Cultura Impopular

El blog de Espop Ediciones

jueves 9 de junio de 2011

Tomándole el pulso a Es Pop

Hace unos días Frank G. Rubio me entrevistó para el diario online El Pulso. Debido a cuestiones de espacio, hubo que aligerar un poco las respuestas para su publicación, pero Frank me ha cedido generosamente la entrevista íntegra para reproducirla también aquí (únicamente he suprimido una respuesta puramente coyuntural acerca de la Feria del Libro). Si ya habéis leído otras entrevistas conmigo, podéis saltaros perfectamente la primera pregunta, porque la respuesta es la misma de siempre (un día de estos tendré que inventarme un nuevo origen y hacerle un reboot a la franquicia), pero más abajo hablo por primera vez de las novedades que estamos preparando para después de verano y eso creo que sí puede tener cierto interés. ¡Gracias, Frank!

La opinión de la crítica: ¡Así no, Robert!

¿Cómo, cuándo y por qué empezó todo?
Después de más de una década traduciendo para otras editoriales y estudios de doblaje, decidí que quería probar suerte con títulos cien por cien afines a mis intereses como lector. Debo decir que como traductor siempre me he sentido bastante privilegiado. He realizado trabajos alimenticios, como todo el mundo, pero por regla general he tenido la fortuna de trabajar con editores que me han dado bastante cancha a la hora de elegir y he podido ir haciéndome un «catálogo» que creo refleja bastante bien mis gustos. Imagino que convertirme en editor era el paso lógico para personalizar aún más esa labor como traductor y para poder intervenir en otras partes del proceso que siempre me han resultado fascinantes, como por ejemplo el diseño. Al margen de todo eso, me parecía que había un hueco bastante claro en el mercado del ensayo y la biografía centrados en la cultura popular, dos géneros que o bien no se estaban editando lo suficiente o bien de manera muy dispersa. Se dio la casualidad de que los dos primeros títulos por los que pregunté en las agencias, dos libros que yo consideraba de referencia, estaban incomprensiblemente disponibles. Eran Los trapos sucios de Mötley Crüe y El otro Hollywood de Legs McNeil y Jennifer Osborne. Me pareció una oportunidad tan clara que no me quedó más remedio que lanzarme con ellos y así empezó todo.

Es Pop tiene una gama muy interesante de novela policíaca contemporánea, háblame de sus características.
Son novelas de género que se declaran y se manifiestan orgullosas de serlo. En un momento como el actual, en el que continuamente se publican verdaderas basuras disfrazadas de «bestseller de calidad», que incluso pretenden llegar envueltas de cierta coartada literaria con la que engañar a los acomplejados, nos parecía necesario dar a conocer a autores que no sólo no tienen ningún afán de «trascender el género» sino que lo abrazan y lo cultivan con entusiasmo. Que saben perfectamente que autores como Chandler, Cain, Stark o Highsmith son grandísimos estilistas, grandísimos escritores, y que una visión compleja del mundo, la ética y la moral no tiene por qué estar reñida con el entretenimiento. Hay quien dice que son novelas NEOPULP, lo cual me parece estupendo, ya que ciertamente enlazan con esa tradición de la gran novela popular de los cuarenta y los cincuenta, una idea que también hemos intentado reforzar visualmente. La colección está coeditada a medias entre Es Pop Ediciones y Valdemar, algo que además de resultarme un placer, porque son buenos amigos míos que encima han jugado un papel importante en el hecho de que acabara dedicándome a esto, me parece completamente coherente. No me cabe duda de que si Valdemar fuera una editorial del siglo XXII, recuperarían a autores como Neil Cross, Megan Abbott o Christa Faust como los clásicos que merecerían ser dentro de cien años, igual que ahora recuperan a Stoker, Lovecraft y Conan Doyle, entre muchos otros.

¿Cómo ves el panorama editorial en el contexto de la crisis?
Hombre, lo veo tan mal como cualquier otro panorama. Con cinco millones de parados en el país y sin que esto tenga pinta de haber tocado fondo aún… qué te voy a decir. Llorar porque se venden menos libros, que es verdad, que se están vendiendo menos, sería casi obsceno. Pero para mí el problema fundamental es que ni siquiera cuando la economía estaba sana podía uno decir que el panorama fuese muy halagüeño. Tenemos uno de los países en los que menos se lee de Europa y las tiradas no hacen más que acortarse. Los lectores se quejan de que los libros son caros, y tienen toda la razón cuando dicen que en Amazon pueden comprarlos como poco por la mitad, pero es que producir los libros en España, con las tiradas mínimas que nos vemos obligados a hacer, sale muy caro, también para el editor. En ese sentido creo que las pequeñas editoriales, que no suelen depender tanto de los grandes éxitos de la temporada, teníamos ya cierto callo que puede que nos haya preparado algo mejor para este momento que estamos atravesando. Quiero decir, que para nosotros la estrategia para sobrevivir ahora mismo no ha cambiado apenas a la de hace un par de años cuando las cosas iban supuestamente bien: consiste básicamente en cuidar mucho el catálogo, cuidar mucho la presentación y ofrecer a cambio de un producto que muchos consideran sobrepreciado algo que realmente compense el desembolso en todos los aspectos: que la lectura sea satisfactoria, que el libro sea bonito y que te apetezca no sólo disfrutarlo sino conservarlo, sobarlo, verlo en la estantería, regalarlo y quedar bien. Y ser conscientes de que, en el mejor de los casos, nos estamos dirigiendo a unos pocos miles de lectores, no a esos centenares de miles que son los que parecen que están en peligro de perder las grandes editoriales, pero que a nosotros, sencillamente, ya nos parecían inalcanzables desde el primer día.

La opinión de la crítica: ¡Así sí que sí!.

¿Cómo te trata la crítica?
La más especializada, la literaria, directamente no nos trata. Parece que vivimos en mundos paralelos. Bueno, miento, cuando sacamos la biografía de Charles Schulz, el creador de Carlitos y Snoopy, tuvimos una cobertura fantástica, salió en todos los suplementos y la respuesta fue en general muy positiva, cosa que de verdad agradezco. Pero parece que es lo único en lo que hemos coincidido mínimamente hasta ahora. Volvemos a lo que decíamos antes de las coartadas culturales y de los complejos que seguimos arrastrando en este país con todo lo que huela a popular o a entretenimiento. Mientras que en Francia a Megan Abbott, por poner un ejemplo reciente, la reseñan abundantemente y la entrevistan en medios como Le Monde, aquí ni dios mostró el más mínimo interés en hablar con ella cuando salió Reina del crimen. Y mira que ofrecimos la posibilidad. Afortunadamente, con lo que sí hemos contado hasta ahora, y de una manera muy entusiasta además, ha sido con el apoyo de blogueros y de la prensa alternativa. Tiene narices que todos o casi todos nuestros títulos de narrativa hayan salido reseñados, y muy bien reseñados, en revistas como Vice, Ruta 66 o Popular 1 mientras que para los suplementos literarios sencillamente no existimos. De todos modos imagino que la situación mejorará tan pronto como nos dé por publicar a autores checos, sefardíes y galeses (risas). Con todos mis respetos para los autores checos, sefardíes y galeses, ¿eh?

¿Qué preparas para el futuro?
Ahora mismo estamos preparando dos colecciones nuevas para después del verano. La primera, Es Pop Narrativa, que hemos subtitulado de manera un tanto pedantorra «Biblioteca de nuevos clásicos», estará dedicada principalmente a recuperar obras del siglo XX maltratadas en su momento por la crítica, el público y hasta la justicia; títulos tachados en su día de obscenos e insolentes, cuando no de subliteratura, que a pesar de todo han acabado convirtiéndose en clásicos (o si no, deberían serlo). No puedo confirmarte todavía ningún título ya que aún estamos cerrando los primeros. Sí te puedo adelantar, eso sí, los dos primeros de la otra colección que vamos a lanzar, que se llama Pulpo Negro y que viene a ser un poco el reverso tenebroso de lo que estamos editando en Valdemar/Es Pop; es decir, que aquí pasamos de la narrativa un tanto retro o de inspiración clásica a la novela negra más brutal y desesperanzada, muy crítica, muy social, muy de ahora. Si Valdemar/Es Pop es NEOPULP, Pulpo Negro vendría a ser NEONATURALISMO, Zola para el siglo XXI. Y la colección la van a lanzar el norteamericano Peter Blauner con Luna de casino, una novela que destapa los paralelismos entre los métodos de la mafia de Atlantic City y los de las grandes corporaciones que operan en la misma ciudad, y el sudafricano Roger Smith con Demonios de polvo, un retrato demoledor de la Sudáfrica contemporánea que es como El poder del perro pero con zulúes. ¡Imagínate!

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martes 24 de mayo de 2011

Clásicos como cachiporras

Esta semana llega a las tiendas, justo a tiempo para la Feria del libro de Madrid, un librito que he traducido para otra editorial amiga, Rey Lear. Se trata del ensayo de Oscar Wilde The Soul of Man Under Socialism, rebautizado en esta ocasión como La importancia de ser socialista para que haga juego con otros dos títulos del mismo autor (La importancia de no hacer nada y La importancia de discutirlo todo) aparecidos anteriormente en la misma colección. Los tres, por cierto, con portada de Miguel Ángel Martín. Como suele ser habitual en Wilde, al final lo del socialismo no deja de ser otra excusa para hablar largo y tendido sobre las dos cuestiones que realmente le preocupan: el individuo y el arte. Y desde ese punto de vista tiene observaciones muy interesantes, en ocasiones muy socarronas y, por lo general, muy relevantes todavía hoy. Una de mis favoritas es esta que os pego a continuación.

