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lunes 20 de enero de 2014

La metamorfosis de David Cronenberg

Imagen: TIFF.

La editorial norteamericana W. W. Norton acaba de publicar una nueva traducción al inglés de La metamorfosis, de Franz Kafka, realizada por Susan Bernofsky. La edición, además de una espectacular portada diseñada por el siempre brillante Jamie Keenan (más sobre su elaboración aquí), cuenta con un prólogo del cineasta David Cronenberg (el cual, por cierto, publicará su primera novela, Consumed, el 2 de septiembre de este año). La web de The Paris Review lo ha reproducido íntegro a modo de artículo, así que se me ha ocurrido traducir un par de fragmentos de muestra. Podéis leer el prólogo completo aquí.

Cubierta: Jamie Keenan.

El escarabajo y la mosca (fragmentos)
Hace poco me desperté una mañana para descubrir que me había convertido en un hombre de setenta años. ¿Es esto distinto a lo que le sucede a Gregor Samsa en La metamorfosis? Gregor se despierta para descubrir que se ha convertido en un coleóptero (probablemente de la familia de los escarabajos, si debemos creer a su señora de la limpieza), y ni siquiera en un espécimen particularmente robusto. Nuestras reacciones, la mía y la de Gregor, son muy parecidas. Nos sentimos confusos y aturdidos, y pensamos que se trata de una ilusión momentánea que pronto se habrá disipado, dejando que nuestras vidas continúen como hasta ahora. ¿Cuál podría ser la fuente de estas transformaciones gemelas? Ciertamente, uno ve acercarse su cumpleaños con sobrada anticipación y no debería sentirse conmocionado ni sorprendido cuando llega el momento. Y como cualquier amigo bienintencionado podría decirnos, setenta sólo es un número. ¿Hasta qué punto podría tener dicho número un verdadero impacto sobre una vida humana física y real?

En el caso de Gregor, un joven viajante de telas que pernocta en el apartamento de su familia en Praga, despertar a una extraña existencia híbrida entre humano e insecto es, por subrayar lo obvio, una sorpresa completamente inesperada, y la reacción de aquellos que le rodean (su madre, su padre, su hermana, su doncella, su cocinera) es retroceder horrorizados, tal como podría uno esperar, y ni un solo miembro de su familia se siente impelido a consolar a la criatura; por ejemplo, señalando que un escarabajo también es una criatura viva y que convertirse en uno podría resultar, para un ser humano mediocre inmerso en una vida monótona, una experiencia embriagadora y enriquecedora, así que ¿dónde está el problema? Este consuelo imaginario no puede, en cualquier caso, tener cabida dentro de la estructura del relato, ya que Gregor es capaz de entender el habla humana, pero no consigue hacerse entender cuando intenta hablar, por lo que a su familia no se le ocurre en ningún momento acercarse a él como a una criatura en posesión de una inteligencia humana. (Debe subrayarse, sin embargo, que llevados por su banalidad burguesa aceptan de algún modo que dicha criatura es, por algún motivo innombrable, su Gregor. Nunca se les ocurre que, por ejemplo, un escarabajo gigante pudiera haberse comido a Gregor; no tienen imaginación para ello y el joven rápidamente pasa a ser poco más que una molestia casera). Su transformación lo encierra por completo en sí mismo con tanta eficacia como si hubiera sufrido una parálisis total. Estas dos situaciones, la mía y la de Gregor, parecen tan diferente que uno podría preguntarse por qué me he molestado siquiera en compararlas. Pero yo argumentaría que el origen de la transformación es el mismo: ambos nos hemos visto forzados a tomar conciencia al despertar de lo que verdaderamente somos, y esa toma de conciencia es profunda e irreversible; en ambos casos, la ilusión pronto habrá demostrado ser una nueva y preceptiva realidad, y la vida no va a seguir siendo como hasta ahora. […]

Gregor se despierta de un mal sueño que nunca llega a ser descrito de manera directa por Kafka. ¿Acaso Gregor había soñado que era un insecto para luego, al despertar, descubrir que realmente lo era? «»¿Qué diantres me ha ocurrido?», pensó. No era un sueño», dice Kafka, refiriéndose a la nueva forma física de Gregor, pero no queda claro si sus pesadillas eran sueños premonitorios de insecto. En la película que coescribí y dirigí a partir del relato corto La mosca, de George Langelaan, le hacía decir a nuestro protagonista Seth Brundle, interpretado por Jeff Goldblum, en su momento de mayor agonía en el proceso de transformarse en un espantoso híbrido de mosca y humano: «Soy un insecto que soñó que era un hombre y le encantaba serlo. Pero ahora el sueño ha terminado y el insecto está despierto». Le está advirtiendo a su amante de que ahora representa un peligro para ella, de que es una criatura sin compasión ni empatía. Se ha desprendido de su humanidad igual que una ninfa de cigarra se desprende de su capullo, y lo que ha emergido ha dejado de ser humano. Brundle está sugiriendo asimismo que ser un humano, un ser con consciencia, es un sueño que no puede durar, una ilusión. También Gregor tiene dificultades a la hora de aferrarse a lo que queda de su humanidad, y a medida que su familia comienza a sentir que aquello que habita en el cuarto de Gregor ha dejado de ser Gregor, él comienza a sentir lo mismo. […]

