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El blog de Espop Ediciones

sábado 31 de octubre de 2009

La cultura del riesgo

Las palabras «No» e «Imposible» y frases como «Eso no se puede hacer» son las que le provocan una erección.
El actor Bill Paxton, hablando sobre James Cameron.

Hace un par de semanas escribí un borrador de entrada inspirado por el fallecimiento en Estados Unidos del columnista, analista político y novelista ocasional William Safire, un señor al que yo no conocía de nada, pero que por las fotos me recordaba al siempre inquietante Robert Loggia. En cualquier caso, no era ese detalle el que me interesaba de su figura, sino su período como redactor de discursos para el presidente Richard Nixon y en concreto un documento tirando a curioso recuperado por varias páginas web a raíz de su defunción: un discurso alternativo preparado en caso de que la misión Apolo 11 hubiera fracasado y los astronautas Armstrong y Aldrin hubieran quedado varados en la luna. El texto en sí no es ni mucho menos la bomba, pero creo que tiene su interés histórico y dice así:

El discurso de William Safire. Pincha para ampliar.

En caso de desastre lunar
El destino ha dictaminado que los hombres que han ido la luna para explorar pacíficamente, permanezcan en la luna descansando en paz.
Estos hombres valerosos, Neil Armstrong y Edwin Aldrin, saben que no tienen esperanza de ser rescatados. Pero también saben que hay esperanza para la humanidad en su sacrificio.
Estos dos hombres están entregando sus vidas en pos del objetivo más noble de la humanidad: la búsqueda de la verdad y el entendimiento.
Serán llorados por sus familiares y amigos; serán llorados por su nación; serán llorados por las gentes de todo el mundo; serán llorados por una Madre Tierra que osó enviar a dos de sus hijos hacia lo desconocido.
En su exploración, animaron a los pueblos del mundo a sentirse uno solo; en su sacrificio, estrechan aún más el lazo de la hermandad del hombre.
En la antigüedad, los hombres miraban hacia las estrellas y veían a sus héroes en las constelaciones. En estos tiempos modernos, hacemos prácticamente lo mismo, pero nuestros héroes son hombres épicos de carne y hueso.
Otros les seguirán, y con seguridad encontrarán el camino de regreso a casa. La búsqueda del hombre no será negada. Pero estos hombres fueron los primeros, y seguirán siendo los primeros en nuestros corazones.
Pues todo ser humano que mire hacia la luna en las noches futuras, sabrá que hay un rincón de otro mundo que será para siempre de la humanidad.

Cuadro de Alan Bean, miembro de la expedición Apolo 12.

El texto de Safire, por ñoño y sentimentaloide que pueda resultar, me provocó un ligero estremecimiento al pensar lo que habría supuesto comunicar el fracaso de la misión lunar en un momento en el que los astronautas habrían seguido vivos, aunque sin esperanza de rescate (náufragos espaciales condenados a una muerte bastante horrible), y a la vez me admiró por el modo en el que deja bien claro y con dos cojones que el proyecto lunar iba a seguir adelante sí o sí, algo impensable en un momento como el actual, en el que cualquier fracaso similar implicaría automáticamente la cancelación del proyecto. El éxito de la misión lunar Apolo 11 (y siguientes, a excepción de ya sabéis cuál) nos ha hecho olvidar en parte lo sumamente arriesgado de aquellas misiones, las cuales contaban con un porcentaje tan elevado de posibilidades de acabar mal que, dicho por miembros de la propia NASA, hoy no se habrían atrevido a llevarlas a cabo. Todo lo cual se suponía que me iba a dar para una reflexión acerca de cómo hemos ido abandonando progresivamente una cultura del riesgo, de la aventura, de la exploración, para entrar de lleno en una cultura de la «seguridad», del temor y, en resumidas cuentas, del más perezoso conformismo. Por desgracia, el tema me venía grande y no encontré el modo adecuado de expresarlo como a mí me habría gustado, de modo que lo dejé aparcado.

James Cameron dirigiendo una escena de Avatar.

Hasta que hace un par de días me encontré con este impresionante artículo acerca de James Cameron escrito por Dana Goodyear para The New Yorker, probablemente el mejor texto que he leído en mi vida acerca de este loco maravilloso con el que no niego que debe de dar miedo currar, pero al cual yo admiro profundamente al margen de lo cinematográfico, principalmente porque lleva toda la vida trabajando para labrarse una fortuna que le permita hacer lo que le salga de las narices, sea bajar al fondo de las Marianas o hacer turismo espacial. Y eso a mí me pone verraco ya sólo de pensarlo. El artículo, como digo, es buenísimo y lo recomiendo vivamente; iba a traducir un par de fragmentos pero al final he desistido porque, de verdad, hay que leerlo entero.
Sí me quedo sin embargo con este pequeño extracto que viene al pelo de todo lo que os estaba contando al principio, y que resume con toda la eficacia de las frases lapidarias lo que a mí me habría gustado desarrollar y argumentar hasta que me di cuenta de que iba a ser incapaz:

«Marte es uno de los planetas más apropiados», dice Cameron. “Porque realmente se puede aterrizar en él y está lo suficientemente cerca como para que podamos llegar, y está lo suficientemente cerca del sol como para no ser una enorme bola de hielo». Cameron es un miembro reputado dentro de la Mars Society, una organización privada entre cuyos miembros se cuentan escritores de ciencia ficción y astronautas (Gregory Benford, Buzz Aldrin), cuyo propósito es abogar por la exploración y colonización de dicho planeta. “En última instancia deberíamos tener colonias en Marte, para expandir la huella de la raza humana», dice Cameron. Comparte con la Mars Society la opinión de que la NASA —de cuyo consejo consultivo formó parte durante tres años— ha pasado a tenerle demasiada aversión al riesgo. “Hemos pasado básicamente a ser unos cobardes», dice. «Como sociedad, vivimos gordos y felices y cómodos y hemos perdido todo el empuje”.

¡Vámonos pa’ Marte!

Y yo, al margen de que lo de Marte me parezca más o menos factible o más o menos interesante, estoy completamente de acuerdo con el bueno de Cameron. Y creo que uno ha de ponerse metas, que pueden ser modestas, no tienen por qué ser las de un Shackleton o un Lindbergh o un Chuck Yeager (a los cuales no habría a día de hoy Gobierno ni empresa privada que permitiera realizar sus hazañas). Ni siquiera las de un Philippe Petit. Pero sí descubrir el placer de arriesgar. Y promoverlo. Y en caso de casos no obsesionarse tanto con eso que llaman el éxito y abrazar un poco más el fracaso, que es de donde se aprende. (Y si al final resulta que Avatar es una mierda, seguiré quitándome el sombrero ante James Cameron aunque sólo sea por haber tenido el valor de ponerse una vez más en una situación de vulnerabilidad ante todos aquellos a los que les gustaría verlo fracasar).

CienciaCine , , 2 comentarios

2 comentarios

  1. ¿Pero tú crees que merece la pena «expandir la huella de la raza humana»? O sea, ¿pa qué?

  2. Ja, ja, ja, no sé si merecerá la pena o no, pero por lo pronto que podamos hacerlo ya me parece la polla.
    :-)

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