«Al público le desagrada la novedad porque le tiene miedo. Representa para él una forma de Individualismo, una aseveración por parte del artista de que es él mismo quien elige su tema, y lo trata según su antojo. Y al público no le falta razón en su actitud. El Arte es Individualismo, y el Individualismo es una fuerza perturbadora y desintegradora. En ello reside su inmenso valor. Pues lo que busca perturbar es la monotonía del tipo, la esclavitud de la costumbre, la tiranía del hábito y la reducción del hombre al nivel de una máquina. En el Arte, el público acepta lo que ya ha sido porque no puede alterarlo, no porque lo aprecie. Engulle los clásicos de una sentada y nunca los saborea. Los tolera como inevitables y, al no poder mutilarlos, opina vacuamente sobre ellos. Curiosamente —o no tan curiosamente, dependiendo del punto de vista de cada uno—, esta aceptación de los clásicos causa un gran prejuicio. […] Lo cierto es que el público hace uso de los clásicos de un país como herramienta para comprobar los progresos del Arte. Degrada a los clásicos a la categoría de autoridades. Los usa como cachiporras para impedir la libre expresión de la Belleza en nuevas formas. Siempre le está preguntando al escritor por qué no escribe como otro, o al pintor por qué no pinta como otro, completamente ignorante del hecho de que si cualquiera de los dos hiciera algo similar dejarían de ser artistas. Los nuevos modos de Belleza le resultan completamente de mal gusto, y cada vez que aparece uno se muestra tan airado y desconcertado que siempre usa dos expresiones estúpidas: una, que la obra de arte es groseramente ininteligible; la otra, que la obra de arte es groseramente inmoral. A mí me parece que lo que quiere decir el público con estas expresiones es lo siguiente. Cuando dice que una obra es groseramente ininteligible, quiere decir que el artista ha dicho o creado algo nuevo; cuando describe una obra como groseramente inmoral, quiere decir que el artista ha dicho o creado algo bello que además es cierto».

Más información sobre La importancia de ser socialista en la página web de Rey Lear Editores.

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viernes 20 de mayo de 2011

El otro Hollywood Redux

Los lectores veteranos de Cultura Impopular quizá recordarán esta entrada, una de las primeras del blog, en la que hablaba sobre el proceso de diseño de El otro Hollywood, el libro sobre la historia de la industria del cine porno escrito por Legs McNeil y Jennifer Osborne con Peter Pavia. En aquel entonces explicaba cómo nos habíamos debatido entre usar una portada eminentemente fotográfica, más fiel en apariencia al contenido de libro, o una ilustrada a partir de viejas imágenes del Hollywood clásico «con el objetivo de, en cierto modo, subvertirlas con la intención de subrayar esa dicotomía, tan bien tratada en el libro, entre la industria cinematográfica “legítima” y la del porno, que no sólo no están tan separadas como en un principio podría parecer sino que en muchos casos se solapan». Como ya sabéis, finalmente optamos por la portada fotográfica y así quedó la cosa. De modo que quizá os sorprenda saber que hoy 20 de mayo El otro Hollywood llega nuevamente a las tiendas con una portada distinta a la original. Bueno, en realidad no tan distinta, ya que no se trata sino de una versión algo más depurada de aquella alternativa que ya manejamos en un principio, la ilustrada con carteles de cine antiguos. ¿Por qué el cambio? Por una parte, a qué negarlo, porque en su día me quedé con las ganas de utilizarla y no quería desperdiciar esta segunda oportunidad. Por otra, más importante, porque creo sinceramente que, viendo el rumbo que ha tomado visualmente la colección Es Pop Ensayo, en aquel momento nos equivocamos al elegir la portada. Si os fijáis, las cubiertas de los otros tres libros que hemos publicado hasta ahora en la colección son eminentemente conceptuales: el logo de Jack Daniel’s en Los trapos sucios; la camiseta de Carlitos en Schulz, Carlitos y Snoopy; incluso la de Slash muestra una imagen deliberadamente icónica y muy tratada del melenudo guitarrista para transmitir una idea de lo que es o lo que representa Slash antes que la realidad física de cómo es él en persona. Por todo ello, y teniendo en cuenta que mi intención para los próximos títulos es seguir por esa línea de ilustración y sugerencia antes que de imagen literal, creo que esta otra portada de El otro Hollywood encaja ahora mismo mejor en el diseño general de la colección que la anterior. Y por eso a partir de hoy podréis verla en las tiendas tal que así:


Siguiendo con El otro Hollywood, precisamente ayer recibía un mail con un excelente artículo escrito por Antonio Marcos para el número de primavera 2011 de la revista Archivamos, de la Asociación de Archiveros de Castilla y León, titulado «Legs McNeil: el archivo oral como relato», cuya lectura os recomiendo (está disponible en Issuu). Entre las cosas que dice, está esta frase que me parece una de las mejores y más sucintas descripciones que he leído hasta ahora de todo lo que es El otro Hollywood: «Un libro modélico que junto a su tema principal desarrolla tramas propias de la mejor novela negra, debates políticos en torno a los derechos civiles y pautas de funcionamiento que nos dicen más del capitalismo que muchos tratados de economía aplicada». ¡Si la hubiera recibido antes la hubiera puesto en la contraportada!

Para terminar, una aclaración: aunque haya titulado esta entrada «El otro Hollywood Redux», lo único que ha cambiado del libro es la cubierta, no se trata de una nueva edición ampliada, revisada o con extras, así que si ya lo tenéis, tranquilos, que no os estáis perdiendo nada nuevo. A los que les guste más la portada anterior, decirles que todavía quedan algunos ejemplares rondando por ahí. ¡No los dejéis escapar! Para los que, por el contrario, tengáis ya el libro pero os guste más la nueva portada, hemos impreso unas cuantas de más por si acaso; escribidme al correo del blog y ya miraremos de encontrar una manera de hacérosla llegar.

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miércoles 18 de mayo de 2011

Los defensores de la literatura seria

Me ha encantado esta entrevista que le ha hecho Fernando Olalquiaga a mi buen amigo, socio ocasional y compañero de mesa habitual Rafael Díaz, cofundador de Valdemar, para el magazine cultural Jot Down, cuya existencia, debo confesar, desconocía, aunque me ha bastado ojear un poco por encima sus contenidos para convertirme en fan de inmediato. ¿Sly Stone, Philip Kerr, Miguel Brieva, Muñoz Puelles, Deadwood, John Steinbeck y Faemino y Cansado bajo un mismo techo? ¡Venga ese rss! Echadle un vistazo que, de verdad, merece la pena. Y si os interesan los entresijos del mundillo literario no dejéis de leer la entrevista con Rafael, que tiene mucha miga y cuenta varias verdades como puños. Como esta sin ir más lejos:

En la literatura resulta casi más complicado hacer reír o provocar miedo que cualquier otra emoción. ¿Por qué entonces el género humorístico y el de terror están tan infravalorados por los defensores de la literatura “seria”?

Los que ejercen de defensores de la literatura “seria” son un auténtico coñazo. Asocian el género con el entretenimiento, el entretenimiento con la falta de profundidad y lo que no tiene profundidad es mera evasión. Resulta tedioso comprobar que abunda todavía esta concepción tan clasista de la cultura en general y de la literatura en particular, como si existiera una especie de club de alta cultura reservado sólo a unos pocos privilegiados donde la palabra entretenimiento es un exabrupto intolerable. ¿Acaso no son entretenidos Nietzsche, Schopenhauer, Thomas Mann o Shakespeare? ¿No es todo texto escrito para ser leído como una evasión? ¿Con qué rasero se mide la profundidad? ¿Existe algo así como un detector de profundidades? La lectura no es un ejercicio de flagelación; disfruta tanto el que lee a Marcial Lafuente Estafanía, si es que realmente lo disfruta, como el que lo hace con los discursos de Epicteto. Así que dejemos de hablar en términos de entretenimiento o evasión para juzgar la calidad de una obra. Fíjate, recuerdo haber leído en la contracubierta de La piel fría que era una novela de crítica social o algo parecido; se eludió cualquier mención al terror cuando es una magnífica novela de tema lovecraftiano. En España se evitan estas cosas: no se escribe novela policiaca, sino crónica urbana. Cuando un escritor se acerca a algo que huela a género los eufemismos brotan como setas. Predomina esa opinión tan tendenciosa de la que hemos hablado antes que asimila el género con el mal escritor o la literatura de evasión. En cuanto al humor, ¿qué se puede pensar de un país que omite, posterga u olvida a Mihura, Arniches, Jardiel Poncela o Ramón Gómez de la Serna? Si hubieran sido franceses los tendríamos hasta en la sopa.

