía siete u ocho años, encontré un panfleto de refugios atómicos sobre la mesa del salón en casa de mis padres, en Ontario, y recuerdo haber pensado: «¿De qué va esto?». Tuve la sensación repentina de que mi protegida infancia no era más que una fachada. Algo oscuro y aterrador acechaba más allá. Desde entonces me siento fascinado por la propensión humana a bailar justo al borde del apocalipsis. Así que cuando escribí el primer tratamiento de Terminator, allá por 1982, lo que hice fue explotar aquellas sensaciones de mi infancia. También surgió de todas las películas y literatura de ciencia ficción con las que crecí, en su mayor parte advertencias sobre la ciencia, la tecnología, el ejército y el gobierno. Uno no podía escapar ni de aquellos temas ni del temor a un holocausto nuclear.

La belleza de las películas es que no tienen por qué ser lógicas. Sólo han de resultar plausibles. Si en pantalla acontece algo visceral y cinematográfico que enganche al público, les dará igual que parezca poco probable. Yo no creo que lo que pasa en Terminator pueda suceder en el mundo real, no creo que vayamos a ver una guerra genocida entre los hombres y las máquinas de aquí a un par de generaciones. Las historias funcionan más a un nivel simbólico y por eso la gente conecta con ellas. Hablan de nosotros mismos y de la lucha contra nuestra tendencia hacia la deshumanización. Cuando un policía no muestra compasión, cuando un psiquiatra no tiene empatía, han pasado a ser máquinas en forma humana. La tecnología está cambiando todo el tejido de la interacción social. Estamos absorbiendo nuestras máquinas de manera simbiótica, evolucionando hacia una unidad entre nosotros y nuestros aparatos, y eso va a continuar indefinidamente. Leer el resto.

Josh Friedman entrevistado por Alan Rogers
Cuando empecé a trabajar en Terminator: The Sarah Connor Chronicles, el estudio me dio una idea general: querían una serie centrada en John y Sarah Connor y ambientada en un momento en el tiempo posterior a Terminator 2. Mientras le daba vueltas al concepto, intentando encontrar un modo de abordarlo, me di cuenta de que lo que da sentido a Terminator son las relaciones. Necesitábamos una relación central que anclara la serie. La primera Terminator, en realidad, iba del romance entre Kyle y Sarah. La segunda película es la relación paternofilial entre John y el Terminator. De modo que se me ocurrió que mi serie, en el fondo, sería un drama familiar en torno a una madre cuyo hijo está entrando en la edad adulta. Pero si queríamos centrarlo en Sarah y John, necesitábamos también a una chica, porque eso es lo que normalmente suele acabar con las relaciones edípicas. Y decidí que la chica en cuestión debía ser un Terminator.

Antes de que pudiera sentarme a escribir el piloto, me diagnosticaron un cáncer de riñón. Tuvieron que operarme para extraerme el tumor, lo que significó no poder escribirlo para aquella temporada. Pasé un par de meses sin poder hacer nada, consumido por el dolor. Sufrí una crisis. Fui a una psiquiatra y le dije: «¿Pero qué estoy haciendo? ¿Escribir una puta serie sobre un robot cabrón? ¿A quién le importa eso?». Pero cuando ella me hubo calmado, empecé a reflexionar y me di cuenta de que en realidad la serie hablaba de mi vida; de la mortalidad. La primera voz en off que escribí para la serie decir: «Voy a morir. Voy a morir y tú también vas morir. La muerte no deja escapar a nadie». Y eso son los Terminators, son la muerte que viene a buscarnos. Para mí, la serie habla de lo que haces con tu vida frente a la presencia de la muerte. O sea, vamos a ver, es una serie de género. Es Terminator, tiene un rollo pulp y habrá incluso quien piense que su momento ya ha pasado. Pero cualquiera puede encontrarse a sí mismo en esta serie. Yo lo hice. Leer el resto.

