Cultura Impopular

El blog de Espop Ediciones

miércoles 16 de noviembre de 2011

Un rebaño de portadas

Las dos imágenes que veis sobre estas líneas son las portadas con las que se ha publicado Fargo Rock City en el mercado norteamericano. La de la izquierda pertenece a la primera edición en tapa dura y juega un poco torpemente con la baza de la nostalgia, un valor al que nosotros no queríamos ni arrimarnos en este caso. La segunda, sin embargo, siempre me ha parecido magnífica. Diseñada por Paul Sahre para la edición en rústica, cuenta con un concepto tan sumamente brillante que, una vez vista, cuesta imaginar una solución mejor. La ejecución, en cualquier caso, creo que daba para más. Los añadidos puramente mercantiles, como la inclusión de la cita de Stephen King o el sello de «ganador de chorrocientos premios» (impuestos, estoy seguro, por el departamento de ventas), acaban agarrotando la imagen y afeando un poco el conjunto. Por eso a la hora de abordar la edición española decidí agarrar por los cuernos el concepto de Sahre, pero con la intención de llevarlo en otra dirección.

Para empezar, me parecía necesario apartarnos del retoque fotográfico para acercar la portada un poco más a nuestro «universo gráfico». No había pensado volver a colaborar tan pronto con David Sánchez*, autor de la portada de Acero, pero cuando vi su serie de cromos Holocausto Australopithecus para el nº 1 de ¡Caramba! se me ocurrió la idea de pedirle que me dibujase una vaca-metálica en el mismo estilo. Así dispondríamos de un concepto alternativo, en caso de que la adaptación de la idea de Sahre no funcionase del todo, y en cualquier caso tendríamos una imagen que funcionaría de maravilla para la contraportada (como así ha sido al final). Lo primero que hice fue enviarle a David estas dos pruebas que veis aquí arriba para que se hiciera una idea del tratamiento tipográfico que iba a tener la cubierta, la gama de colores y el espacio del que iba a disponer para el dibujo.

Otra de las cosas que le comenté a David, inspirado por la foto del rebaño, fue si sería posible bovinizar no sólo a un miembro de Kiss sino a los cuatro, pero su primer boceto dejó claro de inmediato que machacar de tal manera la idea sólo iba a servir para quitarle peso al concepto en vez de para reforzarlo, y que un tratamiento excesivamente caricaturesco de los rumiantes no iba a funcionar demasiado bien. Aunque Fargo Rock City tiene mucho humor, no se trata de un libro chistoso ni paródico. El objetivo, por tanto, era intentar transmitir el estilo literario de Klosterman, que a grandes rasgos consiste en adoptar un tono socarrón para realizar un ensayo crítico serio. Consideraciones filosóficas aparte, bastaba ampliar la imagen de David para darse cuenta de que una sola vaca grande funcionaba mucho mejor que cuatro pequeñas.

Así pues, David me pasó una versión simplificada de la ilustración anterior, pero por algún motivo el resultado seguía sin convencerme. Más que una vaca me parecía un becerro excesivamente simpático; un tanto blando, quizá, para tratarse de un libro que lleva las palabras «odisea metalera» en el subtítulo. Así pues, me puse a hacer un par de pruebas apresuradas intentando aportarle a la portada ese «algo más» que no estaba encontrando en la imagen. La idea del círculo de color me atrajo bastante en un principio, quizá porque puede traer a la memoria el diseño de los quesitos de La Vaca que Ríe, que no deja de ser otro icono pop tan reconocible como el logo de Jack Daniel’s que ya habíamos recreado en la portada de Los trapos sucios. Sin embargo, dichas pruebas sólo sirvieron para convencerme de que prefería que las manchas de la vaca fueran más oscuras. En fin, algo es algo.

Le pedí a David que retocara una vez más la ilustración para que transmitiera una sensación un poco más agresiva; más de animalote que de dócil ternerillo. Arriba podéis ver otras dos pruebas con esa nueva versión, más corpulenta y barbudilla de la vaca. La cuestión es que me seguía pareciendo que el conjunto quedaba un poco desangelado y no me acababa de gustar que la ilustración fuese tan simétrica. Así pues, hicimos lo que suele hacerse en estos casos en los que empiezas a estar desesperado porque no haces más que darle vueltas y más vueltas al mismo problema: intentamos darle otro enfoque.

Mientras yo probaba a darle un aire más cartoon a la portada, retomando la idea del círculo de color a lo Looney Toones y pintando las manchas de la vaca con un negro 100% para simplificarle los rasgos y acentuar el contraste, David dibujó una nueva versión, esta vez en tres cuartos, para ver si funcionaba mejor que el plano frontal. El resultado no nos convenció a ninguno, pero al menos introdujo un nuevo elemento: la etiqueta en la oreja de la vaca que, a mi parecer, acabaría resultando fundamental en la imagen definitiva. Debo decir que desde el primer momento David estuvo convencido de que la ilustración tenía que ser frontal y que de esa manera iba a quedar mucho más llamativa que de perfil o en cualquier otra posición. Así pues, ni corto ni perezoso, tras el paso en falso del tres cuartos (provocado, todo sea dicho, por mi insistencia), me envió esta otra versión con dos opciones a elegir, corpórea e incorpórea:

Esta vaca ya era, a la vista está, mucho más molona que las anteriores. No sólo había ganado en expresividad, sino que detalles como los pelillos del bigote, las orejas y, sobre todo, la etiqueta, proporcionaban un detallismo asimétrico que le daba un aire mucho más realista sin por ello dejar de ser una interpretación artística bien personal; es decir, justo el tono que me parecía a mí que casaba con el texto de Klosterman. Sin embargo, los colores me descolocaban un poco, así que le pedí a David que volviera al esquema blanco/gris de las versiones anteriores.

Armado, pues, con la ilustración definitiva y tras haber realizado esta desconcertante prueba que podéis ver aquí arriba a la izquierda (no sé en qué estaría pensando) acabé encontrando al fin la disposición adecuada para la cubierta. Ya sólo quedaba ajustar el volado de la Chunk Five (la tipo elegida para el título, que tiene un kern un tanto puñetero) y buscar alguna manera de resaltar un poco el nombre del autor, que quedaba un tanto perdido entre el poderío de la vaca y la corpulencia del título. Dicho y hecho, aquí abajo podéis ver la cubierta definitiva. De la robovaca de la contraportada no he comentado nada porque David la clavó a la primera y todo fue tan sencillo como plantarla en la contra y aprovechar el espacio que quedaba para colar el texto promocional (una de las ventajas de no depender de un departamento de marketing que te dicta los contenidos es que puedes ajustar los textos a la imagen en vez de hacer lo contrario, que es lo más habitual). Desde aquí mi más sincero agradecimiento a David por su paciencia y su buena voluntad para ir probando una versión tras otra hasta llegar a la definitiva.

Otras entradas sobre diseño de portadas

· Reina de las portadas
· Capturando una portada
· Un lavado de cara
· El hombre de las portadas de acero
· Schulz, Carlitos y Snoopy: una portada
· Cubriendo los trapos sucios
· Sexo implícito: cómo se hizo la portada de El otro Hollywood

* No por ningún motivo en concreto, más allá de que siempre tengo en mente más ilustradores con los que me gustaría trabajar que proyectos en cartera.