Los relatos de transformación mágica siempre han formado parte del canon narrativo de la humanidad. Articulan esa sensación de empatía universal que sentimos por todas las formas de vida; expresan el deseo de trascendencia que también expresan todas las religiones; nos impelen a preguntarnos si la transformación en otra criatura viva podría ser prueba de la posibilidad de la reencarnación o de algún tipo de vida más allá de la muerte, por lo que constituyen, al margen de lo espantoso o lo desastroso que acontezca en la narración, un concepto religioso y optimista. Ciertamente mi Brundlemosca pasa por varios momentos de fuerza y energía frenéticas, convencido de que ha combinado los mejores componentes de humano e insecto para convertirse en un superser, negándose a considerar su evolución personal como nada que no sea una victoria incluso mientras comienza a perder partes de su cuerpo humano, que almacena cuidadosamente en un botiquín que bautiza como el Museo Brundle de Historia Natural.

No hay nada de todo esto en La metamorfosis. El Samsaescarabajo apenas es consciente de ser un híbrido, si bien goza de aquellos pequeños placeres híbridos que es capaz de encontrar, ya sea colgar del techo o corretear entre las basuras de su cuarto (placeres de escarabajo) o escuchar la música que interpreta su hermana al violín (placer humano). Pero la familia Samsa es tanto el contexto como la prisión del Samsaescarabajo, y su sometimiento a las necesidades de su familia, tanto antes como después de su transformación, le llevan en última instancia a darse cuenta de que para ellos resultaría más conveniente que simplemente desapareciera, de hecho sería una expresión de su amor por ellos, y eso es exactamente lo que hace, dejándose morir en silencio. La corta vida del Samsaescarabajo, a pesar de su naturaleza fantástica, queda relegada al nivel de lo funcional y lo estrictamente mundano, y no consigue despertar en ninguno de los personajes del relato ni un asomo de meditación filosófica o de reflexión profunda. ¿Cómo de parecida sería entonces la historia si, en esa desdichada mañana, la familia Samsa encontrara en el cuarto de su hijo no a un joven y enérgico viajante que se encarga de mantenerles con su desprendida e interminable labor, sino a un octogenario torpe y medio ciego, incapaz de caminar sin los bastones sobre los que se apoya cual miembros insectiles; un hombre que farfulla incoherencias y que se ha manchado los pantalones y que desde las nieblas de su demencia escupe ira e induce a la culpa? ¿Y si cuando Gregor Samsa se despertase una mañana de un sueño inquieto se descubriera convertido allí, en su misma cama, en un anciano demente, incapaz y necesitado? Su familia se muestra horrorizada, pero de algún modo lo reconocen como a su Gregor, aunque transformado. Con el tiempo, sin embargo, igual que en la versión del escarabajo, deciden que ha dejado de ser su Gregor y que para ellos sería una bendición que desapareciera.

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3 comentarios

  1. Notable Cronenberg. Hace años leí el cuento original de Langelaan (Su «Relatos del antimundo» tiene un lugar privilegiado en mi estantería de género junto a Richard Matheson, Bradbury y otros) y al compararlo con mi recuerdo de la película de horror con Vincent Price, aquella me pareció una adaptación correcta, acaso muy respetuosa, de la fuente literaria. Cronenberg en cambio deconstruyó y reinterpretó el relato para ajustar su sintonía con los terrores corporales de los años del SIDA como horror mediático -eran los 80- que virtualmente criminalizaba el hedonismo y la promiscuidad sexual. Algunos críticos sostenían que la novela de Kafka era uno de sus referentes no declarados y en su película se deja sentir la pesadumbre de una descomposición moral, más allá de los efectos visuales que de tan logrados tienden a llevarse la atención del argumento. Lo más patente de ello, y la componente de horror más químicamente puro del filme, es la agonía consciente de Brundlemosca hasta el punto culminante de su tragedia, arrastrado al infierno de su propio cuerpo descompuesto a nivel genético-molecular (sic). Leer la intención del director varios años después, es como haberlo escuchado de su propia voz en diálogo con nuestras reflexiones, y eso es en sí mismo un agrado.

  2. Muchas gracias por el comentario, Alex.

  3. Un Fotógrafo obscuro sin duda pero genial

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