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El blog de Espop Ediciones

martes 10 de enero de 2017

Zygmunt Bauman: Modernidad y Holocausto


Ayer falleció a los 91 años el filósofo y sociólogo Zygmunt Bauman, Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en el año 2010 y uno de los pensadores más relevantes de este último medio siglo. En mi memoria, sin embargo —y disculpadme la frivolidad—, siempre destacará como el autor del primer libro que reseñé de manera profesional. Fue en marzo de 1998 para el primer número de la revista Más Libros y su título era Modernidad y Holocausto, editado por Sequitur. ¡La tarea me intimidaba tanto que acabé leyéndomelo dos veces! En cualquier caso, creo que aunque sólo hubiera sido una, la tesis principal del libro habría permanecido igual de vivamente en mi recuerdo. Resumida groseramente, viene a plantear que el Holocausto no fue un fenómeno que podamos explicar únicamente mediante acotaciones históricas y geográficas, fruto de un momento y un lugar concretos e irrepetibles, sino consecuencia directa de fuerzas sociales que perviven aún entre nosotros. O en palabras del propio Bauman: «Centrarse en la alemanidad del crimen considerándola como el aspecto en el que reside la explicación de lo sucedido es al mismo tiempo un ejercicio que exonera a todos los demás y especialmente todo lo demás. Suponer que los autores del Holocausto fueron una herida o una enfermedad de nuestra civilización y no uno de sus productos, genuino aunque terrorífico, trae consigo no sólo el consuelo moral de la autoexculpación sino también la amenaza del desarme moral y político. Todo sucedió «allí», en otro tiempo, en otro país. Cuanto más culpables sean «ellos», más a salvo estará el resto de «nosotros» y menos tendremos que defender esa seguridad. Y si la atribución de culpa se considera equivalente a la localización de las causas, ya no cabe poner en duda la inocencia y rectitud del sistema social del que nos sentimos tan orgullosos». Para Bauman, sin embargo: «el Holocausto fue el resultado del encuentro único de factores que, por sí mismos, eran corrientes y vulgares. […] Aunque este encuentro fuera singular y exigiera una peculiar combinación de circunstancias, los factores que se reunieron eran, y siguen siendo, omnipresentes y «normales». No se ha hecho lo suficiente para desentrañar el pavoroso potencial de estos factores y menos todavía para atajar sus efectos potencialmente horribles. Creo que se pueden hacer muchas cosas en ambos sentidos y que debemos hacerlas». (Traducción de Ana Mendoza).
Modernidad y Holocausto sigue reeditándose regularmente y teniendo en cuenta la vertiginosa deriva política y social en la que andamos inmersos, su lectura o relectura se me antoja más pertinente que nunca. En la web de Sequitur os podéis descargar un extracto. Dejo aquí la reseña original, escrita por mi yo de 22 años. Espero que disculpéis los posibles exabruptos juveniles y el fárrago ocasional.