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domingo 30 de octubre de 2011

La mejor novela de horror (que no has leído)

El mejor escritor de horror al que nunca has leído. Así definía esta semana a Todd Grimson el crítico Damien Walter en esta columna para The Guardian dedicada a su novela Acero, la cual califica como «la mejor novela sobre vampiros jamás escrita». Desde el momento de su publicación, Grimson ha ido adquiriendo una talla de verdadero autor de culto que ahora, más de diez años después, parece a punto de experimentar un repentino auge de popularidad en el mercado anglosajón gracias a la reedición casi simultánea de sus dos novelas de género, Acero y Brand New Cherry Flavor. Parece evidente que sus antiguos fans, o al menos aquellos que ahora trabajan en medios de comunicación, llevaban tiempo buscando una excusa para hablar largo y tendido sobre su obra (véase como ejemplo este excelente artículo de Nick Antosca aparecido hace un par de semanas en The Paris Review). Aunque me parece que aquí tendremos que esperar sentados a que se dé un fenómeno similar, como la esperanza es lo último que se pierde, os dejo un par de párrafos de la reseña de Damien Walter, a ver si os pica el interés.

* * *

En el fondo, las historias de vampiros hablan de nuestro deseo de morder a, o ser mordidos por, quienquiera que deseemos, cuando sea que lo deseemos. Con Acero, Todd Grimson se dispuso a escribir «la última y definitiva novela de vampiros». Y lo consiguió. Ambientada en los noventa, con un Los Ángeles podrido de sexo, drogas y rock alternativo como telón de fondo, Acero sigue a Justine, una joven de 400 años que padece una extraña enfermedad glandular que le alarga la vida pero le obliga a recibir transfusiones de sangre regularmente, y a Keith, un músico de rock con las manos tan destrozadas como su vida tras el suicidio de su novia. Un reparto de marginados sociales en un sórdido ambiente californiano dista de ser algo único en la ficción vampírica, pero es en los detalles donde Acero deslumbra.
Los Ángeles proporciona una piedra angular para el expedito estilo literario de Todd Grimson, que en algunas secciones de la novela adopta el estilo negro de James Ellroy y otros autores asociados con la ciudad. Adjetivos como «parco» y «minimalista» son demasiado recurrentes a la hora de describir la prosa de Grimson, al igual que sucede con la de su famoso coetáneo Bret Easton Ellis. Se puede establecer una clara comparación entre ambos escritores: los dos abordan temas de alienación y sociopatía y reflejan la psicología de sus personajes mediante una prosa dura como el diamante. Pero mientras que una exposición prolongada a Easton Ellis pronto revela la desapegada voz del autor repitiéndose libro tras libro, Grimson expone los corazones palpitantes de sus personajes, incluso los de los no muertos.
Como sus personajes vampíricos, Acero es una novela que va ganando fuerza con el paso del tiempo. Hoy en día vivimos obsesionados con la figura del vampiro porque representa el ideal de nuestra cultura. Bello y resplandeciente. Eternamente joven. Inmune a la emoción y a otras fragilidades humanes. No sujeto ni a la muerte. El vampiro es en gran medida como la imagen que nos venden de nosotros mismos en la publicidad y las películas. Por fuerte que fuese esa cultura en los noventa, no ha hecho sino intensificarse hoy en día. Acero es una novela que aguarda a ser redescubierta por una generación obsesionada con su propia imagen aunque le cueste el alma.

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jueves 20 de octubre de 2011

Los trapos rústicos


Otra novedad para el mes de noviembre. Acompañando el lanzamiento de Fargo Rock City, de Chuck Klosterman, vamos a reeditar el que probablemente sea nuestro título más emblemático: Los trapos sucios, la autobiografía de Mötley Crüe, por primera vez en rústica. Una cosa que me gustaría dejar clara es que se trata de una edición completamente nueva de verdad. Quiero decir, que no nos hemos limitado a reducir en un tanto por ciento la maqueta del original para encajarla con calzador en un formato más reducido, como suele ser habitual en nuestro mercado. El libro ha sido completamente remaquetado de principio a fin y ha quedado un volumen de 496 páginas bien compacto. También se han modificado algunos elementos visuales, principalmente las fuentes y alguna de las fotos, pero básicamente es el mismo libro, sólo que ligeramente «tuneado» para un tamaño algo inferior. Si queréis echarle un vistazo a la nueva maqueta, al final de la entrada encontraréis un vínculo para descargar un par de capítulos en PDF.

Otra cosa que hemos cambiado es la portada. Quería que esta nueva edición estuviera vinculada temáticamente a la anterior, pero que a su vez tuviera su propia estética. Empecé haciendo un par de pruebas con una imagen que tenía de una botella de Jack Daniel’s, tomada durante la sesión de fotos que hicimos hace un par de años cuando estábamos preparando la portada original. La foto no era la adecuada, pero al menos sirvió para que me hiciese una primera idea de hacia dónde tirar.

Repetí el proceso imprimiendo y pegándole a otra botella la etiqueta falsa de Los trapos sucios que habíamos creado en su día y volví a fotografiarla, controlando un poco mejor la iluminación. A partir de esa imagen y basándome principalmente en el color cálido y terroso del whisky, decidí el esquema de colores que quería usar, apartándome de los lomos negros que habíamos estado utilizando hasta ahora para las biografías musicales. Finalmente, para alejar aún más la nueva portada de la original, opté por eliminar por completo la etiqueta, sustituyéndola por una versión más al grano del texto  y usando para el título la misma fuente que hemos utilizado en los interiores para los encabezados de cada capítulo. El resultado final es este:

Características:
Rústica. 496 pags.
14 x 21,5 cm.
PVP: 19’95 €
ISBN: 978-84-936864-5-1

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DiseñoLibros , , 7 comentarios

viernes 14 de octubre de 2011

Fargo Rock City: The Concurso

Lo que veis aquí arriba es el fragmento de una carta enviada por el casero de Chuck Klosterman que aparece reproducida en las páginas finales de Fargo Rock City. Para darle un poco más de gracia al asunto, en vez de limitarnos a traducir sin más el texto de la carta inglesa, creamos este facsímile en castellano con sus borrones de tippex y sus manchas de café y después la escaneamos para incluirla en el libro. Si quieres recibir en tu casa ya no una carta parecida, sino exactamente esta misma… ¡ahora puedes! Para celebrar que estamos a punto de alcanzar los 1.000 usuarios en twitter, hemos decidido sortear un ejemplar de Fargo Rock City que enviaremos recién salido de la imprenta y todavía calentito (como mínimo una semana antes de que llegue a las tiendas) acompañado del original de la misiva en cuestión como recuerdo exclusivo (bueno, Klosterman tiene una igual, pero nadie más). Reconozco que como regalo no pasará a los anales de la historia, pero… ¡esperad a que lleguemos a los 2.000!

Para participar, lo único que tenéis que hacer es escribir un tuit en el que mencionéis Fargo Rock City o a Chuck Klosterman de cualquier modo o manera. Tanto da que sea algo del estilo de «Qué ganas de leer Fargo Rock City» como del de «Qué pesaos que están los de @EsPopEdiciones con el puto Chuck Klosterman». Evidentemente todo esto no es sino un burdo ardid para crear un poco de expectación por el libro, pero no por ello os pedimos que vayáis a decir nada que no penséis de verdad (por la misma regla de tres, si ya conocéis la obra y os parece magnífica, tampoco os vayáis a cortar de gritarlo a los cuatro vientos, claro). En cualquier caso, importante: acordaos de incluir un @EsPopEdiciones en el tuit o al final del mismo para que podamos contabilizarlos todos debidamente e ir asignándoles número en riguroso orden de llegada. El lunes 31 de octubre, haremos un sorteo entre todos los tuits recibidos y enviaremos el libro al ganador (y si eres de los que ya has hecho o van a hacer la precompra del libro en nuestra tienda, no te preocupes: participa igualmente y ya nos aseguraremos de que ambas cosas no se solapen). ¡Mucha suerte y gracias por la difusión!

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jueves 13 de octubre de 2011

Art Spiegelman y el futuro del libro

Hace un par de días el semanario Publishers Weekly entrevistaba a Art Spiegelman a propósito de la publicación de su nuevo tebeo: MetaMaus. Aunque toda la conversación es realmente interesante (podéis encontrarla entera aquí), si algo me ha llamado particularmente la atención han sido las reflexiones de Spiegelman acerca del futuro del libro. Ahí van algunas de las más destacadas.