CineEntrevistas , Un comentario

viernes 27 de febrero de 2009

Cuando los pollos dominaban la Tierra

No es que me guste particularmente tirar de la misma fuente para dos entradas consecutivas, pero esta entrevista de Damon Tabor al paleontólogo Jack Horner aparecida hace cuatro días en Wired, a propósito de la próxima publicación de su nuevo libro How to Build a Dinosaur: Extinction Doesn’t Have to Be Forever es demasiado buena como para dejarla pasar. ¡Prometo no volver a citarles en mucho tiempo!

Wired: Dinopollo… Repasemos el concepto.
Jack Horner: Los pájaros son descendientes de los dinosaurios. Llevan consigo su ADN. De modo que, en sus primeras fases, un embrión de pollo desarrollará rasgos propios de un dinosaurio, como la cola, los dientes y patas delanteras acabadas en tres dedos. Si fuéramos capaz de localizar los genes que cancelan el rabo y que fusionan los dedos para crear un ala y aprendiéramos a desactivarlos, podríamos criar animales con características de dinosaurio.
Wired: Es una idea romántica, esa de que los dinosaurios puedan pervivir en forma de pájaros.
Horner: Los dinosaurios no están extintos; en ese sentido siguen aquí con nosotros. Los pájaros tienen un aspecto diferente, sí, pero eso sólo es cosmética. Trasteando algunos de esos genes deberíamos poder volver a hacer visibles esas similitudes subyacentes. Y sí, es una idea descabellada, pero me gusta empezar la casa por el tejado.
Wired: Usted fue asesor en Parque Jurásico. ¿Deberíamos preocuparnos?
Horner: Mire, tampoco es que el dinopollo vaya a conquistar el mundo. Si se aparea con una gallina seguirán teniendo pollos. Eventualmente, a lo mejor conseguimos animales que se parezcan más a los dinosaurios, pero no tendremos manadas de velocirraptores sueltos.
Wired: ¿Algún espinoso dilema ético?
Horner: Si piensa usted que estamos jugando a Dios, quizá. Pero ya estamos modificando plantas y ratones. Y no veo a demasiada gente llevándose las manos a la cabeza quejándose porque haya mejores tomates.
Wired: ¿Le critican otros investigadores?
Horner: Los científicos que juegan siguiendo las reglas de otros no tienen demasiadas oportunidades de hacer nuevos descubrimientos.
Wired: La inversión inicial salió de su propio bolsillo. ¿Es un problema el dinero?
Horner: No debería costar más de un par de millones de dólares. No es demasiado dinero para tratarse de un experimento científico importante.
Wired: ¿Cuáles son las ventajas? ¿Qué piensa ganar con esto?
Horner: En última instancia, esperamos que pueda conducir a una cura para los defectos genéticos. Una vez hayamos aprendido a controlar los genes, tendremos la posibilidad potencial de regenerar la médula espinal, regenerar los huesos, etcétera, etcétera. A lo mejor también conseguimos pollos más rollizos.
Wired: Ciertamente demostraría que los creacionistas están completamente equivocados.
Horner: La religión se basa en la fe, no en las pruebas. Comparar la ciencia con la religión no es como comparar manzanas con naranjas, es más bien como comparar manzanas con máquinas de coser.
Wired: En su libro afirma su intención de presentar al dinopollo en el programa de Oprah Winfrey. ¿Por qué?
Horner: La criatura sería su mejor propio portavoz. Contribuiría mucho a convencer a la gente de que son muchas las cosas que podemos aprender con este tipo de experimentos, sobre biología, desarrollo, evolución. De otro modo, sólo somos un grupo de científicos alocados creando monstruos en nuestros laboratorios.

Pincha aquí para ver la entrevista en inglés.
Pincha aquí para ver la web del Museo de las Rocosas, de cuya área de paleontología es conservador Jack Horner.

Un dinopollo que tengo suelto por casa.