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martes 26 de abril de 2011

En el principio fue la información

Lo primero que me llamó la atención de The Information: A History, A Theory, A Flood, de James Gleick, fue su monumental portada, diseñada por Peter Mendelsund, que me dejó sencillamente boquiabierto y con ganas de echarle las zarpas. Sin embargo, me daba un poco de reparo que el texto pudiera resultarme un tanto árido o excesivamente académico. Afortunadamente, la semana pasada la revista Smithsonian colgó en su web un extracto del mismo, reconvertido en artículo, que me ha convencido del todo. Tanto me ha entusiasmado, de hecho, que no he podido evitar traducir unos cuantos párrafos (el artículo original es mucho más extenso y recomiendo vivamente su lectura íntegra). Aquí los dejo por si a alguien más le pica la curiosidad, a la espera de que algún avezado editor se decida a publicar entre nosotros el libro completo (¡preferiblemente cuanto antes y respetando la portada!).

¿QUÉ DEFINE UN MEME?
Por James Gleick
«Lo que yace en el corazón de todo ser vivo no es fuego, ni un aliento cálido, ni una «chispa de la vida». Es información, palabras, instrucciones», declaró Richard Dawkins en 1986. Convertido ya para entonces en uno de los principales biólogos evolutivos del mundo, acababa de capturar el espíritu de una nueva era. Las células de un organismo son nodos en una red de comunicaciones densamente entrelazadas, transmitiendo y recibiendo, codificando y descodificando. La propia evolución encarna un intercambio de información continuo entre organismo y ambiente. «Si quieres entender la vida», escribió Dawkins, «no pienses en légamos vibrantes y fluidos palpitantes, piensa en tecnología de la información». […]
El auge de la teoría de la información instigó e impulsó una nueva visión de la vida. El código genético había dejado de ser una mera metáfora y estaba siendo descifrado. Los científicos se referían con grandiosidad a la biosfera: una entidad compuesta por todas las formas vitales de la tierra, rebosante de información, evolucionando y replicándose. Y los biólogos, tras haber absorbido los métodos y el vocabulario de las ciencias de la comunicación, fueron más allá para aportar sus contribuciones a la comprensión de la propia información. […]

James Gleick.

Jacques Monod, el biólogo parisino que compartió un premio Nobel en 1965 por averiguar el papel jugado por las moléculas de ARN mensajero en la transmisión de información genética, propuso una analogía: igual que la biosfera se alza por encima del mundo de la materia inerte, hay otro «reino abstracto» que se alza sobre la biosfera. ¿Los habitantes de dicho reino? Las ideas.
“Las ideas han conservado algunas de las propiedades de los organismos», escribió. “Al igual que ellos, tienden a perpetuar su estructura y a reproducirse; también pueden fusionarse, recombinarse, segregar sus contenidos; de hecho, también pueden evolucionar, y la selección debe de jugar un papel importante en dicha evolución».
Las ideas tienen “poder para extenderse”, indicó —“infecciosidad, podríamos decir”— y algunas más que otras. Un ejemplo de idea infecciosa podría ser una ideología religiosa que cobra influencia sobre un grupo numeroso de personas. El neurofisiólogo norteamericano Roger Sperry había adelantado una noción similar varios años antes, argumentando que las ideas son “exactamente tan reales” como las neuronas que ocupan. Las ideas tienen poder, dijo:

Las ideas provocan ideas y ayudan a la evolución de nuevas ideas. Interactúan las unas con las otras así como con otras fuerzas mentales dentro del mismo cerebro, en cerebros vecinos y, gracias a las comunicaciones globales, también en otros cerebros lejanos y ajenos. Y también interactúan con el entorno exterior para producir, en conjunto, un avance explosivo en la evolución que va mucho más allá de cualquier otra cosa que hayamos podido ver en la escena evolutiva.

Monod añadió: “No me arriesgaré a aventurar una teoría de la selección de las ideas». Tampoco hizo falta. Otros estaban dispuestos a ello.
Dawkins también dio el salto de la evolución de los genes a la evolución de las ideas. Para él, el papel protagonista es el del replicador, y lo que menos importa es que los replicadores estén hechos de ácido nucleico o no. Su regla es: «Toda la vida evoluciona según la supervivencia diferencial de las entidades replicadoras». Allí donde haya vida, tiene que haber replicadores. Quizá en otros mundos los replicadores puedan surgir de una química basada en el silicio… o en ningún tipo de química.
¿Qué significaría para un replicador existir al margen de la química? «Creo que una nueva especie de replicador ha emergido recientemente en nuestro mismo planeta», proclamó Dawkins en las últimas páginas de su primer libro, El gen egoísta, en 1976. “Nos está mirando a la cara. Aunque aún está en su infancia, dejándose llevar torpemente por su caldo primordial, ya está alcanzando el cambio evolutivo a un ritmo que deja a los viejos genes jadeando muy atrás». Ese «caldo» es la cultura humana; el vector de transmisión es el lenguaje, y el lugar de cultivo es el cerebro.

Richard Dawkins.

Dawkins propuso un nombre para este replicador incorpóreo. Lo llamó el meme, y acabaría siendo su invención más memorable, mucho más influyente que sus genes egoístas o que sus posteriores proselitismos en contra de la religión. “Los memes se propagan a través del banco de memes saltando de cerebro en cerebro mediante un proceso que, a grandes rasgos, puede llamarse imitación», escribió. Compiten unos con otros para hacerse con el control de unos recusos limitados, tiempo cerebral o ancho de banda. Sobre todo, compiten por nuestra atención. Por ejemplo: ideas, canciones, frases hechas, imágenes. […]
Los memes emergen de los cerebros y salen al exterior, estableciendo cabezas de playa sobre papel, celuloide, silicio y allá donde pueda viajar la información. No deben de ser considerados partículas elementales, sino organismos. El número tres no es un meme; tampoco lo es el color azul, ni ningun pensamiento sencillo, igual que un único nucleótido no puede ser un gen. Los memes son unidades complejas, distintivas y memorables. Unidades con el poder de perdurar.
Tampoco un objeto es un meme. El hula hoop no es un meme; está hecho de plástico, no de bits. Cuando esta especie de juguete se extendió en 1958 por todo el mundo en una loca epidemia, fue el producto, la manifestación física, de un meme o memes: el anhelo de tener un hula hoop; los meneos, balanceos y habilidades necesarias para usarlo. El hula hoop en sí mismo es un vehículo para el meme. También, de igual modo, lo son todos aquellos que lo usan; un vehículo sorprendentemente efectivo en el sentido perfectamente explicado por el filósofo Daniel Dennett: “Un carro con ruedas de radios no sólo traslada grano o cualquier otra carga de un lugar a otro; traslada la brillante idea de un carro con ruedas de radios de mente en mente». […]

El hula hoop no fue un meme. La fiebre de usarlo sí.

Durante la mayor parte de nuestra historia biológica los memes existieron efimeramente, su principal modo de transmisión era el llamado «boca a boca». Últimamente, sin embargo, han conseguido adherirse a sustancias sólidas: tabletas de barro, paredes de cuevas, hojas de papel. Adquieren longevidad a través de nuestras plumas y nuestras imprentas, cintas magnéticas y discos ópticos. Se diseminan a través de antenas y redes digitales. Los memes pueden ser relatos, recetas, habilidades, leyendas o modas. Y nosotros los copiamos, de individuo en individuo. El otro punto de vista, desde la perspectiva centrada en el meme de Dawkins, es que se copian a sí mismos.
“Creo que, dadas las condiciones adecuadas, los replicadores se juntan automáticamente para crear sistemas, o máquinas, que les dan movilidad y trabajan para favorecer su replicación continua», escribió. Con esto no pretende sugerir que los memes sean actores conscientes; sólo que son entidades con intereses que pueden verse impulsados por la selección natural. Sus intereses no son los nuestros. «Un meme», dice Dennett, «es una carga de información con genio”. Cuando hablamos de luchar por un principio o morir por una idea, podríamos estar siendo más literales de lo que creemos.
Como los genes, los memes tienen efectos en el mundo al margen de sí mismos. En algunos casos (el meme de encender el fuego, el de usar ropa, el de la resurrección de Jesús) los efectos pueden ser realmente poderosos. A la vez que diseminan su influencia por el mundo, los memes influyen en las condiciones que afectan a sus opciones de sobrevivir. Los memes que comprenden el código Morse obtuvieron un efecto enérgico y positivo. Algunos memes reportan evidentes beneficios para sus anfitriones humanos (“Mira antes de saltar”, conocimiento del RCP, lavarse las manos antes de cocinar), pero el éxito memético y el éxito genético no son la misma cosa. Los memes pueden replicarse con impresionante virulencia a la vez que dejan un reguero de daños colaterales: patentes de medicinas y cirugía psíquica, astrología y satanismo, mitos racistas, supersticiones. En cierto modo, estos son los más interesantes: los memes que prosperan en detrimento de sus anfitriones, como por ejemplo la idea de que los terroristas suicidas encontrarán su recompensa en el cielo.

Un gorila aprendiendo a dar collejas por mimética.