· La misma tecnología que amenaza con acabar con los libros tal como los conocemos (el «libro físico», una nueva frase en nuestro vocabulario) es también la que permite que el libro físico pueda ser más hermoso de lo que lo han sido los libros desde la edad media.

· Lo que estamos perdiendo culturalmente con más rapidez, además de los recursos naturales y el petróleo y la idea de democracia y justicia social, es la habilidad para concentrarse. Ahora me pasa que cuando leo un libro físico, desvío la mirada hacia la esquina superior derecha para ver qué hora es en mi libro. La confusión es universal. Tanto el digital como el físico tienen cosas positivas, pero si vas a leer y releer un libro, tiene más sentido que sea un libro de verdad, debido a esa habilidad para concentrarse y esa relación que estableces con él, en oposición al tipo de relación que estableces con tu pantalla, que lo que recompensa es el cambio. Incluso en el iPad o el Kindle, obtienes tu recompensa pulsando un botón, es casi un reflejo pavloviano. Provocas una pequeña reacción. Y siempre obtienes una pequeña subida de adrenalina. Pero esa subida es distinta cuando lo que haces es pasar una página como si fuera un telón en un teatro para mostrarte otra cosa.

· Diría que, en el futuro, el libro estará reservado para cosas que funcionan mejor como libro. Si necesito un libro de texto que va a quedar obsoleto debido a nuevas innovaciones tecnológicas, será mejor tenerlo en un formato que permita descargar suplementos y actualizaciones. Si lo que quieres es leer una novela rápida de misterio para entretenerte mientras vas de viaje, igual. Pero nada de todo esto depende del modelo de negocio. Tiene que ver con la naturaleza estética del libro, la idea de que, como dice McLuhan, cuando una tecnología se ve reemplazada por otra tecnología, la anterior o se convierte en arte o muere.

· Recuerdo hace años una fiesta en mi casa a la que vinieron muchos autores famosos. Estaba trabajando en The Wild Party para Pantheon e intentando decidir entre una encuadernación en cartoné normal o en tres piezas, y si ponerle sobrecubierta o no. Así que les consulté a aquellos escritores qué preferían ellos y me preguntaron que qué era un cartoné en tres piezas. No lo sabían. No sabían cómo estaban hechos sus libros. Y tampoco tenían motivo para ello. Estoy convencido de que si les entrevistaras ahora, te dirían lo importante que les parece que el libro siga siendo un libro, porque ellos, igual que yo, han crecido con el objeto, y sin embargo su obra puede transferirse con relativa facilidad al plano digital. Sin embargo, nunca he conocido a un historietista que no supiera en qué papel va a ser impreso su tebeo y a qué formato. Forma parte de la semilla del proyecto en el que quieres trabajar. Por supuesto, puede modificarse y ajustarse en caso de ser necesario, pero empiezas a crearlo con un objetivo en mente. El formato es una parte integral de la narración. Diría que incluso Maus nace de una decisión formal; no de «Voy a hablarle al mundo del Holocausto», sino más bien de «Quiero ver un libro que sea como los demás libros que tengo en la estantería y que sea lo suficientemente gordo como para necesitar un marcapáginas».

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lunes 10 de octubre de 2011

Fargo Rock City: un adelanto

A medio camino entre las memorias, el ensayo y el estudio antropológico, Fargo Rock City es un libro hilarante que narra el auge y la caída del heavy metal y de algunos de los grupos más populares de los años 80 y 90 (Guns N’ Roses, Poison, Bon Jovi, Def Leppard, Metallica y muchos otros) a la vez que recrea las experiencias juveniles del autor: un fan irredento del metal, nacido en Wyndmere, Dakota del Norte (población: 498), un lugar en el que habitan más vacas que personas y en el que los temas de conversación habituales son la recogida de la cosecha, el correcto cuidado del ganado agropecuario y los secretos del arte de reparar un tractor. Pero aunque quizás tal entorno no parezca el más propicio para entregarse en cuerpo y alma al rock and roll, hubo un momento en la historia de la música en el que el poder del metal era simplemente imparable e incluso los páramos helados de Dakota del Norte vibraban al compás de KISS y Mötley Crüe. Klosterman,calificado como «uno de los principales críticos culturales de Norteamérica» por la revista Entertainment Weekly y como «el nuevo Hunter S. Thompson» por la revista People, disecciona con humor e impecable precisión la historia y los rasgos básicos del género, desvelando todas sus glorias y miserias.

«No se puede escribir mejor ni con más gracia sobre cultura popular norteamericana. Si amas el rock ‘n’ roll, adorarás Fargo Rock City«.
Stephen King

«Klosterman escribe de maravilla y su libro no sólo habla de grupos de heavy metal, sino de cómo sentimos la música y experimentamos hoy en día la cultura. Tienes que leerlo».
David Byrne

«El mejor libro de música que jamás me haya hecho gastar un solo centavo en nuevos discos; una ganga poco habitual. Pero tanto si picas el cebo y decides revaluar la obra de Ratt, Poison, Def Leppard y demás grupos de ese jaez como si no, las confesiones de Klosterman te harán vislumbrar tu solitario y soñador corazón adolescente».
Jonathan Lethem

«Un libro magnífico por mucho motivos: es un acto de valentía cultural, un argumento convincente sobre por qué esta música ruidosa fue importante para toda una generación y un delicioso ataque a las pretensiones de todos los críticos rancios que la odiaban».
The New York Times Book Review

Características:
Rústica. 352 pags.
14 x 21,5 cm.
PVP: 17’95 €
ISBN: 978-84-936864-4-4

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miércoles 31 de agosto de 2011

Dean Gorissen: notas emocionales

Dean Gorissen lleva casi veinte años trabajando como ilustrador y diseñador en su Australia natal. Además de colaborar en revistas como Child, Australian Family Physician, American Lawyer, Sunday Life Magazine o The Big Issue, también ha diseñado personajes de dibujos animados (como los de la serie Deadly) y ha ilustrado varios libros infantiles, entre los que destacan I Got a Rocket!, My Dad’s a Wrestler y Ten Little Elvi. Este mismo año, ha publicado su primer libro escrito e ilustrado completamente en solitario: The Search for Bigfoot Bradley. Uno de sus trabajos recientes más interesantes y personales fue la realización de las cubiertas para una colección de seis títulos llamada Long Story Shorts, publicada por la editorial australiana Affirm Press. Fue a raíz de este último proyecto cuando decidí entrevistarle para charlar acerca de la creación de sus elegantes y llamativas portadas. Para saber más sobre Dean, no dejéis de visitar su blog.

La anterior imagen y esta forman parte del cuadro Supertrain, una meditación
sobre la saturación de superhéroes en la cultura popular.

Cultura Impopular: Asumo que desde el primer momento debías saber que el proyecto Long Story Shorts iba a constar de seis títulos, de modo que lo que me gustaría saber es: ¿ideaste un diseño general para toda la colección desde el primer momento o te limitaste a plantearte un par de líneas generales que luego pudieras ir aplicando a cada uno de los libros?

