Cultura Impopular

El blog de Espop Ediciones

martes 22 de mayo de 2012

Herencias familiares

Aunque no siempre tenga por qué darse necesariamente el caso, suele ser bastante habitual que el lector compulsivo provenga por lo general de un entorno marcado por la presencia de los libros. Se trata de una afición hasta cierto punto heredada. En ocasiones, puede suceder que uno acabe heredando no sólo la afición sino también la biblioteca que la engendró o al menos parte de ella. Ignoro si mi abuelo, Jaime Palmer, de oficio marmitón de la marina mercante y posteriormente uno de los primeros taxistas de Palma, provendría de un entorno muy lector, pero lo que sí sé es que al menos se esforzó por crear una pequeña biblioteca, de raigambre principalmente popular (colecciones como La novela ilustrada, La novela semanal, Novelas y cuentos… decenas de aventuras del Rocambole de Ponson du Terrail), que ha ido dejando su poso en los Palmer que hemos ido viniendo detrás. Si hace unas semanas os traje unas cuantas imágenes sacadas de su Colección Pulga, hoy quiero compartir con vosotros otra docena de perlas sacadas de su biblioteca. Todas las imágenes se amplían pinchando en ellas.

Las más llamativas son las pertenecientes a la colección Novelas y cuentos, ilustradas por el grandísimo Manolo Prieto. Por desgracia, sólo han sobrevivido estas ocho que he colgado aquí, pero incluso ocho bastan y sobran para hacerse una buena idea de la soltura de su trazo y de su dominio de las formas (fijaos además qué manera magistral de combinar siempre dos únicos colores). Podréis ver muchas más, algunas verdaderamente espectaculares aquí y aquí.

Otro ilustrador excelente, pero para mi gusto mucho menos visceral, es el reputado y siempre elegante Rafael de Penagos, que no obstante de vez en cuando se suelta la melena con soluciones tan conceptuales como esta portada para El secreto del decapitado. De Penagos tenéis una buena galería en la web de la fundación Mapfre. Es un poco incómoda de navegar, pero merece la pena dedicarle un rato.

Rematamos el paseo con esta perturbadora portada (o por lo menos a mí me perturbaba bastante de pequeño) para la novela El poder de las tinieblas, firmada por Salvador Bartolozzi, y con un buen ejemplo de la brillantez de otro de nuestros ilustradores básicos de la primera mitad del siglo XX, Francisco Rivero Gil. Esa composición, esos colores, esa rotulación manual. Si alguna vez me da por leer una biografía de Napoleón, no lo dudéis: será esta.

DiseñoIlustraciónLibros , 3 comentarios

miércoles 16 de mayo de 2012

Cinco para el ring

Luna de casino no es una novela sobre boxeo, pero sí es una novela sobre oportunidades perdidas, sueños rotos y cantos de sirena; sobre caminos equivocados y los extremos a los que podemos llegar para intentar enderezarlos. Resulta de lo más apropiado por tanto que, aunque como decía, no sea una novela sobre boxeo, Luna de casino culmine en una explosiva velada pugilística que sirve tanto de telón de fondo como de catalizador para la resolución de todas las tramas urdidas con mano firme y prosa afilada por Peter Blauner. Y es que, al margen de que su utilidad sea metafórica o literal, el boxeo tiene algo, a medio camino entre lo mítico y lo mundano, entre lo brutal y lo poético, que funciona de maravilla a la hora de aplicarlo a la ficción. Esto es algo que han tenido muy claro autores tan dispares como London, Cortázar, Schulberg o Mailer. Pero hoy no quiero hablar tanto de literatura como aprovechar el lanzamiento de Luna de casino como excusa para enumerar mis cinco películas sobre boxeo favoritas. Allá van.

5. MÁS DURA SERÁ LA CAÍDA
The Harder They Fall · Mark Robson · 1956
Basada en la fabulosa novela homónima de Budd Schulberg (publicada en España hace años por Alba), Más dura será la caída está inspirada en la carrera del gigante italiano Primo Carnera, si bien no se trata ni mucho menos de un «biopic» al uso. Además de camuflar a Carnera tras el personaje de Toro Moreno, la historia no sigue tanto al boxeador como a un periodista en horas bajas que acepta el trabajo de agente de prensa de un promotor poco fiable dispuesto a forrarse convirtiendo a Moreno en un fenómeno. Más centrada en los tejemanejes del negocio que en el deporte en sí (ver la conversación del minuto 32), Más dura será la caída contiene la última interpretación de un terminal pero en cualquier caso excelente Humphrey Bogart y un guión continuamente salpimentado por perlas como «Tus puñetazos no conseguirían cascar ni un huevo». 100 % noir en el gimnasio.

4. EL ÍDOLO DE BARRO
Champion · Mark Robson · 1949
El nunca lo suficientemente ponderado Mark Robson repite como director en esta arquetípica historia de ascenso y caída de un noble bruto con talento para la violencia corrompido por el éxito, cuyos ecos resuenan con fuerza tanto en Rocky como en Toro salvaje. Robson está particularmente inspirado (ver el flashback inicial inmediatamente posterior a la escena de créditos o el montaje musical de Midge Kelly entrenando, secuencia que crearía un patrón repetido posteriormente hasta la saciedad) y Kirk Douglas ofrece una de las más memorables interpretaciones de su personaje favorito: el adorable sabandija capaz de mascar diálogos impronunciables hoy en día como: «Vas a ser una muchachita buena… porque de lo contrario te enviaré al hospital durante mucho, mucho tiempo». Puro nervio.

3. ALI
Ali · Michael Mann · 2001
A pesar de la tibia recepción obtenida en el momento de su estreno, Ali es una película fantástica (particularmente en su Director’s Cut editado directamente en DVD) que va mucho más allá de la vida del hombre anteriormente conocido como Cassius Clay para pintar un fresco ágil y vibrante de la cultura negra norteamericana de los años sesenta. La extraordinaria secuencia inicial, que intercala diversas escenas del pasado y presente de Alí al compás de un concierto de Sam Cooke, marca perfectamente el tono del resto de la película: montaje exigente, abundancia de información presentada de una manera poco complaciente, impresionante reconstrucción del ambiente (que es algo que va más allá de la mera recreación de la época) y actores en estado de gracia ofreciendo algunas de las mejores interpretaciones de su carrera. Recuerdo que a mucha gente le molestó particularmente la secuencia de tres minutos de Ali corriendo por Kinshasa, otra escena que resume a la perfección la voluntad del director por crear momentos interiores no verbalizados que acaban expresando más sobre la personalidad del personaje de lo que podría haberlo hecho cualquier discurso al uso. La inmersión en el ambiente que consiguen crear Mann y su director de fotografía Emmanuel Lubezki es tal que por mí podría haber seguido corriendo otros diez minutos; me hubiera seguido pareciendo igual de fascinante.