Los memes podían viajar sin palabras antes incluso de que naciera el lenguaje. La simple imitación basta para replicar el conocimiento: cómo afilar una punta de lanza o encender un fuego. Entre los animales, se sabe que los chimpancés y los gorilas adquieren comportamientos por imitación. Algunas especies de pájaros aprenden sus canciones, o al menos variantes de las mismas, tras oírselas a otros pájaros (o, de un tiempo a esta parte, a ornitólogos con reproductores de audio). Los pájaros desarrollan repertorios y dialectos; en resumen, muestran una cultura aviar que precede a la cultura humana en eones. A pesar de estos casos especiales, durante la mayor parte de la historia humana, los memes y el lenguaje han ido de la mano. (Los clichés son memes). El lenguaje hace las funciones del primer catalizador de la cultura. Sustituye a la simple imitación, extendiendo el conocimiento mediante abstracción y codificación. […]
Una fuente de resistencia —o al menos de incomodidad— fue el paso a segundo término de nosotros los humanos. Afirmar que una persona sólo es un medio para que un gen cree más genes ya era bastante malo. Ahora los humanos debían ser considerados además vehículos para la propagación de memes. A nadie le gusta ser considerado una marioneta. Dennett resumió el problema de la siguiente manera: “No sé a ustedes, pero a mí en principio no me atrae la idea de que mi cerebro sea una especie de montón de abono en el que las larvas de las ideas de otras personas se renuevan, antes de enviar copias de sí mismas en una diáspora de información… ¿Quién está al al cargo según esta visión, nosotros o nuestros memes?”.
Él mismo respondió su pregunta recordándonos que, nos guste o no, raras veces estamos «al cargo» de nuestras mentes. Podría haber citado a Freud, pero en vez de eso citó a Mozart (o eso creía él): «En la noche, cuando no puedo dormir, las ideas se agolpan en mi cerebro. ¿De dónde vienen y cómo llegan hasta mí? Ni lo sé ni tengo nada que ver con ello”. Más tarde a Dennett se le informó de que esta conocida cita no era en realidad de Mozart. Había cobrado vida propia; era un meme bastante exitoso. […]

Aunque puede que Mozart no tuviera este aspecto, muchos tenemos esta imagen en mente
cuando pensamos en él. Las imágenes también son memes.

A medida que el arco del flujo de la información tiende hacia una conectividad aún mayor, los memes evolucionan más rápido y se extienden más lejos. Su presencia se siente, aunque no se vea, en comportamientos borreguiles, pánicos bancarios, cascadas de información y burbujas financieras. Algunos falsos memes se extienden con ayuda insincera, como la aparentemente imbatible noción de que Barack Obama no nació en Hawaii. Y en el ciberespacio, cada nueva red social se convierte en una nueva incubadora de memes. […]
En la competición por el espacio de nuestros cerebros y de la cultura, los auténticos combatientes son los mensajes. “El mundo humano está hecho de historias, no de gente”, escribe el novelista David Mitchell, “las personas que las historias usan para contarse a sí mismas no pueden ser culpadas”.
Fred Dretske, filósofo, escribió en 1981: “En el principio estuvo la información. La palabra llegó luego». Después añadió esta explicación: “La transición se logró mediante el desarrollo de organismos capacitados para explotar selectivamente esta información con objeto de sobrevivir y perpetuar su clase». Ahora podríamos añadir, gracias a Dawkins, que la transición se logró mediante la información en sí misma, sobreviviendo y perpetuando su clase y explotando selectivamente organismos.
La mayor parte de la biosfera no puede ver la infosfera; es invisible, un universo paralelo que vibra con habitantes fantasmales. Pero no son fantasmas para nosotros. Ahora ya no. Sólo nosotros, los humanos, entre todas las criaturas orgánicas de la tierra, vivimos en ambos mundos a la vez. Es como si, tras haber coexistido durante largo tiempo con lo invisible, hubiéramos empezado a desarrollar la necesaria percepción extrasensorial. Somos conscientes de las muchas especies de información. Nombramos los tipos sardónicamente, como para asegurarnos a nosotros mismos que los entendemos: «mitos urbanos», «medias verdades». Los mantenemos vivos en servidores bien refrigerados. Pero no podemos ser sus dueños. Cuando una melodía permanece en nuestros oídos, o una manía cambia el mundo de la moda, o un falso rumor domina la charla global durante meses y desaparece con la misma rapidez con la que llegó, ¿quién es el amo y quién el esclavo?

Leonardo DiCaprio, convertido en meme.

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miércoles 20 de abril de 2011

45 minutos de entretenimiento

Tengo la perspectiva de ser un lector de relatos cortos desde que tenía 8 ó 9 años. En aquel entonces había revistas por todas partes. Había tantas revistas publicando ficción breve que nadie podía abarcarlas todas. Eran como una gran boca abierta que exigía que la alimentaran. Ya sólo los pulps, los pulps de 15 y 20 centavos, publicaban unos 400 relatos al mes, y eso sin contar lo que llamábamos las revistas «elegantes»: Cosmopolitan, American Mercury… Todas esas revistas publicaban ficción breve. Y luego el pozo empezó a secarse. Hoy en día te bastan literalmente los dedos de ambas manos para contar el número de revistas, que no pertenezcan a pequeñas editoriales, que publican relatos cortos. Y yo siempre he querido escribir para un gran público. Me parece una ambición honorable, igual de honorable que decir: «Tengo una obra que sólo va a ser apreciada por una pequeña franja de público». Y hay pequeñas revistas que publican en ese sentido, pero muchos de los individuos que leen esas revistas sólo las leen para ver qué tipo de relatos publican para poder enviarles los suyos. El relato corto ha dejado de ser algo generalizado. No ves a gente en el avión con las revistas abiertas por la séptima entrega de lo nuevo de Norman Mailer. Por supuesto, Mailer ya falleció, pero ya sabes a lo que me refiero. Y tanto darle vueltas al e-book y al ordenador en parte sólo sirve para enturbiar las aguas y oscurecer el hecho de que la gente sencillamente ha dejado de leer relatos cortos. Y cuando has perdido la costumbre de hacerlo, pierdes la maña, pierdes esa habilidad para sentarte 45 minutos a entretenerte un rato con una historia como esta. […] Cuando veo los libros de algunos de los autores de suspense que son populares hoy en día, pienso para mí mismo: «Básicamente son libros para gente que en realidad no quiere leer». Pasan sin dejar huella, como una especie de comida rápida que va de la boca a los intestinos sin detenerse a nutrir ninguna parte del cuerpo. No quiero dar nombres, pero ya sabemos todos de quiénes estoy hablando.

Extraído de esta entrevista de James Parker a Stephen King, aparecida en el número de abril de The Atlantic, que también incluye un nuevo y tremendísimo relato breve de este último, Herman Wouk Is Still Alive, disponible aquí.

Los viejos paradigmas no han terminado de desaparecer y los nuevos paradigmas resultan todavía algo confusos. Y tenemos la cuestión tecnológica, no sabemos todavía lo que significa tener un cerebro digitalizado. La gente parece no poder concentrarse, por ejemplo, no puede detenerse un momento para leer un libro. Hay un número considerable de gente diciendo que ya no puede hacerlo. No el tipo literario, claro, sino la gente que decía leer unos doce libros al año o así. Esta gente se ha acostumbrado a picotear de uno y otro lado… Creo que la incapacidad para comprometerse con una experiencia lectora es una pérdida gigantesca. Me horrorizaría que mis hijos no fueran capaces de leer de esa forma. Pienso que las novelas tienen un lugar a la hora de buscar comprender el mundo, y esa es la razón por la que uno termina leyendo no ya a sus contemporáneos sino a la generación anterior, para de esa manera enriquecer nuestro mundo. Creo que eso es lo que hacen las novelas, enriquecer nuestro mundo. Como sabes, mis dos referentes principales son Bellow y Nabokov. La obra de Nabokov es enorme, mucho más que la de Bellow, y contiene por lo tanto excesos bastante más obvios. Sin embargo, Nabokov no se interesó ni por un segundo en la modernidad, en el mundo moderno, mientras que Bellow sí estaba interesado en él, su obra está mucho más relacionada con el mundo moderno, tiene esta especie de autoconciencia acerca de la cultura de masas. Pero en todo caso, no creo que eso sea lo importante en ninguno de los dos, lo importante es el disfrute artístico.

Extraído de esta entrevista de Diego Salazar a Martin Amis aparecida en Letras Libres.

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lunes 7 de marzo de 2011

Una entrevista con Megan Abbott

Megan Abbott. Foto: Joshua Gaylord.

Siempre que puedo, me gusta charlar un rato con nuestros autores y hacerles una pequeña entrevista con la excusa del dossier de prensa de su libro. Y en realidad no deja de ser eso, una excusa, porque lo que realmente me apetece es compartir unos minutos con ellos. Hasta ahora he tenido suerte y todos han resultado ser bastante majetes, pero con ninguno me había divertido tanto como con Megan Abbott, la autora de Reina del crimen, que publicamos este mes en nuestra colección Es Pop Narrativa (coeditada, como ya sabéis, junto a Valdemar). Su conocimiento casi enciclopédico de la historia del cine negro y nuestra compartida admiración por grandes mujeres de la pantalla como Gloria Grahame amenazaba con convertir la entrevista en una animada charla de bar que habrá que dejar para otro día. Mientras tanto, aquí tenéis la versión más seria y formal que aparecerá en el dossier de prensa.