Dean Gorissen: Efectivamente, siempre supe que serían seis libros. Martin Hughes, editor de Affirm Press, quería por supuesto un nexo común para toda la colección, pero no creo que ninguno de los dos supiera cuál debía ser en un principio. Francamente, debo decir que depositó su fe en mí completamente a ciegas. Un par de años antes había realizado unas cuantas ilustraciones para él, cuando aún trabajaba como jefe de redacción en la edición australiana de la revista The Big Issue, pero la mayoría en un rollo más figurativo, pintado. Nada que ver estilísticamente con la serie. ¡En realidad, ahora que lo pienso, en principio me llamó para preguntarme si conocía y podía recomendarle a alguien adecuado para el trabajo! No recibí ninguna instrucción detallada respecto al diseño, pero sí que hablamos un montón, principalmente para ponernos de acuerdo en la nota emocional que queríamos pulsar. Creo que lo único de lo que Martin estaba convencido desde un principio era de que no quería que la serie tuviera un logo, ni en la cubierta ni en la contra. Lo que de verdad pretendíamos encontrar era un equilibrio en el que cada libro fuese capaz de definirse por sí mismo, conservando su integridad, y que a la vez resultara evidente que formaba parte de una serie dotada de una estética general cohesionada. Si la constancia debía ser tipográfica, temática o estilística, era algo que todavía estaba por decidir.
Al principio, tras haber leído un relato del primer manuscrito, visualicé la serie como un compendio de estilos de ilustración muy distintos, unidos por un diseño y un enfoque tipográfico único, lo cual le pareció bien a Martin. De modo que abordé el trabajo de la manera habitual: esbozos conceptuales, bocetos, saqué las pinturas e incluso empecé a juguetear con fotomontajes y manipulación digital. Pero tan pronto como hube terminado el primer borrador para la primera portada, no me llevó demasiado tiempo darme cuenta de que sentaría un precedente que enclaustraría toda la colección. De modo que, apoyado y animado por Martin, renuncié a todo aquel enfoque y volví a comenzar de nuevo. Meterme de lleno en el trabajo requirió de un ligero cambio de actitud por mi parte. Me di cuenta de que había estado enfocándolo únicamente como ilustrador, centrándome en un solo aspecto de las portadas, cuando en realidad debía afrontarlo como diseñador. Desde Affirm me enviaron el manuscrito completo del primer libro, Under Stones, y me limité a sumergirme por completo en su lectura. Una vez hube conectado emocional e intelectualmente, el tono adecuado se reveló prácticamente solo y comencé a tener una idea general para toda la serie. Preparé una plantilla para el resto de los elementos de portada y contraportada y fijé ciertos parámetros tipográficos para el título y el nombre del autor, después me limité a sentarme sin bocetos ni esbozos, armado únicamente con un par de ideas y un ratón. Completé la cubierta de un tirón bastante intenso y se la envié a Martin y a Rebecca Starford, la directora de la colección. La respuesta fue abrumadoramente positiva y personalmente me emocioné de tal manera que no veía el momento de empezar con la siguiente. Al final escogí fuentes distintas para cada título, nuevamente con el propósito de remarcar la identidad individual de cada uno de los libros, pero todas siguen un esquema similar en cuanto a peso, espacio y tamaño. Y en cada uno de los lomos aparece una letra que, al juntar toda la colección, forma la palabra «shorts». Lo cual suena un poco facilón, pero es francamente eficaz a la hora de darle cierta cohesión sin resultar excesivamente abrumador. Estábamos muy empeñados en que la colección transmitiese la idea de que estaba pensada con cariño, una serie encapsulada que era un pequeño evento, algo que atesorar, un poco objeto de coleccionista.

Tangled, ilustración para un artículo sobre las deficiencias del sistema sanitario.

CI: En todas estas portadas te has apartado de tu estilo más reconocible, renunciando a tu característico «figurativismo caricaturesco» (por así decirlo) para tratar principalmente con objetos y figuras que lindan con lo abstracto. ¿Cómo y por qué elegiste este estilo en particular para la colección? ¿Pensaste quizás que cuanto menos figurativas más evocadoras resultarían las portadas?

DG: «Figurativismo caricaturesco» me parece una definición perfecta. ¡Me preguntaba cómo llamarlo! En aquel momento entraron en juego varios factores. Había llegado a un punto en el que me sentía un tanto incómodo con mi carrera de ilustrador, como si hubiera llegado a un punto muerto y estilísticamente un poco encorsetado. Como ilustrador a menudo existe cierta presión para convertirte en un factor conocido por el mercado (o a lo mejor sólo imagino que existe, pero me afecta igual). Comprendo perfectamente por qué, pero cada vez me iba sintiendo más limitado. Mi esposa y yo tenemos un pequeño estudio de diseño, Room 44, a través del cual había comenzado a realizar trabajos ocasionales aquí y allá. De modo que desde un punto de vista personal, llevaba algún tiempo deseando encontrar un proyecto como este, algo que me ofreciese la oportunidad de trascender los encargos habituales para crear toda una colección como diseñador a la vez que como ilustrador. Que me permitiese evaluar el trabajo desde un punto de vista diferente y confiar en mis instintos para llegar hasta algo nuevo. De modo que supongo que escogí este estilo porque me parecía el correcto y porque además podía. Creo que tirar demasiado de figurativismo habría explicitado demasiado la reacción emocional que debían suscitar estas imágenes en el lector, renunciando a dejar espacio para que el potencial comprador se sintiese intrigado o atraído. En realidad fue un proceso completamente liberador. Una vez hube establecido un tono y un enfoque para la primera portada, me puse como regla no realizar bocetos, sólo leer los manuscritos, tomar unas cuantas notas y después atacar directamente la cubierta, comenzar a dibujar directamente, con el ratón, no con el lápiz. De modo que no tengo ni un solo boceto, sólo algún garabato o nota sobre los manuscritos para acordarme de alguna idea en concreto.

Bigfoot Bradley, el protagonista del nuevo libro ilustrado de Dean Gorissen.

CI: Por algún motivo me da la impresión de que no decidiste ilustrar ningún pasaje en concreto de los libros en las portadas, sino que más bien optaste por transmitir una sensación. Por ejemplo, no sé si las bicis juegan un papel prominente en Nineteen Seventysomething, pero tu ilustración evoca perfectamente esa idea de memoria de un tiempo pasado. ¿Crees que como portadista tiendes más a ser evocador (¡otra vez esa palabra!) que puramente ilustrativo?

DG: En realidad no tengo una regla general para nada. Intento abordar cada encargo según sus propias características inherentes. Simplemente me pareció que una respuesta básicamente visceral era el modo adecuado de proceder; reducir los elementos a símbolos permite que el lector aporte algo de sí mismo al haber dejado una interpretación hasta cierto punto abierta. Tienes razón, no hay una visualización literal de pasajes específicos, aunque un par de ellas sí que están inspiradas por ciertas escenas. Y en ocasiones hablar con el autor también ayudó a darles forma. Lo único que sé es que para poder hacerlas con sinceridad, debía leer los libros, de modo que fueron los libros de manera individual y como conjunto los que básicamente definieron la respuesta.

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CI: Bueno, teniendo en cuenta que ninguno de los libros son demasiado conocidos fuera de Australia, ¿te importaría que los repasemos uno por uno? ¿Cómo fuiste llegando a las imágenes finales? Empecemos por Under Stones.

DG:Under Stones contiene un pasaje que inspiró la imagen de cubierta, aunque no sea una representación literal. El autor, Bob Franklin, es actor y cómico de escenario, y aunque ya había algo a menudo intimidatorio en el personaje escénico de Bob, su libro bordea por momentos el horror, no en un aspecto sangriento, sino en su tendencia a revelar detalles inquietantes, macabros y terribles acerca de individuos aparentemente corrientes. Realmente va arrastrándote hasta que finalmente te acojona por completo. Martin me lo había descrito como «una especie de horror ligero» y más tarde, mientras estaba leyendo el primer relato, iba pensando: «¿A qué se refería? Vale, es absorbente, personal, inquieta un poco, pero… ¡Ohhh, ohhdiosmío!». Así que me parecía importante visualizar esa sensación y crear algo de intriga para ver qué hay bajo esas piedras. En el libro hay una escena en una especie de pantano que simplemente provoca escalofríos. Rebosaba una sensación de lo desconocido y de antiguos males, todo lo que hay enterrado en el corazón de las culturas coloniales, y quería capturar eso de algún modo, y quería que el estilo de dibujo también lo manifestara. Era el primer libro de la serie y (tras el falso arranque de mi primer intento) surgió muy rápido, en un verdadero torrente tras haber leído el libro. Si pudiera compararlo con algo sería casi con el arroyo de conciencia que te arrastra cuando de verdad te sumerges en la escritura de algo. No creo que cambiase de manera substancial a partir de aquello, aunque me parece que hice una versión con el cielo predominantemente blanco.