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miércoles 25 de febrero de 2009

Un perro en bicicleta

Quedan nueve días para el estreno de Watchmen y me doy cuenta de que aún no he dicho absolutamente nada sobre el que, valoraciones críticas aparte, parece destinado a ser el fenómeno fílmico del año (¡vaya un blog sobre cultura popular!). El problema es que, entre tanta avalancha informativa, lo único que se me ocurre al respecto que pueda resultar mínimamente original son varios insultos para el responsable de haber retrasado una semana el estreno de Gran Torino, la nueva película de Clint Eastwood, de manera que coincida con el film basado en el popular tebeo de Alan Moore y Dave Gibbons. Yo, con todos mis respetos para el señor Snyder (cuyo Amanecer de los muertos he disfrutado como poco media docena de veces), le debo mi fidelidad eterna al tío Clint, así que, aunque ganas no me falten, no podré estar ahí el primer día de exhibición junto a todos los comiqueros de pro. En cualquier caso, esta mañana me he estado leyendo una extensa e interesante entrevista con Alan Moore publicada hace dos días en Wired y, viendo que nadie se ha hecho eco aún de sus declaraciones (no, al menos, en los sitios que suelo visitar regularmente, que por otra parte son pocos, así que por favor me disculpen si me equivoco), he pensado: pues mira, te traduces los dos o tres fragmentos que más te han llamado la atención y aprovechas para captar nuevos lectores, a ver si de paso les convences para que se compren el libro de Mötley Crüe o el del porno (ya sabéis que aquí estamos siempre con un ojo puesto en el negocio; y si no sabéis de lo que os hablo pinchad aquí). Pero basta de preámbulos. Os dejo con el señor Moore.

Dos carteles de Gran Torino, un poco porque sí.


Alan Moore: Viendo a los superhéroes de hoy en día, me da la impresión de que se parecen demasiado a Watchmen pero sin la ironía; nosotros, a través de Watchmen, hablamos en profundidad sobre los potenciales abusos de este tipo de justicia, aplicada por vigilantes enmascarados, y sobre el tipo de individuos a los que probablemente atraería si estos sucesos tuvieran lugar en un mundo más realista. Pero no era algo que nosotros aprobáramos. Debo decir que hace mucho, mucho tiempo que no he visto un cómic, mucho menos uno de superhéroes. Años. Probablemente una década desde que estudié alguno con atención. Pero me da la impresión de que ciertas cosas que en Watchmen tenían una intención satírica o crítica, ahora parecen aceptarse tal cual como lo que aparentan ser a simple vista. Así que, sí, ahora mismo tengo un punto de vista bastante negativo hacia todo el concepto del «cruzado enmascarado».
Si recuerdas los ochenta, hubo una avalancha increíble de titulares monumentalmente perezosos en los periódicos y semanarios británicos y norteamericanos. Eran frases del estilo de «Bam! Sock! Pow! Los tebeos ya no son sólo para críos». A mí aquellos titulares me resultaban sencillamente irritantes, pero no ha sido hasta hace poco que, echando la vista atrás, me he dado cuenta de lo increíblemente inexactos que eran. Los tebeos no habían madurado. Lo que pasó fue que se publicaron dos o tres cómics que incluían, quizá por primera vez, elementos serios y adultos en su composición. Esto, en los ochenta, fue considerado tan milagroso como que un perro montara en bicicleta. Pero lo que importaba no era que montara particularmente bien; lo que importaba era sencillamente que hubiera sido capaz de hacerlo.
Creo que mucha gente, al margen de que hayan leído o no un libro como Watchmen, se lo tomó básicamente como una especie de licencia. Creo que ahí afuera había un número sorprendente de individuos que, en secreto, ansiaban seguir las aventuras de Linterna Verde, pero que pensaban que se verían marginados socialmente en caso de que les vieran leyendo un tebeo en un lugar público. Con la llegada de títulos como Watchmen, creo que esta gente se consideró autorizada por el término novela gráfica. Todo el mundo sabía que los tebeos eran para niños y para individuos intelectualmente subnormales, mientras que una novela gráfica suena como una propuesta mucho más sofisticada. Suena como algo que un treintañero —o incluso un cuarentón— podía leer tranquilamente en el metro sin sentirse avergonzado. Cuando empecé a trabajar para DC Comics, supuse que la edad de mis lectores, si antes había estado entre los 9 y los 13 años, ahora estaba entre los 13 y los 18. En la actualidad, la edad media de los lectores de cómics, y este ha sido el caso desde finales de los ochenta, probablemente esté entre los treinta y muchos y los cincuenta y pocos, lo cual tiende a apoyar la noción de que no son un producto comprado por críos. En muchos casos quienes los compran son nostálgicos sin remedio o, poniéndose en lo peor, casos de desarrollo interrumpido incapaces de abandonar su infancia por muy trilladas que estén las aventuras de sus héroes e ídolos