Cultura Impopular: ¿Cuándo y cómo empezaste a interesarte por el género negro? He leído en tu blog que recuerdas haber visto Gilda con 9 o 10 años, así que supongo que es algo que empezó a muy temprana edad. ¿Eran aficionados tus padres? ¿Te animaron a ello?
Megan Abbott: Mis padres eran aficionados y me animaron mucho. Registraban las librerías de segunda mano en busca de viejos libros de cine para mí y me llevaban a ver cualquier tipo de reposición. El origen de todo lo que escribo puede rastrearse hasta las viejas películas que veía en la tele los sábados y los domingos por la mañana. Primero fueron las películas de gángsteres —particularmente Enemigo público— y luego Howard Hawks, Billy Wilder. De algún modo, aquellas películas, especialmente las de género negro, pasaron a ser un oscuro fundamento para mí; formaban un mundo en el que quería adentrarme, y escribir fue mi modo de entrar en ese mundo.
CI: Es evidente que eres una gran aficionada al cine, así que me preguntaba si podrías explicar un poco la manera en la que el cine ha influido tu concepto de lo que es el género negro. O debería ser.
MA: Ah, muy interesante. Es cierto que mi primera exposición al cine negro fue a través del cine, a la literatura llegué más tarde. Por ejemplo, debí de ver Perdición media docena de veces antes de leer al fin la novela, ya a los veintitantos. En mi opinión ocupan, por lo general, universos separados del mismo género, y me gusta inspirarme en ambos. Hay algo muy especial en las resonancias visuales que aporta el cine al género negro, dando vida a esos ambientes llenos de sombras, aportando una patina de glamour que puede hacer que todo parezca más seductor, más hipnótico, más peligroso. Los libros, por otra parte, son mucho más íntimos y en concreto el uso de la primera persona (como en el caso de Cain y Chandler) aporta mucha intensidad, hace que todo parezca más crudo, más cercano. Y teniendo en cuenta el Código Hays, los libros también te acercan mucho más a lo escabroso, a lo indescriptible. De modo que son dos mundos distintos que conversan mutuamente, se susurran el uno al otro. Los adoro a los dos.

Reina del crimen en España (portada de Fernando Vicente) y en Francia.

CI: Tu primer libro, The Street Was Mine, fue un ensayo centrado en la figura del hombre duro y solitario, el típico antihéroe del género. ¿Fue algo que considerabas que debías estudiar antes de empezar a escribir ficción, como una especie de trampolín para tus propias novelas?
MA: The Street Was Mine empezó como mi tesis. Había completado mi doctorado en literatura inglesa y americana y quería escoger algo distinto para mi disertación, así que se me ocurrió centrarla en todos aquellos libros maravillosos que habían servido de base para mis películas favoritas. Leí El sueño eterno y El cartero siempre llama dos veces y supe que había encontrado mi pasión. Nunca había tenido ninguna intención de escribir ficción, pero mientras trabajaba en la tesis sentí la necesidad de dar salida a todo lo que estaba asimilando de una manera menos analítica, así que empecé a escribir fragmentos de lo que luego acabaría siendo Die a Little, mi primera novela. Al principio sólo eran retazos, una idea vaga, pero cuanto más leía más impulso cobraba. Al escribir un estudio crítico, no tienes demasiadas oportunidades de “disfrutar tu disfrute” de los libros que estás estudiando, así que escribir la novela fue mi manera de conseguirlo.
CI: No sé si estarás de acuerdo, pero para mí tus novelas son una especie de respuesta a esos clásicos de Chandler y Cain que analizaste en The Street Was Mine. No como una respuesta contraria, sino más bien como una aproximación paralela. Tus personajes habitan ese mismo mundo, pero evidentemente tienen una manera distinta de encararlo y puntos de vista diferentes acerca de lo que está pasando. ¿Qué fue lo que aprendiste escribiendo The Street Was Mine y qué impacto tuvo luego en tu prosa?
MA: ¡Gracias! Era consciente, mientras lo escribía, de que se trataba de novelas acerca de un mundo eminentemente masculino, y me pareció que la oportunidad la pintaban calva para escribir el mismo tipo de libros pero con personajes femeninos que no fueran mujeres fatales (o que no estuvieran consideradas como tales ni se vieran definidas únicamente por su habilidad para atrapar a los hombres). De modo que creo que escribir el ensayo me abrió una puerta. Pero lo que pasó principalmente fue que leyendo todas esas maravillosas novelas me entraron ganas de pasar a formar parte de su mismo tejido oscuro. Y al leer tantas de golpe, los diferentes estilos de prosa, la lógica maniquea, su cualidad confesional… sencillamente me fascinaron y me entraron ganas de escribir de la misma manera.

Para que te fíes. Cecil Kellaway, John Garfield y Lana Turner en
El cartero siempre llama dos veces (Tay Garnett, 1946).

CI: Die a Little y Reina del crimen están ambientadas en los cincuenta. The Song is You en 1949. Con Bury Me Deep retrocediste hasta los treinta. ¿Qué parte de la redacción de las novelas tuviste que invertir en documentarte? También me impresiona la aparente facilidad que tienes para reproducir con credibilidad los diálogos y la jerga del momento. Sé que hay autores, como David Peace, que escuchan mucha música, tanto buena como mala, de la época en la que ambientan sus novelas, para estudiar el sentido y el modo en el que se usan las palabras. ¿A qué tipo de fuentes recurres tú cuando escribes una novela de época?
MA: Me encanta el proceso de documentación, particularmente cuando se aparta de las fuentes más tradicionales. Aunque también leo libros de historia, prefiero los productos olvidados de usar y tirar, los cuales, creo, pueden llegar a decir mucho más sobre la cultura del momento que la llamada “historia oficial”. Siempre rebusco en los mercadillos y tiendas de segunda mano en busca de viejos recetarios, catálogos, menús, servilletas de locales, cantidad de revistas populares y tabloides. Y también la música. El enfoque de David Peace me parece que tiene todo el sentido. Yo también escucho cantidad de música perecedera, canciones de gramola perdidas, Tin Pan Alley, canciones humorísticas. Voy absorbiéndolo todo hasta que acaba siendo una especie de collage interminable que se va desplegando en mi cerebro. Y entonces paro y empiezo a escribir.
CI: En otras novelas has utilizado personajes basados en mujeres reales. ¿Hubo también alguna inspiración real tras el personaje de Gloria Denton? ¿Alguna vez ha habido, que tu sepas, una auténtica “reina del crimen”?
MA: Muy pocas a la escala a la que opera Gloria. Gloria está basada remotamente en Virginia Hill, la amante de Bugsy Siegel, en cuyo honor bautizó el Hotel Flamingo. Descubrí que había sido mucho más que la querida de un gángster. El hampa confiaba en ella para trasladar dinero y joyas, para ir a Suiza a abrir cuentas corrientes. Tenía un poder tremendo. En 1951 fue llamada a testificar frente al Senado y no cedió ni un milímetro. Les dijo que no sabía nada sobre el crimen organizado e insistió: “Trabajo donde quiero y cuando quiero. No bailo para nadie”. Esa frase me resultó embriagadora. Supe que quería poner un personaje parecido en el centro de una novela. Hill, en cualquier caso, parece haber sido una persona bastante temeraria, y yo quería hacer de Gloria una mujer más ordenada, más en control. En ese sentido, tiene más de, digamos, actuaciones cinematográficas de Joan Crawford o de Angelica Huston en Los timadores.

A la izquierda, Joan Crawford en Los condenados no gritan, en la que interpretó
un personaje basado en la auténtica Virginia Hill (derecha).

CI: Escritoras de misterio siempre ha habido, pero ¿dirías que ahora estamos viendo al fin una reinvención de algunos de los matices más tradicionalmente masculinos del género negro gracias a la obra de autoras como Christa Faust, Vicki Hendricks o tu misma?
MA: Sí que creo que estamos viviendo una verdadera oleada de ficción criminal más dura y más oscura escrita por mujeres, y me resulta emocionante ver que va cobrando impulso. Por supuesto, ser una mujer que escribe en un rincón tradicionalmente masculino del género sirve de ayuda a la hora de encontrar lectores. Hace que destaques. Eres una anomalía. Pero también hay nuevos terrenos por minar en lo que a tramas se refiere. ¡Sigue habiendo demasiadas pocas novelas negras protagonizadas por enfermeras o maestras de escuela, por ejemplo!
CI: ¿Cuáles son tus tres películas de género negro favoritas?
MA: Oh, qué difícil. Hoy voy a decir que Perdición, En un lugar solitario y El beso mortal.
CI: ¿Y tus tres novelas favoritas?
MA: El largo adiós, ¿Acaso no matan a los caballos? y El cartero siempre llama dos veces.

Bogart y la siempre asombrosa Goria Grahame viven En un lugar solitario (Nicholas Ray, 1950).

  • No te pierdas este artículo de Megan Abbott (traducido al castellano) en el que ahonda en su atracción por el género negro: Nos vemos en la oscuridad.
  • Una banda sonora para Reina del crimen, elegida personalmente por la autora, con temas como «You Don’t Own Me», «The Big Hurt» o «He Hit Me (It Felt Like a Kiss)» que dan buena idea de por dónde van los tiros de la novela. Escúchala en Spotify.
  • Una interesante entrada de Megan en su propio blog hablando de Gilda (en inglés): Bar Nothing.