2. TORO SALVAJE
Raging Bull · Martin Scorsese · 1980
¿Qué se puede decir a estas alturas de una película tan citada como Toro Salvaje? Agresiva, frenética e inmisericorde, consigue que uno acabe sintiéndose igual de vapuleado que si hubiera compartido unos asaltos con el mismísimo Jake LaMotta y éste le hubiera utilizado para fregar la lona del ring. Para algunos, es excesiva. Para otros, entre los que me cuento, en eso reside precisamente parte de su brillantez. El resto, que no es poco, puede resumirse en el maravilloso blanco y negro de Michael Chapman, la brillantez de Thelma Schoonmaker a la hora de montar todo el filme, pero particularmente los combates, las interpretaciones uniformemente entregadas de todo el reparto, el ajustado guión de Paul Schrader y, cómo no, el intermedio de Cavalleria Rusticana. Pura magia.

1. COMBATE TRUCADO
The Set-Up · Robert Wise · 1949
Robert Wise, que también dirigiría en 1956 la notable Marcado por el odio, con Paul Newman en el papel de Rocky Graziano, hizo su primera incursión en el ring con esta espléndida, exuberante y para su momento enormemente innovadora película que narra, en tiempo real, una noche de combates en un pequeño pabellón de provincias. Hasta allí llega Bill «Stoker» Thompson, un boxeador maduro y en declive que lucha por aferrarse a unas migajas de dignidad, convencido de que todavía le quedan energías para ganar un último asalto. En apenas 73 minutos de puro magro, sin un solo gramo de grasa, Combate trucado plasma con asombrosa plasticidad el paisaje y sobre todo el paisanaje que puebla la noche pugilística con tal visceralidad que uno acaba compartiendo los nervios y sudores de la gran mayoría de sus personajes. El gran Robert Ryan, célebre sobre todo por sus papeles de turbio (cuando no de tarado) en innumerables clásicos del género negro, ofrece en este caso una de sus mejores interpretaciones encarnando con maravillosa y expresiva contención toda la vulnerabilidad y simpleza de Thompson. En resumen: un pequeño clásico que a falta de romperte la cara te rompe el corazón.

CineLibrosVideoteca , , , 7 comentarios

lunes 23 de abril de 2012

Por un puñado de pulgas

«La muerte acecha… Piense por un momento los males que puede acarrearle la lectura de novelas que hayan pasado por varias manos. No olvide que el papel es uno de los vehículos portador de las más terribles enfermedades. ¡HUYA DE ELLOS COMO DEL MISMO DEMONIO! Ahora ya no necesita usted pedir novelas prestadas, porque en la Enciclopedia PULGA encontrará lo que necesita y a un precio sumamente económico. Cada volumen de 64 páginas, con un promedio de 60.000 espacios y cubierta en cartulina, 1’50 Ptas».

«Todo el maravilloso mundo de la ciencia, del arte, de la técnica, de la literatura, historia, viajes, biografías, etc. A SU ALCANCE. Enciclopedia Pulga publicará los mejores libros del mundo, los de mayor éxito y todo lo que responda a las necesidades del lector. Originales escogidos, amenos y atractivos por su contenido y su presentación. Los libros de ENCICLOPEDIA PULGA serán tan familiares en sus bolsillos como cualquier objeto imprescindible de uso personal».

«La ENCICLOPEDIA PULGA puede ponerse en todas manos. Temas tan diversos donde aprender lo que se ignora y recordar con simpatía lo olvidado. Una colección que faltaba en el mercado de habla española y que ha sido recibida jubilosamente por todos».

«Intencionadamente, al planear esta Enciclopedia en diminutos libritos, ha sido con el propósito de brindar tanto al joven, como a la mujer y al hombre maduro la oportunidad de distraer sus ratos de ocio cumpliendo el señalado servicio de instruir deleitando».

Así, con estos y otros mensajes no menos chispeantes, se presentaba en los años cincuenta la Colección Pulga, de Ediciones G.P. Una serie de minúsculos volúmenes (7×10 cm.) dedicados, entre otras cosas, a la biografía de todo tipo de próceres (artistas, políticos, santos), el ensayo científico y divulgativo (la espeleología, la bomba atómica, los misterios del cosmos) y la narrativa clásica (Salgari, Verne, Bronte). Ahora me pregunto si haber tenido casi un centenar de ejemplares heredados de mi abuelo rondando por casa cuando era pequeño no debió contribuir en parte a que mi concepto de lo que debe de ser una buena línea editorial pase indefectiblemente por la variedad, por la mezcla entre lo cultureta y lo popular, entre la narrativa y el ensayo, entre el highbrow y el lowbrow, en fin… todo eso. Sea como sea, hoy he querido celebrar este Día del Libro 2012 escaneando algunas de mis portadas favoritas de la colección. Todas ellas vienen firmadas por Joaquín Chacopino Fabre (firmando como Chaco y, posteriormente, Chacopino) y Alejandro Coll. Que las disfrutéis.

DiseñoIlustraciónLibros , , 11 comentarios

sábado 31 de marzo de 2012

Libros sagrados para hombres libres

Es muy probable que la mayoría de vosotros ya conozca Letters of Note, un interesantísimo blog editado por Shaun Usher dedicado a reunir, como su propio nombre indica, cartas dignas de mención y «correspondencia merecedora de una mayor difusión». Entre todas las cartas reunidas por Usher hay muchísimas verdaderamente notables y os animo a que exploréis sus archivos en profundidad. Ésta que hoy os traigo es una de las más recientes en incorporarse a la colección y me ha parecido particularmente apropiada para estos tiempos crispados y regresivos que corren. Es una carta enviada el 16 de noviembre de 1973 por un cabreado Kurt Vonnegut a un tal Charles McCarthy, director del instituto de Drake, Dakota del Norte, después de que éste, tras haberse enterado de que un profesor estaba utilizando su extraordinaria novela Matadero Cinco como lectura en clase, hubiera ordenado quemar en la caldera del edificio 32 ejemplares de la misma  (por considerar que utilizaba «lenguaje obsceno»), inaugurando así un periodo de «quemas» que no tardó en saltar a los medios de comunicación.

Querido Sr. McCarthy:
Le escribo en su capacidad de director del Instituto Drake. Me cuento entre aquellos escritores estadounidenses cuyos libros han sido destruidos en la ahora famosa caldera de su escuela.
Ciertos miembros de su comunidad han sugerido que mi obra es maligna. Esto me resulta extraordinariamente insultante. Las noticias que llegan desde Drake me llevan a pensar que los libros y los escritores son para ustedes algo muy irreal. Le escribo esta carta para hacerle saber lo real que soy. También quiero que sepa que mi editor y yo no hemos hecho absolutamente nada para explotar las desagradables noticias provenientes de Drake. No nos hemos palmeado mutuamente las espaldas, congratulándonos por todos los libros que vamos a vender con la polémica. Hemos rechazado aparecer en la televisión, no hemos escrito ni una sola carta encendida a los periódicos ni hemos concedido largas entrevistas. Sentimos enfado, repulsa y tristeza. Y ninguna copia de esta carta le ha sido enviada a nadie más. Tiene usted en sus manos la única copia. Es una carta estrictamente privada escrita por mí para el pueblo de Drake, que tanto ha hecho para dañar mi reputación a ojos de sus hijos y posteriormente a ojos del mundo. ¿Tendrá el coraje y la ordinaria decencia de mostrarle esta carta al pueblo o también ella acabará consignada a los fuegos de su caldera?