* * *

No deja de ser paradójico que el libro elegido por la editorial de nuevo cuño Sequitur para iniciar su andadura, una andadura que, de seguir su propuesta fundacional, girará en torno a diversas cuestiones políticas siempre y cuando éstas sean entendidas como cuestiones de convivencia, resulte ser esta incisiva obra dedicada precisamente a la destrucción más absoluta de esa convivencia.
Bauman, sociólogo polaco-británico, profesor emérito en las universidades de Leeds y Varsovia y autor de diversos ensayos de referencia casi obligada —de los cuales únicamente La Libertad (Alianza) había sido publicado en España— desgrana aquí su teoría sobre el Holocausto Nazi: no fue un episodio histórico accidental, manera en la que ha sido tratado generalmente el tema por la Sociología, sino un producto perfectamente lógico y acorde con la modernidad. Huyendo de clichés y caminos trillados, el autor acepta el reto de intentar explicar el Holocausto como un hecho completamente integrado en las pautas de comportamiento del hombre moderno, de hacer visibles los mecanismos usados, entonces y ahora, por nuestra sociedad y cómo esos mismos mecanismos pueden combinarse hasta desembocar en el Genocidio. Bauman inteligentemente renuncia por tanto a eximir de responsabilidades a la sociedad moderna en pleno con el planteamiento, aparentemente aceptado de manera general, de que dicho acontecimiento fuera «una manifestación terrible pero puntual» del barbarismo de un pueblo en concreto: la misma sociedad, la misma racionalidad y la misma moralidad a las que tan a menudo se apela con las mejores intenciones, pueden conjurarse también para provocar funestos resultados. Modernidad y Holocausto cumple de esta manera con el que debería de ser el principal objetivo de la Sociología: estudiar para ofrecer aprendizajes prácticos, no para consignar datos. Según Bauman el mensaje está ahí, bien claro: los agentes provocadores del Holocausto siguen sueltos, y no son hombrecillos rubios ataviados con el uniforme gris de la Gestapo, sino más bien elementos tan presentes en nuestras vidas como las interminables burocracias que deshumanizan al sujeto (sobre todo cuando éste se convierte en víctima), la eficiencia tecnológica que tiende a prescindir de la conciencia moral, etc.
Por otra parte, podría parecer que el Holocausto es un fenómeno tan conocido y tratado que no cabría la posibilidad de estar condenados a repetirlo. Bauman, sin embargo, cree que esta sobreexposición, a menudo poco rigurosa, ha ido creando una serie de conceptos alejados de la realidad que empañan la verdadera magnitud de la tragedia. Es probable que la simplificación de los hechos, las divisiones en blanco y negro, sea mucho más tranquilizadora y beneficiosa para nuestra salud mental, pues nos evita tener que plantearnos cómo pudo ocurrir semejante salvajada en el corazón mismo de la parte más civilizada del mundo, pero ya era hora de que alguien pusiera la cuestión claramente sobre el mantel, sin dogmatismos y con un lenguaje claro y directo, el que deberían tener todas las obras que se pretenden realmente de divulgación. Un estudio sociológico e histórico de primer orden que se hizo merecidamente con el prestigioso Premio Europeo Amalfi de Sociología y Teoría Social en el año de su publicación original (1989).

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martes 21 de agosto de 2012

Instrumentos de mistificación y engaño

Si hace unas semanas comentábamos por aquí no tanto la vigencia literaria de Anna Karénina (que esa se da por descontado) como la naturaleza atemporal de algunas de sus observaciones de índole política y social, hoy quiero reproducir un par de fragmentos escritos por otro ruso ilustre que me han llamado la atención precisamente por lo mismo. Los extractos pertenecen a Mis peripecias en España, un librito de memorias escrito por Lev Trotski y traducido al castellano por Andrés Nin, recuperado en una reciente y coqueta reedición por Reino de Cordelia, y demuestran una vez más que, en gran medida, todo cambia para seguir igual y que de aquellos polvos estos lodos.
El primer fragmento recoge la conversación de Trotski con un joven gaditano que se declara, ante todo, escéptico, y que resume su visión de la España de 1916 de la siguiente manera:

Trotski y su esposa, Natalia Sedova, en México con Frida Kahlo.

«España se ha quedado atrás en todo. Estamos en completa decadencia. Hemos dominado el mundo. Ahora somos un Estado de tercer orden. No hay industria. Ignorancia horrible. Nuestros estudiantes no aprenden. Nadie hace nada. Si los ayuntamientos gastan algún dinero, lo emplean en plazas de toros; pero no en puertos y escuelas. En Andalucía hay un 90 por 100 de analfabetos. Tenemos un proverbio que dice: «Pasar más hambre que un maestro de escuela». […] Lo peor de todo es que no tenemos fe en nuestra propia salvación. No creemos en idea alguna. Nosotros, los españoles, somos escépticos. Todos los partidos, uno a uno, nos han engañado. Dinero. No hay ideas: todo se hace por el dinero. Toda nuestra política está basada en esto. ¿Las elecciones? A base de pesetas. ¿La prensa? En nuestro país nadie cree en la prensa. Hay buenos periodistas, que saben: pero los honrados, los que creen, esos no cuentan para nada. Todo el mundo se halla convencido de que la prensa, como la política, está basada en esto (movimiento de dedos como para contar dinero). El trabajo científico se lleva a cabo de cualquier manera. Los estudiantes declaran huelgas todos los años, por fútiles motivos, con el objeto de acelerar la temporada de vacaciones. La reivindicación más importante es la relacionada con el cambio de las obras de texto. La lucha en torno a esta cuestión caracteriza mucho el estado de nuestras universidades. Un catedrático neófito prepara inmediatamente «sus» libros de texto; es decir, de diez muy malos, prepara un undécimo completamente inservible, cuya adquisición es obligatoria para los estudiantes. Ninguno de los profesores se preocupa de que su obra sea de utilidad a todo el país. Trátase, simplemente, de un impuesto sobre la ciencia y el saber. ¿Quién es nuestro héroe nacional? Juan Belmonte, un torero».