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viernes 11 de febrero de 2011

Reina del crimen: un adelanto

Fragmento de la ilustración de Fernando Vicente para la portada de Reina del crimen.

«Soy tuya, eso es lo que le decía sin escupir ni una sola palabra. Y él era perfectamente capaz de percibirlo en mí, de notarlo en todo mi cuerpo. Le gustaba poseerme sobre el colchón desnudo, le gustaba el modo en el que me rozaba hasta dejarme la piel en carne viva. A mí también me gustaba. Me gustaban las quemaduras que me producía. Me gustaba recordarlo al día siguiente, cada vez que me apoyaba contra cualquier cosa, cada vez que el tirante de mi sujetador las rozaba por encima. Era como… No es que me agrade particularmente tener que decir esto, pero lo cierto es que así es como lo sentía: era como haber ido a misa. Esa dolorosa sensación, fruto de haber pasado arrodillada un buen rato sobre un suelo de madera combada. En Saint Lucy’s siempre había chusma dispuesta a usar los cojines que repartía el monaguillo. Yo nunca lo hice. Si no sientes el dolor en las rodillas, en la espalda, ¿de verdad se lo puede considerar rezar? Y si no seguía sintiéndolo en mi cuerpo mucho después de que se hubiera marchado, ¿habría merecido realmente la pena entregarse a él? Yo quería sentirlo».

El precedente es uno de mis párrafos favoritos de Reina del crimen, de Megan Abbott, el nuevo libro de la colección Es Pop Narrativa, publicada por Valdemar/Es Pop, que estará disponible a primeros de marzo. A mí personalmente me parece que Abbott escribe como los ángeles (no en vano la han descrito ya como «la mejor estilista del género desde Raymond Chandler») y su dominio de la jerga y los modismos de los años cincuenta, década en la que está ambientada la novela, es tal que sólo espero haber sido capaz de hacerle justicia en la traducción. Probablemente es la novela negra más tradicional de cuantas hemos publicado hasta ahora en la colección, lo cual, espero, servirá para colmar el interés de hasta el aficionado más estricto, pero también es lo suficientemente tórrida y subversiva con ciertos cánones como para complacer a todos los que habéis disfrutado con A la cara y Capturado. No en vano, se alzó en 2008 con el premio Edgar Allan Poe a la mejor novela de misterio del año. Pero, como siempre, prefiero que sea la misma novela, y no mis palabras, lo que os convenza, así que aquí tenéis, también como de costumbre, un adelanto en PDF con los primeros capítulos para ir abriendo boca.

· Descargar adelanto en PDF.

· Nos vemos en la oscuridad, artículo de Megan Abbott.

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jueves 27 de enero de 2011

Christa Faust en Primera Línea

¿Cómo es posible que A la cara sea tan sangrienta y brutal y, al mismo tiempo, tan indudablemente femenina?
Porque soy una mujer, así de sencillo. Además, no me conformé con coger al típico héroe del género y ponerle tacones: Angel Dare es una mujer normal, de mediana edad, con sus grandezas y sus miserias, que tiene que usar todos sus recursos para sobrevivir y vengarse.
¿Te pareces mucho a Angel Dare, la antiheroína de tu novela?
Para nada. Ella es de Chicago, yo de Nueva York. Ella tuvo un padre maltratador y el mío era un hippie vegetariano. Ella recibió una educación católica y yo crecí sin religión. Ella es una chica muy sociable y yo una solitaria. Por supuesto, tenemos algunas cosas en común, pero también tengo cosas en común con los otros personajes de la novela, incluso con los de peor calaña. Todo escritor pone algo de sí mismo en sus personajes, eso les da vida.
En cierta ocasión te describiste como «una zorra cínica, obsesionada con el cine negro, los tatuajes y las medias con costura». Así que, venga, dime algo cínico, tu película de cine negro favorita, tu tatuaje más querido y si te quitas las medias para follar.
Siempre espero lo peor de mis congéneres humanos y rara vez me decepcionan. Mi film noir favorito es Night and the City [Jules Dassin, 1950]. Mi tatuaje predilecto es una máquina de escribir que tengo en el vientre. Y, bueno, a veces me pongo medias en la cama y a veces no; me gusta variar.

Un par de extractos de la entrevista que le ha hecho Luigi Landeira a Christa Faust, aparecida en el número 310 de Primera Línea (febrero 2011). Pincha aquí para verla entera.

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domingo 23 de enero de 2011

David Peace: exhumando el pasado – 2

David Peace. Foto: Edinburgh Festival Guide.

Ésta es la segunda entrega de una entrada en dos partes repasando la obra del escritor David Peace. Pincha aquí para leer la primera.

Mil novecientos ochenta y cuatro
Aunque ya no tenga nada que ver con el Red Riding Quartet, GB84 puede leerse no obstante como una especie de culminación o de epílogo a éste. La acción refleja el desarrollo y las consecuencias en Yorkshire de la huelga de los mineros en el transcurso de las 52 semanas del año 1984, con la detención del Destripador aún reciente y la comarca convertida en un polvorín debido precisamente al hartazgo provocado por toda una década de crisis económica, crimen y malestar social. «Mientras escribía los cuatro libros que forman el cuarteto de Red Riding y recordaba el momento y el lugar en el que crecí, supe que la huelga jugaba un papel primordial en todo ello», indica el propio Peace. «Al principio planeé terminar el cuarteto con la huelga. Pero Red Riding hablaba en realidad del efecto de los crímenes del Destripador de Yorkshire y de las investigaciones de la policía sobre la comunidad. Sentí que estaría haciéndole un pobre servicio a la huelga incluyéndola «de pegote» en aquel cuarteto de novelas criminales. De modo que el libro sobre la huelga se convirtió en GB84 y estuve documentándome más de un año, leyendo todos los libros que se habían escrito al respecto, las crónicas de los periódicos, y escuchando la música del periodo. También hablé con un par de individuos que habían estado implicados. Tuve la gran suerte de hablar con dos mineros que habían pasado todo el año en huelga, así como también con un individuo que había estado «dentro» del NUM (la National Union of Mineworkers) y otro del «otro bando»».

Arthur Scargill, presidente del NUM, arengando a los mineros.

Peace tenía 17 años cuando comenzó la huelga y era estudiante en Wakefield, justo en el centro del área minera. Si el cuarteto de Red Riding adoptaba por momentos un tono evocador, nacido de unos recuerdos infantiles convertidos en siniestra mitología, GB84 parece un libro garabateado en cuadernos, un documento activo creado en primera línea, en el que la fábula da paso a la urgencia y la inmediatez. «Aún a riesgo de sonar dramático, fue un libro difícil de escribir emocionalmente», dice Peace, «debido a la culpa que fui sintiendo a medida que iba investigando y escribiendo. A pesar de haber crecido en la zona y de haber vivido allí durante la huelga, me di cuenta de que no había apreciado realmente el alcance de los sacrificios que tuvieron que hacer los mineros en huelga, ni la intimidación y la violencia a la que se vieron sometidos. Mientras que la generación anterior a la mía se había visto radicalizada por The Clash, yo me vi desradicalizado por Sisters of Mercy y empecé a interesarme más por los clubes y por salir a beber. En cualquier caso, en cuanto empezó la huelga de los mineros, nunca hubo ninguna duda a la hora de apoyarlos, y mi grupo participó en conciertos benéficos. [Pero] cuando empecé a escribir GB84, me di cuenta del escaso alcance de mi implicación. Sabía que había gente que había perdido sus casas y tal, pero en realidad no sabía lo que significaba eso. He conocido a individuos cuyas vidas quedaron completamente arruinadas y me pregunto si hoy en día pasaría lo mismo. ¿Veríamos a trabajadores de pozos productivos, que ganan dinero y con buenas perspectivas de futuro, ir a la huelga y perder sus casas y sus ahorros por gente a la que no conocen en pozos poco productivos? Lo dudo, pero no puedes evitar admirar a aquellos que lo hicieron»».
Estilísticamente, Peace vuelve a dar un salto al vacío, pasando a jugar ya no con tres sino con seis tramas paralelas que se van imbricando en el transcurso de esas 52 semanas. Algunas de ellas, aunque intercaladas, siguen un desarrollo más o menos convencional, capítulo a capítulo, en tercera persona. Sin embargo hay dos, probablemente las más íntimas (pertenecientes a Martin, un minero en huelga, y a Peter, un delegado sindical), narradas en primera persona en espesos bloques de texto sin principio ni final que irrumpen abruptamente entre capítulos, creando por momentos una verdadera sensación de esquizofrenia narrativa que dinamita de manera completamente premeditada todos los esquemas convencionales: «Cuando hoy en día se escribe, se habla o se filma sobre la huelga, hay cierta tendencia a centrarse en, por ejemplo, sólo los grupos de mujeres, o a entregarse a cierta nostalgia por las chapas y las banderolas. Y lo entiendo, porque es una manera de intentar sacar algo positivo de una tragedia. Sin embargo, yo quería intentar mostrar la complejidad de la huelga al completo, y desde ambos bandos. La huelga implicó, directa o indirectamente, a millones de personas. De modo que cuando escribí el libro quise ilustrar ese hecho y tener tantas perspectivas distintas como fuera posible, tanto desde el lado del sindicato como del otro. La huelga de los mineros fue intensa, repetitiva y exigente, y sentí que el texto debía reflejar eso».