Supongo, a partir de lo que leo en los periódicos y oigo en televisión, que me imaginan, a mí y también a otros escritores, como a una especie de individuo ratonil que disfruta ganando dinero envenenando las mentes de los jóvenes. En realidad soy una persona grande y fuerte, de cincuenta y un años, que realizó muchos trabajos agrícolas de niño, hábil con las herramientas. He criado a seis niños, tres míos y otros tres adoptados. Todos han salido bien. Dos de ellos son granjeros. Soy un veterano de infantería de la Segunda Guerra Mundial y tengo un Corazón Púrpura. Me he ganado lo que sea que tenga trabajando duramente. Nunca he sido arrestado ni demandado por nada. Me he ganado la confianza de los jóvenes y de los demás en mi trato con los jóvenes de tal manera que he trabajado en las facultades de la Universidad de Iowa, Harvard y el City College de Nueva York. Todos los años recibo como mínimo una docena de invitaciones para dar charlas inaugurales en universidades e institutos. Probablemente no haya otro escritor de ficción estadounidense vivo cuyos libros sean más usados en las escuelas.
Si se molestaran en leer mis libros, en comportarse como lo harían personas educadas, sabrían que no son sensuales ni defienden ningún tipo de comportamiento salvaje. Ruegan que la gente sea más amable y más responsable de lo que a menudo suele serlo. Es cierto que algunos de los personajes hablan rudamente. Esto se debe a que las personas hablan rudamente en la vida real. Particularmente los soldados y aquellos que tienen trabajos duros hablan rudamente, e incluso el más protegido de nuestros hijos lo sabe. Y todos sabemos, también, que en realidad esas palabras no causan apenas daño a los niños. No nos lo causaron a nosotros cuando éramos jóvenes. Eran las malas acciones y las mentiras lo que nos causaba perjuicio.

Tras haber dicho todo esto, estoy seguro de que se mostrará presto a responder: «Sí, sí, pero decidir qué libros deben leer nuestros hijos en nuestra comunidad sigue siendo nuestro derecho y nuestra responsabilidad». Esto es efectivamente así, pero también es cierto que si ejercitan ese derecho y cumplen esa responsabilidad de manera ignorante, burda y antiamericana, la gente se verá justificada para llamarles malos ciudadanos y necios. Incluso sus hijos se sentirán justificados para llamarles así.
He leído en el periódico que su comunidad está perpleja ante el escándalo que se ha extendido por todo el país a raíz de sus acciones. Bien, han descubierto que Drake forma parte de la civilización estadounidense, y que sus conciudadanos no soportan que se hayan comportado ustedes de manera tan incivilizada. Quizás con esto aprendan que los libros son sagrados para los hombres libres por muy buenos motivos, y que se han luchado guerras contra naciones que odian los libros y los queman. Si son ustedes americanos, deben permitir que todas las ideas circulen libremente en su comunidad, no únicamente las suyas.
Si usted y su junta directiva están decididos a mostrar que tienen, en realidad, sabiduría y madurez en el ejercicio de sus poderes sobre la educación de los jóvenes, deberían reconocer que ha sido una lección nauseabunda la que les han enseñado a los jóvenes de una sociedad libre, con su denuncia y posterior quema de libros. Libros que ni siquiera han leído. También deberían mostrarse dispuestos a exponer a sus hijos a todo tipo de opiniones e información, para que puedan estar mejor equipados para tomar decisiones y sobrevivir.
Una vez más: me han insultado, y soy un buen ciudadano, y soy muy real.
Kurt Vonnegut

CreaciónLibros 2 comentarios

martes 28 de febrero de 2012

Booktrailer: Diablos de Polvo

Título: Diablos de polvo
Autor: Roger Smith
Características: Rústica. 352 pags. 14 x 21,5 cm.
ISBN: 978-84-936864-7-5
Es Pop Ediciones. Colección Pulpo Negro nº 2

· Pincha aquí para descargarte un adelanto en PDF.
· Si prefieres ver el vídeo en YouTube, puedes hacerlo aquí.
· Descarga o incrusta el vídeo original desde Vimeo.

LibrosVideoteca , , 8 comentarios

martes 21 de febrero de 2012

Booktrailer: Luna de Casino

Título: Luna de Casino
Autor: Peter Blauner
Características: Rústica. 400 pags. 14 x 21,5 cm.
ISBN: 978-84-936864-6-8
Es Pop Ediciones. Colección Pulpo Negro nº 1
BSO: «Riding Down the Canyon». Jimmie Revard & His Oklahoma Playboys

· Pincha aquí para descargarte un adelanto en PDF.
· Si prefieres ver el vídeo en YouTube, puedes hacerlo aquí.
· Descarga o incrusta el vídeo original desde Vimeo.

LibrosVideoteca , , 2 comentarios

sábado 31 de diciembre de 2011

6 + 4 = 11

Una vez más no se me ha ocurrido mejor manera de despedir el año que reunir en una sola entrada mis libros favoritos de estos últimos doce meses. La idea era escribir diez críticas más o menos elaboradas con las que compensar a mi burda manera la clamorosa ausencia de la mayoría de estos títulos en los previsibles resúmenes anuales de los suplementos y revistas del ramo. Como apropiado colofón a un año lleno de proyectos truncados o demorados por falta de tiempo, ganas o capacidad para llevarlos a buen puerto, resulta que al final sólo he sido capaz de completar seis reseñas y cuatro apuntes esquemáticos con los que resumir literariamente este 2011 que hoy acaba. Evidentemente no he incluido en la lista ni Reina del crimen ni Fargo Rock City ni ningún otro título editado por nosotros porque aparte de que resultaría presuntuoso asumo que ya los tenéis. Si no es así, todo lo dicho a continuación queda en suspenso hasta que hayáis pasado por caja, que como bien sabéis no está el horno para bollos. Gracias un año más por vuestro apoyo, vuestros comentarios y en general por seguir ahí. ¡Feliz 2012!

Los amigos de Eddie Coyle
George V. Higgins
Libros del Asteroide
Se publicó en 1970 y Noguer la editó entre nosotros tres años más tarde con el desagradable título de El chivato, coincidiendo con el estreno de la extraordinaria adaptación fílmica de Peter Yates, protagonizada por Robert Mitchum, Richard Jordan y Peter Boyle. Desde entonces había permanecido imperdonablemente ausente de nuestro mercado y tiene, sin lugar a dudas, mi voto para reedición del año. Es un relato breve, conciso, puro magro; un claro punto y aparte en la tradición de la novela negra más naturalista que abrió el camino a una nueva tendencia centrada no en el delito de turno sino en la descripción de todo un estamento social que abarca a policías y criminales por igual, no tanto como fuerzas enfrentadas, ni siquiera como las dos caras de la misma moneda, sino como miembros de una gran familia que operan en paralelo y al mismo nivel. Construida en torno a un reparto coral de profesionales del mundillo criminal de Boston (más que profesionales habría que decir «curritos», para no dar una falsa imagen de glamour, de la que carecen por completo), Los amigos de Eddie Coyle compone un retrato de ambiente vívido, creíble y humano, narrado mediante un estilo que se diría tallado en mármol: preciso, cortante. Decía Donald Westlake que toda ficción comienza por el tipo de lenguaje que se pretende utilizar, y el de Higgins, basado principalmente en los diálogos y la acción, es básicamente el de sus personajes. No se aprecia una distancia ni una separación entre lo que va aconteciendo y la manera de narrarlo; la inmersión del lector en el ambiente es completa. Existe una edición americana con un excelente prólogo en el que Elmore Leonard describe el impacto que le produjo en su día la lectura de la novela y cómo le llevó a dar un giro completo, tanto estilístico como temático, a su carrera. Aunque el de Dennis Lehane que antecede la edición de Libros del Asteroide es menos interesante, supongo que ambos dan buena muestra de lo alargada que sigue siendo la sombra de Higgins y la de esta novela en particular.
Más sobre Los amigos de Eddie Coyle en esta reseña de Adrián Sánchez.