OP: ¿Y Nineteen Seventysomething?

DG: La portada de Nineteen Seventysomething surgió de una larga conversación telefónica con el autor, Barry Divola. Tenemos la misma edad, crecimos en los setenta, de modo que mucho de lo que ha escrito me hizo reír por identificación. Más o menos nos pusimos de acuerdo en esa bicicleta icónica, la dragster, y la experiencia de los suburbios. También incluí detalles muy personales, como ese platillo volante apenas visible en la esquina superior derecha, porque recuerdo haber esperado y deseado a menudo que llegase uno y simplemente se me llevara. Es un libro muy distinto al de Bob, de modo que el enfoque fue mucho más amable. Es nostálgico, pero sin ponerse unas gafas con los cristales rosa. Estilísticamente, me sentí muy influido por el papel de pared curvado y geométrico que recordaba de nuestra sala de estar. De esta hice un par de versiones para captar el tono correcto.

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OP: Hablando de tono, Known Unknowns, de Emmet Stinson, tiene una de las portadas más atmosféricas que he visto últimamente.

DG: ¡Gracias! Esta cubierta sí que surge del libro como un todo. No sólo trata decididamente sobre las consecuencias del 11-S, sino que además hay una especie de desintegración inevitable que lo impregna todo. Es solitario. Y el humo es un tema recurrente, ya sea en cigarrillos, en un porro, en una barbacoa o en un tubo de escape. No sé si fue deliberado por parte de Emmett o no, pero lo leí de una sentada y lo dibujé. Simplemente supe cómo iba a ser, y tan pronto como me sentí satisfecho con la forma del humo/bandera, básicamente se dibujó sola. No recuerdo haber tenido ninguna duda al respecto. Me sentí como un simple conducto para la ilustración. No sé si lo recuerdo correctamente, pero me parece que a Martin no acababa de convencerle, o le preocupaba que desde un punto de vista comercial los colores fueran demasiado oscuros o algo así. Sin embargo yo tenía la inquebrantable sensación de que así estaba bien.

OP: Having Cried Wolf.

DG: El libro de Gretchen Shirm trata de vidas interconectadas, historias que se interrelacionan a menudo de manera ligera pero muy definida, ambientadas en una pequeña ciudad costera. Al principio tuve que darme prisa para liquidarla. Si no recuerdo mal, debíamos tener la portada terminada en apenas un par de días para asegurarnos un hueco en el ciclo de publicación. Lo leí demasiado rápido y no me sentía satisfecho con cómo lo estaba filtrando. Básicamente me había limitado a absorber información en vez de leerlo. En cualquier caso, sobrecompensé mi inseguridad produciendo un montón de opciones que no estaban mal, pero fundamentalmente tan aceleradas como mi lectura. Sin embargo no podía dejarlo estar, de modo que tras algunos ruegos por mi parte y la intervención de Martin, terminamos consiguiendo una extensión del plazo, pude leer el libro adecuadamente, lo sentí y encontré su voz. El sentido del detalle de una realidad con muchas capas es sorprendente. Gretchen, según averigüé un mes más tarde, es relativamente joven, sólo tenía 30 años cuando terminó el libro, y recuerdo haberme sentido asombrado de que una persona de esa edad pudiese tener tal innata comprensión de cómo pueden ir desarrollándose las vidas, el viaje de las relaciones a largo plazo, implicaciones emocionales, consecuencias, acciones y reacciones que reverberan a través de una familia o una comunidad y la naturaleza irresuelta de nuestras vidas.

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OP: Creo que el siguiente fue Bearings, de Leah Swan, ¿no?

DG: Sí, esa fue probablemente la portada más rápida de toda la colección. Fue uno de esos momentos perfectos. Llegó el manuscrito, la fecha de entrega era cercana, pero no demasiado. Me lo leí en un par de noches, me senté una buena mañana y la dibujé tal cual. Es una obra muy potente, la novela, y en realidad habla de una serie de vidas azotadas por una tormenta, tanto metafórica como real. Al igual que con el libro de Emmett, no sentí la menor duda acerca del concepto. Lo principal para mí era sentir esas olas. Me sentí inmensamente satisfecho con el resultado y la reacción en Affirm fue inmediatamente positiva.

OP: Y llegamos al último título de la serie, Two Steps Forward de Irma Gold.

DG:Two Steps Forward habla en gran medida de vidas difíciles y a menudo desconsoladoramente tristes, pero con un corazón empeñado en encontrar alguna especie de felicidad o amabilidad. La reacción de Martin y Rebecca fue una vez más muy inmediata: odiaron la cubierta por completo. Lo cual me dejó bastante patidifuso. Pero tenían razón. Había pasado por alto el tema básico. Tras la reacción inicial de Martin y Rebecca a mi primer intento, como siempre me dieron amplias oportunidades para intentar convencerles y venderles la idea, pero fui incapaz de hacerlo con demasiada convicción. ¡Siempre un indicio claro de que en realidad no crees en lo que has hecho! Martin sugirió que lo leyese de nuevo. A menudo en las historias intervienen niños, las relaciones fracturadas entre padres e hijos, especialmente cuando las circunstancias cambian. Y cómo tratamos con las tragedias de la vida, el dolor de la pérdida. Me dio la impresión de que los adultos del libro seguían siendo en gran medida niños, como lo somos todos, tambaleantes e inseguros, buscando consuelo incluso cuando no lo hay, aprendiendo y creciendo. A menudo resulta insoportablemente triste pero al mismo tiempo bellamente inspirador. De modo que aunque necesitaba atenerme a los tonos apagados y los colores planos, quise ofrecer un contrapunto mediante esos dibujos infantiles que se diseminan sobre el paisaje, dirigiéndose hacia algo invisible.

Dos ilustraciones para la revista Australian Family Physician. Pincha para ampliar.

OP: Tras haber trabajado como ilustrador para otros diseñadores en el pasado, ¿cuáles dirías que son los pros y los contras de abordar en solitario un proyecto de estas características?

DG: No se me ocurre ninguna desventaja. Todo han sido ventajas. Sólo que nunca he sentido que estuviera trabajando solo. Por supuesto me considero responsable del enfoque visual de la colección, pero haber tenido comunicación directa con dos personas que toman decisiones, que sienten una conexión y una dedicación para con las obras más allá del mero encargo burocrático, y que tienen fe en tus habilidades, no es lo habitual, y esa fue en realidad la clave de todo. Además esa fe también aporta cierta flexibilidad. Te permite cometer errores en ocasiones, y te impulsa a hacerlo mejor sin constreñirte demasiado y te permite defender las soluciones en las que crees apasionadamente. No ha habido más niveles de intervención ni me he visto obligado a presentar las portadas a múltiples departamentos para que las aprueben ni a cumplir tales o cuales requisitos comerciales que en última instancia le habrían arrebatado la vida. Martin y yo hablamos cantidad de veces e intercambiamos ideas a menudo con robustez, pero siempre con el objetivo de mejorar el trabajo.

OP: Es curioso, pero teniendo en cuenta lo estandarizado y dependiente de bancos de imágenes que ha acabado siendo el diseño literario, lo primero que me vino a la cabeza tras ver tus portadas para Affirm Press no fue el trabajo de otros diseñadores de libros sino el de antiguos ilustradores de portadas de discos, como Jim Flora y el recientemente fallecido Alex Steinweiss. No como un pastiche nostálgico, sino realmente como una evolución contemporánea de ese tipo de diseño del que ellos fueron pioneros.