Trotski con Diego Rivera y André Breton.

La charla del gaditano, unida a unas cuantas lecturas de volúmenes de historia consultados en la biblioteca para matar el tiempo mientras espera a ser expulsado del país, conduce a Trotski a la siguiente reflexión: «En suma, el embuste y la maldad de los gobernantes presentan rasgos bastante uniformes. Aunque solamente considerásemos el papel de Inglaterra en la guerra de sucesión o el de la Monarquía española —y de la burguesía liberal también— en la lucha contra Napoleón, diríase que teníamos ejemplos clásicos que deberían enseñar a los pueblos a no dejarse guiar por una credulidad ingenua. A pesar de que estos latrocinios, engaños, violaciones y traiciones están gastados de puro usados y han sido puestos al descubierto, se repiten, sin embargo, cada vez en mayores proporciones. Los pueblos sacan muy pocas enseñanzas de la Historia, por el simple hecho de que la ignoran. Llega a ellos —si, en general, llega— en forma de leyendas escolares, que desfiguran los hechos, fiestas religiosas y nacionales y embustes de la prensa oficial. Los hechos históricos que deberían ilustrar a los pueblos se convierten en instrumento de mistificación y engaño. Mientras tanto, la Historia se va haciendo empíricamente. Al contrario de lo que ocurre con la técnica, en este terreno no existe una fuerte acumulación de experiencias. […] Estos quince años de historia política de España —1809-1823— están llenos de enseñanzas. Mas los pueblos, y especialmente España, aprenden muy lentamente y necesitan que el pasado se repita de tiempo en tiempo. En cualquier caso, todo el pasado palidece ante el presente».

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viernes 20 de julio de 2012

En mi opinión…

—Considero, y así lo he escrito en mi informe, que en los tiempos que corren esos sueldos tan enormes son un indicio de la falsa política económica de nuestra administración.
—¿Y qué es lo que quieres? —preguntó Stepán Arkádevich—. Si el director de un banco recibe diez mil rublos y un ingeniero veinte mil, es que los valen. Puedes decir lo que quieras, pero son cargos de vital importancia.
—En mi opinión, el sueldo es el pago por una mercancía y debe respetar la ley de la oferta y la demanda. Si el sueldo asignado se aparta de esta ley, como sucede, por ejemplo, cuando dos ingenieros recién salidos de la Escuela, con los mismos conocimientos y capacidades, reciben sueldos tan dispares como cuarenta mil y dos mil rublos, o cuando abogados o húsares sin especiales conocimientos profesionales se convierten en directores de entidades bancarias, con sueldos altísimos, cabe deducir que el sueldo no lo fija la ley de la oferta y la demanda, sino la influencia personal. Y eso, además de constituir un abuso, ejerce una influencia desastrosa en el servicio público. En mi opinión…

Lev Tolstoi, metiendo el dedo en la llaga desde 1877 (y poniendo de paso de relieve el carácter cíclico de nuestras crisis. Aquella de la que habla Tolstoi ya sabemos cómo terminó. La nuestra, está por ver).
Extraído de Anna Karénina. Traducción de Víctor Gallego Ballestero (Alba, 2010).

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Nunca he sido el tipo de persona que se siente traicionado por la cultura.
Chuck Klosterman
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