Dr. Glas
Hjalmar Söderberg
Alfabia
Otra recuperación, en este caso la de una extraordinaria (y no menos concisa) novela sueca que, al amparo de su brevedad y aparente laconismo, golpea con la potencia y la precisión de un púgil en estado de gracia. La traducción, del malogrado Gabriel Ferrater, es la misma utilizada por Seix Barral en su olvidada edición de 1968 y está realizada a partir del inglés en vez del original, algo que en principio suele producirme rechazo, si bien hay que reconocer que, salvo por un par de anacrónicas excepciones, fluye con gran frescura. Si el tópico a la hora de referirse a Dr. Glas es que resulta una novela sumamente moderna, también hay que decir que, desde luego, está plenamente fundado. En mi caso, desconociéndolo prácticamente todo acerca de Söderberg, salvo que había fallecido en los años cuarenta, me pasé más de medio libro convencido de que no podía tratarse sino de una de sus últimas obras. ¡Cual no fue mi sorpresa al averiguar que había sido escrita en 1905! Sin embargo, su vigencia y capacidad de sorpresa no descansan únicamente en los elementos que más suelen llamar la atención de los reseñistas: el carácter contemporizador del narrador, sus puntos de vista críticamente pragmáticos acerca de temas como el aborto, la eutanasia y el crimen, su soterrada repulsa de las convenciones… elementos que, en fin, no sé si realmente hacen moderno a Söderberg o más bien ponen de manifiesto lo antiguos que seguimos siendo nosotros. El caso es que también hace gala de unos mecanismos sumamente contemporáneos en el modo de narrar; tan contemporáneos, de hecho, que lo primero que me vino a la cabeza nada más comenzar a leer fue el Wilson de Daniel Clowes. No, en serio. Al igual que la celebrada novela gráfica del de Chicago, Dr. Glas nos presenta una narración fragmentada y episódica, creada en este caso a partir de anotaciones dispersas en un diario, mediante las que el protagonista y narrador, el doctor Tyko Gabriel Glas, treintañero virgen, sin amigos e inadaptado, aprovecha para ventilar sus neuras y manías con cierta distancia no exenta de humor y patetismo. Lo bueno de poder leerse la novela en una o dos sentadas es que, rápidamente, de entre los fragmentos, algunos de ellos verdaderas perlas en sí mismos, comienza a surgir un retrato perfectamente cincelado tanto de Glas como de su entorno, así como un hilo conductor tierno y triste, centrado en las penas amorosas de una joven paciente casada con un clérigo rijoso, que poco a poco va apoderándose de la obra hasta conducirla a su demoledor desenlace. (Demoledor, dicho sea de paso, siempre y cuando se salte uno el inoportuno y delator prólogo). Una novela que induce a múltiples relecturas.
Más sobre Dr. Glas en esta reseña de Robert Saladrigas.

El salario del miedo
Georges Arnaud
Editorial Contraseña
Contraseña se está convirtiendo rápidamente, junto a Sajalín, en mi nueva editorial favorita. Gran parte del motivo salta a la vista: su impecable diseño de cubiertas, que se sirve con acierto de una maqueta clasicista pero elegante mediante la que potenciar el trabajo de una acertada selección de ilustradores contemporáneos. La otra razón es, evidentemente, su selección de autores, una apropiada mezcolanza de clásicos y semiclásicos venidos de todos los rincones del globo, desde la norteamericana Edith Wharton al japonés Ogai Mori, pasando por otros como el checo Vladislav Vančura, el ucraniano Vsévolod Garshin o éste que aquí nos ocupa: el francés Georges Arnaud, autor de la que probablemente sea la novela más cruda y desesperanzada que se haya publicado este año. A nadie que haya visto la estupenda adaptación cinematográfica realizada por Henri-Georges Clouzot en 1953 le extrañará saber que el libro de Arnaud es completamente inmisericorde a la hora de describir la podredumbre moral y la desazón existencial de sus protagonistas, una recua de expatriados europeos varados en un pueblucho sudamericano situado junto a una explotación petrolera estadounidense. Pero por muy preparado que esté uno, cuesta no sorprenderse ante la desnuda brutalidad del relato, ante la descarnada amoralidad de sus personajes, ante la meridiana desolación de su entorno. Veo mucho de Céline tanto en la figura como en la prosa de Arnaud, y El salario del miedo es también, en gran medida, un viaje al fin de la noche, sólo que la propia naturaleza de la trama, el hecho de que toda la novela gire en torno a un trabajo poco menos que suicida (transportar dos camiones cargados de nitroglicerina con la que apagar un incendio en un pozo), aceptado únicamente porque promete la posibilidad de dejar atrás una existencia miasmática, hace que todo sea mucho más urgente y feroz, acelerado, al grano. Decía Vázquez Montalbán a propósito de El salario del miedo que «es una obra maestra, como lo es El tercer hombre, de Graham Greene, y traigo a colación esta obra del escritor inglés porque, como la de Arnaud, plantea la cuestión de qué es mayor y menor en Literatura». Ya sabéis que aquí en Cultura Impopular dicha cuestión nos la pela soberanamente; la literatura es buena o mala, nunca mayor o menor. Pero valga el comentario de Montalbán como constatación para aquellos que todavía viven preocupados por el tamaño (metafórico) de sus libros: lo de Arnaud es puro caviar. Teñido de hiel, pero caviar al fin y al cabo.