DG: ¡No andas demasiado equivocado! Aspiro por completo a seguir su ejemplo. Tanto Steinweiss como Flora parecían tener la capacidad para resaltar las excentricidades de cada uno de sus trabajos y a la vez para establecer un vínculo emocional con ellos. Me encanta la sofisticación y la elegancia de Alex Steinweiss, y me siento atraído por Jim Flora en particular, porque a pesar de que era capaz de resultar evocador de una manera abstracta, también podía soltarse el pelo y dibujar esas maravillosas figuras caricaturescas que reventaban de energía y entusiasmo, todo ello sin perder lo que era esencialmente «suyo». Es un honor verme mencionado en el mismo párrafo.

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jueves 18 de agosto de 2011

Ocho millones de maneras de escribir

Lawrence Block (Buffalo, 1938) es uno de los últimos grandes de la novela negra de toda la vida, crecido y rodado en la gran escuela del paperback y de las revistas de relatos de los años cincuenta y sesenta, y asentado desde los setenta en una espléndida madurez como autor que nos ha venido brindando con asombrosa consistencia un buen puñado de perlas, muchas de ellas todavía inéditas por desgracia en castellano. Lo mejor de todo es que, a sus setenta y tres años, no parece tener intención alguna de aflojar. Además de haber recuperado hace unos meses a su personaje más emblemático, Matthew Scudder, para una nueva novela titulada A Drop of the Hard Stuff (Mulholland Books), dentro de apenas unas semanas Block publicará Getting Off (Hard Case Crime), una sardónica odisea de sexo y violencia refrescantemente fuera de lugar en nuestro adocenado mercado de hoy en día. Por si eso fuera poco, acaba de lanzar un blog realmente interesante que actualiza con puntualidad británica y ha recuperado prácticamente la totalidad de su catálogo en formato electrónico. Si a eso le unimos que RBA acaba de reeditar nuevamente entre nosotros una de sus obras más celebradas, la inolvidable Ocho millones de maneras de morir, la ocasión la pintaban calva para charlar un rato con él.

Cultura Impopular: ¿Cómo ve usted, que viene de la vieja escuela de aprender con la práctica, escribiendo a matacaballo para la extinta gran industria de la literatura popular, esta nueva cultura de cursos universitarios, academias literarias y manuales para aspirantes a escritor, de los cuales, por cierto, usted mismo ha escrito varios?

Lawrence Block: Debo decir que tengo sentimientos contradictorios. Por una parte, sólo he leído dos o tres manuales de escritura en mi vida, y de eso hace más de cincuenta años. Por otra, mantuve una columna mensual sobre cómo escribir ficción durante catorce años, y he publicado seis títulos sobre la materia. Tengo que creer que tienen cierto valor, a pesar de que ciertamente yo me las apañé perfectamente sin ellos o sus equivalentes. Y mis antecedentes me han vuelto bastante suspicaz hacia los másters de escritura; no quiero decir que hagan daño alguno, pero tampoco estoy convencido de que hagan demasiado bien, y creo que el verdadero peligro está en hacerle creer a la gente joven que son necesarios. Te preparan para enseñar a escribir, pero no estoy seguro de que te preparen para hacerlo. En mi opinión uno se prepara a sí mismo. Yo empecé a escribir cuando el mercado de las revistas y las novelas baratas proporcionaban un buen aprendizaje para los autores. No sé si habrá un equivalente hoy en día, pero podría haberlo. Creo que Internet y la posibilidad de autoeditarse podría cambiar por completo las reglas del juego. Aunque es demasiado pronto para decir en qué quedará todo.

CI: Hablando de Internet, escribió usted una interesantísima entrada en su blog acerca de sus experiencias tras haber leído el libro de John Locke How I Sold 1 Million eBooks in 5 Months. Desde entonces ha multiplicado usted exponencialmente su presencia en la red, se ha abierto una cuenta en Twitter y ha recuperado prácticamente todo su catálogo atrasado en formato e-book. ¿Cuántas horas a la semana suele dedicar a cultivar una relación directa con sus lectores y en qué modo ha tenido que alterar sus rutinas laborales para acomodarse a estos nuevos compromisos?

LB: La verdad, no lo cronometro. Me paso varias horas seguidas sentado frente al ordenador y voy saltando de tarea en tarea, y últimamente uso mucho las redes sociales, pero no creo que lo hiciese si no lo disfrutara. Este tipo de diálogo con los lectores es simplemente una forma distinta de lo que hago en mis libros, ¿sabes? Como también lo es esta entrevista. Y debería añadir que sospecho que toda esta actividad resulta en realidad contraproducente para todos aquellos escritores que no disfrutan haciéndola. Si no me estimulara, me estaría causando más perjuicio que beneficio.

CI: ¿Y qué tal, está satisfecho con cómo le están yendo las cosas desde que se incorporó al mercado del libro electrónico? ¿Ha notado un interés renovado por sus viejas obras?

LB: Lo cierto es que varias novelas mías que llevaban descatalogadas desde hacía una eternidad tienen ahora una nueva vida como eBooks, y hay gente comprándolas y leyéndolas y evidentemente sacando algún disfrute de ellas. A qué equivaldrá eso financieramente, aún me resulta imposible decirlo por ahora, y en realidad podría no ser lo más importante. Siempre he creído que, si la gente lee mis libros, podré ganarme la vida. En última instancia, lo que importa es la obra, ¿sabes? Veo escritores que se trabajan como locos las redes sociales, pero escriben libros que a nadie le apetece demasiado leer, y a pesar de que puede que consigan convencer a la gente para que pruebe con uno, así nunca van a conseguir crear nada perdurable.

CI: El pasado mes de abril se reeditó en España Ocho millones de maneras de morir (RBA), que aunque no es la primera novela protagonizada por su personaje Matthew Scudder, sí que me parece un título muy apropiado para adentrarse por primera vez en su mundo. Con todos los cambios vividos por Scudder a lo largo de su carrera, ¿qué le diría a estas alturas a un lector que fuera a acercarse por primera vez a alguna de sus novelas?

LB: Probablemente no le diría nada, pues prefiero que los libros hablen por sí mismos. En cuanto a los cambios vividos por Scudder, es algo que nunca me planteé cuando empecé a escribir sobre él. Por lo general los detectives de ficción siempre permanecían inmutables y nunca envejecían. Pero el nivel de realismo en las novelas era tal que sentí que no tenía más elección que dejar que Scudder creciera y evolucionara y envejeciera, y es una decisión que nunca he lamentado. El resultado es que puede que ahora esté cercano el momento en el que tenga que dejar de escribir sobre él, pero si no hubiera evolucionado estoy seguro de que lo habría dejado hace mucho tiempo.

CI: El hiato entre su anterior novela de Scudder, All the Flowers Are Dying, y la nueva que acaba de publicar en Estados Unidos, A Drop of the Hard Stuff, ha sido el más largo desde que empezó a escribir al personaje. ¿Por qué le ha costado tanto esta vez volver a conectar con Scudder?

LB: Me resulta difícil contestar a eso. Igual que raras veces sé qué es lo que voy a escribir a continuación, tampoco suelo saber por qué escribo lo que escribo. En este caso concreto, llegó un momento en el que pensé que probablemente no volvería a escribir ningún libro más de Matthew Scudder. Después se me ocurrió plantear la premisa para la nueva novela en un periodo anterior y hasta ahora aún no examinado de su vida, y entonces fui capaz de escribirla.

CI: A Drop of the Hard Stuff comparte título con un álbum de los Dubliners; When the Sacred Ginmill Closes era un verso de una canción de Dave Van Ronk… ¿Cómo de importante es la música para usted?