Una escaramuza con la policía durante la huelga de los mineros.

Desde luego GB84 es un libro exigente con el lector, ya que requiere no sólo grandes dosis de retentiva y concentración sino también, para aquellos que no estamos familiarizados con la vida política británica, repetidas visitas a la Wikipedia ya sólo para averiguar quiénes son algunos personajes, enmascarados tras sonoros epítetos (El Presidente, El Judío, El Mecánico) que contribuyen a diferenciar aún más los acontecimientos a nivel de estado, convertidos en una especia de batalla mítica entre dioses del Olimpo ajenos al sufrimiento real de las personas, del día a día de los trabajadores (que son los únicos que responden a su nombre real).
A pesar de que se trata probablemente de su obra más aclamada hasta la fecha, Peace dice arrepentirse «ligeramente del elemento criminal que tiene el libro o al menos parte. Creo que mientras lo estaba escribiendo, entre 2001 y 2003, me faltaba confianza para escribir sin un elemento criminal. En cualquier caso, hubo realmente una presencia «sombría y paramilitar» en la huelga; técnicas que habían sido utilizadas por los británicos en Irlanda del Norte fueron utilizadas en los pueblos mineros. Hubo presencia de agentes provocadores y del MI5. Así que espero que ese elemento dé una impresión de las fuerzas que se dispusieron contra los huelguistas y de la naturaleza de dichas fuerzas».

Portadas originales de GB84 y The Damned Utd.

Los malditos C.F.
Sea como fuere, ese elemento criminal, del que parecía reacio a prescindir, desaparece por completo en su siguiente novela, The Damned Utd, sin lugar a dudas su libro más accesible y también el más exitoso de su carrera. Inexplicablemente inédito todavía entre nosotros, a pesar de que sí pudiéramos ver su notable adaptación fílmica protagonizada por Michael Sheen, The Damned United narra los 44 días del entrenador Brian Clough al frente del Leeds United como sucesor de su gran rival Don Revie, al que siempre había acusado de promover un juego sucio, agresivo y chusco. Clough venía de ganar la liga con el Derby County, un modesto club de provincias que había ascendido de segunda a primera división bajo su tutela, y siempre se había mostrado sumamente crítico con las tácticas del Leeds, por lo que su decisión de sustituir a Revie con intención de «limpiar» al equipo resultó sorprendente e indignante a partes iguales, tanto para los fans como para los jugadores del equipo. Rodeado de un entorno hostil y atacado inmisericordemente tanto dentro como fuera del campo, Clough fue incapaz de duplicar los buenos resultados que había obtenido con el Derby y fue sumariamente despedido tras tan sólo 44 días como entrenador.
«La gente me pregunta: «¿Por qué escribiste sobre los 44 peores días en la vida de Brian Clough?». Bien, el motivo principal, y esto es cierto para todos mis libros, es que tengo que ser capaz de empatizar con el personaje. Y aunque nunca he ganado la Copa de Europa, sí que he tenido algunos empleos espantosos en los que he tenido que trabajar con personas que ni me gustaban ni les gustaba yo a ellas, y esa sensación fue la que quise recrear. Por otra parte, la mayoría de las novelas tienden a tratar temas no demasiado interesantes, de modo que quise escribir un libro sobre algo que me interesara a mí. Y desde los siete años, las dos cosas que más me han interesado son el fútbol y el pop. Es extraño que, aunque conozco gran número de escritores fascinados por ambos temas, apenas existen novelas al respecto. Son actividades que la gente disfruta como fans, particularmente individuos como yo que han demostrado ser ineptos en ambas cosas, y por lo tanto no se sienten cualificados para escribir sobre ellas. Hay un aire de misterio, como que si al no haber jugado nunca no estuvieras preparado para escribir sobre ello. Pero yo he escrito varios libros sobre polis y nunca lo he sido, y eso sin embargo no le extraña a nadie».

Michael Sheen como Brian Clough en The Damned United.

A pesar de este aparente distanciamiento temático respecto a sus anteriores novelas, The Damned Utd sigue siendo puro Peace. Todos sus tics estilísticos permanecen (las repeticiones, la musicalidad, el tono obsesivo y esa habilidad para dotar de épica al costumbrismo), y aunque narrativamente es mucho más sencilla que las novelas inmediatamente precedentes, también se permite la pequeña pirueta de ir intercalando en paralelo el pasado de Clough entre los sucesos presentes, de tal manera que el libro empieza con su primera jornada como entrenador del Leeds y acaba el día que le ofrecen el puesto. Sin embargo, a pesar de este pequeño ouroboros literario, las tramas están tan bien medidas y alternadas que prácticamente se diría que estuvieras leyendo una novela lineal. «GB84 tenía seis narradores y se desarrollaba a lo largo de un año, y me apetecía escribir algo más directo», recuerda Peace. «Mis libros se estaban volviendo complicados y quería hacer algo más crudo, que tuviera un ritmo más acelerado. Al mismo tiempo, el año 1974 me resulta fascinante. Yo tenía siete años entonces y parece ser el año en el que por primera vez empiezo a tener recuerdos propios en vez de memoria de cosas que me ha contado la gente. De hecho, recuerdo perfectamente todo el asunto con Clough. Fue un verdadero misterio en Yorkshire. ¿Por qué lo despidieron? ¿Por qué aceptó el trabajo? ¿Qué estaba pasando? Pero el lugar importaba tanto como el equipo».
The Damned Utd fue recibido con entusiasmo por crítica y público, pero también generó quejas y cierto malestar, principalmente entre la familia de Clough y de algunos implicados, como el centrocampista Johnny Giles, que llegó a enzarzarse judicialmente con la editorial Faber & Faber «para establecer que se trata de una obra de ficción basada en los hechos y nada más». A este respecto, Peace se explica de la siguiente manera: «Escribí el libro con la intención de que Clough pudiera leerlo, así que cuando falleció [antes de que me hubiera dado tiempo a publicarlo] experimenté una sensación extraña. Sus explosiones de romanticismo eran un poco petardas, pero se trata de un personaje fascinante. Sentí lo mismo con Arthur Scargill. Sencillamente son individuos que te arrastran. Hay gente que asume que escribí el libro porque soy un gran admirador suyo, pero no estoy seguro de serlo. Me genera sentimientos contradictorios. En mi experiencia las cosas raras veces son blancas o negras. Me leí todas las biografías de Clough, pero todas se contradecían. No es que la gente mienta deliberadamente; sencillamente hay muchas cosas que no están claras. En estas circunstancias, la novela es una manera evidente de tratar con el sujeto. No estoy diciendo que todo lo que pasa en el libro sea literalmente cierto, porque evidentemente no estuve allí y mucho menos en su cabeza. Pero la verdad literal en estos casos, tal y como demuestran esas biografías, es algo escurridizo. Pero es un punto de vista legítimo de lo que podría haber sucedido, y creo que ilumina la realidad sin dejar de ser ficción».

El verdadero Brian Clough al frente del Leeds United.

Tokio Año Cero
Tras haber escrito sobre su Yorkshire natal en la distancia, David Peace decidió volver la vista hacia su ciudad de adopción, Tokio. «Inicialmente, lo que quería hacer era escribir cuatro libros que contaran la historia desde la posguerra hasta los Juegos Olímpicos de 1964, fecha que considero el momento en el que Tokio fue aceptada de nuevo en la comunidad mundial. Y quería usar el crimen como modo de contar la historia. Por supuesto, en ese periodo, entre 1954 y 1964, hubo muchos crímenes sensacionales, pero lo que me interesaba era que tuvieran una relevancia política. Cuando llegué a Tokio en 1994, empecé a escribir mis libros sobre el Destripador de Yorkshire a la vez que intentaba averiguar cosas sobre la ciudad como hobby. Leí Tokyo Rising: The City Since the Great Earthquake, de Ed Seidensticker, y Shocking Crimes of Postwar Japan, de Mark Schreiber, y ambos mencionaban el caso de Kodaira Yoshio, un asesino en serie cuyos crímenes me parecieron muy enraizados en aquel momento y lugar. Uno puede elaborar un argumento político a partir de cualquier crimen, pero en el caso de Kodaira básicamente se trataba de un soldado que había violado y asesinado en China y había recibido medallas a cambio. Luego volvió a casa y siguió haciendo lo mismo. Y pudo hacerlo porque las condiciones sociales y económicas del momento se lo permitían, ya que atraía a sus víctimas con promesas de comida y empleo, algo que en caso de haber comida y empleos no habría podido hacer. Me pareció que este caso en concreto me abría una puerta de entrada a aquel momento y lugar, de modo que abandoné la idea de abordar todo el periodo Showa (1926-89) y pasé a centrarme en la Ocupación. Quiero que mis libros sean obsesivos en su detallismo y su concentración, y creo que tres libros sobre la Ocupación, por ejemplo, me permitirán, con suerte, conseguir ese efecto».
Si el objetivo es conseguir libros obsesivos, en Tokyo Year Zero Peace vuelve a cumplir con creces. Estructuralmente recuerda un poco a 1974, en el sentido de que sigue una investigación contada en primera persona, de manera lineal, por un único narrador. En ese aspecto, Peace vuelve a acercarse con este libro a las novelas criminales de toda la vida. Estilísticamente, sin embargo, se encuentra muy lejos ya, no sólo de ellas sino también de sus propias obras primerizas. Aquí, elementos como la musicalidad, las repeticiones concéntricas o el uso de onomatopeyas para marcar el ritmo de lectura alcanzan tal paroxismo que por momentos uno puede llegar a acabar, literalmente, tan desquiciado y de los nervios como el inspector Minami, el encargado de encontrar a un asesino de prostitutas en mitad de un Tokio devastado por la guerra e invadido por las fuerzas de ocupación. Y esa es precisamente la intención.