Wired: ¿Puedes ser más específico acerca de las cosas que los tebeos como medio pueden hacer mejor que otros medios?
Moore: Una cosa que tienen los tebeos, y esto ha sido demostrado (creo que mediante pruebas realizadas por el Pentágono a finales de los ochenta), es que son el mejor medio para transmitir información de manera que se retenga y se memorice. No soy yo quien lo dice, es el Pentágono. Por mi parte, pienso (y esto no son más que chorradas hippies pseudocientíficas), que esto podría deberse a que la unidad de divisa utilizada por lo que antes solía llamarse el cerebro izquierdo es la palabra. El lado izquierdo del cerebro controla el habla y el raciocinio. La unidad de divisa del lado derecho del cerebro, por el contrario, sería la imagen. De modo que, quizá, los tebeos deriven ese poder único de la combinación de palabras e imágenes dispuestas de una manera legible. Por supuesto, las películas también son una combinación de palabras e imágenes, pero tienen una estructura completamente diferente y un modo de operar también completamente diferente. En una película, te ves arrastrado por la situación a 24 implacables fotogramas por segundo. En un tebeo, puedes volver la mirada hacia la viñeta anterior o retroceder un par de páginas para ver si en el diálogo hay una referencia a una escena anterior. También puedes pasar todo el tiempo que quieras asimilando cada imagen. Esto resulta especialmente cierto en el caso de Watchmen, donde intenté aprovechar la brillante capacidad de Dave Gibbons como antiguo topógrafo para incluir una increíble cantidad de detalles en cada viñeta, de modo que pudiéramos coreografiar hasta el elemento más minúsculo. Los pequeños símbolos y señales que aparecen en segundo término, hasta el último toque podía ser coreografiado en detalle. Y sabíamos que el público, al leer cada uno a su ritmo, sería capaz de estudiar cada viñeta y asimilar incluso los detalles casi subliminales. Ni siquiera el mejor director del mundo, ni siquiera una persona de tanto talento como Terry Gilliam, habría sido capaz de incluir tanta información en un par de fotogramas de película. E incluso aunque lo hiciera, pasarían demasiado rápido. Porque los espectadores de una película no controlan la experiencia del mismo modo que lo hace un lector.

Una de mis principales objeciones ante el cine como medio es que resulta demasiado aturullante y creo que nos está convirtiendo en una población de autómatas perezosos y faltos de imaginación. Los absurdos extremos a los que llega el cine moderno con sus efectos generados por ordenador para ahorrarle al público la molestia de tener que imaginar cualquier cosa por sí mismo, probablemente estén teniendo un efecto capador para la imaginación del colectivo. No tienes que hacer nada. Sin embargo con un tebeo es mucho lo que has de poner de tu parte. Aunque tengas los dibujos, has de llenar los vacíos entre viñeta y viñeta, tienes que imaginar las voces de los personajes. Es mucho trabajo el que queda en tu mano. No tanto como con un libro ilustrado, pero aún así bastante. Y yo creo que el nivel de esfuerzo que contribuimos al disfrute de cualquier tipo de arte es un enorme componente de ese disfrute. Creo que nos gustan las obras que nos implican, que establecen una especie de diálogo con nosotros, mientras que con el cine te limitas a estar sentado en tu butaca y te dejas llevar. Te cuenta todo lo que necesitas y en realidad no hace falta que pienses demasiado. Hay películas muy buenas que son capaces de implicar al espectador con su narrativa, con sus misterios, con su ambigüedades. En ocasiones nos encontramos con películas en las que gran parte de lo que sucede, sucede en tu cabeza. Probablemente sean buenas películas, pero ya no se hacen demasiadas de esas.