LB: No sé hasta qué punto la música juega un papel en mi escritura. Puede que fuera más importante en el pasado que ahora. Pero lo cierto es que nunca escucho nada mientras trabajo. Lo último que quiero es una distracción.

CI: Me han encantado todas las reediciones ha publicado Hard Case Crime de antiguos libros suyos, como Grifter’s Game, The Girl With the Long Green Heart y Lucky at Cards, y sobre todo me ha resultado refrescante leer novelas sobre timadores y tahures en los que todo resulta sumamente creíble de lo bien explicado que está y además forma parte integral de la trama, no es mera utilería. ¿Tiende a documentarse mucho?

LB: En realidad no suelo investigar demasiado. Me gusta que las cosas suenen creíbles, y el modo más fácil de conseguirlo es usar entornos y ambientes con los que ya tengo cierta familiaridad.

CI: Su nuevo libro, Getting Off: A Novel of Sex & Violence, también para HCC, deja bien claras sus intenciones ya desde el título y la portada. He leído que de esta manera pretende mantener advertidos y alejados a todos aquellos lectores que le criticaron al encontrarse «por sorpresa» con varios pasajes de contenido sexual y violento en su novela Small Town, lo cual me hizo pensar: tras más de cincuenta (y muy distintos) libros, ¿todavía hay gente que tiene ideas preconcebidas sobre cómo debería ser una novela de Lawrence Block?

LB: Buena observación. Muchos de mis lectores parecen dispuestos a seguirme en cualquier dirección que pueda tomar, pero otros tienen preferencias muy concretas y claras. A unos les gustan los libros más ligeros, a otros los más oscuros. Mi impresión es que si me limito a escribir lo que me apetece, si me esfuerzo por quedar satisfecho con lo que hago, al final todo saldrá bien.

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miércoles 10 de agosto de 2011

Reinventarse a no tardar

El magazine digital Design Observer acaba de publicar una estupenda entrevista con Laurence King (fundador y director de Laurence King Publishing, editorial británica especializada en libros de arte y diseño), realizada por Mark Lamster. Aunque resulta difícil escoger un momento álgido entre toda la conversación, me quedo con estas dos respuestas, que destilan una visión de la industria del libro que comparto en gran medida. De todos modos, si tenéis un momento, pasaos por Design Observer y echadle un vistazo a la entrevista completa, ya que merece la pena de principio a fin, y anécdotas como la del origen de la editorial (¡tras once años de insolvencia!) hay que leerlas para creerlas.

Laurence King. Foto: Design Observer.

ML: ¿Cómo están abordando la edición electrónica y qué parte del negocio cree que ocupará en el futuro? ¿Qué cambios prevé en el mercado y la economía de los libros de diseño?

LK: El mercado para libros digitales ilustrados siempre iba a progresar más lentamente que el de libros sólo de texto, pero aun así se está desarrollando más lentamente de lo que yo había anticipado. A pesar de ello, estoy seguro de que al final el mercado para libros ilustrados en los que prima el contenido (libros para estudiantes, de referencia y manuales) acabará siendo principalmente digital. Al final, los gastos de publicar libros digitales ilustrados será mucho más reducido que el de los libros impresos, de modo que los editores intentarán tentar al mercado para que se pase al producto digital, no sólo con precios más reducidos sino, más importante, explotando las posibilidades digitales. […] En cualquier caso, sin duda continuará habiendo un mercado para los libros ilustrados impresos, si bien creo que estarán considerados un pequeño lujo. Los libros necesitarán explotar el hecho de ser objetos reales; necesitarán estar mejor diseñados, realizados con una producción más inventiva que aproveche la ventaja de su presencia física. Una proporción más elevada del mercado de los libros impresos quedará dominada por los libros-regalo. Mi verdadera preocupación es el impacto de Amazon y de la revolución digital sobre las librerías. Los editores de libros ilustrados, y en particular los de libros de arte, necesitan que las librerías sobrevivan, particularmente las especializadas, aquellas a las que acuden los compradores cultivados que entienden de arte, arquitectura y diseño. Creo que dichas tiendas deben ser tratadas con gran mimo por los editores, ya que demasiado a menudo sirven como escaparate para Amazon. Son más importantes para nosotros de lo que sus ventas directas podrían indicar. Sería estupendo que pudieran utilizar su reputación, sus conocimientos y su experiencia para ser competitivas con Amazon en la red. Pero me da miedo que llegue un día en el que los editores de libros de arte tendremos que mantener con pérdidas locales-muestrario en los que exhibir nuestros libros, sólo porque fuimos excesivamente duros con los libreros especializados. Al mismo tiempo, los libreros necesitan reinventarse a no tardar, lo cual evidentemente no es fácil.

Algunos de los libros editados por Laurence King mencionados en la entrevista.

ML: Uno sabe que algunos libros van a ser éxitos seguros (su próximo libro sobre Saul Bass cae en esa categoría), pero por lo general resulta tremendamente difícil para los editores predecir qué libros van a funcionar y cuáles no. ¿Cuál es su secreto? ¿Hay libros que publica sólo porque cree que merecen existir al margen de lo que puedan vender? ¿Hay algún título de su catálogo del que no esperase gran cosa comercialmente hablando pero que acabase siendo un bestseller, o lo que podríamos considerar uno en nuestro pequeño rincón del mercado?

LK: Editar consiste en tomar riesgos, de modo que ahora ya no busco material que crea que nos va a dar dinero y cuyas ventas intente predecir. Más bien me pregunto si cada libro tiene algo emocionante o especial o útil que pueda capturar la imaginación de su público potencial. No intento predecir ventas, sino centrar nuestros esfuerzos en intentar potenciar en el libro aquello que tenía de especial la idea que lo inspiró. Si captura la imaginación del público, acabará reeditándose varias veces y nos dará dinero. Si no, bueno, al menos era una idea emocionante, y espero que haya otros libros que funcionen lo suficientemente bien como para seguir adelante con la empresa. Ocasionalmente publicamos libros sólo porque consideramos que deberían existir. Por ejemplo, Swiss Graphic Design, de Richard Hollis. En su día no pensé que Bibliographic (un volumen sobre los 100 mejores libros de diseño) fuera a vender particularmente bien, pero lo publicamos porque me encantaron las muestras que me enseñó el autor Jason Godfrey cuando nos ofreció el libro. Esperaba que a otras personas dentro del mundillo del diseño pudieran gustarles tanto como a mí. Ciertamente nos vimos gratamente sorprendidos por las ventas de ese libro, que ahora sigue funcionando en una edición en rústica. Pero la emoción en el juego de editar no consiste en publicar libros que sean simplemente comerciales, u otros que nos parezcan poco comerciales pero meritorios de algún modo. Generalmente surge de encontrar libros que tengan un mérito y que además vendan bien, que es lo más difícil de conseguir. Pero las buenas ventas (a largo plazo) son una de las cosas que definen un buen libro. Si nadie quisiera leer las obras de Mark Twain cien años después de su muerte, no seguiríamos diciendo que fue un genio, sino más bien una curiosidad histórica.

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viernes 29 de julio de 2011

El rey de las moscas

William Golding fotografiado por Paul Shutzer en 1964.

El próximo 19 de septiembre se cumplirá el centenario del nacimiento del escritor británico William Golding (fallecido en 1993), motivo por el cual la editorial Faber & Faber lanzará al mercado una nueva edición de su obra más famosa, El señor de las moscas, con un nuevo prólogo escrito por Stephen King. La semana pasada, el periódico británico The Telegraph publicó una versión editada de dicho prólogo a modo de adelanto. Aquí van un par de fragmentos traducidos al castellano:

Dos ediciones de El señor de las moscas en Faber. A la derecha, la nueva con prólogo de King.