Mía es la venganza
Friedrich Torber
Sajalín
Por segundo año consecutivo, Sajalín encabeza mi ranking de nuevas editoriales merced a una selección de autores que difícilmente podría estar más en consonancia con mis gustos personales. Por supuesto, también influye el hecho de que hasta ahora no les haya leído ni un solo título flojo. Debo reconocer que, a pesar de todo, me aproximé con cierta cautela a este librito del austriaco Friedrich Torber, compuesto por dos relatos que, sumados, ni siquiera llegan a las 120 páginas; máxime cuando uno de ellos resulta estar ambientado en un campo de concentración nazi. Empieza uno a estar un poco cansado de que se la quieran dar con queso amparándose en la fórmula escritor centroeuropeo más tema trascendente. ¡No es el caso! Publicado originalmente en 1943 (antes, por tanto, de que hubiera acabado la guerra y el verdadero alcance del horror de los campos de exterminio hubiese sido revelado), Mía es la venganza puede leerse en la actualidad como, alternativamente, prolegómeno o epílogo a toda la narrativa del holocausto, además de como una lúcida exploración de las raíces metafísicas del mismo. Una exploración que en un principio sorprende por su profundo calado y por una clarividencia que podría llevarle a uno a presuponer una distancia mucho mayor respecto a los hechos narrados. Pero quizá, precisamente, una obra como ésta, tan depurada y reducida a la esencia, que prescinde en gran medida de la descripción física de la violencia, que renuncia a la numerología del exterminio para concentrar su reflexión en una doble pregunta que podríamos resumir groseramente en «¿por qué nos matáis y por qué lo permitimos?», sólo podría haberse escrito entonces, antes de que el hecho mismo del holocausto quedase grabado de tal manera en la conciencia colectiva que cualquier escritor se sentiría previsiblemente abrumado e incapacitado para pretender abarcar tal espanto en poco más de sesenta páginas, despojadas en su mayor medida de todos aquellos elementos que la cultura popular ha asociado indeleblemente al holocausto en nuestro cerebro. Torber usa como título de su relato una cita bíblica extraída de Romanos 12:19 («No os venguéis vosotros mismos… pues Mía es la venganza»), la cual encapsula el dilema esencial de sus personajes: ¿es realmente lícita la venganza? ¿Va la resistencia violenta ante el verdugo en contra de los designios de Dios? Y por extensión: ¿acaso disponemos de otros tipos de venganza o retribución? ¿Puede ser la literatura, la cultura, la transmisión de lo acaecido, uno de ellos? Preguntas todas ellas para las que, quizá, el lector contemporáneo creerá tener respuestas claras y definitivas de antemano. Uno de los mayores milagros de la prosa de Torber es que su absorbente narración sea capaz de conseguir que dichos dilemas vuelvan a resonar en nuestra cabeza no sólo durante la lectura de la misma sino mucho, mucho después.
Más sobre Mía es la venganza en esta reseña de Rafael Díaz Santander.

Libertad
Jonathan Franzen
Salamandra
Resulta completamente lógico que la ineludible presencia de esta novela en prácticamente todas las listas de «lo mejor del año» plantee de inmediato la siguiente cuestión: ¿De verdad es para tanto? Particularmente si dichas listas (1) aparecen encabezadas por ñordos como Solar (¡y lo digo como fan acérrimo de McEwan, convencido de que nunca iba a escribir un libro peor que Sábado!), (2) incluyen un tocho del director del periódico para el que trabajas como segunda mejor obra de no ficción del año, y (3) parecen hechas por un robot: me pones un nóbel, un par de autores de la casa, la última novela de un veterano nacional incontestable y un par de fenómenos mediáticos. Este último, el de fenómeno, es precisamente el papel que está jugando la novela de Franzen, vendida ya, desde la misma faja que abraza su portada, como un «evento». Y sinceramente sospecho que si Libertad ha acabado colándose en prácticamente todas las listas de los suplementos culturales ha sido más por ese aura de «incontestabilidad» que por sus méritos como obra de arte. Y es una verdadera lástima. Porque tenerlos los tiene. A raudales. ¿Es mejor que Las correcciones, la anterior y celebradísima novela de Franzen? Para mi gusto sí, sin duda. Abajo he enlazado una crítica muy bien razonada que, además de esbozar perfectamente la trama del libro, afirma lo contrario y curiosamente aduce para ello los mismos motivos que esgrimiría yo para argumentar mi defensa. «No construye un lenguaje alternativo ni propone novedades a nivel de inteligibilidad», dice su autor, y desde luego tiene toda la razón. Pero es precisamente ese alejamiento de la herencia de Pynchon y DeLillo, ese abandono parcial del juego continuo y un tanto exhibicionista con el lenguaje que para mi gusto lastraba y alambicaba en exceso Las correcciones, el que hace que Libertad suponga un nuevo peldaño en la trayectoria de Franzen. Por momentos casi se diría que el norteamericano ha renunciado por completo al posmodernismo y se ha vuelto dickensiano, que está recreando la novela del XIX en un entorno contemporáneo, pero no sería del todo cierto. Libertad sigue haciendo gala de los característicos juegos formales, idiomáticos y metaliterarios de su autor, simplemente da la impresión de que esta vez no ha sentido la necesidad de ser brillante en todas y cada una de las páginas. Con ello ha conseguido no sólo que la narración fluya muchísimo mejor sino también que las perlas estilísticas ganen lustre e intensidad. Personalmente, si algo me interesa de Franzen no es tanto su ingenio y sus habilidades de malabarista de la sintaxis como su talento narrativo. Entiendo perfectamente que haya lectores a los que les parezca un autor irritante que escribe sobre personajes odiosos. A mí también me irrita. Me irritaron las primeras páginas de Las correcciones y me han irritado las de Libertad. Y sin embargo, por debajo de ambas novelas, discurre un pálpito genuino y emocional que por momentos va más allá de la simple verosimilitud. Y si uno se deja llevar por ese pálpito, si se deja conducir por la trama, poco a poco se irá dando cuenta de que realmente está sintiendo y padeciendo con y por esos mismos personajes que en un primer momento le parecieron completamente ajenos cuando no repelentes. Y eso, en cierto modo, no deja de ser extraordinario.
Más sobre Libertad en esta reseña de Hugo Fontana.

De vidas ajenas
Emmanuel Carrère
Anagrama
Aunque su anterior Una novela rusa me decepcionó un poco, sigo teniéndole mucho respeto a Emmanuel Carrère. No sólo escribió esa barbaridad que es El adversario sino que también es autor de Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos, una excelente biografía de Philip K. Dick que fue uno de los motivos de que me animase a crear Es Pop (decidí que ese era precisamente el tipo de libro que me apetecía editar). Tenía, por tanto, que darle una oportunidad a este Vidas ajenas, por mucho que el texto de contraportada me predispusiese en contra. Francamente, no tenía demasiadas ganas de leer un libro sobre «dos de los acontecimientos que más temo en la vida: la muerte de un hijo para sus padres y la muerte de una mujer joven para sus hijos y su marido». Sin embargo, la extraña capacidad de Carrère para parecer simultáneamente ensimismado y, a pesar de todo, extremadamente empático con aquellos sobre los que escribe le permite esquivar con éxito lo que en manos de un autor menos habilidoso podría haber acabado siendo un insalvable campo de minas. Los sucesos narrados en Vidas ajenas son ciertamente dramáticos y, por momentos, francamente espantosos, pero Carrère es perfectamente consciente de que, aunque pueda compartir el espanto, el drama propiamente dicho no le pertenece, no es suyo. Existe, pues, cierta distancia de observador y una voluntad evidente de esquivar el melodrama, la literatura fácil. Dicha distancia, en cualquier caso, no es clínica ni aséptica, sino simplemente respetuosa a partir de un reconocimiento tácito: el de nuestra incapacidad para aprehender en su totalidad el dolor que no hemos experimentado, por mucho que lo compartamos. Habrá lectores que consideren el continuo yoísmo de Carrère enervante. En mi caso debo decir que es precisamente su negativa a esconderse, a pasar desapercibido, la que hace que lo narrado me resulte digerible y paradójicamente cercano, pues si algún punto de vista puede servirme de asidero a la hora de abordar el libro no es, afortunadamente, el de los padres que han perdido a su hija en una catástrofe natural ni el de las niñas que han perdido a su madre por culpa del cáncer, sino el suyo, el del observador del dolor ajeno (en este sentido Carrère está adoptando básicamente un punto de vista voyerístico, más cercano al de su futuro lector que al de sus protagonistas). Las primeras 60 páginas de Vidas ajenas, en las que se describen los efectos del tsunami de 2004, son en este sentido modélicas. Posteriormente el libro pierde un poco de fuelle con la introducción de Étienne, un juez cojo cuya inclusión en la historia parece en un principio un poco forzada por la voluntad de crear cierto juego de espejos, esta vez sí, demasiado premeditadamente literario para un volumen que juega esencialmente la baza de la no ficción. Afortunadamente, a la larga su presencia acaba demostrando estar plenamente justificada y brinda, además, uno de los pasajes más fascinantes e instructivos del libro: el dedicado a su lucha contra los abusos de las entidades de crédito. En última instancia, el tramo final de Vidas ajenas acaba siendo tan inevitablemente desolador, tan emotivo dentro de su contención, que termina uno con la sensación de que abordar estas dos historias de muerte con la brutal franqueza con la que lo hace aquí Carrère es, en realidad, la mejor celebración posible del hecho de vivir. Porque si algo transmite la lectura de Vidas ajenas es precisamente eso: ganas de salir ahí afuera a vivir.