Alan Moore y Dave Gibbons.


Wired: Pero eso va al margen de las posibilidades intrínsecas del medio. Eso tiene que ver con si metes la pata o no. Es posible hacer un buen tebeo o un mal tebeo.
Moore: Por supuesto. Y es posible hacer una buena película y una mala película. Lo que pasa es que no veo demasiadas buenas películas ni demasiados buenos tebeos, y teniendo en cuenta las ingentes cantidades de dinero que se invierten en las producciones creo que me gustaría ver una proporción de éxito mucho más elevada. Vale, una gran película con un presupuesto de cien millones de dólares o más, en caso de ser un éxito, acaba generando unos buenos beneficios para el estudio, pero para tener una de esas has de estrenar seis o siete que no llegan a cubrir el desembolso. Y hay que pensar en esto en términos de impacto económico y ambiental. Uno pensaría, particularmente en un momento como éste en el que la economía mundial parece estar al borde del sumidero, que a lo mejor ha llegado la hora de empezar a idear nuevos modos de manejar nuestra cultura. A lo mejor deberíamos ser más conservadores a la hora de lanzarle estas enormes sumas de dinero a nuestros directores de cine, a nuestros actores, a nuestros deportistas o, hey, a nuestros guionistas de tebeos, aunque nosotros no somos tan culpables. Debo decir que no cobramos para nada lo mismo que los deportistas o las estrellas de cine. Pero a lo mejor deberíamos empezar a repensarnos todo esto. ¿De verdad merece la pena gastar todo ese dinero? ¿Desperdiciar todos esos recursos? O sea, con cien millones de dólares prácticamente podrías solucionar los terribles daños causados por las inundaciones en Haití. Oí que mencionaban esa misma cifra el otro día. Quizá deberíamos empezar a revisar nuestras prioridades y no limitarnos a intentar anestesiarnos con interminables películas y series de televisión porque nos aburren nuestras vidas en el asquerosamente rico mundo occidental. Quizá deberíamos cambiar un poco nuestras prioridades. Si vamos a gastarnos el dinero en películas, empecemos a valorar a la gente que produce maravillas con poco dinero. Dejemos de asombrarnos de un modo tan infantil por lo que esencialmente no es sino pirotecnia. La mayoría de películas que veo parecen esperar una respuesta crítica equivalente a la de un espectáculo de fuegos artificiales. Todo es «oooh» y «aaaah». Esas parecen las únicas respuestas apropiadas para la mayoría de las películas modernas. Creo que nos espera un periodo de re-evaluación cultural. O ciertamente espero que así sea, porque me parece que, de lo contrario, nos espera un periodo de condenación cultural. Creo que resulta bastante evidente que nos dirigimos de cabeza al infierno y que tenemos que cambiar nuestras prioridades. Tenemos que replantearnos todo esto y creo que reinventar nuestra cultura puede ser parte de ello. Ciertamente así lo espero.

Pincha aquí para leer la entrevista completa en Wired.


(Si te quieres gastar los cuartos) Cultura Impopular recomienda:

·  Watchmen (Absolute Edition)
·  Dave Gibbons: Watching the Watchmen
·  Watchmen: The Art of the Film

    CómicEntrevistas , , 7 comentarios

    Para mí el sexo es una utopía, no sólo un negocio.
    Nina Hartley, El otro Hollywood
    Popsy