Crecí en una pequeña comunidad rural al norte de Nueva Inglaterra, donde la mayoría de las carreteras eran de tierra, había más vacas que personas y la escuela era una única habitación calentada por una estufa de leña. Los chicos que se portaban mal no se quedaban castigados en el aula tras las clases: debían salir a cortar maderos para la estufa o rociar con cal los retretes.
Por supuesto no había biblioteca, pero en la desierta casa parroquial a un cuarto de milla de la casa en la que crecimos mi hermano David y yo, había una habitación llena con pilas de libros mohosos, muchos de ellos del grosor de guías telefónicas. Un gran porcentaje de ellos eran libros de aventuras para chicos. David y yo éramos lectores voraces, un hábito que habíamos heredado de nuestra madre, y nos abalanzamos sobre aquel botín como un par de muertos de hambre sobre un plato de pollo.
Con el tiempo —más o menos para cuando John Kennedy fue elegido presidente, creo— acabamos por sentir que algo fallaba. Las historias eran emocionantes, pero algo no terminaba de encajar. En parte puede que fuese porque la mayor parte de ellas estaban ambientadas en los años veinte y treinta, décadas antes de que mi hermano y yo hubiéramos nacido, pero ese no era el motivo principal. Simplemente aquellos libros tenían algo erróneo. Los niños no eran niños.
No había biblioteca, pero a primeros de los sesenta la biblioteca vino a nosotros. Una vez al mes, una pesada furgoneta verde aparcaba frente a nuestra diminuta escuela. Un rótulo de grandes letras doradas anunciaba en uno de sus costados: Libromóvil del Estado de Maine. La conductora-bibliotecaria era una señora fornida a la que le gustaban los niños casi tanto como los libros, y siempre estaba dispuesta a hacer recomendaciones. Un día, después de haberme pasado 20 minutos sacando novelas de las estanterías en la sección reservada para los Jóvenes Lectores y volviéndolos a dejar, me preguntó qué tipo de libro estaba buscando.

Fotograma de la adaptación de Peter Brooks (1963).

Pensé en ello, después hice una pregunta —quizás por accidente, quizás como resultado de una intervención divina— que abrió la puerta del resto de mi vida: «¿Tiene alguna historia que cuente cómo son los niños en realidad?».
Ella se lo pensó un momento, después fue a la sección del Libromóvil señalada Ficción para Adultos y extrajo un delgado volumen en tapa dura. «Prueba esto, Stevie», me dijo. «Y si alguien te pregunta, diles que lo encontraste tú solo. O si no podría meterme en líos».
Imaginad mi sorpresa (conmoción sería una descripción más adecuada) cuando, medio siglo después de aquella visita al Libromóvil aparcado en el polvoriento patio de la escuela metodista, descargué una versión en audio de El señor de las moscas y oí a William Golding articular, en la encantadoramente informal introducción a su brillante lectura, exactamente aquello que me había turbado entonces: «Un día estaba sentado a un lado de la chimenea y mi esposa estaba sentada al otro, cuando de repente le dije: «¿No sería buena idea escribir una historia sobre unos muchachos en una isla, mostrando cómo se comportarían realmente; como muchachos, y no como los pequeños santos que suelen ser habitualmente en los libros para niños?». Y ella dijo: «¡Qué buena idea! ¡Escríbela tú!». De modo que eso hice».
Golding unió su punto de vista nada sentimentalizado de la infancia a una historia de aventuras y suspense creciente. Para el muchacho de 12 años que era yo, la idea de vagar libremente por una isla tropical deshabitada, sin supervisión paterna alguna, resultaba en un principio liberadora, casi celestial. Para cuando desaparece el joven con la marca de nacimiento en el rostro (el primero que plantea la posibilidad de que haya una bestia en la isla), mi sensación de liberación había empezado a quedar teñida de desasosiego. Y para cuando llegué al momento en el que el enfermo —y quizás visionario— Simon se enfrenta a la cabeza de cerdo cercenada y cubierta de moscas clavada sobre un palo, ya estaba aterrorizado.
Era, hasta donde me llega la memoria, mi primer libro con manos; manos fuertes que surgían de las páginas para atenazarme la garganta. El primer libro que me dijo: “Esto no es sólo entretenimiento; es vida o muerte”.

Ilustraciones de Sam Weber para la edición de The Folio Society.

El señor de las moscas no se parecía en nada a los libros para chicos de la casa parroquial; de hecho, hizo que todos quedaran obsoletos. En ellos, los Hardy Boys podían ser atados por los villanos, pero uno sabía perfectamente que acabarían por liberarse. Dave Dawson podía verse atacado por un Messerschmitt alemán, pero uno sabía perfectamente que conseguiría escapar.
Sin embargo, cuando sólo me quedaban 70 páginas para terminar El señor de las moscas, comprendí no sólo que algunos de los muchachos podrían morir, sino que varios de ellos iban a hacerlo. Era inevitable. Sólo esperaba que Ralph, con el cual me identificaba de un modo tan apasionado que empecé a experimentar sudores fríos mientras iba pasando las páginas, no fuese uno de ellos. No hacía falta que ningún profesor me explicara que Ralph encarnaba los valores de la civilización y que la asunción de Jack del salvajismo y el sacrificio representaban la facilidad con la cual dichos valores podían ser barridos; resultaba evidente incluso para un niño. Especialmente para un niño que había presenciado (y participado en) muchos actos de agresión escolar.
Para mí, El señor de las moscas siempre ha representado para qué están las novelas; qué las hace indispensables. ¿Deberíamos esperar vernos entretenidos mientras leemos una historia? Por supuesto. Un acto de la imaginación que no entretiene es ciertamente un acto más bien pobre. Pero debería haber algo más. Una novela bien escrita borra los límites entre el escritor y el lector, para que puedan unirse. Cuando eso sucede, la novela pasa a ser parte de tu vida; el menú principal, no el postre. Una buena novela interrumpe la vida del lector, le hace llegar tarde a las citas, saltarse las comidas, olvidarse de pasear al perro. En las mejores novelas, la imaginación del escritor pasa a ser la realidad del lector. Resplandece, incandescente y furiosa. Llevo desarrollando estas ideas durante la mayor parte de mi vida como escritor, y no han faltado quienes me han criticado por ello. La más potente de estas críticas afirma que si la novela se sustenta únicamente en la emoción y la imaginación, no hay lugar para el análisis, y la discusión de la obra pasa a ser irrelevante.

William Golding fotografiado por Paul Shutzer en 1964.

Estoy de acuerdo en que «Me ha encantado» es la peor manera de comenzar un análisis serio de una novela, pero estoy dispuesto a defender que sigue siendo el corazón palpitante de la ficción. «Me ha encantado» es lo que todo lector desea poder decir cuando cierra un libro, ¿o no? ¿Y no es exactamente ese el tipo de experiencia que la mayoría de escritores quieren ofrecer?
Una reacción visceral y emocional ante una novela tampoco tiene por qué excluir un análisis. Yo me acabé la primera mitad de El señor de las moscas en una tarde, con los ojos como platos, el corazón palpitante, incapaz de pensar, sólo de respirar profundamente. Pero llevo reflexionando acerca del libro desde entonces, más de cincuenta años. Mi regla básica como escritor y lector —formulada en gran medida gracias a El señor de las moscas— es: primero siéntelo, piensa en ello más tarde. Analiza todo lo que quieras, pero primero sumérgete en la experiencia.
A lo que sigo regresando una y otra vez es a Golding diciendo: «¿No sería buena idea escribir una historia sobre unos muchachos mostrando cómo se comportarían realmente?». Fue una buena idea. Una muy buena idea que produjo una muy buena novela, todavía hoy igual de emocionante, relevante y provocadora que cuando Golding la publicó en 1954.
Stephen King

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No se me ocurre nada más aburrido que ser sermoneado por alguien mayor que tú. Y mi mayor temor en la vida es ser un aburrido.
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