Tokio en 1945, arrasado por las bombas. El hecho de que la madera siguiera siendo el material de construcción más empleado en Japón contribuyó a que apenas quedaran edificios en pie.

En cualquier caso, escribir sobre Tokio en vez de sobre Yorkshire no ha alterado en exceso el método de trabajo de Peace, que sigue basándose en un exhaustivo proceso de documentación previa. «Básicamente voy a la biblioteca de Nagatacho, en Tokio, y leo y leo y leo los viejos periódicos, tomando nota tras nota tras nota acerca del momento y el lugar en particular sobre el que espero escribir, y luego, en algún momento del proceso, es como si una puerta mental se abriera y me resulta posible salir del aquí y ahora para entrar en el allí y entonces. Las ciudad se van cargando de connotaciones con el tiempo, y eso es algo que he notado ciertamente en Tokio. Quería atravesar las capas, como un arqueólogo, para encontrar el sentido del lugar. Lo que sucedió aquí ha sido cubierto con cemento, pero el pasado reaparece y crece entre las grietas».
Ese pasado es el que ahora culmina en esta Trilogía de Tokio, de la cual ya han aparecido dos entregas, «basadas en crímenes reales, narradas por tres generaciones de la Policía Metropolitana de Tokio. Tokyo Year Zero tiene como telón de fondo el Tribunal de Crímenes de Guerra y las purgas de empresarios, funcionarios y policías japoneses llevadas a cabo por las tropas de ocupación. Está basado en los crímenes y la caza de Kodaira Yoshio, un ex soldado imperial condecorado que violó y asesinó al menos a diez mujeres aprovechando el caos imperante en Tokio entre mayo de 1945 y agosto de 1946. Occupied City, el segundo libro, está basado en el conocido «Incidente de Teigin»: el envenenamiento de 12 empleados de banco durante un robo en enero de 1948. Tokyo Regained, el último libro de la trilogía, seguirá la investigación de la muerte de Shimoyama Sadanori, el presidente de la Empresa Nacional de Ferrocarriles de Japón, cuyo cuerpo fue hallado tirado en una vía la mañana del 5 de julio de 1949. Los tres «incidentes» siguen sin resolver hoy en día».

La portada británica de Tokyo Year Zero y la norteamericana de Occupied City.

Ciudad ocupada
«Todos vivimos en ciudades ocupadas y vivimos ocupados por los engranajes del poder», afirma Peace. «Vivimos en un estado constante de ocupación. Nos vemos constantemente controlados. Sencillamente no somos libres. Creo que nuestros procesos mentales han acabado completamente ocupados por las manifestaciones del capitalismo. Comprar es sólo el ejemplo más evidente de ello». Occupied City, su último libro publicado hasta la fecha, trata precisamente de esos tres elementos: control de la ciudadanía, procesos mentales ocupados y manifestaciones. Peace ya había coqueteado con ciertos elementos sobrenaturales o místicos/míticos en anteriores novelas, pero nunca de una manera tan directa como en ésta. El libro, dividido en doce capítulos, recoge otros tantos puntos de vista de individuos fallecidos, relacionados con el Incidente de Teigin (desde una de las víctimas hasta el presunto asesino, pasando por otros como un periodista, un inspector de policía y un militar norteamericano que investiga crímenes de guerra), convocados desde ultratumba por las 12 velas de una médium.
Es una novela más brutal aún, si cabe, que Tokyo Year Zero, ya que «Parte del libro trata sobre algunas de las atrocidades cometidas en tiempo de guerra por los japoneses, particularmente los «experimentos médicos» llevados a cabo con prisioneros por la tristemente célebre unidad 731. Todos los detalles de las disecciones en vivo, infectando a los prisioneros con sífilis y obligándoles a practicar sexo. Las transcripciones de los tribunales eran interminables. Página tras página. Llegó un momento en el que tuve que parar. Soñaba con ello o iba en el tren y no podía sacármelo de la cabeza. Tuve que alejarme. Fue una forma de autopreservación».

La oficina del banco Teikoku en el que fallecieron envenenados doce empleados en lo que posteriomente se conocería como el Incidente de Teigin.

Occupied City también es una nueva vuelta de tuerca estilística en la carrera de Peace, entregado ya a una experimentación tan radical con las formas del género que, debo reconocerlo, en este caso me acabó resultando excesiva. Pero bueno, es el riesgo que tiene abrir nuevos caminos. En este caso, ya no es sólo que el libro reúna las voces de doce narradores distintos, sino que además alterna continuamente formas como el artículo periodístico, el reporte policial, el informe militar, cartas personales o un diario censurado que incluye hasta las tachaduras, de tal manera que uno acaba un tanto sobrecargado. Aunque ninguno de los títulos de Peace caiga en la categoría de lo que podríamos llamar una lectura fácil, probablemente Occupied City sea el menos indicado para iniciarse en su obra. Lo cual no quiere decir que no tenga numerosos puntos de interés, entre ellos el renovado interés de su autor por ofrecer una visión lo más amplia posible de un momento y un lugar a través de un crimen que nos abre la puerta a prácticamente todos los estratos de la sociedad. «Todo es político, dijo Stokley Carmichael en 1972, y sigue teniendo razón», explica Peace. «La ficción criminal tiene tanto la oportunidad como la obligación de ser la escritura más política en cualquier medio, ya que el crimen es en sí mismo el ejemplo más manifiesto de la política de cada momento. Nos vemos definidos y malditos por los crímenes de los tiempos que nos toca vivir. Los asesinatos del páramo, el Destripador de Yorkshire, Rachel Nickell, Jamie Bulger y Stephen Lawrence: creo firmemente que estos crímenes y sus víctimas, sus investigaciones y juicios (o falta de los mismos) no le ocurrieron a cualquiera en cualquier sitio en cualquier momento; le ocurrieron a personas muy específicas en un lugar muy específico y en un lugar muy específico, y eso es lo que la ficción criminal debería documentar, estos despachos desde primera línea; porque estamos constantemente en guerra, y hay gente muy, muy mala abriéndose camino. Creo que el escritor de novelas criminales, por elección de género, está obligado a documentar estos tiempos y sus crímenes, y el escritor que escoge ignorar esta responsabilidad simplemente está explotando, para su gratificación financiera o personal, un género que en sí mismo nada más que una industria del entretenimiento construida sobre las muertes violentas y repentinas de gente inocente y el interminable sufrimiento de sus familias».

David Peace, fotografiado por Alfie Goodrich para Q Magazine.

A la espera de que David Peace publique, este año, la tercera y última parte de su Trilogía de Tokio, y de que empiece a escribir la que ya ha anunciado será su siguiente novela, UKDK, acerca de la caída de Harold Wilson y la subida al poder de Margaret Thatcher, podemos aprovechar al menos que Alba está publicando a buen ritmo en castellano los libros pertenecientes al Red Riding Quartet y que incluso acaba de editarse en DVD la excelente adaptación televisiva de dicha serie para descubrir o redescubrir la obra de este auténtico renovador de un género todavía hoy observado con cierta condescendencia por la crítica, por mucho que, como observa el propio Peace, «Dostoievsky escribía crimen; Kafka escribía crimen; Brecht escribió crimen; Orwell escribió crimen. Dickens. Greene. Dos Passos. Delillo. Etc. Para mí, hoy en día, “literario» sólo significa autores británicos con su máster en escritura creativa que quieren escribir la «Gran Novela Americana» y llenan las librerías con mierda ilegible, sin argumento ni personajes, ni pelotas ni corazón y, por encima de todo, sin una voz realmente británica. El mejor trabajo siempre se realiza en los márgenes y los géneros: Burroughs y Ballard en la ciencia ficción; Iain Sinclair y Alan Moore; y me siento orgulloso de compartir en la tienda la misma sección que Ellroy, Mosley, Pelecanos y Rankin».

Las declaraciones de David Peace están extraídas y condensadas de las siguientes entrevistas: David Peace en Crime Time; Peter Wilde en Bookmunch, 2004; Steve Finbow en Stop Smiling Magazine, 2006; Peter Watts en Time Out, 2006; Nicholas Wroe en The Guardian, 2008; David Hickey en The Japan TImes, 2009; Damian Whitworth en The Sunday Times, 2009; Entrevistador anónimo en  Socialist Worker, 2009; Tim Adams en The Guardian, 2009; Stephen Phelan en The Herald Scotland, 2009.

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