Sábado por la noche y domingo por la mañana
Alan Sillitoe
Impedimenta
Primera obra de uno de los autores clave de la literatura británica de la segunda mitad del siglo XX, firmante también de otra novela decisiva: La soledad del corredor de fondo. Crónica social a través de lo personal, narra con suma agudeza y envidiable economía de medios la existencia monótona y más bien vacía de Arthur, un joven de 22 años con empleo en una fábrica y dos únicos objetivos en la vida: salir todos los sábados y a ser posible acabar siempre la velada en compañía femenina. Es de 1958, pero sigue resonando con la misma relevancia que entonces. Y nunca volverás a contemplar una botella de ginebra junto a la bañera de la misma manera.

Mata a tus ídolos
Luc Sante
Libros del K.O.
Una de las noticias más estimulantes de este último año para nosotros ha sido el lanzamiento de esta nueva editorial que nace con el objetivo de «recuperar el libro como formato periodístico». De entre sus tres primeros títulos éste probablemente sea el menos sorprendente (o al menos parece, a priori, una opción menos arriesgada que, por ejemplo, El monstruo, memorias de un interrogador) pero también resulta ser el más jugoso. Como todas las recopilaciones de artículos, el disfrute de cada uno de los textos depende hasta cierto punto del interés que pueda sentir el lector por el tema a tratar, pero como en este caso prima con diferencia lo cultural y contracultural (Hergé, Terry Southern, Walker Evans, Dylan, Mapplethorpe, etc.) el lector habitual de Es Pop debería encontrar puntos de referencia de sobra como para exprimir debidamente la certera prosa de Sante. Adelanto en PDF.

Cuentos completos de terror, locura y muerte
Guy de Maupassant
Valdemar
Impresionante compendio de casi mil páginas en el que Mauro Armiño ha reunido todos los cuentos de «terror, locura y muerte» de uno de los grandes e indiscutibles maestros de la narrativa breve. Cualquier recopilación que incluya «El Horla» ya merece sobradamente la pena. Ésta reúne, además, otro centenar de relatos angustiosos, turbios, crueles, pero también ácidos y divertidos. Para tener al lado de la cama.

Mucha muerte
Max Aub
Cuadernos del Vigía
Elegante y vistosísima reedición (¡en bitono!) de los Crímenes ejemplares de Max Aub, complementados por nuevas piezas de corte similar rescatadas del olvido y recuperadas por primera vez en libro. La prosa de Aub es una delicia, su ingenio inagotable y su sentido del humor deliciosamente macabro. La maqueta se integra a las mil maravillas con el texto, poniendo de relieve su naturaleza eminentemente juguetona en uno de los libros mejor diseñados del año. Imprescindible.

Libros , , 12 comentarios

domingo 25 de diciembre de 2011

Cuando Werner encontró a Cormac

Haciendo limpieza de fin de año acabo de darme cuenta de que tenía en borrador desde el mes de abril esta curiosa conversación entre Werner Herzog y Cormac McCarthy para el programa radiofónico Science Friday, al que acudieron acompañados por el físico Lawrence M. Krauss. La tesis de este último es que tanto la ciencia como el arte realizan la misma pregunta fundamental: ¿quiénes somos y cuál es nuestro sitio en el universo? Y para ahondar en tal cuestión nada mejor que escucharse entero el podcast que recoge la charla entre estos dos titanes de la cultura contemporánea. A continuación transcribo y traduzco algunos de los puntos álgidos.

Cormac McCarthy.

Lawrence Krauss: Para mí es evidente que tanto la ciencia como el arte plantean las mismas preguntas. Lo mejor que hace la ciencia es obligarnos a replantearnos nuestro lugar en el cosmos. De dónde venimos, quiénes somos, adónde vamos. Y esas son las mismas preguntas que aborda el arte, la literatura, la música. Cada vez que lees un libro maravilloso o ves una película estupenda, sales con una perspectiva distinta sobre ti mismo. Y demasiado a menudo me parece que olvidamos ese aspecto cultural de la ciencia.

Cormac McCarthy: A mí siempre me ha interesado la ciencia, particularmente la física. Mi hermano y yo solíamos acudir a las presentaciones que se realizaban en el Instituto para las Ciencias de Santa Fe. Me parece que es algo que ayuda, poder hablar de cosas factuales, en las que hay un acuerdo. Resulta difícil llegar a algún acuerdo en las artes. Cada vez que hay que dar un premio, por ejemplo, es realmente complicado llegar a un consenso sobre quién debería recibirlo. En literatura y en las artes visuales resulta francamente difícil. Pero si hablamos de una teoría física, mira tú, o es cierta o no lo es. Organizas un experimento, le dices a los demás lo que estás buscando y si lo encuentran está ahí y si no, no. Eso me gusta.

Lawrence Krauss: Me resulta fascinante oírte decir eso, porque supongo que, como seres humanos, nos encanta imaginar no sólo el mundo tal como es, sino el mundo como podría ser, la esperanza de mundos mejores. Y eso está muy bien, es importante, pero esa moneda tiene dos caras. Una es que tenemos que aceptar que el mundo en el que vivimos es lo que es, y si la gente reconociese que el mundo es como es, tanto si nos gusta como si no, creo que el modo en el que se comportan las personas cambiaría notablemente. Pero al mismo tiempo, creo que debemos reconocer también que en ocasiones el universo real es más fascinante de lo que podemos imaginar, y puede servir de acicate a nuestra imaginación, no sólo como científicos sino, sospecho, como artistas. Es otro buen motivo para mantenerse al día con algunas de las cosas fantásticas que están sucediendo en el mundo.

Werner Herzog (izquierda) durante el rodaje de La cueva de los sueños olvidados.

Werner Herzog: En mi caso, por ejemplo, una película como Fitzcarraldo, para la cual tuvimos que trasladar un enorme barco a través de una montaña en la jungla amazónica, tuvo su origen en Bretaña, en la costa noroccidental de Francia, donde uno encuentra dólmenes y menhires neolíticos, enormes construcciones de piedra erigidas por millares en hileras paralelas. Y estaba allí sentado intentando pensar cómo lo habría hecho yo si hubiera sido una persona del neolítico, sin maquinaria moderna, y se me acabó ocurriendo un método que en esencia fue el que utilicé para mover el barco por la montaña. Me había enfadado mucho porque un pseudocientífico había postulado que aquellas piedras eran tan pesadas que sólo antiguos astronautas de otros planetas podrían haberlas levantado, y pensé: «Menuda idiotez». Me irritó tanto que tuve que ponerme a idear un método. Y eso es lo que en última instancia me llevó a trasladar un barco por la selva.

Locutor: Cormac, cuando hablas con científicos, ¿hacen que te sientas pesimista u optimista?

Cormac McCarthy: Algunos de mis amigos probablemente te dirían que es difícil volverme más pesimista. Pero… no sé. Soy pesimista acerca de muchas cosas, pero no creo que deba uno vivir agobiado por ello. El hecho de que mi punto de vista sobre el futuro sea tan lúgubre es en realidad reconfortante, porque así lo más probable es que me equivoque.

Werner Herzog: Yo creo que Cormac no se equivoca, porque resulta bastante evidente que el ser humano como especie desaparecerá en un periodo bastante breve. Cuando digo breve me refiero a dos mil o tres mil años, quizá treinta mil años, quizá trescientos mil, pero no mucho más, porque somos mucho más vulnerables que otras especies, a pesar de poseer cierto grado de inteligencia. No me pone nervioso el hecho de que relativamente pronto tendremos un planeta que no contiene seres humanos.

Lawrence M. Krauss.

Lawrence Krauss: Es curioso que digas eso porque, como científico, oscilo entre ambas posturas. Hay días en los que sí imagino un futuro tan crudo como el de La carretera, porque la humanidad como conjunto no ha demostrado demasiada inteligencia a la hora de apreciar el modo en el que su comportamiento afecta globalmente al planeta. Al mismo tiempo, estoy de acuerdo con Werner, pero no estoy tan seguro de que vayamos a desaparecer porque nos destruyamos nosotros mismos. Podríamos desaparecer por otras causas.

Werner Herzog: Yo tampoco estaba pensando en la autodestrucción. Podría pasar, por supuesto. Pero hay muchos otros sucesos imaginables que podrían aniquilarnos de manera instantánea.

Lawrence Krauss: Sin duda. Eso puede que sea inevitable. Nos gusta imaginar que somos el pináculo de la evolución, pero yo lo dudo. De hecho me parece bastante evidente que, a largo plazo, los ordenadores, si seguimos desarrollándolos como especie, acabarán por adquirir conciencia y probablemente serán muy superiores a nosotros, por lo que la biología deberá de alguna manera adaptarse a ellos. Las películas siempre muestran a los ordenadores como los malos, pero no sé por qué debería ser el caso. Si adquieren conciencia no tendrían por qué ser peores que nosotros. Mi amigo Frank Wilczek siempre se pregunta si abordarían la física del mismo modo. Así que puede que desaparezcamos como especie simplemente por pasar a ser irrelevantes. Pero estoy de acuerdo con Werner y con Cormac, creo que no deberíamos deprimirnos porque el ser humano vaya a desaparecer, deberíamos estar encantados de estar aquí ahora mismo. No veo propósito alguno en el universo, pero eso no me deprime, simplemente significa que deberíamos aprovechar al máximo nuestro breve momento bajo el sol.

Werner Herzog: Nuestro lugar en el universo es éste de aquí. Es lo que tenemos y nada más. El resto es hostil. No podemos huir de nuestro planeta. Los demás planetas del sistema solar no son atrayentes. Y la siguiente estrella está a sólo cuatro años y medio luz, pero a nuestra velocidad máxima tardaríamos 110.000 años en llegar hasta allí. Cientos y cientos de generaciones que no sabrían ni adónde se dirigen. Durante el viaje habría incesto y locura y asesinatos. Y no podemos disolvernos en partículas de luz como en Star Trek y transportarnos a donde sea. Nuestro sitio es éste, éste es nuestro lugar, así que más nos vale cuidarlo. En ocasiones, por supuesto, uno se siente a disgusto. Es como lo que me pasó a mí trabajando en la selva: tras muchas penurias llegué a la conclusión de que, sí, muy a mi pesar, amo la selva.

Werner Herzog: «Amo la selva a mi pesar».

Cormac McCarthy: Si analizas los clásicos de la literatura, están construidos en torno a la idea de la tragedia. Uno no aprende demasiado de las cosas buenas que le van sucediendo. Pero la tragedia está en el centro de la experiencia humana y es a lo que tenemos que enfrentarnos, es lo que hace que la vida sea difícil y es de lo que queremos aprender, es aquello a lo que queremos saber cómo enfrentarnos, porque es inevitable, no hay nada que podamos hacer para prevenirlo. Así que, ¿cómo te enfrentas a ello? Y toda la literatura clásica habla de cosas que le suceden a individuos que habrían preferido no experimentarlas.

Locutor: Werner, tu nueva película, La cueva de los sueños olvidados, muestra el triunfo de la experiencia humana.

Werner Herzog: Sí que lo hace, porque hay que imaginar que hace 73.000 o 74.000 años se produjo una gigantesca explosión volcánica en Sumatra que casi aniquiló por completo a toda la raza humana. Se dio lo que llamamos el efecto «cuello de botella», todavía discutido entre científicos, pero al parecer el número de seres humanos quedó por debajo de los 10.000, se habla incluso de sólo 2.000. Empezaron a recuperarse y después vino, por supuesto, la edad de hielo. Hay que imaginarse hace 35.000 años casi toda Europa cubierta de hielo, los Alpes bajo 3.000 metros de hielo. Un mundo completamente distinto, habitado por rinocerontes peludos, mamuts, leones en el sur de Francia. Y de repente estas pinturas [las de Chauvet-Pont-d’arc] nos muestran que de ahí es de donde venimos. Que ahí empezó nuestro espíritu, nuestra naturaleza, nuestra alma de hombre moderno.

Cormac McCarthy: Para mí lo más interesante de las cuevas es la longevidad de esta escuela artística. Las más antiguas que conocemos son las de Chauvet y son de hace 32.000 años. Y si miramos las del periodo magdaleniense, que son de hace 11.000 años, han transcurrido 20.000 años y las pinturas son prácticamente iguales. El uso de la perspectiva, el estilo, sus constantes; para mostrar por ejemplo que la pierna de un animal no está delante sino detrás la desconectan del cuerpo. Todas estas cosas persistieron, y si miramos las pinturas de Chauvet son en realidad iguales, la misma escuela de pensamiento, la misma escuela artística, el mismo tipo de obra. Eso me resulta asombroso, que haya podido existir una escuela artística que se haya mantenido durante 20.000 años. Nunca he oído a nadie hablar sobre eso y estaría enormemente interesado en saber lo que piensan las personas que lo han estudiado. Evidentemente ahí hay una cultura. Los artefactos surgen de una cultura, tiene que haber una cultura antes. Y obviamente ahí hay una cultura muy fuerte y muy rica que se mantuvo durante miles y miles de años. De hecho, cuando llegamos al periodo de las primeras ciudades, como Çatal Höyük, lo primero que encontramos son pinturas de toros en las paredes. ¡Y no son tan buenas! El arte había entrado ya en declive (risas). La otra cosa de la que no parece hablarse mucho es que uno no entraba en la cueva y se ponía a pintar sin más. Había que aprender a hacerlo antes. De modo que evidentemente debían practicar antes, probablemente al aire libre. Porque cuando entraban en la cueva para pintar en la pared, mira tú, eran pintores bastante buenos. Nadie ha encontrado restos de una obra pintada por ineptos.

Pintura de un oso hallada en Chauvet.

Werner Herzog: Lo fascinante de las pinturas en la cueva de Chauvet es que parece como si todo un mundo hubiera sido articulado y casi inventado, los animales son realistas y a la vez parecen una invención, fruto de la fantasía. Y ahora quisiera hablar un poco de Cormac, porque lo mismo pasa en su obra, él también inventa paisajes enteros. Inventa los caballos, al describirlos de un modo que nunca habíamos oído con anterioridad. Cormac inventa todo un paisaje desconocido para nosotros, aunque ya pareciera existir en, pongamos, la obra de Faulkner y su profundo Sur, o en el modo en el que Conrad describe el Congo y la jungla y los misterios. Su literatura no carece de precedentes, tiene el mismo calibre que hemos visto en, por ejemplo, las dos últimas páginas de Moby Dick. Melville. Lo hemos visto en lo mejor de Faulkner, en lo mejor de mi escritor favorito del siglo XX, el autor de Tifón y El negro del Narciso, Joseph Conrad, cuyo lenguaje materno ni siquiera era el inglés. Y qué gran estilista. Pero durante décadas no habíamos visto literatura con un lenguaje y un estilo equiparable al tuyo. Punto.

Cormac McCarthy: Vaya, eres muy generoso. No sé. Esta mañana estaba pensando que debería releer Spotted Horses, el relato de Faulkner, porque se me ocurre que lo que tiene de absorbente ese relato es su pura exuberancia y exageración. Esos caballos locos y salvajes que han escapado del corral y corren campo a través, y uno de ellos cruza un puente y se encuentra con un carro que viene de frente y creo que Faulkner lo describe apartándose «y trepando a un árbol como una ardilla». (Risas) Bueno no parece demasiado factible, pero resulta francamente evocador.

CienciaCineLibros , 2 comentarios

jueves 15 de diciembre de 2011

Schulz en Mallorca

La semana pasada, en el suplemento cultural Bellver, de Diario de Mallorca, apareció publicado un extenso artículo de Florentino Flórez centrado en Charles Schulz y sus incombustibles Peanuts. Entre otras cosas habla a fondo de la biografía de David Michaelis que publicamos en Es Pop Ediciones hace ahora justo dos años. Aunque los contenidos de Bellver sólo permanecen online durante la semana siguiente a su publicación, podéis leer el texto íntegro en el blog del propio Florentino. A continuación extracto algunos párrafos referidos en concreto a la biografía:

Vida de un dibujante
Nuestra siguiente pieza en este recorrido es la biografía escrita por David Michaelis (Es Pop), una auténtica obra maestra. Sorprende por su profundidad psicológica y brillante estilo, también por la abundancia de información y las numerosas fuentes. […] Es un trabajo absolutamente recomendable y abrumador.
Cada dato viene reforzado por una explicación exhaustiva que nos permite contextualizarlo. Así, hay descripciones apasionantes de cómo funcionaba el mercado de los cómics de prensa. O cómo era el ambiente en San Francisco cuando Schulz decidió echar una canita al aire en los sesenta. O en qué consistían los cursos por correspondencia como el que siguió y en el que luego participó como instructor. O cómo vivió la gran depresión, que llevó a su familia a desplazarse de un pueblo miserable a otro.
Por supuesto están todas esas curiosidades biográficas que se relacionan de manera natural con el material de sus tiras. De hecho, el libro hace algo muy inteligente: no cuenta con demasiadas ilustraciones, pero en casi todas las páginas aparece alguna tira de Peanuts en formato microscópico, relacionada con el tema tratado en ese capítulo. […] Sin subrayados, Michaelis sugiere que muchos sucesos a los que se enfrentó el dibujante en su infancia y juventud fueron reelaborados más tarde en sus ficciones.

CómicEn la prensaLibros , 4 comentarios

viernes 25 de noviembre de 2011

Lo que traduces no son palabras

«La gente, debido a varios motivos culturales, de educación y demás, tiene a menudo la idea de que una traducción, para ser una traducción, ha de ser idéntica al original que se está traduciendo. Y mi principal argumento a lo largo de todo el libro es que no, no, una traducción ha de ser «como». Y los modos en los que es «como» el original varían. Varían históricamente. Varían en los patrones específicos del lenguaje con el que estás tratando. Varían dependiendo del tipo de texto u objeto que estás traduciendo. Lo que busca proporcionar una traducción es una similitud. Persigues una buena equiparación, pero la igualdad, y con esto me refiero a la obtención de dos textos idénticos, en fin… eso es algo que nunca podrás alcanzar, porque ni siquiera la misma frase implica siempre lo mismo dentro de un mismo idioma. Ha pasado un momento y ya el mero hecho de repetirla hace que el significado no sea el mismo que al pronunciarla por primera vez. Pero existe esa idea, no muy explícita, no reformulada, pero sí muy poderosa, de que a menos que una traducción sea idéntica al original, no es buena. Eso es lo que intento que la gente rechace, que abandone, que se dé cuenta de que la traducción es algo mucho más sutil y mucho más interesante que eso».

«El caso es que lo que traduces no son palabras, y esto es algo que he intentado explicar en muchos capítulos de mi libro. Lo que traduces es el modo de articularlas. Traduces unidades completas. Y has de crear algo que en la traducción funcione como en el original. Supongo que probablemente estamos demasiado marcados por la experiencia de traducir entre idiomas muy cercanos entre sí, como el inglés y el francés o el francés y el latín, en los cuales, muy a menudo, las palabras coinciden porque, francamente, en realidad son dialectos unos de otros. Pero entre idiomas que son un poco más distantes también tienes que tomar distancia como traductor. Y lo que estás transmitiendo no son las palabras, sino su significado general, y después tanta textura como seas capaz. De modo que no es nada sorprendente que si abordas la tarea como una cuestión de «cuál es la palabra inglesa para esa palabra en el otro idioma» acabes dándote de cabezazos contra la pared o acabes con la idea de que no hay nada que hacer. Pero siempre puedes hacer algo para escribir la frase o el párrafo de manera diferente de modo que los elementos importantes queden representados en la traducción».

Los dos párrafos anteriores son extractos de esta charla radiofónica con David Bellos, director del programa de traducciones y comunicaciones interculturales de la Universidad de Princeton y autor del libro Is That a Fish in Your Ear? Translation and the Meaning of Everything. Creo que es difícil resumir mejor en menos palabras en qué consiste exactamente el trabajo del buen traductor (y por qué el afán por la literalidad que a veces nos exigen ciertos aficionados o, peor aún, según qué clientes, puede acabar convirtiendo en ilegible una novela o en incomprensible una película). La ilustración, por supuesto, es de Max y está sacada de su blog. Veo algo en esa acumulación de libros sin título que me resulta inexplicablemente apropiado para esta entrada.

CreaciónEntresijos de la industriaLibros 5 comentarios

Nunca he sido el tipo de persona que se siente traicionado por la cultura.
Chuck Klosterman
Popsy